Nos encontramos en las vísperas de la Navidad, las tan deseadas fiestas tanto por los pequeños como por los mayores, aunque las razones sean bien distintas según las edades. En el calendario hay fechas claves que nos ayudan a entender el recorrido por el que transcurriremos: el día del Sorteo de Navidad, Nochebuena, Navidad, Fin y Comienzo de Año, Día de Reyes… Todo concentrado en los días finales de diciembre y en los inicios de enero.
De todos modos, si nos atenemos a la consigna de Abel Caballero, el rutilante alcalde de Vigo, en realidad las tan deseadas fiestas comienzan anticipadamente cuando su ciudad la llena de luces pues, como bien manifestó, su objetivo era colocarla en la cumbre de las más iluminadas, por lo no que no tenía empacho en competir, nada menos, que con Nueva York. Y como parece que de lo que se trata es de continuar con el eterno espectáculo, lo cierto es que le han salido otras localidades pronosticando que tendrán el árbol iluminado más grande hasta la fecha de hoy.
Como en este capitalismo desmesurado en el que vivimos hay que espabilar, parece ser que lo mejor es subirse al carro de la acelerada vorágine navideña para no quedarse atrás. De esta forma, a todo lo que configuraba el imaginario tradicional –los relatos del Belén, el Niño Jesús, los Reyes Magos y la estrella que los guiaba hacia el portal; los pastores y los villancicos que tanto hemos escuchado–, desde hace algunas décadas había que sumarles el foráneo Papá Noel, que ya para las nuevas generaciones les resulta tan familiar.
Así, a los maravillosos y algo austeros Reyes Magos que a los críos nos traían los regalos soñados (aunque, lástima, que venían un par de días antes de la vuelta a las clases), tiempo atrás se les sumó el descontrolado y consumista Papá Noel, que encaja cono anillo al dedo en todas las marcas comerciales.
Y nada mejor que la marca Coca-Cola, prototipo de consumo masivo a escala mundial, para extender las imágenes de Santa Claus o San Nicolás por los cuatro puntos cardinales de la Tierra al transformarlas en la de ese personaje gordote y bonachón que fue diseñado para sus campañas publicitarias.
Sobre este logro publicitario, tiempo atrás escribí el artículo Papá Noel y la Coca-Cola. Así, quien esté interesado en ver cómo el color rojo bermellón de su vestimenta –con los puños y borde blanco del cuello– puede comprobar que tempranamente aparecía en los anuncios del comienzo del siglo pasado, por lo que acabó siendo la transmutada versión de los míticos personajes que aparecen en los relatos de los países nórdicos europeos.
Y ahora, como parece ser que en estos días hay que apelar a la nostalgia, tras más de un siglo de bombardeo publicitario, Coca-Cola de nuevo insiste trayéndonos el lema “Todos podemos ser Papá Noel”. ¿Y cómo podemos ser Papá Noel? Pues muy sencillo: si nos fijamos en los carteles que por estas fechas se muestran en las ciudades de nuestro país, la respuesta es clara: bebiendo una coca-cola. Así de sencillo. Aunque, también son posibles otras formas: basta con colocarse la vestimenta o, simplemente, ponerse el consabido gorro rojo con el ribete blanco.
Quizás tenga razón la única empresa de bebidas carbonatadas, que siempre ha ocultado su fórmula, en el sentido de que fácilmente todos podemos transformarnos en Papá Noel, como muy pronto pude comprobarlo en una calle céntrica de Córdoba.
Caminaba sin ninguna prisa, cuando, a la primera de cambio, en uno de los escaparates encuentro desplegada en un gran cartel la figura de un personaje que lleva la consabida vestimenta, a la que acompaña barba y pelo blanco postizos. Pero no es ese abuelo, tal como se nos muestra por todos los lados, tan propicio para promocionar turrones y golosinas; sino un joven veinteañero, que responde a la cuidada estética de quienes protagonizan la mayoría de los mensajes publicitarios.
Esto, a fin de cuentas, no deja de ser un pequeño anticipo de los múltiples ‘papás noeles’ que en todas sus versiones iremos viendo en los próximos días. Bueno, no me extiendo más. No voy ahora a dar la lata explicando que hace décadas que no pruebo ninguna Coca-cola, ni Pepsi o bebidas similares. Ni aludir a los machacones e insulsos villancicos que debemos soportar cuando entramos en cualquier superficie o centro comercial o a la avalancha publicitaria de gentes felices que nos llegará por todos los medios.
Ah, y por supuesto, tampoco voy a referirme a los desastres que hemos vivido en este año que se cierra y que tanto nos han agobiado. Así que pienso que lo mejor que podemos hacer es disfrutar de estas fechas, cada cual a su manera, y agarrarnos a los signos de esperanza que siempre es posible encontrar en medio del caos en el que nos encontramos.
De todos modos, si nos atenemos a la consigna de Abel Caballero, el rutilante alcalde de Vigo, en realidad las tan deseadas fiestas comienzan anticipadamente cuando su ciudad la llena de luces pues, como bien manifestó, su objetivo era colocarla en la cumbre de las más iluminadas, por lo no que no tenía empacho en competir, nada menos, que con Nueva York. Y como parece que de lo que se trata es de continuar con el eterno espectáculo, lo cierto es que le han salido otras localidades pronosticando que tendrán el árbol iluminado más grande hasta la fecha de hoy.
Como en este capitalismo desmesurado en el que vivimos hay que espabilar, parece ser que lo mejor es subirse al carro de la acelerada vorágine navideña para no quedarse atrás. De esta forma, a todo lo que configuraba el imaginario tradicional –los relatos del Belén, el Niño Jesús, los Reyes Magos y la estrella que los guiaba hacia el portal; los pastores y los villancicos que tanto hemos escuchado–, desde hace algunas décadas había que sumarles el foráneo Papá Noel, que ya para las nuevas generaciones les resulta tan familiar.
Así, a los maravillosos y algo austeros Reyes Magos que a los críos nos traían los regalos soñados (aunque, lástima, que venían un par de días antes de la vuelta a las clases), tiempo atrás se les sumó el descontrolado y consumista Papá Noel, que encaja cono anillo al dedo en todas las marcas comerciales.
Y nada mejor que la marca Coca-Cola, prototipo de consumo masivo a escala mundial, para extender las imágenes de Santa Claus o San Nicolás por los cuatro puntos cardinales de la Tierra al transformarlas en la de ese personaje gordote y bonachón que fue diseñado para sus campañas publicitarias.
Sobre este logro publicitario, tiempo atrás escribí el artículo Papá Noel y la Coca-Cola. Así, quien esté interesado en ver cómo el color rojo bermellón de su vestimenta –con los puños y borde blanco del cuello– puede comprobar que tempranamente aparecía en los anuncios del comienzo del siglo pasado, por lo que acabó siendo la transmutada versión de los míticos personajes que aparecen en los relatos de los países nórdicos europeos.
Y ahora, como parece ser que en estos días hay que apelar a la nostalgia, tras más de un siglo de bombardeo publicitario, Coca-Cola de nuevo insiste trayéndonos el lema “Todos podemos ser Papá Noel”. ¿Y cómo podemos ser Papá Noel? Pues muy sencillo: si nos fijamos en los carteles que por estas fechas se muestran en las ciudades de nuestro país, la respuesta es clara: bebiendo una coca-cola. Así de sencillo. Aunque, también son posibles otras formas: basta con colocarse la vestimenta o, simplemente, ponerse el consabido gorro rojo con el ribete blanco.
Quizás tenga razón la única empresa de bebidas carbonatadas, que siempre ha ocultado su fórmula, en el sentido de que fácilmente todos podemos transformarnos en Papá Noel, como muy pronto pude comprobarlo en una calle céntrica de Córdoba.
Caminaba sin ninguna prisa, cuando, a la primera de cambio, en uno de los escaparates encuentro desplegada en un gran cartel la figura de un personaje que lleva la consabida vestimenta, a la que acompaña barba y pelo blanco postizos. Pero no es ese abuelo, tal como se nos muestra por todos los lados, tan propicio para promocionar turrones y golosinas; sino un joven veinteañero, que responde a la cuidada estética de quienes protagonizan la mayoría de los mensajes publicitarios.
Esto, a fin de cuentas, no deja de ser un pequeño anticipo de los múltiples ‘papás noeles’ que en todas sus versiones iremos viendo en los próximos días. Bueno, no me extiendo más. No voy ahora a dar la lata explicando que hace décadas que no pruebo ninguna Coca-cola, ni Pepsi o bebidas similares. Ni aludir a los machacones e insulsos villancicos que debemos soportar cuando entramos en cualquier superficie o centro comercial o a la avalancha publicitaria de gentes felices que nos llegará por todos los medios.
Ah, y por supuesto, tampoco voy a referirme a los desastres que hemos vivido en este año que se cierra y que tanto nos han agobiado. Así que pienso que lo mejor que podemos hacer es disfrutar de estas fechas, cada cual a su manera, y agarrarnos a los signos de esperanza que siempre es posible encontrar en medio del caos en el que nos encontramos.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍAS: DEPOSITPHOTOS.COM / AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍAS: DEPOSITPHOTOS.COM / AURELIANO SÁINZ