Afuera viven las portadas obsesionadas con una Tercera Guerra Mundial. Fotografías de misiles sobrevolando todo tipo de escenarios geopolíticos. El fin de Occidente se deduce entre estos ríos macabros de tinta. La crisis económica de 2008 sigue pasando tarjeta de visita en forma de trabajo precario y recortes en sanidad y educación.
Sin embargo, él todavía no ha nacido. Queda poco. No ha llegado, pero ya se sabe que es una persona grande. Grande como sinónimo de importante. Llegará en los meses de verano, la alegría que habita en los rostros de sus padres tiene más valor que las desastrosas noticias que se obsesionan con acaparar los informativos de todas las cadenas.
Héctor viene al mundo en 2024. Bien podríamos recapitular los principales acontecimientos de este año tan convulso. Aunque no valdría de mucho: la llegada de una nueva vida a un hogar en que no le faltará de nada es digna de salir en la portada.
Pueden callarse los tanques, las bolsas de monedas que hacen babear los mercados bursátiles y las crisis de toda índole. Ahora, el ruido verdaderamente importante es el futuro llanto, y las futuras risas de un próximo recién nacido.
Se ignora su futura profesión, sus hobbies, su color favorito. No sabemos cómo tomará el café. Tampoco queda claro si le gustará el fútbol, la cocina, el teatro, el ballet, las Ciencias Naturales. Igual le gusta todo. Es obvio que no puede preverse si estamos ante un nuevo Einstein, una Marie Curie o un Lope de Vega. Únicamente, importa lo que el tiempo dictamine en los asuntos más livianos y en los más importantes.
Protegiendo el derecho a la intimidad, no pienso dar nombres. En cambio, debe darse constancia de que Héctor es muy afortunado. Sus padres son buenas personas. Tengo la suerte de que sean amigos. Fue Eurípides el que afirmó que en la bondad hay todo tipo de sabiduría.
Sin saberlo todavía, Héctor será muy sabio. En el aire quedan, insisto, muchas incógnitas. Puede que Héctor llegue lejos en las finanzas, o en las Ciencias Políticas. Puede que sea la gran revelación en el mundo de levantar los andamios. Quizás, un Oscar o un Goya lleven su nombre. Tal vez, el Nobel de Medicina. A lo mejor, la Selección Española, de un deporte sin determinar, se está frotando las manos ante la nueva gran esperanza olímpica.
Pero volvamos a la bondad. En tiempos de insulto continuado y de faltas de respeto servidas con el desayuno, nos encontramos ante una persona que será bien educada. Un tipo de riqueza que no admiten los fondos monetarios internacionales, pero que, a largo plazo, tiene mayor valor que las Letras del Tesoro.
Según las pruebas pertinentes, Héctor apunta maneras de persona muy alta. De lo cual podemos deducir que sus padres van a tener serios problemas para esconder bien la caja de galletas o los regalos del Día de Reyes. Héctor tendrá que soportar la eterna pregunta de cuándo va a dedicarse al baloncesto. Por contra, cuando tenga edad suficiente, sus progenitores tendrán un cambiador de bombillas de lámparas de techo de primera.
Antonio Machado nos dejó en el recuerdo un duro verso dedicado a aquel recién nacido en el que el poeta lloraba lo siguiente:
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
No voy a mentirte, Héctor. Llegas en un contexto de crispación continua, de estrés, de incertidumbre. Hay muchas personas deseosas de que se den los elementos oportunos para utilizar la violencia. Además, todavía hay cenizos que, ante semejante panorama, afirman tranquilamente que es de irresponsables traer hijos al mundo.
Pero me gustaría tranquilizarte, Héctor. Tus padres tienen la cabeza muy bien amueblada. Sabrán darte grandes consejos. Hazles caso en todo momento, saben lo que se hacen. Dentro de mucho tiempo, después de que los vuelvas locos en tu etapa de adolescente, sé que acabarás dándome la razón. Resumiendo, estimado Héctor: hacen falta buenos corazones en un mundo loco. Con tu llegada, es necesario uno menos.
Sin embargo, él todavía no ha nacido. Queda poco. No ha llegado, pero ya se sabe que es una persona grande. Grande como sinónimo de importante. Llegará en los meses de verano, la alegría que habita en los rostros de sus padres tiene más valor que las desastrosas noticias que se obsesionan con acaparar los informativos de todas las cadenas.
Héctor viene al mundo en 2024. Bien podríamos recapitular los principales acontecimientos de este año tan convulso. Aunque no valdría de mucho: la llegada de una nueva vida a un hogar en que no le faltará de nada es digna de salir en la portada.
Pueden callarse los tanques, las bolsas de monedas que hacen babear los mercados bursátiles y las crisis de toda índole. Ahora, el ruido verdaderamente importante es el futuro llanto, y las futuras risas de un próximo recién nacido.
Se ignora su futura profesión, sus hobbies, su color favorito. No sabemos cómo tomará el café. Tampoco queda claro si le gustará el fútbol, la cocina, el teatro, el ballet, las Ciencias Naturales. Igual le gusta todo. Es obvio que no puede preverse si estamos ante un nuevo Einstein, una Marie Curie o un Lope de Vega. Únicamente, importa lo que el tiempo dictamine en los asuntos más livianos y en los más importantes.
Protegiendo el derecho a la intimidad, no pienso dar nombres. En cambio, debe darse constancia de que Héctor es muy afortunado. Sus padres son buenas personas. Tengo la suerte de que sean amigos. Fue Eurípides el que afirmó que en la bondad hay todo tipo de sabiduría.
Sin saberlo todavía, Héctor será muy sabio. En el aire quedan, insisto, muchas incógnitas. Puede que Héctor llegue lejos en las finanzas, o en las Ciencias Políticas. Puede que sea la gran revelación en el mundo de levantar los andamios. Quizás, un Oscar o un Goya lleven su nombre. Tal vez, el Nobel de Medicina. A lo mejor, la Selección Española, de un deporte sin determinar, se está frotando las manos ante la nueva gran esperanza olímpica.
Pero volvamos a la bondad. En tiempos de insulto continuado y de faltas de respeto servidas con el desayuno, nos encontramos ante una persona que será bien educada. Un tipo de riqueza que no admiten los fondos monetarios internacionales, pero que, a largo plazo, tiene mayor valor que las Letras del Tesoro.
Según las pruebas pertinentes, Héctor apunta maneras de persona muy alta. De lo cual podemos deducir que sus padres van a tener serios problemas para esconder bien la caja de galletas o los regalos del Día de Reyes. Héctor tendrá que soportar la eterna pregunta de cuándo va a dedicarse al baloncesto. Por contra, cuando tenga edad suficiente, sus progenitores tendrán un cambiador de bombillas de lámparas de techo de primera.
Antonio Machado nos dejó en el recuerdo un duro verso dedicado a aquel recién nacido en el que el poeta lloraba lo siguiente:
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
No voy a mentirte, Héctor. Llegas en un contexto de crispación continua, de estrés, de incertidumbre. Hay muchas personas deseosas de que se den los elementos oportunos para utilizar la violencia. Además, todavía hay cenizos que, ante semejante panorama, afirman tranquilamente que es de irresponsables traer hijos al mundo.
Pero me gustaría tranquilizarte, Héctor. Tus padres tienen la cabeza muy bien amueblada. Sabrán darte grandes consejos. Hazles caso en todo momento, saben lo que se hacen. Dentro de mucho tiempo, después de que los vuelvas locos en tu etapa de adolescente, sé que acabarás dándome la razón. Resumiendo, estimado Héctor: hacen falta buenos corazones en un mundo loco. Con tu llegada, es necesario uno menos.
CARLOS SERRANO MARTÍN
FOTOGRAFÍA: ARCHIVO
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