De siete hermanas, la única que queda con vida es Francisca Gómez Zambrano. “Y todas ellas murieron con la pena de no saber dónde estaba el cuerpo de mi padre. Sólo espero que yo al menos pueda conocerlo, por eso he donado mi ADN para que cuando se levante la fosa común del cementerio de Dos Hermanas pueda saber si está allí, recoger sus huesos y darle un entierro digno”.
Francisca, o Paquita como la llaman todos en Dos Hermanas, nació en Lebrija hace ahora 86 años. De allí eran sus padres, Juan de Dios Gómez Muñoz y Juana Zambrano Vega. Y en la casa que tenían en este pueblo sevillano nacieron todas. Pero el destino hizo que el pueblo de Dos Hermanas se cruzara en el camino de todas ellas en dos ocasiones: la primera, fatídica, ya que, después de que su padre fuera sacado de su casa en Lebrija una noche poco después del golpe de estado, unos días después fue trasladado en un camión, junto con otros vecinos de este municipio, hasta Dos Hermanas, donde, según le comentaron entonces, fue fusilado en la zona de Barranco.
Y la segunda, porque su madre viuda y con siete hijas que mantener, no tuvo más remedio que irse desde Lebrija hasta Dos Hermanas para poder sacarlas adelante. Aquí se alojaron al principio en casa de una prima de Juana Zambrano que vivía en la calle San Sebastián, y pronto consiguió que al menos las dos mayores comenzaran a trabajar en la fábrica de Yute, mientras ella se afanaba en lo que fuera.
Dejaban atrás por tanto una vida feliz y tranquila en su pueblo natal, que se truncó a raíz de la detención y fusilamiento de su padre, un pequeño industrial del calzado que vendía no sólo en Lebrija, sino en pueblos como, por ejemplo, Dos Hermanas.
“Cuando mataron a mi padre, yo aún no había nacido. Mi madre estaba embarazada de mí y nací ocho meses después. Pero, claro, de mi padre me han contado muchas cosas, sobre todo que era muy bueno, que era un santo. Él tenía una zapatería en Lebrija en la que hacía calzado, que llevaba a Los Palacios y Dos Hermanas para venderlos. Mire usted que cuando lo asesinaron, tenía una lista así de larga de la gente que le debía dinero por los zapatos que había hecho, pero, claro, nadie los pagó. Él además era por entonces concejal republicano en el Ayuntamiento y tocaba el saxofón en la Banda de Música de Lebrija. Allí la verdad es que lo querían mucho. En la zapatería tenía a varios hombres trabajando con él, y mis hermanas, antes de irse para el colegio, se pasaban por la zapatería de mi padre para limpiarse los zapatos: eran las niñas con los zapatos más limpios de todo el pueblo. Pero pese a sus ideas republicanas, mi padre nunca se opuso a que sus hijas fueran bautizadas o hicieran la primera comunión”.
“Mi madre contaba que a mi padre lo sacaron una noche de casa y lo metieron en el cuartel de la Guardia Civil, con la cosa de que la casa donde vivíamos estaba pegada justo a los calabozos, y, claro, todas las noches mi madre se asomaba para verlo. Pero una noche, en la que una de mis hermanas se puso malita, no pudo asomarse y fue precisamente esa cuando se lo llevaron. Estuvimos un tiempo sin saber nada, ni dónde estaba ni qué le había podido pasar, hasta que nos acabamos enterando por mi tío Pepe, que era jardinero en la hacienda del Hornillo, en Los Palacios, que los trabajadores que tenían allí, y que conocían a mi padre porque iba a venderles los zapatos, decían que a mi padre lo metieron en un camión y se lo llevaron a Dos Hermanas para matarlo. Hicieron lo que se hacía entonces, un traslado, y lo llevaron a Barranco, que fue donde lo fusilaron, porque en Lebrija, donde lo conocían todos, nadie se atrevió a matarlo. Pero en Dos Hermanas había dos verdugos que ejecutaban a todos los que llegaban. Y por eso sospechamos de que el cuerpo de mi padre puede estar en la fosa común del cementerio de Dos Hermanas”.
En esta situación, y sin sustento para sacar adelante a su familia, fue cuando Juana se decidió a irse hasta Dos Hermanas para buscar un futuro. “Recuerdo que cuando llegué, mi madre me apuntó en el Colegio de La Almona, donde a las niñas las ponían en el patio con la mano levantada y cantando el ‘cara al sol’, y cuando se enteró, me cambió rápidamente a otro colegio, que fue el de Santa Ana. Al principio estuvimos en la casa que tenía una tía mía en la calle San Sebastián, pero cuando pudimos nos fuimos primero a una casa de vecinos y luego a otra que había al barrio de San José, donde cogimos dos habitaciones para todas nosotras. Mi madre en aquella época trabajaba en lo que se encartaba, en las casas limpiando, durante un tiempo también en la fábrica de Yute…, la pobre hizo de todo, porque era una mujer trabajadora y muy buena”.
Recientemente, el pasado 9 de junio, el Centro Cultural La Almona acogió unas jornadas sobre Memoria Democrática que organizaron el Ayuntamiento de Dos Hermanas y la Plataforma Ciudadana Nazarena ‘Memoria y Exhumación’. Y en ella intervino una antropóloga de la Universidad Pablo de Olavide, Inmaculada Carrasco, quien, junto con José Díaz Arriaza, ha sido la autora de los primeros trabajos de investigación documental sobre las personas que fueron ejecutadas en Dos Hermanas tras el golpe militar del 36.
Y, claro, Paquita no quiso perdérselo. Cogida del brazo de su hijo, Juan de Dios Varela Gómez, se sentaron entre el público a escuchar a esta antropóloga, que dio un dato escalofriante: en la fosa común del cementerio de Dos Hermanas se encuentran, que estén documentados, los restos de 372 personas, hombres y mujeres, que fueron ejecutados tras el golpe de estado del 36, la mayoría de ellos en la zona de Barranco, aunque tan sólo 100 de estos se encuentran identificados, mientras que el resto son y serán desconocidos seguramente para siempre.
Y Paquita tomó la palabra al final para contar lo que había pasado con su padre y para revelar que hacía ya un tiempo que había donado su ADN con la esperanza de que, cuando se levante la fosa común, poder cotejar los restos encontrados para saber si algunos de ellos pudieran ser los de su padre. “Ahora yo tengo esperanza de poder recuperar a mi padre. Ya que yo soy la última, quiero conocer por lo menos dónde está. Más que nada por la memoria también de mis hermanas, que se murieron con la pena de no haber podido encontrar sus restos. Y mire por dónde que muy cerca de esa fosa se encuentra el nicho donde está mi madre enterrada, que murió con 84 años. Mi madre hizo por encontrar su cuerpo, pero entonces no se podían mover las cosas, porque nada más que se hablaba algo ya estabas metida en la cárcel”.
Francisca, o Paquita como la llaman todos en Dos Hermanas, nació en Lebrija hace ahora 86 años. De allí eran sus padres, Juan de Dios Gómez Muñoz y Juana Zambrano Vega. Y en la casa que tenían en este pueblo sevillano nacieron todas. Pero el destino hizo que el pueblo de Dos Hermanas se cruzara en el camino de todas ellas en dos ocasiones: la primera, fatídica, ya que, después de que su padre fuera sacado de su casa en Lebrija una noche poco después del golpe de estado, unos días después fue trasladado en un camión, junto con otros vecinos de este municipio, hasta Dos Hermanas, donde, según le comentaron entonces, fue fusilado en la zona de Barranco.
Y la segunda, porque su madre viuda y con siete hijas que mantener, no tuvo más remedio que irse desde Lebrija hasta Dos Hermanas para poder sacarlas adelante. Aquí se alojaron al principio en casa de una prima de Juana Zambrano que vivía en la calle San Sebastián, y pronto consiguió que al menos las dos mayores comenzaran a trabajar en la fábrica de Yute, mientras ella se afanaba en lo que fuera.
Dejaban atrás por tanto una vida feliz y tranquila en su pueblo natal, que se truncó a raíz de la detención y fusilamiento de su padre, un pequeño industrial del calzado que vendía no sólo en Lebrija, sino en pueblos como, por ejemplo, Dos Hermanas.
“Cuando mataron a mi padre, yo aún no había nacido. Mi madre estaba embarazada de mí y nací ocho meses después. Pero, claro, de mi padre me han contado muchas cosas, sobre todo que era muy bueno, que era un santo. Él tenía una zapatería en Lebrija en la que hacía calzado, que llevaba a Los Palacios y Dos Hermanas para venderlos. Mire usted que cuando lo asesinaron, tenía una lista así de larga de la gente que le debía dinero por los zapatos que había hecho, pero, claro, nadie los pagó. Él además era por entonces concejal republicano en el Ayuntamiento y tocaba el saxofón en la Banda de Música de Lebrija. Allí la verdad es que lo querían mucho. En la zapatería tenía a varios hombres trabajando con él, y mis hermanas, antes de irse para el colegio, se pasaban por la zapatería de mi padre para limpiarse los zapatos: eran las niñas con los zapatos más limpios de todo el pueblo. Pero pese a sus ideas republicanas, mi padre nunca se opuso a que sus hijas fueran bautizadas o hicieran la primera comunión”.
“Mi madre contaba que a mi padre lo sacaron una noche de casa y lo metieron en el cuartel de la Guardia Civil, con la cosa de que la casa donde vivíamos estaba pegada justo a los calabozos, y, claro, todas las noches mi madre se asomaba para verlo. Pero una noche, en la que una de mis hermanas se puso malita, no pudo asomarse y fue precisamente esa cuando se lo llevaron. Estuvimos un tiempo sin saber nada, ni dónde estaba ni qué le había podido pasar, hasta que nos acabamos enterando por mi tío Pepe, que era jardinero en la hacienda del Hornillo, en Los Palacios, que los trabajadores que tenían allí, y que conocían a mi padre porque iba a venderles los zapatos, decían que a mi padre lo metieron en un camión y se lo llevaron a Dos Hermanas para matarlo. Hicieron lo que se hacía entonces, un traslado, y lo llevaron a Barranco, que fue donde lo fusilaron, porque en Lebrija, donde lo conocían todos, nadie se atrevió a matarlo. Pero en Dos Hermanas había dos verdugos que ejecutaban a todos los que llegaban. Y por eso sospechamos de que el cuerpo de mi padre puede estar en la fosa común del cementerio de Dos Hermanas”.
En esta situación, y sin sustento para sacar adelante a su familia, fue cuando Juana se decidió a irse hasta Dos Hermanas para buscar un futuro. “Recuerdo que cuando llegué, mi madre me apuntó en el Colegio de La Almona, donde a las niñas las ponían en el patio con la mano levantada y cantando el ‘cara al sol’, y cuando se enteró, me cambió rápidamente a otro colegio, que fue el de Santa Ana. Al principio estuvimos en la casa que tenía una tía mía en la calle San Sebastián, pero cuando pudimos nos fuimos primero a una casa de vecinos y luego a otra que había al barrio de San José, donde cogimos dos habitaciones para todas nosotras. Mi madre en aquella época trabajaba en lo que se encartaba, en las casas limpiando, durante un tiempo también en la fábrica de Yute…, la pobre hizo de todo, porque era una mujer trabajadora y muy buena”.
Recientemente, el pasado 9 de junio, el Centro Cultural La Almona acogió unas jornadas sobre Memoria Democrática que organizaron el Ayuntamiento de Dos Hermanas y la Plataforma Ciudadana Nazarena ‘Memoria y Exhumación’. Y en ella intervino una antropóloga de la Universidad Pablo de Olavide, Inmaculada Carrasco, quien, junto con José Díaz Arriaza, ha sido la autora de los primeros trabajos de investigación documental sobre las personas que fueron ejecutadas en Dos Hermanas tras el golpe militar del 36.
Y, claro, Paquita no quiso perdérselo. Cogida del brazo de su hijo, Juan de Dios Varela Gómez, se sentaron entre el público a escuchar a esta antropóloga, que dio un dato escalofriante: en la fosa común del cementerio de Dos Hermanas se encuentran, que estén documentados, los restos de 372 personas, hombres y mujeres, que fueron ejecutados tras el golpe de estado del 36, la mayoría de ellos en la zona de Barranco, aunque tan sólo 100 de estos se encuentran identificados, mientras que el resto son y serán desconocidos seguramente para siempre.
Y Paquita tomó la palabra al final para contar lo que había pasado con su padre y para revelar que hacía ya un tiempo que había donado su ADN con la esperanza de que, cuando se levante la fosa común, poder cotejar los restos encontrados para saber si algunos de ellos pudieran ser los de su padre. “Ahora yo tengo esperanza de poder recuperar a mi padre. Ya que yo soy la última, quiero conocer por lo menos dónde está. Más que nada por la memoria también de mis hermanas, que se murieron con la pena de no haber podido encontrar sus restos. Y mire por dónde que muy cerca de esa fosa se encuentra el nicho donde está mi madre enterrada, que murió con 84 años. Mi madre hizo por encontrar su cuerpo, pero entonces no se podían mover las cosas, porque nada más que se hablaba algo ya estabas metida en la cárcel”.
REDACCIÓN / ANDALUCÍA DIGITAL