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Carlos Serrano | El Nazareno

"¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar, ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!". Yo miro al Nazareno. Igual que Machado. Reconozco que algo se encoge dentro de mí. Tengo claro que no religioso, no es un tardío despertar de la llamada. Pero veo intranquilo a ese hombre, torturado, cuya mirada exige un motivo. Él también está intranquilo, juraría. Intranquilo por cómo ha sido utilizado para las mayores barbaries cometidas por la humanidad. Intranquilo por los ruegos sin respuestas, por las múltiples batallas perdidas.


Los desheredados no han heredado la tierra: sigue en manos especuladoras y de las grandes firmas bancarias. En su prisión de madera mantiene su preocupación secreta. Pregunta en un susurro los motivos de sus fracasos. Yo no sé responder. He pasado delante suya debido a una necesidad de refugio, culpa de una de las mayores tormentas que ha sacudido mi ciudad durante la pasada Semana Santa.

Le indico, de manera inocente, que algún éxito ha tenido. Por fortuna, hay grandes personas que obran el bien movidas por un gran corazón. En caso de estar hechos a su imagen y semejanza, puede –y debe– sentirse satisfecho. Aunque dudo que se sienta consolado.

Ese dato otorgado por un ateo no va a curar la herida abierta y sangrante que asoma en su costado. La gente no se ama, impone una única manera de querer. Aquellas personas que quieren de una manera diferente son humilladas e insultadas en pleno siglo XXI.

BODEGAS ALVEAR

La Ciencia ha avanzado mucho, el querer humano va a un ritmo mucho más lento. Su Iglesia es una mezcla extraña. Por un lado, se niega a condenar públicamente el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay mucha gente anónima que, dentro de esa misma iglesia, se desvive para que no le falte al hambriento.

Estos extremos no son exageraciones mías. Así se lo hago saber. Las velas encendidas, gracias a los donativos de los feligreses, otorgan un aire fúnebre a nuestra entrevista imposible. El Nazareno mira en dirección a un techo pictórico, adornado con todo tipo de detalles sobre su vida. Están realizadas con mucho cuidado. Provocan la admiración de los visitantes que se molestan en mirar hacia arriba sin necesidad de capturar la belleza para redes sociales.

A él le provocan nostalgia. A él o a ella. Únicamente tengo la representación que Occidente ha difundido durante siglos. Tengo solo un punto de vista. Mi yo periodístico no puede dar por bueno esta opción. Estando frente a frente, observo los detalles de su rostro. La boca abierta, los ojos azules y el cabello oscuro. Manos y pies sangrantes en búsqueda del sentido de todo lo que vino después de su muerte.

HORNO Y ACEITES BELLIDO

De repente, entre nosotros hay silencio. En verdad, estoy mintiendo. La lluvia golpea con violencia el suelo, rayos y truenos avisan de que el temporal no va a mejorar en las próximas horas. Pero dentro de la iglesia reina el silencio.

Sigo observando los detalles de la imagen tallada a mano. El Nazareno reflexiona. A su derecha e izquierda hay situados unos cuadros. No son obras imprescindibles, pero llama la atención su colocación estratégica. Son escenas pastorales, sus protagonistas están rezando. Miran en dirección al crucificado que habita fuera de las fronteras de sus marcos correspondientes.

Yo no quiero interrumpir sus rezos y, a pesar del diluvio, creo que es hora de emprender el camino de vuelta a casa. Mis pies comienzan su periplo hacia la salida. Justo antes de que mis pies lleguen al asfalto húmedo, me ha parecido oír un ruido inclasificable. Me giro con el corazón en un puño, pero tanto el Nazareno como los pastores están en su sitio. Quizás, la lluvia me estaba avisando y debía darme prisa.

CARLOS SERRANO MARTÍN
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO

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