La escritora nazarena Rosa Muñoz presenta el martes de esta semana, día 21 de noviembre, a las 19:00 horas en la Biblioteca Municipal Pedro Laín Entralgo, su primera novela, titulada ‘Ellas’, editada por ‘La Plazoleta de Valme’ y que gira en torno a una trama familiar a la que le cambia su rutina debido a un acontecimiento inesperado.
Se trata de la primera novela de Rosa María Muñoz Gómez, pero no de su primer libro, ya que con anterioridad, igualmente con la edición de la Asociación Cultural ‘La Plazoleta de Valme’, publicó ‘El habla andaluza de Dos Hermanas’ (2015) y ‘Los oficios de la aceituna’ (2017).
Diplomada en Magisterio y licenciada en Geografía e Historia, Rosa Muñoz, de 62 años “y nazarena de varias generaciones”, ha desarrollado su actividad profesional en varios colegios de Los Palacios, en la única escuela rural que hay en la provincia de Sevilla, el CPR Los Girasoles, que engloba a los poblados de Chapatales, Pinzón y Adriano, y, sus últimos doce años, en el C.P. Cervantes de Dos Hermanas, precisamente el centro donde terminó su enseñanza obligatoria. “En ningún momento me he arrepentido de haberme dedicado a la enseñanza. Y creo que lo he hecho bien”, cuenta.
Es asidua colaboradora de la Revista Cultural de Dos Hermanas, ha dado charlas y ha elaborado material docente sobre la Historia y la Cultura de nuestra ciudad. De todo ello, pero especialmente se su novela, habla la autora en esta entrevista.
- Eres autora de dos libros anteriores en los que, en uno, profundizas en el habla de Dos Hermanas, y en otro, sobre los oficios de la aceituna.
- Siempre me ha gustado escribir. Es algo que he hecho toda mi vida, pero nunca pensé que iba a publicar nada. Sí había publicado anteriormente algún artículo en la Revista Cultural de Dos Hermanas. Después, curiosamente, el primer libro que publico, que es ‘El habla andaluza de Dos Hermanas’, surgió de la manera más simple. Recuerdo que estábamos un día mi hermana y yo en la piscina con mis hijos y mis sobrinos, y uno de éstos empezó a restregar el dedo por el borde de la piscina, y le dijo mi hermana: “Oye, que te vas a ripiar”. Claro, el niño no sabía lo que era ripiar. Y ya empezamos las dos con palabras que hemos usado de toda la vida, pero que se estaban perdiendo.
- Y que no están en el diccionario.
- Efectivamente, muchas de ellas no están en el diccionario, pero, con todo, algunas de las que están incluidas en mi libro las he encontrado en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, aunque en algún caso con una acepción totalmente diferente a la que nosotros le damos.
- ¿Y cómo lo hiciste, investigando, preguntando a la gente en Dos Hermanas?
- Aquella misma tarde empecé con el ordenador en mi patio y, cuando me di cuenta, entre palabras y definiciones, tenía seis folios escritos. Claro, ya seguí, fui preguntando y poco a poco fue cogiendo entidad, introduciendo también dichos. El caso es que, cando lo tuve terminado, vi las bases del concurso que convocaba La Plazoleta de Valme, lo mandé, gustó y me lo publicaron.
- Y el de los oficios de la aceituna, ¿cómo surge?
- Pues también fue algo curioso. El día que presenté el libro del habla de Dos Hermanas, la primera persona que me encontré cuando finalizó fue Fernando González Velasco, que había sido maestro mío en el Cervantes, quien, como el que no quiere la cosa, me dijo que debía hacer algo sobre los toneleros. Yo le dije que no sabía nada de los toneleros, pero empecé a darle vueltas y me dije que sólo de los toneleros no, pero sí a lo mejor de los oficios de la aceituna en general. Me puse a investigar, leyendo artículos, trabajos, entrevistas…, hasta que conseguí reunir información y lo publiqué de nuevo con La Plazoleta de Valme. Lo que más trabajo me costó fue averiguar cómo funcionan las almazaras de viga y quintal, que, por cierto, la única que yo he visto que está intacta es la que se encuentra en la Hacienda Ibarburu, que como todos sabemos se encuentra en estado ruinoso, y es una pena porque es una auténtica joya.
- Se trata de libros, por decirlo de alguna manera, de investigación, pero ¿cómo surge en ti el deseo de escribir una novela?
- La novela es algo que viene de muy antiguo. De hecho, la novela es una historia vivida por personas muy próximas a mí, escuchada por aquí y por allí y en base a documentos que cayeron en mis manos, que fui hilando y, cambiando algo, la realidad es que la trama gira en torno a algo que sucedió realmente.
- Casi se podría decir que se trataba de una historia que tenías ahí en la cabeza, pero sobre la que anteriormente nunca te planteaste llevarla a un libro, ¿no?
- Sí, la verdad es que tenía la idea desde hace tiempo. Es más, yo creo que la primera vez que lo intenté fue antes de incluso de publicar los otros dos libros. Pero, tras empezarlo, llegué a un punto en el que no sabía cómo seguir, hasta que al cabo del tiempo, en un segundo intento, la empecé desde otro punto de vista y ya la pude terminar. Para mí, creo que se trata de una novela aceptable, aunque eso es algo que tendrá que decir el lector.
- ¿Cómo se puede resumir en pocas palabras de qué va la historia del libro?
- Sin hacer ‘spoiler’, claro, sí puedo contar que es la historia de una familia relacionada con una determinada finca en la que suceden una serie de acontecimientos inesperados, que van marcando la trama de toda esa familia. Hay un personaje principal, un varón, al que le sucede un acontecimiento concreto que cambia la vida de todos, y a lo largo de la novela, aunque ese varón es el protagonista, hay otra serie de personajes que van siendo al final los que van marcando la trama. Y la mayoría de estos últimos son precisamente mujeres.
- ¿De ahí el título de la novela?
- Sí. Aunque en un principio yo le había puesto otro título, al final me decidí por el de ‘Ellas’, precisamente por ese acontecimiento que de alguna manera marca luego el devenir de los personajes. Curiosamente, mi madre, que por desgracia no podrá ya estar en la presentación de la novela, fue la primera persona que la leyó, y, aunque hubo cosas que no le gustó mucho que las hubiera escrito, sí que me fue diciendo cada personaje de la novela quién era en la realidad, pese a que los nombres y otros muchos acontecimientos están cambiados.
- La historia se desarrolla en Dos Hermanas, lógicamente.
- La verdad es que en ningún momento digo el nombre del pueblo donde se desarrolla la historia, pero a poco que se rasque en el libro, sale Dos Hermanas, aunque no la de ahora sino la rural de hace un tiempo.
- Y, como le ocurrió a tu madre, ¿crees que si alguien de Dos Hermanas con cierta edad lo lee, puede identificar también a algunos de los personajes?
- Es posible.
- ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
- Por un lado me costó trabajo, claro, pero, por otro, me sentí también muy a gusto. A mí hay dos cosas que me relajan: hacer sudokus y escribir. Es más, cuando no quiero pensar en otra cosa, me pongo a escribir. Entonces, he disfrutado mucho haciéndolo, claro que sí.
- Y no te pensaste el hecho de publicarlo de nuevo con La Plazoleta de Valme.
- Pues sí, porque yo creo que sus responsables me parece que están haciendo una labor interesante, publicando una serie de cosas de Dos Hermanas que, de otra manera, no sería posible. Sé que lo hacen igual que yo, de manera altruista, y supongo que algunas veces hasta le perderán dinero, pero es que, además, tampoco soy yo de ir presentando mi novela a diecisiete editoriales para ver si alguna de ellas me la puede publicar.
- Y, además de escribir, ¿eres lectora?
- De siempre. Si yo te contara… Yo entré en el colegio el día que cumplí los 7 años de edad. Hasta entonces nunca había pisado un colegio. Yo me crié en el campo. Vivía en un sitio al que ahora no sabría ni llegar. Era una finca pequeñita que hay entre Bujalmoro y La Corchuela. Para mi padre aquello era todo, pero yo lo pasé muy mal porque no quería campo ni regalado. Yo he estudiado la carrera de Magisterio con una luz de butano, porque allí no había ni luz ni agua ni nada de nada. Y, claro, cuando llegué al colegio, sin grandes expectativas porque yo iba sólo para lo imprescindible, que era aprender a leer y a escribir, tuve la suerte de dar con una maestra, doña Carmen Enríquez Atalaya, a la cual le debo mucho. Era una señora mayor, vestida de negro, que asustaba cuando la veías por primera vez, pero a la que le debo muchísimo. Ella era maestra nacional en el Colegio La Almona, pero aparte tenía como una especie de academia en la calle El Ejido, que es a donde me llevó mi madre el día que cumplí los 7 años.
- O sea, que hasta esa edad nunca habías pisado un aula.
- Nunca. Cuando yo llegué, me pasaron directamente a parvulitos. Los primeros días los pasé regular, pero a los pocos meses yo leía y escribía perfectamente, y sumaba y restaba. Me pasaron luego a primero. Es más, el único regalo de Reyes que a mí no se me ha olvidado jamás fue cuando me trajeron ese año mis primeros libros de texto. Luego, al año siguiente me pasaron de segundo a tercero…, y esta profesora lo primero que hizo fue convencer a mis padres, sobre todo a mi madre, de que no me quitara del colegio porque decía que yo servía para estudiar. Y recuerdo que en casa de una prima mía, con la que compartía cama, ella leía por la noche fotonovelas y yo metía el rabillo del ojo para leer también. Y así empecé. Pero después ya fui leyendo todo lo que caía en mis manos.
Se trata de la primera novela de Rosa María Muñoz Gómez, pero no de su primer libro, ya que con anterioridad, igualmente con la edición de la Asociación Cultural ‘La Plazoleta de Valme’, publicó ‘El habla andaluza de Dos Hermanas’ (2015) y ‘Los oficios de la aceituna’ (2017).
Diplomada en Magisterio y licenciada en Geografía e Historia, Rosa Muñoz, de 62 años “y nazarena de varias generaciones”, ha desarrollado su actividad profesional en varios colegios de Los Palacios, en la única escuela rural que hay en la provincia de Sevilla, el CPR Los Girasoles, que engloba a los poblados de Chapatales, Pinzón y Adriano, y, sus últimos doce años, en el C.P. Cervantes de Dos Hermanas, precisamente el centro donde terminó su enseñanza obligatoria. “En ningún momento me he arrepentido de haberme dedicado a la enseñanza. Y creo que lo he hecho bien”, cuenta.
Es asidua colaboradora de la Revista Cultural de Dos Hermanas, ha dado charlas y ha elaborado material docente sobre la Historia y la Cultura de nuestra ciudad. De todo ello, pero especialmente se su novela, habla la autora en esta entrevista.
- Eres autora de dos libros anteriores en los que, en uno, profundizas en el habla de Dos Hermanas, y en otro, sobre los oficios de la aceituna.
- Siempre me ha gustado escribir. Es algo que he hecho toda mi vida, pero nunca pensé que iba a publicar nada. Sí había publicado anteriormente algún artículo en la Revista Cultural de Dos Hermanas. Después, curiosamente, el primer libro que publico, que es ‘El habla andaluza de Dos Hermanas’, surgió de la manera más simple. Recuerdo que estábamos un día mi hermana y yo en la piscina con mis hijos y mis sobrinos, y uno de éstos empezó a restregar el dedo por el borde de la piscina, y le dijo mi hermana: “Oye, que te vas a ripiar”. Claro, el niño no sabía lo que era ripiar. Y ya empezamos las dos con palabras que hemos usado de toda la vida, pero que se estaban perdiendo.
- Y que no están en el diccionario.
- Efectivamente, muchas de ellas no están en el diccionario, pero, con todo, algunas de las que están incluidas en mi libro las he encontrado en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, aunque en algún caso con una acepción totalmente diferente a la que nosotros le damos.
- ¿Y cómo lo hiciste, investigando, preguntando a la gente en Dos Hermanas?
- Aquella misma tarde empecé con el ordenador en mi patio y, cuando me di cuenta, entre palabras y definiciones, tenía seis folios escritos. Claro, ya seguí, fui preguntando y poco a poco fue cogiendo entidad, introduciendo también dichos. El caso es que, cando lo tuve terminado, vi las bases del concurso que convocaba La Plazoleta de Valme, lo mandé, gustó y me lo publicaron.
- Y el de los oficios de la aceituna, ¿cómo surge?
- Pues también fue algo curioso. El día que presenté el libro del habla de Dos Hermanas, la primera persona que me encontré cuando finalizó fue Fernando González Velasco, que había sido maestro mío en el Cervantes, quien, como el que no quiere la cosa, me dijo que debía hacer algo sobre los toneleros. Yo le dije que no sabía nada de los toneleros, pero empecé a darle vueltas y me dije que sólo de los toneleros no, pero sí a lo mejor de los oficios de la aceituna en general. Me puse a investigar, leyendo artículos, trabajos, entrevistas…, hasta que conseguí reunir información y lo publiqué de nuevo con La Plazoleta de Valme. Lo que más trabajo me costó fue averiguar cómo funcionan las almazaras de viga y quintal, que, por cierto, la única que yo he visto que está intacta es la que se encuentra en la Hacienda Ibarburu, que como todos sabemos se encuentra en estado ruinoso, y es una pena porque es una auténtica joya.
- Se trata de libros, por decirlo de alguna manera, de investigación, pero ¿cómo surge en ti el deseo de escribir una novela?
- La novela es algo que viene de muy antiguo. De hecho, la novela es una historia vivida por personas muy próximas a mí, escuchada por aquí y por allí y en base a documentos que cayeron en mis manos, que fui hilando y, cambiando algo, la realidad es que la trama gira en torno a algo que sucedió realmente.
- Casi se podría decir que se trataba de una historia que tenías ahí en la cabeza, pero sobre la que anteriormente nunca te planteaste llevarla a un libro, ¿no?
- Sí, la verdad es que tenía la idea desde hace tiempo. Es más, yo creo que la primera vez que lo intenté fue antes de incluso de publicar los otros dos libros. Pero, tras empezarlo, llegué a un punto en el que no sabía cómo seguir, hasta que al cabo del tiempo, en un segundo intento, la empecé desde otro punto de vista y ya la pude terminar. Para mí, creo que se trata de una novela aceptable, aunque eso es algo que tendrá que decir el lector.
- ¿Cómo se puede resumir en pocas palabras de qué va la historia del libro?
- Sin hacer ‘spoiler’, claro, sí puedo contar que es la historia de una familia relacionada con una determinada finca en la que suceden una serie de acontecimientos inesperados, que van marcando la trama de toda esa familia. Hay un personaje principal, un varón, al que le sucede un acontecimiento concreto que cambia la vida de todos, y a lo largo de la novela, aunque ese varón es el protagonista, hay otra serie de personajes que van siendo al final los que van marcando la trama. Y la mayoría de estos últimos son precisamente mujeres.
- ¿De ahí el título de la novela?
- Sí. Aunque en un principio yo le había puesto otro título, al final me decidí por el de ‘Ellas’, precisamente por ese acontecimiento que de alguna manera marca luego el devenir de los personajes. Curiosamente, mi madre, que por desgracia no podrá ya estar en la presentación de la novela, fue la primera persona que la leyó, y, aunque hubo cosas que no le gustó mucho que las hubiera escrito, sí que me fue diciendo cada personaje de la novela quién era en la realidad, pese a que los nombres y otros muchos acontecimientos están cambiados.
- La historia se desarrolla en Dos Hermanas, lógicamente.
- La verdad es que en ningún momento digo el nombre del pueblo donde se desarrolla la historia, pero a poco que se rasque en el libro, sale Dos Hermanas, aunque no la de ahora sino la rural de hace un tiempo.
- Y, como le ocurrió a tu madre, ¿crees que si alguien de Dos Hermanas con cierta edad lo lee, puede identificar también a algunos de los personajes?
- Es posible.
- ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
- Por un lado me costó trabajo, claro, pero, por otro, me sentí también muy a gusto. A mí hay dos cosas que me relajan: hacer sudokus y escribir. Es más, cuando no quiero pensar en otra cosa, me pongo a escribir. Entonces, he disfrutado mucho haciéndolo, claro que sí.
- Y no te pensaste el hecho de publicarlo de nuevo con La Plazoleta de Valme.
- Pues sí, porque yo creo que sus responsables me parece que están haciendo una labor interesante, publicando una serie de cosas de Dos Hermanas que, de otra manera, no sería posible. Sé que lo hacen igual que yo, de manera altruista, y supongo que algunas veces hasta le perderán dinero, pero es que, además, tampoco soy yo de ir presentando mi novela a diecisiete editoriales para ver si alguna de ellas me la puede publicar.
- Y, además de escribir, ¿eres lectora?
- De siempre. Si yo te contara… Yo entré en el colegio el día que cumplí los 7 años de edad. Hasta entonces nunca había pisado un colegio. Yo me crié en el campo. Vivía en un sitio al que ahora no sabría ni llegar. Era una finca pequeñita que hay entre Bujalmoro y La Corchuela. Para mi padre aquello era todo, pero yo lo pasé muy mal porque no quería campo ni regalado. Yo he estudiado la carrera de Magisterio con una luz de butano, porque allí no había ni luz ni agua ni nada de nada. Y, claro, cuando llegué al colegio, sin grandes expectativas porque yo iba sólo para lo imprescindible, que era aprender a leer y a escribir, tuve la suerte de dar con una maestra, doña Carmen Enríquez Atalaya, a la cual le debo mucho. Era una señora mayor, vestida de negro, que asustaba cuando la veías por primera vez, pero a la que le debo muchísimo. Ella era maestra nacional en el Colegio La Almona, pero aparte tenía como una especie de academia en la calle El Ejido, que es a donde me llevó mi madre el día que cumplí los 7 años.
- O sea, que hasta esa edad nunca habías pisado un aula.
- Nunca. Cuando yo llegué, me pasaron directamente a parvulitos. Los primeros días los pasé regular, pero a los pocos meses yo leía y escribía perfectamente, y sumaba y restaba. Me pasaron luego a primero. Es más, el único regalo de Reyes que a mí no se me ha olvidado jamás fue cuando me trajeron ese año mis primeros libros de texto. Luego, al año siguiente me pasaron de segundo a tercero…, y esta profesora lo primero que hizo fue convencer a mis padres, sobre todo a mi madre, de que no me quitara del colegio porque decía que yo servía para estudiar. Y recuerdo que en casa de una prima mía, con la que compartía cama, ella leía por la noche fotonovelas y yo metía el rabillo del ojo para leer también. Y así empecé. Pero después ya fui leyendo todo lo que caía en mis manos.
FRANCISCO GIL / ANDALUCÍA DIGITAL