Me encuentro leyendo El cerebro autista, segundo libro publicado en nuestro país de Temple Grandin, una mujer estadounidense con autismo que se ha convertido en un referente mundial por su coraje para abrirse un horizonte personal en un mundo tan difícil para aquellas personas que presentan los rasgos del denominado Trastorno del Espectro Autista (TEA).
Cuando leí el primero de ellos, Pensar con imágenes, me quedé verdaderamente sorprendido, ya que en el mismo narraba su propia vida, al tiempo que explicaba las singularidades del pensamiento de personas con autismo, ya que nunca había pensado que había gente que en vez de pensar con palabras lo hacían con imágenes, que posteriormente tenían que traducirlas a palabras.
Esto me hace pensar que los dos artículos que voy a publicar no solo tienen interés para padres, docentes o psicólogos, sino también para todos aquellos que pudieran estar interesados en conocer el funcionamiento de la mente y del cerebro humano.
En mi caso como docente, quisiera indicar que mi relación con niños o niñas con TEA ha sido a través de las investigaciones llevadas en colegios en los que se les pide a los escolares que realicen un dibujo sobre alguna temática que se les propone. Tiene un interés especial el tema del dibujo de la familia, puesto que, de algún modo, deben expresar sus pensamientos y relaciones con el resto de los miembros.
De ahí que muestre, en la portada de esta primera entrega, el dibujo de Adrián, niño de solo 5 años con TEA, ya que en la escena que ha trazado alcanza un nivel gráfico similar al de otros niños de su edad. En la escena que ha creado, se dibuja muy grande, con los brazos hacia arriba, como expresión de júbilo o alegría.
Llama la atención la aparición de dos soles y el hecho de que la figura femenina no represente a su madre, como habitualmente suele suceder, sino a una amiga que tiene en el colegio. Pero todo esto forma parte de ese mundo emocional de niños y niñas con TEA, en el que resulta muy complicado penetrar, dado que ellos mismos no son capaces de dar una explicación del porqué lo han hecho así.
Una vez realizada la introducción a este tema, me parece oportuno exponer brevemente la vida de Temple Grandin, así como algunas de las ideas que expresa en Pensar con imágenes. Nació en 1947 en la ciudad estadounidense de Boston. A los seis meses de edad comenzó a manifestarse el desapego hacia sus progenitores, cuando su madre percibió que rechazaba sus abrazos. Pasaban los días y sus padres, también sus abuelos, se dieron cuenta de que la niña no soportaba que nadie la tocara.
Dado que por entonces se desconocían las bases del autismo, los médicos, cuando ya había cumplido los tres años, les dijeron a la familia que tenía un daño cerebral. Tendría que pasar el tiempo para que ese trastorno se le identificaría con el autismo.
Una vez cumplidos los 16 años, Temple fue a pasar unos días a la granja de ganado de su tío en Arizona y allí se fijó en una máquina que se usaba para tranquilizar al ganado cuando venía el veterinario a explorarlos. Se dio cuenta de que la máquina tenía dos placas metálicas que comprimían a las reses por los lados con una presión suave que parecía relajarlas. Entonces pensó en hacer un artilugio semejante para ella, a la que llamaría “la máquina de dar abrazos”. Esa máquina de dar abrazos, según pensaba, le proporcionaría el estímulo táctil que tanto necesitaba, puesto que no podía obtenerlo a partir del contacto físico con las personas.
Posteriormente a la estancia en la granja de su tío, entró en una escuela especial para alumnos con problemas emocionales. Allí, sus profesores la animaron a que construyera esa máquina que le permitiría controlar la duración y la intensidad del ‘abrazo’. Temple comprobó que el instrumento mecánico que había creado la ayudaba a relajarse, al tiempo que le servía para empezar a sentir cierta empatía hacia los demás.
Los avances experimentados la alentaron a matricularse en la universidad, decidida a estudiar Psicología y especializarse en comportamiento animal, ya que en su adolescencia parte de la terapia pasaba por montar y cuidar a caballos.
Acabados los estudios, descubrió que los animales con los que se relacionaba también tenían problemas de contacto, lo que la animó a dedicar su vida a la mejora del bienestar animal. De este modo, a lo largo de su vida fue una gran defensora de los animales, especialmente de los explotados en las potentes industrias ganaderas, tan presentes en su propio país.
Tras la licenciatura, se doctoró en Ciencia Animal por la Universidad de Illinois, llegando a ser profesora de Comportamiento Animal en la Universidad Estatal de Colorado. Por otro lado, su gran interés en explicar el funcionamiento del pensamiento de las personas con autismo la condujo a escribir varios libros, entre los que se encuentran los dos que he citado.
La singularidad de que una mujer autista alcanzara el doctorado, el mayor título que se puede obtener en la universidad, la ayudó a ser bastante conocida en su país, dando lugar a la realización de una película en la que se explicaba su vida.
Para cerrar esta primera parte, ya que en la siguiente abordaré las ideas fundamentales que expone en sus libros, quisiera destacar un párrafo de Pensar con imágenes que nos aproxima al funcionamiento de la mente de quienes tienen TEA.
“Pienso con imágenes. Las palabras son para mí como una segunda lengua. Traduzco tanto las palabras habladas como las escritas en películas a color, con sonido y todo, que pasan por mi cabeza como una cinta de vídeo. Cuando alguien me habla, sus palabras se traducen de inmediato en imágenes. A muchas personas que piensan verbalmente les cuesta entender este fenómeno, pero en mi trabajo como diseñadora de equipos e instalaciones para la industria ganadera, el pensamiento visual es una ventaja”.
La expresión “como una cinta de vídeo” nos da a entender que Pensar con imágenes es una obra de la década de los noventa que fue publicada en nuestro país en 2006. De todos modos, conserva todo su valor, sin que el paso del tiempo le haga perder relevancia.
Cuando leí el primero de ellos, Pensar con imágenes, me quedé verdaderamente sorprendido, ya que en el mismo narraba su propia vida, al tiempo que explicaba las singularidades del pensamiento de personas con autismo, ya que nunca había pensado que había gente que en vez de pensar con palabras lo hacían con imágenes, que posteriormente tenían que traducirlas a palabras.
Esto me hace pensar que los dos artículos que voy a publicar no solo tienen interés para padres, docentes o psicólogos, sino también para todos aquellos que pudieran estar interesados en conocer el funcionamiento de la mente y del cerebro humano.
En mi caso como docente, quisiera indicar que mi relación con niños o niñas con TEA ha sido a través de las investigaciones llevadas en colegios en los que se les pide a los escolares que realicen un dibujo sobre alguna temática que se les propone. Tiene un interés especial el tema del dibujo de la familia, puesto que, de algún modo, deben expresar sus pensamientos y relaciones con el resto de los miembros.
De ahí que muestre, en la portada de esta primera entrega, el dibujo de Adrián, niño de solo 5 años con TEA, ya que en la escena que ha trazado alcanza un nivel gráfico similar al de otros niños de su edad. En la escena que ha creado, se dibuja muy grande, con los brazos hacia arriba, como expresión de júbilo o alegría.
Llama la atención la aparición de dos soles y el hecho de que la figura femenina no represente a su madre, como habitualmente suele suceder, sino a una amiga que tiene en el colegio. Pero todo esto forma parte de ese mundo emocional de niños y niñas con TEA, en el que resulta muy complicado penetrar, dado que ellos mismos no son capaces de dar una explicación del porqué lo han hecho así.
Una vez realizada la introducción a este tema, me parece oportuno exponer brevemente la vida de Temple Grandin, así como algunas de las ideas que expresa en Pensar con imágenes. Nació en 1947 en la ciudad estadounidense de Boston. A los seis meses de edad comenzó a manifestarse el desapego hacia sus progenitores, cuando su madre percibió que rechazaba sus abrazos. Pasaban los días y sus padres, también sus abuelos, se dieron cuenta de que la niña no soportaba que nadie la tocara.
Dado que por entonces se desconocían las bases del autismo, los médicos, cuando ya había cumplido los tres años, les dijeron a la familia que tenía un daño cerebral. Tendría que pasar el tiempo para que ese trastorno se le identificaría con el autismo.
Una vez cumplidos los 16 años, Temple fue a pasar unos días a la granja de ganado de su tío en Arizona y allí se fijó en una máquina que se usaba para tranquilizar al ganado cuando venía el veterinario a explorarlos. Se dio cuenta de que la máquina tenía dos placas metálicas que comprimían a las reses por los lados con una presión suave que parecía relajarlas. Entonces pensó en hacer un artilugio semejante para ella, a la que llamaría “la máquina de dar abrazos”. Esa máquina de dar abrazos, según pensaba, le proporcionaría el estímulo táctil que tanto necesitaba, puesto que no podía obtenerlo a partir del contacto físico con las personas.
Posteriormente a la estancia en la granja de su tío, entró en una escuela especial para alumnos con problemas emocionales. Allí, sus profesores la animaron a que construyera esa máquina que le permitiría controlar la duración y la intensidad del ‘abrazo’. Temple comprobó que el instrumento mecánico que había creado la ayudaba a relajarse, al tiempo que le servía para empezar a sentir cierta empatía hacia los demás.
Los avances experimentados la alentaron a matricularse en la universidad, decidida a estudiar Psicología y especializarse en comportamiento animal, ya que en su adolescencia parte de la terapia pasaba por montar y cuidar a caballos.
Acabados los estudios, descubrió que los animales con los que se relacionaba también tenían problemas de contacto, lo que la animó a dedicar su vida a la mejora del bienestar animal. De este modo, a lo largo de su vida fue una gran defensora de los animales, especialmente de los explotados en las potentes industrias ganaderas, tan presentes en su propio país.
Tras la licenciatura, se doctoró en Ciencia Animal por la Universidad de Illinois, llegando a ser profesora de Comportamiento Animal en la Universidad Estatal de Colorado. Por otro lado, su gran interés en explicar el funcionamiento del pensamiento de las personas con autismo la condujo a escribir varios libros, entre los que se encuentran los dos que he citado.
La singularidad de que una mujer autista alcanzara el doctorado, el mayor título que se puede obtener en la universidad, la ayudó a ser bastante conocida en su país, dando lugar a la realización de una película en la que se explicaba su vida.
Para cerrar esta primera parte, ya que en la siguiente abordaré las ideas fundamentales que expone en sus libros, quisiera destacar un párrafo de Pensar con imágenes que nos aproxima al funcionamiento de la mente de quienes tienen TEA.
“Pienso con imágenes. Las palabras son para mí como una segunda lengua. Traduzco tanto las palabras habladas como las escritas en películas a color, con sonido y todo, que pasan por mi cabeza como una cinta de vídeo. Cuando alguien me habla, sus palabras se traducen de inmediato en imágenes. A muchas personas que piensan verbalmente les cuesta entender este fenómeno, pero en mi trabajo como diseñadora de equipos e instalaciones para la industria ganadera, el pensamiento visual es una ventaja”.
La expresión “como una cinta de vídeo” nos da a entender que Pensar con imágenes es una obra de la década de los noventa que fue publicada en nuestro país en 2006. De todos modos, conserva todo su valor, sin que el paso del tiempo le haga perder relevancia.
AURELIANO SÁINZ