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Jes Jiménez | Caos (I)

Entro, expectante, por un pasillo en penumbra, cercado a ambos lados, por el movimiento rítmico de olas que estrellan su blanca espuma contra el azul celeste. Su pulso de vida resuena constante, suavemente, pero lleno de energía que sabemos inacabable.


Es el inicio de un viaje hacia los orígenes de nuestra cultura mediterránea; o, al menos, a uno de los momentos históricos más definitorios de la misma. Y el camino lo recorremos guiados por Margarita Moreno y Ángeles Castellano, comisarias de la exposición Entre Caos y Cosmos. Naturaleza en la Antigua Grecia que se puede disfrutar hasta el próximo 30 de marzo en el Museo Arqueológico Nacional.

Todo empezó con el caos según nos cuenta Hesíodo, hace casi 3.000 años, en su Teogonía: “En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos. Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la Noche a su vez nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo”.


Ovidio, ya en el siglo I, en sus Metamorfosis concuerda con esta idea del Caos como origen primordial de todo lo existente: "Antes del mar y de las tierras y, el que lo cubre todo, el cielo, uno solo era de la naturaleza el rostro en todo el orbe, al que dijeron Caos, ruda y desordenada mole y no otra cosa sino peso inerte, y, acumuladas en él, unas discordes simientes de cosas no bien unidas".

“Desordenada mole”, escribe. Esta asociación entre caos y desorden sí es una novedad respecto al significado del Caos en Hesíodo y otros autores anteriores. Para ellos, el significado de la palabra Kháos (χάος) no es lo contrario al orden, sino más bien significaba “vacío”.

Aunque Caos aparece como nombre propio y, a pesar de la costumbre griega de dar aspecto y carácter humanos a sus dioses y seres míticos, Caos resulta invisible. No aparece en pinturas y, desde luego, tampoco hay esculturas a él dedicadas en el arte clásico griego. A pesar de que en las numerosas cerámicas que se han conservado se pueden encontrar representaciones, más o menos abundantes, de muchos dioses y héroes griegos. Podemos ver a Gea y a Eros; incluso se puede vislumbrar el Tártaro como lugar. Pero no a Caos.

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Caos no deja de ser un “personaje” secundario, casi episódico, en el imaginario de la Grecia clásica. De hecho, cuando Aristófanes pone en boca de Sócrates la frase “Promete también no reconocer ya más dioses que los que nosotros veneramos en concepto de tales; a saber: el Caos, las Nubes y la Lengua; he aquí las tres divinidades” lo hace con la intención de burlarse de Sócrates y de su escuela filosófica.

Esto tiene sentido si tenemos en cuenta que el protagonista básico de la Teogonía es la instauración del Orden cósmico entendido como triunfo definitivo del bien sobre el mal, de lo justo sobre lo injusto. Triunfo logrado tras duras luchas entre diversas divinidades: “Luego que los dioses bienaventurados terminaron sus fatigas y por la fuerza decidieron con los Titanes sus privilegios, ya entonces por indicación de Gea animaron a Zeus Olímpico de amplia mirada para que reinara y fuera soberano de los Inmortales. Y él les distribuyó bien las dignidades”.

Tras las luchas de los dioses olímpicos contra los Titanes vinieron nuevas luchas contra los Gigantes. La Gigantomaquia fue un tema muy popular en el arte de la Grecia clásica, con más de seiscientas imágenes catalogadas –la mayoría de ellas son pinturas sobre vasijas de cerámica–.


Como esta imagen que se puede ver en un ánfora del siglo VI antes de nuestra era (a.n.e.). En el centro está Atenea, que avanza decidida y amenazadora con una lanza que dirige contra un gigante caído en el suelo, rodilla en tierra. Delante de Atenea, unos vigorosos corceles tiran de un carro conducido por Zeus, que sujeta las riendas con su mano derecha, mientras que en su mano izquierda enarbola un manojo de rayos, símbolo de su poder celestial.

El personaje que aparece junto a Zeus tensando el arco dirigido hacia los gigantes no es un dios, sino un héroe mortal, Hércules, también muy popular en la mitología griega. De hecho, Hércules (Heracles para los griegos) es el héroe griego que más frecuentemente aparece representado en las cerámicas griegas.

En la misma exposición arriba citada se puede ver una magnífica cratera del siglo V a.n.e. en la que Hércules aparece en los confines del mundo realizando una de sus míticas hazañas: el robo de las manzanas mágicas del jardín de las Hespérides.

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Para conseguirlo engaña al Titán Atlas, al que podemos ver en el centro de la siguiente imagen con los brazos en alto, sujetando la bóveda celeste. Hércules está a la izquierda en el interior de una enorme caldera, pero los remos y los peces que la rodean indican que, en realidad, es una caldera transformada mágicamente en barca.

Detrás del héroe volvemos a ver a Atenea, dispuesta a protegerle. Y en el otro extremo, en la copa de uno de los manzanos, está enroscada una serpiente que representa a Ladón, el dragón (δράκων, drákon, «serpiente») encargado de la custodia del jardín. En algunas versiones de esta historia, Hércules lucha contra Ladón –de la estirpe de los Titanes– y lo mata.


Para los griegos, la Titanomaquia y la Gigantomaquia representaban la victoria de la civilización sobre la barbarie, del orden divino y el racionalismo sobre el caos representado por Titanes y Gigantes. Aunque el caos primordial como vacío cósmico no es visible, esta lucha civilizadora entre orden normalizado y caos-desorden sí que va a dar lugar a múltiples imágenes en todo tipo de culturas, haciéndolo visible como fuerza amenazante para el orden universal y social. Y el conflicto entre héroes y dragones (o serpientes) como visualización de esa pugna cíclica entre orden y caos tendrá un papel destacado en la expresión visual de múltiples sociedades humanas.

JES JIMÉNEZ SEGURA
FOTOGRAFÍA: JUAN PABLO BELLIDO / JES JIMÉNEZ SEGURA

EVA LARA - ASESORA PERSONAL INMOBILIARIA

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