Tal y como apuntamos en el artículo anterior, Juan de Alvear y Morales fallece el 9 de enero de 1807 y dado que se había establecido que “por capellán se nombrase a su pariente más cercano que fuese sacerdote clérigo, prefiriendo siempre el mayor al menor y, por su falta, al que nombre el patrono”, es designado capellán su sobrino, Manuel Alvear y Ponce de León, que también era sacerdote.
Manuel era el hermano pequeño y muy querido de Diego Alvear y Ponce de león y, por ello, fue el encargado de gestionar su caudal y hacienda, durante las continuas y largas ausencias de Montilla con motivo de los viajes por ultramar del reconocido marino. De este modo, Manuel siempre vivió en la casa de Diego en Montilla, compartiendo y disfrutando con su familia del patrimonio de ambos hermanos.
Pero en las primeras décadas del siglo XIX, el futuro era incierto para las propiedades vinculadas a la Iglesia o a los religiosos. Surgían corrientes desamortizadoras por la situación económica del país y por la deuda nacional, así como por la cantidad de tierra improductiva en manos de la Iglesia. Todo ello contribuyó a alimentar el anticlericalismo que acompañaba las corrientes liberales.
Previsiblemente inquieto por las aspiraciones desamortizadoras, Manuel de Alvear y Ponce de León vende el 6 de junio de 1818 a su hermano Diego la finca que por aquel entonces contaba con 2.054 pies de olivo, zanja vallado y casa por un precio de 142.830 reales, que quedaban a censo redimible a favor de La Capellanía, a cuyo titular debía pagar 4.366 reales y 22 maravedíes de réditos anuales. La venta se escritura en Montilla ante el escribano Antonio Delgado Toledano.
La vuelta al absolutismo en 1823, después del Trienio liberal, vuelve a relegar las tendencias desamortizadoras. Por otro lado, la renta estipulada en la venta se demuestra excesiva, lo que hace que Manuel y Diego promuevan la anulación de dicha operación. El obispo de Córdoba, Pedro Antonio de Trevilla, autoriza la permuta entre hermanos por otra finca colindante y el 7 de agosto de 1827 se escritura la cancelación de la venta de 1818, volviendo así la propiedad de la finca a Manuel Alvear.
La finca, entonces vinculada principalmente al cultivo del olivo, contaba con una almazara con dos molinos movidos por caballería. El pozo de su patio central suministraba agua a la caldera para utilizar agua caliente en el proceso de extracción del aceite. Además, durante el siglo XIX se construyen dos prensas de torre.
La ley de 19 de agosto de 1841 promueve la desvinculación económica de las Capellanías y Manuel de Alvear consigue que la finca sea secularizada y declarada libre mediante auto del juez de Primera Instancia de Montilla, Antonio Evaristo de Haro. En la sentencia se declara que la finca sigue teniendo 2.054 olivos, casa, vallado y pozo.
Esta secularización de la finca permite que, a la muerte de Manuel Alvear, la hereden sus siete sobrinos Alvear y Ward, hijos de su hermano Diego Alvear Ponce de León: Diego, Catalina, Tomás, Enrique, Sabina, Francisco y Candelaria, que continuaron gestionando esta finca y todo su patrimonio de forma conjunta.
Curiosamente, solo dos hermanos –Catalina y Francisco– se casaron y tuvieron descendencia. Por este motivo, a la muerte de cada uno de los hermanos solteros, sus propiedades las iban heredando el resto de los hermanos Alvear y Ward.
Adicionalmente, Catalina, ante las dificultades económicas que sufre como consecuencia de los negocios de su único hijo, Pepe de la Cerda Alvear, tuvo que vender su participación a sus hermanos, de tal manera que la propiedad de la finca volvía a concentrarse en la rama del hermano más pequeño: Francisco Alvear y Ward.
Francisco se casó el 30 de octubre de 1861 con Joaquina Gómez de la Cortina, condesa de la Cortina, y tuvieron cuatro hijos: Luisa, María, Candelaria y Francisco. Los hermanos Alvear y Gómez de la Cortina, al igual que habían hecho sus tíos Alvear y Ward, gestionaron la mayoría de su patrimonio, incluida esta finca, de forma conjunta. Pero al ir falleciendo, como solo Francisco, conde la Cortina, tendría descendencia, la propiedad de La Capellanía volvería a concentrarse en una sola persona en el siguiente siglo.
En la primera década del siglo XX, Francisco Alvear y Gómez de la Cortina construye el señorío que hoy podemos apreciar. Y aunque la finca continuó siendo una almazara ligada al cultivo del olivo, en 1909, el conde de la Cortina también construye un lagar con bodega de tinajas para dar servicio en la vendimia de las viñas que tenía Alvear en esa zona de Montilla.
Y así llegamos a los años treinta del siglo XX, con una España que atraviesa una situación política complicada. Es por ello que Francisco Alvear y Gómez de la Cortina vende a sus cuatro hijos vivos la mayoría de sus propiedades, incluida La Capellanía.
Después de varios procesos de compraventa, herencias y permutas dentro de la familia, la finca pasa a ser propiedad de Álvaro Alvear Zambrano por generosidad de su hermana Asunta. Álvaro Alvear realiza una importante reforma del señorío en 1985, pero manteniendo el sello familiar, y así fija en ella su residencia.
Tras la muerte de Álvaro en 2019, la finca vuelve a los hijos de Asunta Alvear Zambrano, hermanos Valdenebro Alvear, quienes con el mismo cariño que todos sus propietarios anteriores han vuelto a renovar la casa pero conservando todo su sabor original.
Y una curiosidad antes de concluir esta historia en tres capítulos: durante unos años, Francisco Alvear Gómez de la Cortina renombró la finca con un nombre de santo, como hizo con algunas de propiedades. Por ello, La Capellanía fue conocida durante un tiempo como Hacienda de San Ramón.
Manuel era el hermano pequeño y muy querido de Diego Alvear y Ponce de león y, por ello, fue el encargado de gestionar su caudal y hacienda, durante las continuas y largas ausencias de Montilla con motivo de los viajes por ultramar del reconocido marino. De este modo, Manuel siempre vivió en la casa de Diego en Montilla, compartiendo y disfrutando con su familia del patrimonio de ambos hermanos.
Pero en las primeras décadas del siglo XIX, el futuro era incierto para las propiedades vinculadas a la Iglesia o a los religiosos. Surgían corrientes desamortizadoras por la situación económica del país y por la deuda nacional, así como por la cantidad de tierra improductiva en manos de la Iglesia. Todo ello contribuyó a alimentar el anticlericalismo que acompañaba las corrientes liberales.
Previsiblemente inquieto por las aspiraciones desamortizadoras, Manuel de Alvear y Ponce de León vende el 6 de junio de 1818 a su hermano Diego la finca que por aquel entonces contaba con 2.054 pies de olivo, zanja vallado y casa por un precio de 142.830 reales, que quedaban a censo redimible a favor de La Capellanía, a cuyo titular debía pagar 4.366 reales y 22 maravedíes de réditos anuales. La venta se escritura en Montilla ante el escribano Antonio Delgado Toledano.
La vuelta al absolutismo en 1823, después del Trienio liberal, vuelve a relegar las tendencias desamortizadoras. Por otro lado, la renta estipulada en la venta se demuestra excesiva, lo que hace que Manuel y Diego promuevan la anulación de dicha operación. El obispo de Córdoba, Pedro Antonio de Trevilla, autoriza la permuta entre hermanos por otra finca colindante y el 7 de agosto de 1827 se escritura la cancelación de la venta de 1818, volviendo así la propiedad de la finca a Manuel Alvear.
La finca, entonces vinculada principalmente al cultivo del olivo, contaba con una almazara con dos molinos movidos por caballería. El pozo de su patio central suministraba agua a la caldera para utilizar agua caliente en el proceso de extracción del aceite. Además, durante el siglo XIX se construyen dos prensas de torre.
Secularización de la finca del Llano del Mesto
La ley de 19 de agosto de 1841 promueve la desvinculación económica de las Capellanías y Manuel de Alvear consigue que la finca sea secularizada y declarada libre mediante auto del juez de Primera Instancia de Montilla, Antonio Evaristo de Haro. En la sentencia se declara que la finca sigue teniendo 2.054 olivos, casa, vallado y pozo.
Esta secularización de la finca permite que, a la muerte de Manuel Alvear, la hereden sus siete sobrinos Alvear y Ward, hijos de su hermano Diego Alvear Ponce de León: Diego, Catalina, Tomás, Enrique, Sabina, Francisco y Candelaria, que continuaron gestionando esta finca y todo su patrimonio de forma conjunta.
Curiosamente, solo dos hermanos –Catalina y Francisco– se casaron y tuvieron descendencia. Por este motivo, a la muerte de cada uno de los hermanos solteros, sus propiedades las iban heredando el resto de los hermanos Alvear y Ward.
Adicionalmente, Catalina, ante las dificultades económicas que sufre como consecuencia de los negocios de su único hijo, Pepe de la Cerda Alvear, tuvo que vender su participación a sus hermanos, de tal manera que la propiedad de la finca volvía a concentrarse en la rama del hermano más pequeño: Francisco Alvear y Ward.
Francisco se casó el 30 de octubre de 1861 con Joaquina Gómez de la Cortina, condesa de la Cortina, y tuvieron cuatro hijos: Luisa, María, Candelaria y Francisco. Los hermanos Alvear y Gómez de la Cortina, al igual que habían hecho sus tíos Alvear y Ward, gestionaron la mayoría de su patrimonio, incluida esta finca, de forma conjunta. Pero al ir falleciendo, como solo Francisco, conde la Cortina, tendría descendencia, la propiedad de La Capellanía volvería a concentrarse en una sola persona en el siguiente siglo.
La Capellanía en la actualidad
En la primera década del siglo XX, Francisco Alvear y Gómez de la Cortina construye el señorío que hoy podemos apreciar. Y aunque la finca continuó siendo una almazara ligada al cultivo del olivo, en 1909, el conde de la Cortina también construye un lagar con bodega de tinajas para dar servicio en la vendimia de las viñas que tenía Alvear en esa zona de Montilla.
Y así llegamos a los años treinta del siglo XX, con una España que atraviesa una situación política complicada. Es por ello que Francisco Alvear y Gómez de la Cortina vende a sus cuatro hijos vivos la mayoría de sus propiedades, incluida La Capellanía.
Después de varios procesos de compraventa, herencias y permutas dentro de la familia, la finca pasa a ser propiedad de Álvaro Alvear Zambrano por generosidad de su hermana Asunta. Álvaro Alvear realiza una importante reforma del señorío en 1985, pero manteniendo el sello familiar, y así fija en ella su residencia.
Tras la muerte de Álvaro en 2019, la finca vuelve a los hijos de Asunta Alvear Zambrano, hermanos Valdenebro Alvear, quienes con el mismo cariño que todos sus propietarios anteriores han vuelto a renovar la casa pero conservando todo su sabor original.
Y una curiosidad antes de concluir esta historia en tres capítulos: durante unos años, Francisco Alvear Gómez de la Cortina renombró la finca con un nombre de santo, como hizo con algunas de propiedades. Por ello, La Capellanía fue conocida durante un tiempo como Hacienda de San Ramón.
CARMEN GIMÉNEZ ALVEAR
FOTOGRAFÍAS: FUNDACIÓN ALVEAR
FOTOGRAFÍAS: FUNDACIÓN ALVEAR