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Daniel Guerrero | ¿Existe Dios?

Esta pregunta ha atormentado al ser humano desde que se cuestiona su existencia. Pero es una pregunta tramposa, porque afirmar o negar la existencia de Dios presupone creer o no creer en una divinidad, cuando ello es algo que escapa a nuestro entendimiento.


Por tal motivo, yo me declaro agnóstico. Pero intento reflexionar racionalmente al respecto. Y esa reflexión me conduce a preferir la teoría científica del Big Bang que la verdad supuestamente revelada de las religiones. Hawking decía que no encontraba a Dios en el Universo, cuya existencia, si llegara a demostrarse, vendría dada por la lógica de la Ley de la Gravedad antes que por fenómenos sobrenaturales.

Dios no aparece más que en la imaginación de los hombres huérfanos de un sentido que oriente todo lo existente. Buscamos un significado a nuestra existencia porque no toleramos el poder destructor del tiempo. Ni nos resignamos, como enseñó Demócrito, a ser simples átomos que, cuando morimos, vuelven a circular, haciéndonos desaparecer.

Por eso buscamos una explicación, un orden y un sentido a la existencia. No podemos ser un capricho de la evolución. Nos urge encontrar un dios o algo que podamos llamar Dios, capaz de crear todo lo existente. Nos repugna morir sin más, vivir por azar biológico para desaparecer para siempre en la nada, y que nuestro papel en el cosmos sea irrelevante y no tenga más repercusión que el de ser un simple accidente de la naturaleza. Nos perturba que no haya nada después de la muerte y que la única inmortalidad a la que podamos aspirar sea el recuerdo que dejemos en las generaciones que nos sucedan.

BODEGAS ROBLES - VINOS COMPROMETIDOS CON SU TIERRA

Ante tamaña orfandad existencial, nos consuela la creencia en una divinidad eterna y creadora de todo cuanto existe en el Universo. Nos inventamos, haciendo dejación de nuestro bien más preciado, la razón, a un ser único, sospechosamente antropomórfico, que existe por sí mismo, omnipotente y eterno, al que llamamos Dios.

La creencia en dioses y el temor ante el misterio de la muerte son tan antiguos como los primeros signos de conciencia en el ser humano, el único animal que cree en seres sobrenaturales. Así, para los creyentes, la fe está por encima de la ciencia. Pero lo malo de las creencias es que se convierten en religiones. Y, durante toda la historia del hombre sobre la Tierra, estas han sido instrumentalizadas para crear cohesión social y fuente de legitimidad del poder político.

Con todo, no dejamos de elucubrar sobre la posibilidad de un dios creador que, en el caso del cristianismo, se basa en la confusa existencia de Jesús de Nazaret, llamado "Cristo" por considerarlo la encarnación de Dios como hombre.

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Las fuentes históricas sobre su existencia son endebles, y las cristianas sólo tienen un valor apologético, no histórico. Además, los documentos sobre los que se construye el andamiaje del cristianismo se circunscriben a la Biblia, un conjunto de textos de autoría colectiva redactados en hebrero, arameo y griego.

Se divide en dos partes: el Antiguo y el Nuevo Testamento. El Antiguo recoge, en sus primeros libros, la base doctrinal del judaísmo, del que derivan las religiones monoteístas (cristianismo e islamismo). Y el Nuevo Testamento, formado por los Evangelios, las cartas de Pablo y el Apocalipsis, abunda en contenido mitológico.

En definitiva, la Biblia, como documento científico o histórico, es impreciso, por no decir poco válido, salvo para su utilidad dogmática y adoctrinadora. Pero para los que anteponen la fe es la guía suprema de su creencia religiosa. Es más, constituye el canon del cristianismo, tanto católico como protestante. Pero para un ser libre, aquel que solo se guía por el dictamen de la razón, la fe es insuficiente y la Biblia, una interpretación de escritos de autoría desconocida, con interpolaciones posteriores y directrices teológicas.

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Por todo ello, me convence más la ciencia que las creencias, lo que no me impide respetar a los creyentes, siempre y cuando no intenten adoctrinar ni querer imponer sus creencias a los demás. Ahí radica mi único desacuerdo con las religiones, con cualquier religión: no acepto que su moral o sus dogmas y ritos deban imperar sin discusión y dirigir nuestras vidas, como las únicas normas posibles o permitidas en cualquier sociedad plural, democrática, libre y tolerante.

Es más, como se trata de creencias y no de hechos verídicos, rigurosos y comprobados, estimo que los Estados deberían declararse neutrales sobre estos asuntos que conciernen a la intimidad de los individuos y ser laicos en sus relaciones con todos los particulares y colectivos que integran la sociedad. Sin favoritismo ni privilegios para ninguna creencia. Tampoco deberían declararse aconfesionales, un eufemismo que elude esa neutralidad frente a las creencias para refugiarse en el burladero de las confesiones para distinguir con prebendas a la socialmente mayoritaria en su seno.

En definitiva, que Dios no aparece en un Universo que se crea a sí mismo como consecuencia de las leyes físicas que lo rigen, tal como Stephen Hawking sostuvo. Así que, entre el Big Bang o Dios, me convence más, racionalmente, lo primero por demostrable, aunque de ninguna de las opciones sobre los orígenes de la existencia pueda deducirse o explicarse un estadio o momento previo, anterior. Ni los creyentes pueden explicar qué hubo antes de Dios, ni los científicos qué había antes del primer Big Bang, pero sí cómo se produjo. Estos últimos están en ello, pero para los primeros es cuestión de fe.

De ahí que, a la pregunta del título, la respuesta es sí, en tanto en cuanto existen en el imaginario humano los Reyes Magos, los ángeles, el alma, el Ratoncito Pérez y todas aquellas supersticiones que explican lo que ignoramos o preocupa. De tales preguntas derivan, además de las creencias o religiones, la filosofía y la ciencia. Lo relevante es continuar haciéndonos preguntas y no conformarnos con las respuestas, menos aun con las consideradas como verdades reveladas.

DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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