Manuel Moreno Pérez reconoce estos días, a sus 85 años, que no puede ocultar las emociones, distintas a las de hace 50 años, pero igualmente intensas. Él era el hermano mayor de la Hermandad de Valme el día de la coronación aquel 23 de junio de 1973 en la Plaza del Arenal. Y, claro, los recuerdos de aquellos días los mantiene aún intactos.
“Todo lo que ocurrió previo a la coronación, fue una época muy bonita, muy hermosa para todos nosotros. Realmente, el que dio motivos para ello no fue otro que el propio pueblo de Dos Hermanas, que se unió materialmente para llevar a efecto esta coronación. Las propuestas a este respecto se empezaron a suceder desde el año 1942. Yo recuerdo que en los cabildos generales escuchaba continuamente a dos personas, José García y Antonio Peña Sánchez, que insistían en que la Virgen fuera coronada, pero aquello quedaba siempre en saco roto. A última hora del mandato de Carlos Delgado de Cos, en el año 1954, fue una comisión de la Hermandad a hablar con el cardenal Segura, que no puso inconveniente alguno porque Valme era la Virgen fernandina por derecho propio. Pero cuando regresaron del Palacio Arzobispal y contaron que el cardenal estaba dispuesto, aparecieron de nuevo las voces discordantes alegando que eso costaba mucho dinero, que suponía mucho trabajo…”
“Por aquel entonces yo tenía 17 años. Pero yo me estaba quedando con la copla de todo, de forma que cuando me llegó la hora de ser hermano mayor, en 1967, con 30 años de edad, la primera propuesta, en la primera reunión que tuvimos, fue la de que íbamos a coronar a la Virgen de Valme. Fue una propuesta mía que se acogió con cierto temor, con ciertas dudas. Eso ocurría en noviembre de 1967, y en enero de 1968 ya hubo una junta más formal que empezó a encajarlo todo poco a poco, creándose una comisión que fue, conmigo a la cabeza, hasta Utrera, donde nos reunimos con Salvador de Quintas, que fue el que tuvo la gran suerte de ser hermano mayor cuando se coronó a la Virgen de Consolación. Esta fue la persona que nos dio las primeras orientaciones y quien nos enseñó parte del expediente. Y, a partir de ahí, se inició todo”.
“Ya en Dos Hermanas visitamos al párroco de Santa María Magdalena, José María Ballesteros Bornes; al alcalde, Antonio Muñoz Rivero, y a todas las hermandades, de forma el pueblo fue enterándose de todo; porque, eso sí, el pueblo estaba informado antes incluso de que se hiciéramos las cosas. A la Junta nuestra hubo quien la llamó por entonces la ‘Junta de los chivatos’, pero benditos chivatazos porque se salía de una reunión y a los diez minutos ya sabía medio pueblo lo que se iba a hacer. Se crearon unas comisiones y propuse que se llevara a cabo una campaña que se tituló ‘Oro para tu corona’, y otra antes que se llamó ‘En cada hogar, un hermano de Valme’. Nosotros cogimos la Hermandad con unos doscientos cincuenta hermanos, y cuando nos fuimos dejamos tres mil y pico. En año y medio conseguimos dos mil hermanos más. Yo estuve al frente de la Hermandad, porque me renovaron unas cuentas de veces, desde el año 1967 hasta mayo de 1976”.
“De aquel día, lo más hermoso fue el momento de la coronación. Y, después, el recorrido por el pueblo, que fue apoteósico. Y la convivencia de aquellos días, por supuesto. Con el cardenal Bueno Monreal tuve algunos chispazos y gordos, porque él quería que el patronazgo lo ostentaran los entonces príncipes de España, don Juan Carlos de Borbón y doña Sofía. La Hermandad los invitó a que aceptaran ser hermano mayor honorario y camarera de honor, y que fueran los padrinos, pero aceptaron sólo lo primero porque nos trasladaron que esos días tenían muchos compromisos a nivel nacional. Se lo presenté al cardenal, que dijo que para adelante, pero entonces los niveles políticos estaban totalmente obturados. Nosotros estábamos cercados y no sabíamos lo que era la política. Habíamos pensado que si a Utrera fue Muñoz Grande para la coronación en Consolación y a Sevilla fue Franco, y siendo el cardenal el mismo que en Utrera, ¿por qué, entre mi nebulosa, me daba a mí a entender que no viniera nadie a Dos Hermanas? Pero tuvimos la ocasión de que personas allegadas a la familia del presidente del Gobierno, Carrero Blanco, que entonces era vicepresidente, se lo propusieran, y la verdad es que rápidamente dijo que sí, de forma que quince días después estaba yo en la finca de Gelo, que era del yerno del presidente, con el hermano mayor que me antecedió a mí, que era Francisco Gómez Carballido, hablando con el presidente del Gobierno tomando una cerveza. Nos preguntó cómo se estaba organizando todo y nos dijo que contáramos con él sin problema alguno”.
“Fue a partir de ahí cuando saltaron algunos chispazos con el Arzobispado, algunos indirectos y otros directos. Yo me inventé una cantinela, porque veía que esto se nos iba de las manos. Como en todos los grandes acontecimientos siempre hay un jefe de protocolo, decidimos ir a ver al jefe de Protocolo de la Diputación de Sevilla, Mauricio Domínguez, quien nos dijo que se lo comentaría a su jefe, que era el yerno del presidente del Gobierno, y que le dijera que el cardenal quería que se mantuviera distante, de forma que las entregas directas de las coronas de la Virgen y del Niño fuera yo el que se las diera directamente al cardenal, cuando protocolariamente son los padrinos los que deben hacerlo. Y después la tuvimos también con el Ayuntamiento. El alcalde, Antonio Muñoz Rivero, era muy amigo mío. La verdad es que colaboró muchísimo con todo lo que se le fue pidiendo, pero hubo un momento en el que él se creyó que era el dueño y señor de todo, de forma que me trasladaba que iba a hacer esto y lo otro, hasta que le tuve que decir que lo que hubiera que hacer, ya lo haría la Hermandad. Se dio por conforme en un primer momento, pero me la guardó, hasta el punto de que se anticipó y las invitaciones para asistir a la coronación las hizo él, de manera que cuatro horas antes de la misa estaba yo por ahí buscando invitaciones para mi familia”.
“El caso es que cuando terminó la procesión oficial, le dije al cardenal que si quería tomar un refresco que se iba a dar en el Ayuntamiento, que no quiso, pero sí lo aceptó el presidente del Gobierno, que recuerdo que se tomó un zumo de tomate, yéndose ya al ratito. Bajamos todos a despedirlo, y cuando estaba yo hablando con el alcalde de Sevilla, Juan Fernández y García del Busto, en la misma puerta del Ayuntamiento, llegó el alcalde de Dos Hermanas y nos dijo: “Ahora sí vamos a tomarnos una copa a gusto”, a lo que yo le respondí que no, que ahora se quedaba él con el Ayuntamiento y con la copa porque yo me iba en busca de la Virgen, que iba ya camino de la calle Real Utrera”.
“Yo voy ahora mismo camino de los 86 años de edad, y la verdad es que me he llevado cincuenta años pensando que si yo iba a volver a recordar aquello. Interiormente, estos días estoy muy emocionado. Y estoy encantado porque se están haciendo las cosas muy bien. Por eso lo que yo quiero es que salga todo mejor que aquel día”.
“Todo lo que ocurrió previo a la coronación, fue una época muy bonita, muy hermosa para todos nosotros. Realmente, el que dio motivos para ello no fue otro que el propio pueblo de Dos Hermanas, que se unió materialmente para llevar a efecto esta coronación. Las propuestas a este respecto se empezaron a suceder desde el año 1942. Yo recuerdo que en los cabildos generales escuchaba continuamente a dos personas, José García y Antonio Peña Sánchez, que insistían en que la Virgen fuera coronada, pero aquello quedaba siempre en saco roto. A última hora del mandato de Carlos Delgado de Cos, en el año 1954, fue una comisión de la Hermandad a hablar con el cardenal Segura, que no puso inconveniente alguno porque Valme era la Virgen fernandina por derecho propio. Pero cuando regresaron del Palacio Arzobispal y contaron que el cardenal estaba dispuesto, aparecieron de nuevo las voces discordantes alegando que eso costaba mucho dinero, que suponía mucho trabajo…”
“Por aquel entonces yo tenía 17 años. Pero yo me estaba quedando con la copla de todo, de forma que cuando me llegó la hora de ser hermano mayor, en 1967, con 30 años de edad, la primera propuesta, en la primera reunión que tuvimos, fue la de que íbamos a coronar a la Virgen de Valme. Fue una propuesta mía que se acogió con cierto temor, con ciertas dudas. Eso ocurría en noviembre de 1967, y en enero de 1968 ya hubo una junta más formal que empezó a encajarlo todo poco a poco, creándose una comisión que fue, conmigo a la cabeza, hasta Utrera, donde nos reunimos con Salvador de Quintas, que fue el que tuvo la gran suerte de ser hermano mayor cuando se coronó a la Virgen de Consolación. Esta fue la persona que nos dio las primeras orientaciones y quien nos enseñó parte del expediente. Y, a partir de ahí, se inició todo”.
“Ya en Dos Hermanas visitamos al párroco de Santa María Magdalena, José María Ballesteros Bornes; al alcalde, Antonio Muñoz Rivero, y a todas las hermandades, de forma el pueblo fue enterándose de todo; porque, eso sí, el pueblo estaba informado antes incluso de que se hiciéramos las cosas. A la Junta nuestra hubo quien la llamó por entonces la ‘Junta de los chivatos’, pero benditos chivatazos porque se salía de una reunión y a los diez minutos ya sabía medio pueblo lo que se iba a hacer. Se crearon unas comisiones y propuse que se llevara a cabo una campaña que se tituló ‘Oro para tu corona’, y otra antes que se llamó ‘En cada hogar, un hermano de Valme’. Nosotros cogimos la Hermandad con unos doscientos cincuenta hermanos, y cuando nos fuimos dejamos tres mil y pico. En año y medio conseguimos dos mil hermanos más. Yo estuve al frente de la Hermandad, porque me renovaron unas cuentas de veces, desde el año 1967 hasta mayo de 1976”.
“De aquel día, lo más hermoso fue el momento de la coronación. Y, después, el recorrido por el pueblo, que fue apoteósico. Y la convivencia de aquellos días, por supuesto. Con el cardenal Bueno Monreal tuve algunos chispazos y gordos, porque él quería que el patronazgo lo ostentaran los entonces príncipes de España, don Juan Carlos de Borbón y doña Sofía. La Hermandad los invitó a que aceptaran ser hermano mayor honorario y camarera de honor, y que fueran los padrinos, pero aceptaron sólo lo primero porque nos trasladaron que esos días tenían muchos compromisos a nivel nacional. Se lo presenté al cardenal, que dijo que para adelante, pero entonces los niveles políticos estaban totalmente obturados. Nosotros estábamos cercados y no sabíamos lo que era la política. Habíamos pensado que si a Utrera fue Muñoz Grande para la coronación en Consolación y a Sevilla fue Franco, y siendo el cardenal el mismo que en Utrera, ¿por qué, entre mi nebulosa, me daba a mí a entender que no viniera nadie a Dos Hermanas? Pero tuvimos la ocasión de que personas allegadas a la familia del presidente del Gobierno, Carrero Blanco, que entonces era vicepresidente, se lo propusieran, y la verdad es que rápidamente dijo que sí, de forma que quince días después estaba yo en la finca de Gelo, que era del yerno del presidente, con el hermano mayor que me antecedió a mí, que era Francisco Gómez Carballido, hablando con el presidente del Gobierno tomando una cerveza. Nos preguntó cómo se estaba organizando todo y nos dijo que contáramos con él sin problema alguno”.
“Fue a partir de ahí cuando saltaron algunos chispazos con el Arzobispado, algunos indirectos y otros directos. Yo me inventé una cantinela, porque veía que esto se nos iba de las manos. Como en todos los grandes acontecimientos siempre hay un jefe de protocolo, decidimos ir a ver al jefe de Protocolo de la Diputación de Sevilla, Mauricio Domínguez, quien nos dijo que se lo comentaría a su jefe, que era el yerno del presidente del Gobierno, y que le dijera que el cardenal quería que se mantuviera distante, de forma que las entregas directas de las coronas de la Virgen y del Niño fuera yo el que se las diera directamente al cardenal, cuando protocolariamente son los padrinos los que deben hacerlo. Y después la tuvimos también con el Ayuntamiento. El alcalde, Antonio Muñoz Rivero, era muy amigo mío. La verdad es que colaboró muchísimo con todo lo que se le fue pidiendo, pero hubo un momento en el que él se creyó que era el dueño y señor de todo, de forma que me trasladaba que iba a hacer esto y lo otro, hasta que le tuve que decir que lo que hubiera que hacer, ya lo haría la Hermandad. Se dio por conforme en un primer momento, pero me la guardó, hasta el punto de que se anticipó y las invitaciones para asistir a la coronación las hizo él, de manera que cuatro horas antes de la misa estaba yo por ahí buscando invitaciones para mi familia”.
“El caso es que cuando terminó la procesión oficial, le dije al cardenal que si quería tomar un refresco que se iba a dar en el Ayuntamiento, que no quiso, pero sí lo aceptó el presidente del Gobierno, que recuerdo que se tomó un zumo de tomate, yéndose ya al ratito. Bajamos todos a despedirlo, y cuando estaba yo hablando con el alcalde de Sevilla, Juan Fernández y García del Busto, en la misma puerta del Ayuntamiento, llegó el alcalde de Dos Hermanas y nos dijo: “Ahora sí vamos a tomarnos una copa a gusto”, a lo que yo le respondí que no, que ahora se quedaba él con el Ayuntamiento y con la copa porque yo me iba en busca de la Virgen, que iba ya camino de la calle Real Utrera”.
“Yo voy ahora mismo camino de los 86 años de edad, y la verdad es que me he llevado cincuenta años pensando que si yo iba a volver a recordar aquello. Interiormente, estos días estoy muy emocionado. Y estoy encantado porque se están haciendo las cosas muy bien. Por eso lo que yo quiero es que salga todo mejor que aquel día”.
REDACCIÓN / ANDALUCÍA DIGITAL