Llegamos al puente de la Constitución —o de la Inmaculada Concepción, según a quién se pregunte— hastiados de un entorno político-social que vampiriza nuestra energía vital. Cuesta escribir unas líneas sobre lo público, consciente de que hasta la verdad o, al menos, la honestidad aburre y agota.
Si el problema fuese la hartura del partidismo y de la guerra cultural, procuraría ofrecer un entretenimiento de calidad. Quizá, divulgación literaria o histórica. Sin embargo, no se trata de eso.
Si el problema fueran las noticias falsas, el seudoperiodismo y la infoxicación, escribiría desde la debida honestidad. Gritaría en el desierto de las redes sociales y compartiría, sin más, estas columnas que no interesan a nadie. Sin embargo, no se trata de eso.
Por último, si el problema fuese la basura mediática y el desinterés de los lectores —cuando no de la lectura—, me disfrazaría de izquierdista ilustrado. Sí, esa figura romántica, reivindicativa y por completo prostituida por personajes de medio pelo. Sin embargo, tampoco se trata de eso. Y, en parte, de todo lo mencionado hay.
El auténtico inconveniente que observo en buena parte de la sociedad es el agotamiento mental, la desilusión y el hastío ante una realidad cada vez más hostil. ¿Cómo puede una columna revitalizar unas mentes a las que ya agotan hasta las verdades? ¿Cómo puede una maraña de caracteres y espacios revivir los corazones desesperanzados? ¿Cómo pueden mis torpes argumentos contribuir a una mejora de la Sanidad, de la legislación laboral o de la Educación?
En el momento en que escribo estas líneas, soy consciente de que me encuentro ante un desafío imposible de superar. Ser cuerdo nunca ha sido buen negocio y me niego a montarme un personaje para el espacio público. Primero, porque conmigo ya hay personaje de sobra. Segundo, porque estos roles acaban consumiéndote hasta la caricatura. Y, por último, porque ya hay bastante personajillo por ahí como para contribuir al circo.
Estimados lectores, confieso que sus dudas y podredumbres son las mías. No porque pretenda darles voz. Esa es una pretensión demasiado grande. Sino porque soy uno más de vosotros. También me dan asco las noticias, me levanto de vez en cuando con dolores en alguna parte del cuerpo y me pongo de mala hostia cuando veo perder al equipo de mis amores. Como a vosotros, me gusta la sensualidad, el buen vino y la buena mesa. Me entristece observar la desnudez de los árboles en otoño y también echo en falta tiempos mejores.
En resumen, tampoco sé por dónde tirar cuando hasta la verdad agota. Sin embargo, como escribiera el rey poeta de Sevilla, “[…] costados no entregan corazones”. Seguiremos en la brecha. Quizá, cuando mis dedos ya no puedan seguir tecleando, alguien recuerde en alguna borrachera o en algún debate —no hay tanta diferencia— a este columnista que les escribe. Ojalá pueda decir de él que, al menos, trató de ser honesto y original. Que en algún momento hubo gente así de extraña.
Haereticus dixit
Si el problema fuese la hartura del partidismo y de la guerra cultural, procuraría ofrecer un entretenimiento de calidad. Quizá, divulgación literaria o histórica. Sin embargo, no se trata de eso.
Si el problema fueran las noticias falsas, el seudoperiodismo y la infoxicación, escribiría desde la debida honestidad. Gritaría en el desierto de las redes sociales y compartiría, sin más, estas columnas que no interesan a nadie. Sin embargo, no se trata de eso.
Por último, si el problema fuese la basura mediática y el desinterés de los lectores —cuando no de la lectura—, me disfrazaría de izquierdista ilustrado. Sí, esa figura romántica, reivindicativa y por completo prostituida por personajes de medio pelo. Sin embargo, tampoco se trata de eso. Y, en parte, de todo lo mencionado hay.
El auténtico inconveniente que observo en buena parte de la sociedad es el agotamiento mental, la desilusión y el hastío ante una realidad cada vez más hostil. ¿Cómo puede una columna revitalizar unas mentes a las que ya agotan hasta las verdades? ¿Cómo puede una maraña de caracteres y espacios revivir los corazones desesperanzados? ¿Cómo pueden mis torpes argumentos contribuir a una mejora de la Sanidad, de la legislación laboral o de la Educación?
En el momento en que escribo estas líneas, soy consciente de que me encuentro ante un desafío imposible de superar. Ser cuerdo nunca ha sido buen negocio y me niego a montarme un personaje para el espacio público. Primero, porque conmigo ya hay personaje de sobra. Segundo, porque estos roles acaban consumiéndote hasta la caricatura. Y, por último, porque ya hay bastante personajillo por ahí como para contribuir al circo.
Estimados lectores, confieso que sus dudas y podredumbres son las mías. No porque pretenda darles voz. Esa es una pretensión demasiado grande. Sino porque soy uno más de vosotros. También me dan asco las noticias, me levanto de vez en cuando con dolores en alguna parte del cuerpo y me pongo de mala hostia cuando veo perder al equipo de mis amores. Como a vosotros, me gusta la sensualidad, el buen vino y la buena mesa. Me entristece observar la desnudez de los árboles en otoño y también echo en falta tiempos mejores.
En resumen, tampoco sé por dónde tirar cuando hasta la verdad agota. Sin embargo, como escribiera el rey poeta de Sevilla, “[…] costados no entregan corazones”. Seguiremos en la brecha. Quizá, cuando mis dedos ya no puedan seguir tecleando, alguien recuerde en alguna borrachera o en algún debate —no hay tanta diferencia— a este columnista que les escribe. Ojalá pueda decir de él que, al menos, trató de ser honesto y original. Que en algún momento hubo gente así de extraña.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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