Ya sabemos que en España no somos muy dados a la lectura de libros. Esto, lamentablemente, forma parte de nuestra idiosincrasia; más aún cuando el mundo de internet se ha afianzado, lo que conlleva a que el ‘reinado’ de la imagen se haya extendido de tal forma que ahora ver a alguien leyendo un libro se convierta en un hecho insólito. De todos modos, quisiera apuntar, para no caer en el pesimismo, que algunas librerías mantienen una clientela estable e incluso aumenta, al tiempo que las visitas a las bibliotecas son bastante frecuentes.
Relacionado con el mundo de los libros, quisiera comentar una anécdota que me ocurrió en el último viaje que realicé a Barcelona. De manera habitual me hospedo en el barrio de Sant Antoni, muy cerca de la Plaza de España, lugar en el que se encuentra Las Arenas, antigua plaza de toros reconvertida en un enorme centro comercial, en el que está ubicada FNAC, una conocida cadena francesa en la que, aparte de electrónica y música, también tiene una amplia sección de librería.
Pues bien, como soy un lector empedernido desde mis tiempos jóvenes, en algunas ocasiones me suelo acercar para mirar en los anaqueles e ir echándoles un vistazo a aquellos libros que son de las temáticas que más me gustan. Como sucede en muchas superficies comerciales, también en este enorme local no hay sitios en los que sentarse, dado que es una estrategia que tiene por finalidad que el cliente no tarde mucho en comprar los productos que se exhiben. Aunque, para ser exactos, tendría que indicar que había un pequeño sillón tapizado de negro en uno de los rincones al lado de una columna cilíndrica blanca y, algo detrás de ella, un pequeño asiento.
En una de las visitas en la que tenía intención de ojear con cierto detenimiento un libro, miré hacia la butaca, pero comprobé que estaba ocupada. Sentado en ella se encontraba un hombre delgado, de escaso pelo, con apariencia de jubilado, y al que yo veía ensimismado en la lectura de un libro grueso. Tuve que conformarme con el pequeño asiento, a la espera que terminara su lectura. Sin embargo, me marché de forma que el apasionado lector continuaba sin levantar la vista de las hojas que tenía delante.
Volví a encontrármelo de modo similar a la primera vez en posteriores visitas. Llegué a pensar que sería un jubilado con pocos recursos, por lo que su amor por la lectura lo resolvía acudiendo por las mañanas a la sección de libros para acabar la obra que tenía entre manos sin que le supusiera un gasto. Algo que a mí me parecía fenomenal, pues la cultura debe estar al alcance de cualquiera, independientemente de su nivel económico.
En mi última visita, antes de regresar a Córdoba, quería resolver el dilema que me intrigaba. Así pues, decidí preguntarle qué libro era el que estaba leyendo con tanta pasión. Me acerqué y le abordé del siguiente modo:
—Buenos días. Llevo algún tiempo observándole a usted sentado en el sillón y que está inmerso en la lectura de un libro… Si no es problema, ¿podría decirme de qué autor se trata?
Tras la inevitable sorpresa, puesto que lo último que podría esperar es que un desconocido se le aproximara y le realizara esa pregunta un tanto personal. Después de unos segundos de indecisión me responde:
—Estoy leyendo El dominio mundial, uno de los últimos libros de Pedro Baños. ¿Lo conoce? –me dice, cerrando el ejemplar para mostrarme la portada del libro.
—Un poco –Le contesté, recordando que cuando se publicó lo estuve ojeando, pero al final no me decidí comprarlo, ya que sabía que se encontraba en una de las bibliotecas de mi Universidad.
Tras un breve intercambio de opiniones sobre este coronel de Infantería, en situación de reserva, que se ha especializado en geoestrategias y conflictos internacionales, le doy las gracias, sin que yo le indicara que este breve encuentro podría servirme para realizar un pequeño artículo que sería publicado en Andalucía Digital.
Y es que soy de los que creen que la vida también está configurada por pequeñas anécdotas como esta, protagonizada por un jubilado que acude de modo habitual a la sección de librería de un gran centro comercial para acceder a libros recién editados sin que tenga que pagar por ello… Lo que ahora espero es que no le llamen la atención y lo pueda encontrar otra vez allí leyendo cualquier otro libro de los numerosos que salen al mercado y que se exhiben en esta gran superficie.
Relacionado con el mundo de los libros, quisiera comentar una anécdota que me ocurrió en el último viaje que realicé a Barcelona. De manera habitual me hospedo en el barrio de Sant Antoni, muy cerca de la Plaza de España, lugar en el que se encuentra Las Arenas, antigua plaza de toros reconvertida en un enorme centro comercial, en el que está ubicada FNAC, una conocida cadena francesa en la que, aparte de electrónica y música, también tiene una amplia sección de librería.
Pues bien, como soy un lector empedernido desde mis tiempos jóvenes, en algunas ocasiones me suelo acercar para mirar en los anaqueles e ir echándoles un vistazo a aquellos libros que son de las temáticas que más me gustan. Como sucede en muchas superficies comerciales, también en este enorme local no hay sitios en los que sentarse, dado que es una estrategia que tiene por finalidad que el cliente no tarde mucho en comprar los productos que se exhiben. Aunque, para ser exactos, tendría que indicar que había un pequeño sillón tapizado de negro en uno de los rincones al lado de una columna cilíndrica blanca y, algo detrás de ella, un pequeño asiento.
En una de las visitas en la que tenía intención de ojear con cierto detenimiento un libro, miré hacia la butaca, pero comprobé que estaba ocupada. Sentado en ella se encontraba un hombre delgado, de escaso pelo, con apariencia de jubilado, y al que yo veía ensimismado en la lectura de un libro grueso. Tuve que conformarme con el pequeño asiento, a la espera que terminara su lectura. Sin embargo, me marché de forma que el apasionado lector continuaba sin levantar la vista de las hojas que tenía delante.
Volví a encontrármelo de modo similar a la primera vez en posteriores visitas. Llegué a pensar que sería un jubilado con pocos recursos, por lo que su amor por la lectura lo resolvía acudiendo por las mañanas a la sección de libros para acabar la obra que tenía entre manos sin que le supusiera un gasto. Algo que a mí me parecía fenomenal, pues la cultura debe estar al alcance de cualquiera, independientemente de su nivel económico.
En mi última visita, antes de regresar a Córdoba, quería resolver el dilema que me intrigaba. Así pues, decidí preguntarle qué libro era el que estaba leyendo con tanta pasión. Me acerqué y le abordé del siguiente modo:
—Buenos días. Llevo algún tiempo observándole a usted sentado en el sillón y que está inmerso en la lectura de un libro… Si no es problema, ¿podría decirme de qué autor se trata?
Tras la inevitable sorpresa, puesto que lo último que podría esperar es que un desconocido se le aproximara y le realizara esa pregunta un tanto personal. Después de unos segundos de indecisión me responde:
—Estoy leyendo El dominio mundial, uno de los últimos libros de Pedro Baños. ¿Lo conoce? –me dice, cerrando el ejemplar para mostrarme la portada del libro.
—Un poco –Le contesté, recordando que cuando se publicó lo estuve ojeando, pero al final no me decidí comprarlo, ya que sabía que se encontraba en una de las bibliotecas de mi Universidad.
Tras un breve intercambio de opiniones sobre este coronel de Infantería, en situación de reserva, que se ha especializado en geoestrategias y conflictos internacionales, le doy las gracias, sin que yo le indicara que este breve encuentro podría servirme para realizar un pequeño artículo que sería publicado en Andalucía Digital.
Y es que soy de los que creen que la vida también está configurada por pequeñas anécdotas como esta, protagonizada por un jubilado que acude de modo habitual a la sección de librería de un gran centro comercial para acceder a libros recién editados sin que tenga que pagar por ello… Lo que ahora espero es que no le llamen la atención y lo pueda encontrar otra vez allí leyendo cualquier otro libro de los numerosos que salen al mercado y que se exhiben en esta gran superficie.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ