Ocurrió ayer mismo en una playa de Isla Cristina. No llevaba ni diez minutos absorta, mirando al infinito sobre el inmenso arenal que se sitúa frente al Golfo de Cádiz cuando una señora, bien parecida, plantó su sombrilla y su silla justo a mi lado y, casi de inmediato, se decidió a entablar una conversación como si me conociera de toda la vida.
Me contó con una familiaridad y una sinceridad asombrosas que acababa de salir de un divorcio traumático y, tras muchas sesiones de psicóloga, volvía a tener valor para expresar sus sentimientos. Y quiso probar con una desconocida para ver si era capaz de romper ese silencio de tantos meses y, de algún modo, avanzar en el complejo camino de la sanación interior.
Su matrimonio de 42 años saltó por los aires en 2022 y coincidió, justamente, con la muerte repentina de un gran amigo suyo, prácticamente un hermano, que estaba al tanto de las discusiones constantes de la pareja y que, erróneamente, atribuía a un sentimiento de inferioridad del marido que, a diferencia de su esposa, carecía de estudios universitarios superiores. Pero no iban por ahí los tiros. El hombre se lio la manta a la cabeza y acordó romper con 42 años de matrimonio porque, sencillamente, se había dado cuenta de que le gustaban los hombres. Así. Sin más.
Los silencios, las humillaciones, los “me voy a ir” y, durante mucho tiempo, el maltrato psicológico, la manipulación, la falta de caricias y la ausencia de palabras cariñosas –“ni qué rica está la comida que me has hecho”– desembocaron en un abandono repentino, a pesar de que toda la vida de su esposa había girado en intentar contentarlo. “Pero no podía: solo me daba cuenta de que se me iba, que yo era la persona más desgraciada del mundo y no podía hacer nada por retenerlo”, me contaba desconsolada.
Mi nueva mejor amiga soportó todos estos desprecios y algunas humillaciones durante años. “Porque este maltrato no va de solo un día: es algo que crece poco a poco, una manipulación continua que, de manera paulatina, te va haciendo culpable de todo lo que pasa alrededor”, me decía.
“Criticaba todo lo que hacía, pero muy poco a poco”, confesaba mi amiga. “Tú no te das cuenta pero, cada día, tú sientes que se adueña de tu alma”, añadía. Sin embargo, en aquellos momentos de zozobra siempre trataba de exculpar a su pareja pensando que estaría estresado o cansado. “Todo eran excusas cuando, en realidad, lo que había conseguido era adueñarse de mi psiquis, de mi alma”, reconocía dolida.
Al final, llegó a la conclusión de que había estado casada con un maltratador psicológico. Sus rechazos, sus silencios, sus faltas de empatía y sus abandonos cuando más necesitaba cariño y comprensión le destrozaron el alma y la vida. Desgraciadamente, la Justicia no contempla esta realidad pero, para muchísimas mujeres, existe y está muy presente en nuestras casas. Mujeres que, estando acompañadas, se sienten en una soledad infinita.
“A mí me dejo sola, sin nadie a quien contárselo, porque mi mejor amigo acababa de fallecer repentinamente, justo cuando más lo necesitaba”, me contaba emocionada. “Ojalá hubiese estado conmigo en esos momentos y me hubiera aportado su visión de las cosas: quizás hubiera entendido todo mucho antes”, confesaba.
La situación resultó tan traumática para mi compañera de playa que se bloqueó, hasta el punto de tener que acudir a una psicóloga para poder curar su alma de ese maltrato psicológico continuado al que fue sometida durante años. “Hoy, por fin, he conseguido verbalizar mi historia a una persona extraña, desconocida para mí, y sé que me apoyarás”, me espetó con una sonrisa melancólica en el rostro. Sin embargo, reconocía que no se veía todavía capaz de aconsejar a nadie que se encontrara en la misma situación a salir de ahí. “Quizás no tienen conciencia del problema, como no la tuve yo”, sentenció.
Se despidió de mí con un beso en la mejilla y la vi alejarse por el arenal de Isla Cristina. Mientras tanto, me quedé pensando en que su exmarido tendría que haber sido sincero con ella y no haber llegado al punto de destrozarle la vida a la persona con la que convivió durante más de cuatro décadas.
Por la breve conversación que mantuvimos, estoy convencida de que ella no le guarda rencor. “La vida ya lo premiará o lo castigará”, llegó a decirme en un momento, no sin antes reconocer que el hecho de compartir conmigo sus vivencias representaba un paso de gigante en su proceso de sanación, al haber desnudado su alma ante una persona a la que acababa de conocer. “Pero igual sirve para que alguien se dé cuenta de que el amor no duele porque, en el momento que eso ocurre, entonces deja de ser amor y es momento de partir”, concluyó.
Me contó con una familiaridad y una sinceridad asombrosas que acababa de salir de un divorcio traumático y, tras muchas sesiones de psicóloga, volvía a tener valor para expresar sus sentimientos. Y quiso probar con una desconocida para ver si era capaz de romper ese silencio de tantos meses y, de algún modo, avanzar en el complejo camino de la sanación interior.
Su matrimonio de 42 años saltó por los aires en 2022 y coincidió, justamente, con la muerte repentina de un gran amigo suyo, prácticamente un hermano, que estaba al tanto de las discusiones constantes de la pareja y que, erróneamente, atribuía a un sentimiento de inferioridad del marido que, a diferencia de su esposa, carecía de estudios universitarios superiores. Pero no iban por ahí los tiros. El hombre se lio la manta a la cabeza y acordó romper con 42 años de matrimonio porque, sencillamente, se había dado cuenta de que le gustaban los hombres. Así. Sin más.
Los silencios, las humillaciones, los “me voy a ir” y, durante mucho tiempo, el maltrato psicológico, la manipulación, la falta de caricias y la ausencia de palabras cariñosas –“ni qué rica está la comida que me has hecho”– desembocaron en un abandono repentino, a pesar de que toda la vida de su esposa había girado en intentar contentarlo. “Pero no podía: solo me daba cuenta de que se me iba, que yo era la persona más desgraciada del mundo y no podía hacer nada por retenerlo”, me contaba desconsolada.
Mi nueva mejor amiga soportó todos estos desprecios y algunas humillaciones durante años. “Porque este maltrato no va de solo un día: es algo que crece poco a poco, una manipulación continua que, de manera paulatina, te va haciendo culpable de todo lo que pasa alrededor”, me decía.
“Criticaba todo lo que hacía, pero muy poco a poco”, confesaba mi amiga. “Tú no te das cuenta pero, cada día, tú sientes que se adueña de tu alma”, añadía. Sin embargo, en aquellos momentos de zozobra siempre trataba de exculpar a su pareja pensando que estaría estresado o cansado. “Todo eran excusas cuando, en realidad, lo que había conseguido era adueñarse de mi psiquis, de mi alma”, reconocía dolida.
Al final, llegó a la conclusión de que había estado casada con un maltratador psicológico. Sus rechazos, sus silencios, sus faltas de empatía y sus abandonos cuando más necesitaba cariño y comprensión le destrozaron el alma y la vida. Desgraciadamente, la Justicia no contempla esta realidad pero, para muchísimas mujeres, existe y está muy presente en nuestras casas. Mujeres que, estando acompañadas, se sienten en una soledad infinita.
“A mí me dejo sola, sin nadie a quien contárselo, porque mi mejor amigo acababa de fallecer repentinamente, justo cuando más lo necesitaba”, me contaba emocionada. “Ojalá hubiese estado conmigo en esos momentos y me hubiera aportado su visión de las cosas: quizás hubiera entendido todo mucho antes”, confesaba.
La situación resultó tan traumática para mi compañera de playa que se bloqueó, hasta el punto de tener que acudir a una psicóloga para poder curar su alma de ese maltrato psicológico continuado al que fue sometida durante años. “Hoy, por fin, he conseguido verbalizar mi historia a una persona extraña, desconocida para mí, y sé que me apoyarás”, me espetó con una sonrisa melancólica en el rostro. Sin embargo, reconocía que no se veía todavía capaz de aconsejar a nadie que se encontrara en la misma situación a salir de ahí. “Quizás no tienen conciencia del problema, como no la tuve yo”, sentenció.
Se despidió de mí con un beso en la mejilla y la vi alejarse por el arenal de Isla Cristina. Mientras tanto, me quedé pensando en que su exmarido tendría que haber sido sincero con ella y no haber llegado al punto de destrozarle la vida a la persona con la que convivió durante más de cuatro décadas.
Por la breve conversación que mantuvimos, estoy convencida de que ella no le guarda rencor. “La vida ya lo premiará o lo castigará”, llegó a decirme en un momento, no sin antes reconocer que el hecho de compartir conmigo sus vivencias representaba un paso de gigante en su proceso de sanación, al haber desnudado su alma ante una persona a la que acababa de conocer. “Pero igual sirve para que alguien se dé cuenta de que el amor no duele porque, en el momento que eso ocurre, entonces deja de ser amor y es momento de partir”, concluyó.
REMEDIOS FARIÑAS
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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