Todo imperio ha cometido actos violentos y actos civilizatorios en sus colonias. Unos y otros, que no tienen que ser opuestos entre sí, acaban siendo actos deplorados o resaltados en las revisiones históricas que el transcurrir del tiempo posibilita, en función de las perspectivas con que se acomete la tarea, ya sea desde el punto de vista de la potencia o de la colonia.
Pero todas esas visiones no dejan de ser sesgadas al basarse en una valoración parcial, poco objetiva y escasamente académica de los acontecimientos del pasado. Es lo que ocurre con la controversia surgida entre México y España a raíz de la exigencia epistolar del exmandatario Andrés Manuel López Obrador quien, en 2019, envió una carta al rey de España reclamándole que pidiera perdón por los excesos cometidos, hace cinco siglos, contra los pueblos originarios de un México que entonces no existía, durante el descubrimiento y la colonización de América, al objeto de proceder a una reconciliación histórica (¿?) entre ambas naciones.
Cinco años después, España sigue sin responder a la misiva. Y el conflicto se ha enconado hasta el punto de que las relaciones diplomáticas se mantienen “en suspenso”, a pesar de que las comerciales y culturales continúen en vigor. Por ello, la nueva presidenta que sucede a López Obrador tras las elecciones no ha invitado al rey de España a la ceremonia de su toma de posesión, razón por la que ningún miembro del Gobierno español ha asistido oficialmente al evento. Hasta aquí la lectura política de la crisis. La otra, la histórica, es mucho más compleja.
Porque, aunque es cierto que la historia la escriben los vencedores, lo primero que llama la atención de este artificial embrollo es su pretensión de reescribir la historia, juzgando actos de hace más de 500 años desde consideraciones contemporáneas.
Asimismo, es también llamativa la vía poco diplomática o nada académica escogida para emprender una necesaria reflexión histórica sobre un pasado que comparten otros países iberoamericanos del continente, además de México. Y es, precisamente, esa vía extemporánea, con exigencias e imposiciones, lo que puede que haya motivado la falta de respuesta y el silencio del rey de España, destinatario personalizado, junto al papa Francisco, de la carta del expresidente mexicano.
Y es que las formas o modos condicionan las relaciones y los resultados de cualquier iniciativa, incluso la de volcar nueva luz para interpretar hechos históricos. No es de extrañar, por tanto, que en nuestro país el rechazo a pedir perdón haya sido generalizado, salvo en sectores de la izquierda nacionalista o independentista.
Además, la petición exuda, por el contexto en que se hace, quien la hace y cuando la hace, un deliberado tufo nacionalista que, interpelando a las emociones antes que a razones o hechos objetivos, es propio del populismo que venía practicando el Gobierno de López Obrador.
En ese sentido, la iniciativa parece responder, con una mezcla de ideología y viejos relatos parciales de la Historia, más a la necesidad de entusiasmar a su propio electorado que a la búsqueda de un conocimiento histórico objetivo. Se trata, en fin, de una tendencia que promueven formaciones populistas y extremistas en otras partes del mundo, y que se basa en un pasado imaginario de pureza virginal supuestamente mancillado por esa diversidad racial, religiosa y cultural que las invasiones o las migraciones han propiciado en muchas naciones a lo largo del tiempo.
Es como si, como señala el historiador Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, nos pusiéramos a exigir que “los cromañones pidan perdón a los neandertales; a los musulmanes por haber invadido la Península; a los godos por invadir la Hispania romana; etcétera”. Un auténtico disparate.
En cualquier caso, Europa –y no solo España– debería revisar, con menos chauvinismo y más objetividad, el relato de su historia expansionista y las relaciones con sus excolonias, reconociendo las atrocidades y abusos cometidos, pero teniendo la precaución de evitar, en tal empeño, el uso presentista de unos hechos que, aunque su simbolismo como proceso civilizatorio haya quedado desfasado, continúan influyendo en la construcción de identidad y forma de ser que caracteriza a las comunidades iberoamericanas, y que en el presente sirven de base para las exigencias de derechos y libertades, como los que ampara cualquier democracia contemporánea.
Porque echar culpas al pasado no es más que una estrategia oportunista para desviar la responsabilidad por problemas del presente. Así, exigir disculpas por hechos acaecidos en época anterior a los Estados nacionales es lo más parecido a soslayar el hecho de que muchas de las actuales repúblicas latinoamericanas han cometido graves procesos de genocidio sobre pueblos originarios, como revela el historiador de la Universidad de Santiago de Chile, Fernando Paincan, especialista en asuntos indígenas.
De ahí que, más que exigir un perdón que sólo quedaría en vacua retórica, sea preferible abordar serena y metódicamente una reflexión acerca de la forma en que se explica y enseña el momento histórico del "descubrimiento” de América, de manera que incluya a todos los participantes de ese encuentro entre dos mundos, tanto a los pobladores indígenas y los africanos llevados a esas tierras como a los conquistadores españoles, que es lo que propone Miguel León-Portilla en su libro Visión de los vencidos (1959).
Entre otras razones, porque cuando se afirma que Colón descubrió América, no nos referimos a un hecho, sino que hacemos una interpretación de un hecho en función de la perspectiva eurocentrista, tradicional e idealizada con la que se cuenta la historia unilateralmente, desde una única voz.
Con nuevos paradigmas historiográficos que amplíen las visiones rígidas de la historia, se podrían estrechar las relaciones de España con sus excolonias, no solo por esa reconciliación torticera que exige el exmandatario mexicano, sino para analizar nuevas formas de entender el devenir mutuo desde la honestidad y la comprensión recíprocas.
Para ello, habría que dejar de lado el eurocentrismo imperialista, pero también la hispanofobia que forma parte de la cultura popular mexicana y que tiende a olvidar que México fue el primer país latinoamericano al que España reconoció como república independiente. ¿Acaso habría que pedir perdón también por eso?
Pero todas esas visiones no dejan de ser sesgadas al basarse en una valoración parcial, poco objetiva y escasamente académica de los acontecimientos del pasado. Es lo que ocurre con la controversia surgida entre México y España a raíz de la exigencia epistolar del exmandatario Andrés Manuel López Obrador quien, en 2019, envió una carta al rey de España reclamándole que pidiera perdón por los excesos cometidos, hace cinco siglos, contra los pueblos originarios de un México que entonces no existía, durante el descubrimiento y la colonización de América, al objeto de proceder a una reconciliación histórica (¿?) entre ambas naciones.
Cinco años después, España sigue sin responder a la misiva. Y el conflicto se ha enconado hasta el punto de que las relaciones diplomáticas se mantienen “en suspenso”, a pesar de que las comerciales y culturales continúen en vigor. Por ello, la nueva presidenta que sucede a López Obrador tras las elecciones no ha invitado al rey de España a la ceremonia de su toma de posesión, razón por la que ningún miembro del Gobierno español ha asistido oficialmente al evento. Hasta aquí la lectura política de la crisis. La otra, la histórica, es mucho más compleja.
Porque, aunque es cierto que la historia la escriben los vencedores, lo primero que llama la atención de este artificial embrollo es su pretensión de reescribir la historia, juzgando actos de hace más de 500 años desde consideraciones contemporáneas.
Asimismo, es también llamativa la vía poco diplomática o nada académica escogida para emprender una necesaria reflexión histórica sobre un pasado que comparten otros países iberoamericanos del continente, además de México. Y es, precisamente, esa vía extemporánea, con exigencias e imposiciones, lo que puede que haya motivado la falta de respuesta y el silencio del rey de España, destinatario personalizado, junto al papa Francisco, de la carta del expresidente mexicano.
Y es que las formas o modos condicionan las relaciones y los resultados de cualquier iniciativa, incluso la de volcar nueva luz para interpretar hechos históricos. No es de extrañar, por tanto, que en nuestro país el rechazo a pedir perdón haya sido generalizado, salvo en sectores de la izquierda nacionalista o independentista.
Además, la petición exuda, por el contexto en que se hace, quien la hace y cuando la hace, un deliberado tufo nacionalista que, interpelando a las emociones antes que a razones o hechos objetivos, es propio del populismo que venía practicando el Gobierno de López Obrador.
En ese sentido, la iniciativa parece responder, con una mezcla de ideología y viejos relatos parciales de la Historia, más a la necesidad de entusiasmar a su propio electorado que a la búsqueda de un conocimiento histórico objetivo. Se trata, en fin, de una tendencia que promueven formaciones populistas y extremistas en otras partes del mundo, y que se basa en un pasado imaginario de pureza virginal supuestamente mancillado por esa diversidad racial, religiosa y cultural que las invasiones o las migraciones han propiciado en muchas naciones a lo largo del tiempo.
Es como si, como señala el historiador Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, nos pusiéramos a exigir que “los cromañones pidan perdón a los neandertales; a los musulmanes por haber invadido la Península; a los godos por invadir la Hispania romana; etcétera”. Un auténtico disparate.
En cualquier caso, Europa –y no solo España– debería revisar, con menos chauvinismo y más objetividad, el relato de su historia expansionista y las relaciones con sus excolonias, reconociendo las atrocidades y abusos cometidos, pero teniendo la precaución de evitar, en tal empeño, el uso presentista de unos hechos que, aunque su simbolismo como proceso civilizatorio haya quedado desfasado, continúan influyendo en la construcción de identidad y forma de ser que caracteriza a las comunidades iberoamericanas, y que en el presente sirven de base para las exigencias de derechos y libertades, como los que ampara cualquier democracia contemporánea.
Porque echar culpas al pasado no es más que una estrategia oportunista para desviar la responsabilidad por problemas del presente. Así, exigir disculpas por hechos acaecidos en época anterior a los Estados nacionales es lo más parecido a soslayar el hecho de que muchas de las actuales repúblicas latinoamericanas han cometido graves procesos de genocidio sobre pueblos originarios, como revela el historiador de la Universidad de Santiago de Chile, Fernando Paincan, especialista en asuntos indígenas.
De ahí que, más que exigir un perdón que sólo quedaría en vacua retórica, sea preferible abordar serena y metódicamente una reflexión acerca de la forma en que se explica y enseña el momento histórico del "descubrimiento” de América, de manera que incluya a todos los participantes de ese encuentro entre dos mundos, tanto a los pobladores indígenas y los africanos llevados a esas tierras como a los conquistadores españoles, que es lo que propone Miguel León-Portilla en su libro Visión de los vencidos (1959).
Entre otras razones, porque cuando se afirma que Colón descubrió América, no nos referimos a un hecho, sino que hacemos una interpretación de un hecho en función de la perspectiva eurocentrista, tradicional e idealizada con la que se cuenta la historia unilateralmente, desde una única voz.
Con nuevos paradigmas historiográficos que amplíen las visiones rígidas de la historia, se podrían estrechar las relaciones de España con sus excolonias, no solo por esa reconciliación torticera que exige el exmandatario mexicano, sino para analizar nuevas formas de entender el devenir mutuo desde la honestidad y la comprensión recíprocas.
Para ello, habría que dejar de lado el eurocentrismo imperialista, pero también la hispanofobia que forma parte de la cultura popular mexicana y que tiende a olvidar que México fue el primer país latinoamericano al que España reconoció como república independiente. ¿Acaso habría que pedir perdón también por eso?
DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO