Mario Oretti creyó que había leído mal el periódico. Mejor dicho, deseaba haber leído mal el periódico. Aquellas caras y fotografías, aquellos gestos, recordaban demasiado a las viejas ideas que parecieron –y merecieron morir– en los campos de batalla de la vieja Europa.
Había perdido y sacrificado demasiado entre aquella niebla de sangre y barro. Entre los gritos de aquellos hombres, gastando sus últimas dosis de oxígeno para intentar que un médico pusiera fin a su agonía. Seguían provocándole pesadillas cada noche. Y ahí estaban, en la portada de su periódico. Gesto victorioso y cara de triunfo.
Mario reflexionaba en la triste pandemia de amnesia que asola las ciudades en que aquellos símbolos de represión ondearon con fuerza no hace mucho. Y los ciudadanos no bajan la cabeza ante ellos. Es más, homenajean los discursos de odio. Se les reivindica, se les vota. Repiten sus cánticos y gestos romanos.
La Policía mira inmóvil, reservando sus porras para los estudiantes. Igual que cuando él era joven. Oretti creía que no había remedio. Quizás, una terapia de choque. Oretti se miraba en el espejo de la cafetería situado detrás de la barra.
A su memoria regresaban aquellas imágenes de los soldados lamiendo cinturones de cuero, hirviendo previamente la prenda para que el cuero haga el papel de carne, para no fallecer de hambre. Costaba darle una mordida al pan caliente y dar un buen sorbo al café tras revivir aquello. Y no podía más. Pareciera como si el eje cronológico de las nuevas generaciones estuviera condenado a repetir los errores de sus abuelos.
De inicio, unos políticos irresponsables han hecho perder a la población el miedo a las palabras "fascismo" y "dictadura". Se usan con una facilidad pasmosa. Cuando lleguen las verdaderas dictaduras y los verdaderos fascismos no tendremos palabras para denunciarlos. Pareciera que formara parte de una estrategia macabra.
Tras pagar su café, Oretti anduvo sin prisa ninguna por su barrio. Otro cine había sido cerrado para dejar sitio a los turistas en un innecesario hotel de cinco estrellas. Los ayuntamientos de toda España se ahorrarían mucho dinero si, directamente, les dieran las llaves de la ciudad.
Puesto que las grandes urbes enfocan sus estrategias de construcción en el turismo de calidad, ¿qué pintan los ciudadanos? Calidad es igual a dinero. Es decir, Oretti no recuerda ningún proyecto para que los jóvenes mochileros se sientan más cómodos en hostales de calidad.
Todo es hotel de lujo, restaurante de lujo, cobrar por ver los monumentos que son Patrimonio de la Humanidad. Si una ciudad deja que se capitalice el Patrimonio, merece convertirse en una ciudad sierva. Oretti no recuerda cuándo fue la última vez que se anunció la demolición de un hotel de cinco estrellas para construir una biblioteca.
Oretti lo tenía claro: nos la metieron doblada con el inglés. En un principio era para facilitar encontrar hueco en un feroz e inhumano mercado laboral. Pero la realidad es que como no sepas nada del mundo anglosajón no podrán dejarte propina. Pero esta idea no vende tan bien de cara ante la opinión pública.
Quedan muy bien los campos de golf y las grandes terrazas con vistas a la ciudad. Ya dejaremos para otro día el que algunos institutos públicos no tengan un salón de actos, una biblioteca decente o que se caigan a pedazos las aulas, literalmente. Si cierran los ambulatorios, no hay que llevarse las manos a la cabeza. A algún alemán le han cobrado catorce euros por una cerveza y dos tortitas de camarones. Con eso, aseguramos las pensiones.
Oretti tuvo que sentarse en un banco. Tomar un descanso. El pulso se le estaba acelerando. Mala señal. Mientras él tomaba oxígeno, algún imbécil seguiría escribiendo que sus nietos preferían no comprarse un piso, o no tener hijos. Que estaban muy bien de alquiler. Que la economía va de cine.
Que España haya perdido a una de sus generaciones más brillantes en décadas es culpa de aquellos jóvenes que no han sabido levantar empresas privadas. Esos periodistas que copian y pegan lo que dictan las agencias, sin levantar el culo de la silla, le daban ganas de vomitar a Oretti.
Era hermoso sentir orgullo de ser español. Eso Oretti no lo discutía. Pero hacen falta crear argumentos. España no lee, su juventud pasa de buscar entre las páginas de los libros mientras su pantalla les ofrezca las respuestas. España ha dejado que le secuestren la bandera sin protestar, sin presentar lucha.
Oretti lloraba al ver en manifestaciones saludos nazis levantando la bandera española. ¿Por qué no se levanta orgullosa en manifestaciones por la educación o la sanidad? ¿Por una digna calidad de vida? Es una derrota que tardará generaciones en ser transformada en victoria. Tras estas reflexiones, Oretti se levantó y siguió su paseo diario. Mientras, los tiempos cambiaban a un violento ritmo. Uno mucho mayor que el de su comprensión.
Había perdido y sacrificado demasiado entre aquella niebla de sangre y barro. Entre los gritos de aquellos hombres, gastando sus últimas dosis de oxígeno para intentar que un médico pusiera fin a su agonía. Seguían provocándole pesadillas cada noche. Y ahí estaban, en la portada de su periódico. Gesto victorioso y cara de triunfo.
Mario reflexionaba en la triste pandemia de amnesia que asola las ciudades en que aquellos símbolos de represión ondearon con fuerza no hace mucho. Y los ciudadanos no bajan la cabeza ante ellos. Es más, homenajean los discursos de odio. Se les reivindica, se les vota. Repiten sus cánticos y gestos romanos.
La Policía mira inmóvil, reservando sus porras para los estudiantes. Igual que cuando él era joven. Oretti creía que no había remedio. Quizás, una terapia de choque. Oretti se miraba en el espejo de la cafetería situado detrás de la barra.
A su memoria regresaban aquellas imágenes de los soldados lamiendo cinturones de cuero, hirviendo previamente la prenda para que el cuero haga el papel de carne, para no fallecer de hambre. Costaba darle una mordida al pan caliente y dar un buen sorbo al café tras revivir aquello. Y no podía más. Pareciera como si el eje cronológico de las nuevas generaciones estuviera condenado a repetir los errores de sus abuelos.
De inicio, unos políticos irresponsables han hecho perder a la población el miedo a las palabras "fascismo" y "dictadura". Se usan con una facilidad pasmosa. Cuando lleguen las verdaderas dictaduras y los verdaderos fascismos no tendremos palabras para denunciarlos. Pareciera que formara parte de una estrategia macabra.
Tras pagar su café, Oretti anduvo sin prisa ninguna por su barrio. Otro cine había sido cerrado para dejar sitio a los turistas en un innecesario hotel de cinco estrellas. Los ayuntamientos de toda España se ahorrarían mucho dinero si, directamente, les dieran las llaves de la ciudad.
Puesto que las grandes urbes enfocan sus estrategias de construcción en el turismo de calidad, ¿qué pintan los ciudadanos? Calidad es igual a dinero. Es decir, Oretti no recuerda ningún proyecto para que los jóvenes mochileros se sientan más cómodos en hostales de calidad.
Todo es hotel de lujo, restaurante de lujo, cobrar por ver los monumentos que son Patrimonio de la Humanidad. Si una ciudad deja que se capitalice el Patrimonio, merece convertirse en una ciudad sierva. Oretti no recuerda cuándo fue la última vez que se anunció la demolición de un hotel de cinco estrellas para construir una biblioteca.
Oretti lo tenía claro: nos la metieron doblada con el inglés. En un principio era para facilitar encontrar hueco en un feroz e inhumano mercado laboral. Pero la realidad es que como no sepas nada del mundo anglosajón no podrán dejarte propina. Pero esta idea no vende tan bien de cara ante la opinión pública.
Quedan muy bien los campos de golf y las grandes terrazas con vistas a la ciudad. Ya dejaremos para otro día el que algunos institutos públicos no tengan un salón de actos, una biblioteca decente o que se caigan a pedazos las aulas, literalmente. Si cierran los ambulatorios, no hay que llevarse las manos a la cabeza. A algún alemán le han cobrado catorce euros por una cerveza y dos tortitas de camarones. Con eso, aseguramos las pensiones.
Oretti tuvo que sentarse en un banco. Tomar un descanso. El pulso se le estaba acelerando. Mala señal. Mientras él tomaba oxígeno, algún imbécil seguiría escribiendo que sus nietos preferían no comprarse un piso, o no tener hijos. Que estaban muy bien de alquiler. Que la economía va de cine.
Que España haya perdido a una de sus generaciones más brillantes en décadas es culpa de aquellos jóvenes que no han sabido levantar empresas privadas. Esos periodistas que copian y pegan lo que dictan las agencias, sin levantar el culo de la silla, le daban ganas de vomitar a Oretti.
Era hermoso sentir orgullo de ser español. Eso Oretti no lo discutía. Pero hacen falta crear argumentos. España no lee, su juventud pasa de buscar entre las páginas de los libros mientras su pantalla les ofrezca las respuestas. España ha dejado que le secuestren la bandera sin protestar, sin presentar lucha.
Oretti lloraba al ver en manifestaciones saludos nazis levantando la bandera española. ¿Por qué no se levanta orgullosa en manifestaciones por la educación o la sanidad? ¿Por una digna calidad de vida? Es una derrota que tardará generaciones en ser transformada en victoria. Tras estas reflexiones, Oretti se levantó y siguió su paseo diario. Mientras, los tiempos cambiaban a un violento ritmo. Uno mucho mayor que el de su comprensión.
CARLOS SERRANO MARTÍN
FOTOGRAFÍA: ISABEL AGUILAR
FOTOGRAFÍA: ISABEL AGUILAR