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Pepe Cabrera o cómo convertir hilos de cobre en arte

Pepe Cabrera dice que cuando ve algo que le llama la atención, lo reproduce con sus hilos de cobre. Y tanto es así, que ya ni recuerda la cantidad de piezas, inspirada en distintas materias o artes, que ha llegado a hacer a lo largo de su vida. Eso sí, es posible que pronto salga de dudas, ya que para la primavera del próximo año quiere organizar una macro exposición con toda su obra. Y ahí será el momento del recuento.


José Vicente González Cabrera es ‘Pepe Cabrera’ para todos. Nació en Dos Hermanas hace 79 años “en la casa de ‘Paquillo El del Estanco’, en Real Utrera, que era una casa de vecinos que por detrás daba a la Huerta Santa Eufrasia, del que era dueño Paz Valdivieso, propietario de los cines de Dos Hermanas”. Como se ve, nombres y lugares se suceden sin cesar por la cabeza de, más que un artista, un creador, y, sobre todo, aportando esos detalles que nunca quiere dejar atrás. Y como tal creador ha ido dando ejemplo a lo largo de su vida de todas aquellas tareas, profesiones o aficiones que se fueron sucediendo casi sin tiempo para mirar atrás. Por eso fue un albañil de bandera, un ciclista y un mecánico ejemplar, y, sobre todo, un creador; el creador de las fantasías que convierte en realidad gracias a los hilos de cobre.

“Mi padre se llamaba Francisco González Ruiz, natural de Dos Hermanas, y mi madre, Carmen Cabrera Pinto, de La Puebla de Cazalla. Yo era el mayor de siete hermanos, de los que ya solamente quedamos cuatro. Yo estudié muy poco, la verdad, porque con 13 años ya me tuve que ir al campo a trabajar. Es más, el certificado de estudios Primarios me lo saqué en la mili. Y de niño lo mismo escardaba algodón que recogía la remolacha, e incluso estuve en las campañas del arroz en las marismas. Y cuando cumplí 14 años, un tío mío que era encargado principal de León y Cos, me llevó allí de pinche, donde estuve hasta que me hice faenero. Pero precisamente un faenero de allí me dijo un día:

- “Te voy a dar un consejo, Joselito: vete de aquí”.

- “¿Por qué?”, le pregunté yo.

- “Porque aquí no tienes futuro ninguno”, le contestó. “Y vete a los albañiles”.

Y me fui a los albañiles, donde a los tres meses ya era ayudante. El oficial, cuando me vio trabajar, le dijo un día al encargado de la obra:

- “A este chaval hay que darle un palaustre y un cincel porque mira los remates que me ha hecho en los plintos. Y hay que ayudarle”.

Yo aprendí todo por mí mismo. Si hubiera tenido la posibilidad de estudiar una carrera, podría haber sido ingeniero o arquitecto. A mí me gustaba mucho planificar bien las cosas. Yo iba a las obras, y ya llevaba preparada la faena que tenía que hacer. Y con mis ahorros me compraba uno libros sobre construcción, que me los empapaba y en los que buscaba la faena que tenía que hacer al día siguiente. En los albañiles estuve por los menos unos catorce años. Fue un tiempo en el que trabajé en construcciones como la del Banco de Sevilla, cerca de los Cuatro Cantillos, o en el Colegio de la Sagrada Familia.

Recuerdo que trabajaba con un contratista que se llamaba Matapolvo, que era muy conocido, que un día me mandó a la construcción del edificio del Banco de Sevilla y me dijo que me presentara al encargado y que le dijera que me diera faena de parte suya. El encargado era un hombre mayor y con una sabiduría grande, que me dice:

- “Bueno, ¿y usted qué es?”

- Y le dije: “Oficial de primera”.

- “Pues eso lo vamos a comprobar”, le contestó.

Justo detrás de este edificio, frente a Correos, había un cuarto que era para las conducciones de la luz, los cables gordos con calicatas y cosas de esas. Y me dijo:

- “Mira, esto quiero que me lo sueles a la palma”.

- Y le contesté: “¿Qué llaga quiere usted?”

- “De un centímetro”, me dijo.

- Y le pregunté: ¿Aquí hay carpintero”.

- “Sí. Ve a que te corte unos listones y trocitos”.

Recuerdo que aquel día iban a venir los peritos de la propiedad, los de la obra, los arquitectos… Total, que estábamos ya casi en la puerta y el peón detrás de mí vitolando con una goma de butano, y, con un trapo mojado, limpiando los ladrillos y secándolos. Y cuando lo vieron, dijo el encargado:

- “Vicente”, que era el peón, ‘échate para al lado”. Y le dijo a los demás: “Asomarse ahí”. Se asomaron y dijeron: “Así se trabaja en la construcción. Y además es que no hay que ni entrar para limpiar”.

Entonces, el perito se quedó conmigo y le dijo al encargado:

- “A este hombre, todos los trabajos finos que haya en la obra, son para él. Y tiene que ganar más que los demás”.


Como yo era aficionado a la bicicleta, siendo todavía albañil venían a mi casa los compañeros a que les arreglara las bicis, y ya se fue poniendo la cosa tan, tan…, que me dije: “O albañiles o la tienda”. Y elegí la tienda y el taller que abrí la calle Soria. Por allí venía un ciclista ya antiguo, que era representante de bicis, y fue el primero que me aconsejó. Me dijo:

- “Mira, tú eres aficionado a la bicicleta y corres, pero tú nunca tendrás dinero. Tendrás siempre muchas cosas de bicicletas, porque la afición puede más que tú, pero yo te voy a ayudar. Pídeme lo que sea. yo te lo traigo y ya me lo vas pagando cuando vayas pudiendo”.

Estando allí, yo tenía a un chaval que me hacía de peón y un día me propuso que si quería comprarle una casa que tenía cerrada.

- “Pepe, te vendo la casa”.

- “Es que yo no tengo ahora mismo dinero para eso”, le respondí. Pero añadí: “Bueno, espérate. Quédate aquí un momento en la tienda”.

Fui a mi casa y me parece que tenía 20.000 pesetas guardadas. Las cogí y le dije:

- “Llama a tu mujer. Hacemos un escrito. Yo te entrego las 20.000 pesetas y espera a que vaya al banco al día siguiente y pida un crédito”.

Y así lo hicimos. Esa casa estaba en la calle Gómez Rivas, que fue a donde trasladé la tienda y el taller. Eso sí, yo me acostaba a las doce o a la una arreglando bicicletas para poder pagar el préstamo. Estaba hecho un esclavo, la verdad, pero lo conseguí.

Mi afición al ciclismo empieza con 14 años siendo yo pinche en León y Cos. Ya antes me gustaba, pero era una época en la que no podía tener bicicleta. Resulta que los camioneros que llegaban al almacén para descargar las aceitunas, siempre nos daban a los dos pinches que estábamos allí alguna propinilla. Y donde yo vivía por entonces con mis padres, en las Casas Baratas, sin decirle nada a nadie me hice una alcancía de ladrillos de tacos a la que le dejé una abertura, y ahí fui echando todas esas propinas. Un buen día, un fontanero del almacén que tenía una bicicleta de media carrera se me acerca y me dice:

- “Joselito, te vendo la bicicleta, que me quiero comprar una de paseo”.

- “¿Por cuánto me la vendes?”, le pregunté.

- Y me dijo: “Por 500 pesetas”.

- Y le contesté: “Espérate un momento que voy a mirar a ver si tengo el dinero”.

Miré en mi alcancía particular, pero tenía 400 pesetas. Entonces, le dije entonces a mi padre:

- “Papa, mira, pasa esto”.

- “Pero ¿tú tienes dinero?”

- Y le dije: “No del todo, pero sólo me tienes que poner veinte duros nada más”.

- Y me dice: “¿Y dónde tienes tú el dinero ese?”

- Y le comenté: “Abre el agujero ese con un ladrillo”.

“Y cuando lo vio, se le saltaron las lágrimas. En aquella época yo no salía ni nada. Todo era mi trabajo y ya está. Y así pude conseguir mi primera bicicleta. Yo ya luego empecé a modificarla. Recuerdo que el primer entrenamiento que hice fue irme a Carmona con los hermanos Valladares, un primo mío, el Negro Molina, el Farfán… Ellos iban ya con zapatillas y su ropa, cosa que yo no tenía. Y otra vez corrí una contrarreloj Dos Hermanas-Los Palacios con ellos, y lo único que llevaba de ciclista eran los guantes. Y lo demás, ropa normal. La verdad es que yo tenía condiciones para haber sido ciclista profesional. Era muy rápido en las escapadas. Cuando salía, lo hacía como un tiro. En aquel tiempo había dos o tres aficionados que los llevaban en coche, les daban masajes… Y a mí, nada. Albañil, trabajando diez u once horas con una piocha y entrenando por la noche, que yo llegaba a mi casa y me quedaba dormido cuando me duchaba porque estaba agotado. Pero era más la afición que el esfuerzo que tenía que hacer”.

“En aquella época, comía volao y el tiempo que me quedaba de la hora de la comida me dedicaba a entrenar en los paseos de los almacenes de León y Cos. Fue cuando ya empecé a evolucionar poco a poco con la bicicleta. Me compré después otra bici mejor. Hasta que llegó el momento en el que me iban a dar ya la licencia para correr como aficionado y como profesional, pero no pudo porque en Andalucía sólo había una carrera en todo el año. Total, que lo dejé porque no merecía la pena. Luego empecé a correr de veterano y fue cuando ya me metí en la Peña Ciclista, de la que fui uno de sus fundadores. Allí estaban José Sánchez Gutiérrez, José Pastor Márquez, Campaña, Terrón Muñoz.... Eso fue por el año 1970. Ahora mismo, el único de ellos que sigue soy yo, que soy el número uno de la Peña. En ella fui primero tesorero, luego secretario, vicepresidente y acabé de presidente, que fue cuando la Federación Española de Ciclismo nos concedió la Escuela de Ciclismo de Dos Hermanas. Teníamos la sede en la calle San Fernando”.


“Además de todo eso, a lo largo de mi vida yo siempre destaqué con los trabajos manuales. Cuando era niño y vivía en el barrio de San José, estaba con don Enrique Díaz Ferreras, que era un maestro adelantado a su tiempo, y con él hacíamos trabajos manuales, como murales de esos para la Falange, y cuando mis padres se acostaban, yo me quedaba en la mesa camilla con el quinqué haciendo algunas herramientas pequeñas, como rastrillos, piochas, palas… Así es como empecé yo con esta afición, algo que me ha acompañado siempre. Recuerdo que cuando tenía la tienda, vi en la tele la famosa ‘Espada’ de Induráin, y yo me dije que la haría en maqueta. A la semana la presenté en la tienda. La hice con maderas e hilo de cobre, y de ahí partió la idea de hacer la historia de la bicicleta hecha en maquetas, empezando desde la primera que se inventó hasta la última”.

“Yo trabajo especialmente con hilo de cobre, y la verdad es que me gusta hacerlo inspirándome en aquello que me gusta, muchos de ellos con motivos toreros, de caballos o de cantaores de flamenco. A mí lo que me pasa es que veo una cosa que me llama la atención, y la hago. De todo, de lo que más orgulloso me siento es de la historia de la bicicleta hecha en maquetas, de las que hice más de cuarenta modelos que llegué a exponer en una ocasión en el hall del Teatro Municipal. Y en estos momentos estoy centrado en la organización de una macro exposición, que será inaugurada en la primavera de 2024 en La Almona. Y allí llevaré toda mi obra”.

“Como digo, yo trabajo de forma preferente con hilo de cobre. Después de que tenga la idea, me hago con una imagen y la calco sobre una piedra de mármol, y ya sobre ella voy cortando las piececitas, colocándolas y soldándolas. Por último, las limpio y luego las pinto, y las pongo sobre un tablero. Muchos me dicen que yo soy un manitas, pero yo les respondo que el manitas es el que arregla un azulejo, la zapatilla de un grifo o pinta esto y lo otro…, pero yo me considero un artista porque lo que yo hago es arte”.

FRANCISCO GIL / ANDALUCÍA DIGITAL
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