Podía. No iba a intimidarlo ni el micrófono, ni los desconocidos que tenía enfrente. Ignoraba cómo iba a lograr que olvidasen por un momento sus problemas a base de reír, pero le pagaban para ello. No sabía que era gracioso y que no lo era. Era parte de la magia de su oficio.
El foco le molestaba. El tapón de la botella de agua no se abría. En cualquier momento sería lanzado a los leones. Sabían lo que querían, lo tenían muy claro. Por desgracia para ellos, el cómico tenía la mente en otra parte. Sus pies van para el escenario. Su cabeza le pide que respire profundamente. Firmaría poder salir corriendo. Huiría de todo y de todos. Quizás llamaría aquel amigo vagabundo para unirse a su viaje sin destino. Escribiría su mejor espectáculo cuando recuerde lo mejor de sí mismo, acostado en camas que no serán ni por asomo tan cómodas como la suya.
Vaya situación más incómoda. No sabía qué hacía allí metido. Llevaba algunos años haciendo este trabajo. No eran nuevos para él los aplausos, las carcajadas, los incómodos silencios cuando el público se aburría con la actuación. Los veteranos que daban grandes consejos a los novatos sobre cómo sobrevivir en el mundillo; los compañeros que, con su ego, llenaban cualquier bar; los que, al contario, a pesar de su talento, tenían una modestia que llegaba a incomodar. Los que solo actuaban una vez debido a que la audiencia no era del todo benévola con ellos...
Sirve de terapia, desde luego. Mientras el objetivo del chiste no sea ofender, aunque alguien siempre se ofende -es inevitable-, puedes desahogarte con lo que sea. Luego viene la corrección. Detalles de la actuación, una mera excusa para tomarte una copa con los del gremio.
Hay que dejarlo cuando no se siente esa opresión en el estómago. Es la primera de muchas señales de que no estás disfrutando de ello. Cuando te hace más ilusión el dinero que vas a recibir que la gente que va a verte. Cuando no te vale ya cualquier escenario.
La gente cree que siempre está en una continua actuación. Siempre le piden que haga algo que les saque de su aburrimiento, que elimine su curiosidad. Parece que el mismo momento que se enteran de su oficio, pierde el derecho a ser el mismo.
Billy Wilder dijo una vez que era mejor hacer comedia cuando se estaba triste y drama cuando se estaba alegre. Por esa regla de tres, le saldría la actuación perfecta. Creía que era una de las grandes paradojas de hoy en día. La tristeza interior del payaso.
El foco le molestaba. El tapón de la botella de agua no se abría. En cualquier momento sería lanzado a los leones. Sabían lo que querían, lo tenían muy claro. Por desgracia para ellos, el cómico tenía la mente en otra parte. Sus pies van para el escenario. Su cabeza le pide que respire profundamente. Firmaría poder salir corriendo. Huiría de todo y de todos. Quizás llamaría aquel amigo vagabundo para unirse a su viaje sin destino. Escribiría su mejor espectáculo cuando recuerde lo mejor de sí mismo, acostado en camas que no serán ni por asomo tan cómodas como la suya.
Vaya situación más incómoda. No sabía qué hacía allí metido. Llevaba algunos años haciendo este trabajo. No eran nuevos para él los aplausos, las carcajadas, los incómodos silencios cuando el público se aburría con la actuación. Los veteranos que daban grandes consejos a los novatos sobre cómo sobrevivir en el mundillo; los compañeros que, con su ego, llenaban cualquier bar; los que, al contario, a pesar de su talento, tenían una modestia que llegaba a incomodar. Los que solo actuaban una vez debido a que la audiencia no era del todo benévola con ellos...
Sirve de terapia, desde luego. Mientras el objetivo del chiste no sea ofender, aunque alguien siempre se ofende -es inevitable-, puedes desahogarte con lo que sea. Luego viene la corrección. Detalles de la actuación, una mera excusa para tomarte una copa con los del gremio.
Hay que dejarlo cuando no se siente esa opresión en el estómago. Es la primera de muchas señales de que no estás disfrutando de ello. Cuando te hace más ilusión el dinero que vas a recibir que la gente que va a verte. Cuando no te vale ya cualquier escenario.
La gente cree que siempre está en una continua actuación. Siempre le piden que haga algo que les saque de su aburrimiento, que elimine su curiosidad. Parece que el mismo momento que se enteran de su oficio, pierde el derecho a ser el mismo.
Billy Wilder dijo una vez que era mejor hacer comedia cuando se estaba triste y drama cuando se estaba alegre. Por esa regla de tres, le saldría la actuación perfecta. Creía que era una de las grandes paradojas de hoy en día. La tristeza interior del payaso.
CARLOS SERRANO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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