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Daniel Guerrero | Apología de las ideologías

Son malos tiempos para las ideologías, salvo para las que propugnan el negacionismo de la ciencia y la democracia iliberal, meras caretas modernas del conservadurismo más recalcitrante, retrógrado y antipático. Pero que conste: yo no deploro la ideología conservadora en la gente que se declara de derecha. No la comparto, pero la respeto.


Lo que le discuto es que pregone el fin de las ideologías. Porque, con excepción de la suya, la derecha cree que han muerto las ideologías –como se lleva profetizando desde hace décadas–, esas ideas compartidas, tan ancladas en el pensamiento de muchas personas, con las que se intenta imaginar el mundo y ofrecer futuros alternativos que corrijan las injusticias y desigualdades del presente. Tal pretensión, para la derecha, está superada por la realidad, por arcaica e inútil.

Y es que con las derrotas del fascismo y el comunismo tras la Segunda Guerra Mundial, parecía que no tenía sentido preocuparse por ideologías que prometían modelos de sociedad en los que se respetase la libertad y la igualdad en derechos y oportunidades, puesto que la democracia y el Estado del bienestar supusieron la erradicación de aquellos totalitarismos que no las toleraban.

Así, un nuevo fantasma empezó a recorrer el mundo, el fantasma de las democracias liberales, ligadas inseparablemente al Capitalismo, que implantaban la sociedad de consumo y una economía de mercado que satisfaría todas nuestras necesidades. Y con tanto éxito que el mundo entero se rige desde entonces por ese modelo de sociedad capitalista, sin que ningún otro pueda siquiera cuestionarlo.

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El capitalismo, como nuevo orden económico, había llegado para quedarse. Hasta las mismas clases sociales dependientes de servicios y ayudas provistos por el sector público, como los trabajadores menos cualificados y los estratos más desfavorecidos, empezaron a apoyar de manera masiva a partidos que propugnan un Estado raquítico que apenas intervenga en la economía.

Ello se comprende porque con la sociedad de consumo ya no existen clases sociales, pues todas ellas, incluida la del proletariado, se transforman en ciudadanos consumidores. Por eso, según la derecha defensora del capitalismo, no hacen falta las ideologías, puesto que, al ser insustituible este modelo económico, producto de la industrialización y basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la obtención de beneficios, las alternativas de gobiernos y economías no dejan de ser meras formas de administrar lo público con más o menos sensibilidad social.

Tal es el mensaje que siembra la derecha, la única ideología que se considera legitimada, como si de un derecho natural se tratase, para regular y ordenar nuestras vidas y… haciendas. De hecho, utiliza incluso el vocablo de manera peyorativa cuando pretende denostar cualquier iniciativa que no le agrada, como la “ideología” de género, la del feminismo, la de la igualdad y otras.

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Pretende que no percibamos que ella también es una ideología, esa con la que impone políticas regresivas en derechos y conquistas sociales, desmantelando poco a poco el Estado de bienestar y deteriorando la sanidad y la educación pública para favorecer la privada; limitando u obstaculizando el derecho al aborto, a la eutanasia, a una vivienda de protección oficial, a la dependencia, etcétera.

O cuando paraliza la renovación y el funcionamiento de organismos del Estado (CGPJ, RTVE y otros), ocupa cargos públicos, utiliza el Senado para organizar encuentros con los que creen que crece “la verdad de la creación frente a la de la evolución”, afirmando que nada de eso es por motivos ideológicos.

Y cuando aplica tales políticas como si su ideología, su visión del mundo, constituyera una verdad absoluta, irrefutable. De ahí que, de continuo, critique a la izquierda de estar ideologizada, como sus políticas, ya que todo lo que hace está animado por motivaciones ideológicas.

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Sin embargo, aun aceptando la economía capitalista, no es conveniente que esta se regule a sí misma, que sea el mercado quien corrija sus excesos, ya que ello es contrario a su naturaleza y, por consiguiente, que tenga en cuenta a los consumidores. Porque, por propia naturaleza, el sistema capitalista tiende hacia la concentración y, por ende, a los monopolios.

Fue algo de lo que ya advirtió, a mediados del siglo pasado, el economista norteamericano Galbraith, cuando habló de “pobreza pública con riqueza privada”. Desde entonces, la pobreza se extiende y la riqueza se concentra en pocas manos. ¿Puede esto remediarse? Sin ideología, no, pues los ideales son fuerzas poderosas de transformación social.

La izquierda persigue modificar lo que parece intocable con políticas que favorezcan a los perjudicados por el sistema capitalista y la sociedad consumista. No pretende romper la baraja, sino cambiar las reglas del juego, suavizar los efectos más nocivos para los menos pudientes de una economía cuya única norma es el máximo beneficio.

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Guiarse por este pensamiento, procurar alcanzar tales objetivos, ya es abrazar una ideología. Una ideología que aspira a que el Estado proteja a los indefensos y vulnerables de la sociedad. Una especie de humanismo que apuesta por la razón para llevar una vida digna de ser vivida.

Soñar con un mundo mejor. Y no es algo nuevo, pues entronca con el cristianismo primitivo que prometía “la dicha de los pobres” y con la teoría socialista alumbrada en la Edad Moderna, desde la “Utopía” de Thomas Moro, los sistemas de Saint Simon, Fourier y Owen , hasta las obras de Marx, Engels, Hegel o Rawls, y tantos otros.

¿Y ello es necesario hoy en día? Más que nunca. Con las doctrinas de los neoliberales (Reagan, Thatcher, Aznar y Rajoy) y los nuevos populismos de derechas, la desigualdad en las democracias más avanzadas ha aumentado de forma escandalosa. Además, por si fuera poco, hemos visto que el capitalismo sufre crisis cíclicas (crack del 1929, la del petróleo de 1973, la financiera de 2008 y la del covid de 2020, por citar algunas) que recaen indefectiblemente sobre los trabajadores y desfavorecidos, mientras que bancos y detentadores del Capital reciben ayudas u obtienen oportunidades de negocio con ellas.

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De hecho, la abundancia que experimentamos es relativa pues está mal distribuida. El mercado del trabajo solo es capaz de ofrecer precariedad laboral y salarial, y poca estabilidad. El sistema de precios es sensible a cualquier estornudo de un jeque, a una guerra en cualquier rincón del mundo o a una catástrofe natural que destruya cosechas o rutas de suministro.

La vivienda es un sueño inalcanzable para una gran mayoría de trabajadores, condenados a alquileres cada vez más elevados. El medio ambiente es víctima de un cambio climático catastrófico debido a la actividad humana. Y todo ello es por causa de un sistema capitalista que mercantiliza, cuando no se le regula, cualquier actividad o necesidad del hombre.

Hay, pues, mucho por lo que indignarse, como decía Tony Judt, ante “las crecientes desigualdades en riqueza y oportunidades, las injusticias de clase y casta, la explotación económica dentro y fuera de cada país, la corrupción, el dinero y los privilegios”, etcétera.

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No podemos permanecer indiferentes a las consecuencias de un sistema económico carente de reglas morales y valores éticos, en el que el trabajo y el ser humano son simples recursos desechables dependiendo de su rentabilidad. Luchar contra todo ello es posible desde la ideología que impele a actuar para cambiar tal estado de cosas. La desafección política es fruto de “relatos” de la derecha, al preconizar que no hay nada que hacer, que todos los políticos son iguales, salvo los de derechas, que son quienes saben gobernar como dios manda.

Por eso yo hago apología de la ideología, ya que sin debate ideológico no es posible la libertad ni el avance social. Cada vez que oiga que tener ideología es algo trasnochado, tóquese la cartera porque quieren engañarlo para que se conforme con lo que tiene y no aspire a un mundo más justo, solidario y con igualdad de oportunidades. Las ideologías son creencias compartidas para luchar por lo que consideramos que beneficia a todos, ese mundo mejor que todos deseamos. Porque para defender sólo lo suyo le basta con el egoísmo, no necesita ideología. No confunda una cosa con la otra.

DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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