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Aureliano Sáinz | ¡Pobre criatura!

Ya se están apagando los ecos mediáticos del caso que hace unas semanas nos trajo la revista Hola en portada con la imagen de Ana García Obregón sosteniendo en sus brazos a la niña engendrada en el vientre de otra mujer hispana de Estados Unidos. El caso se ha comentado hasta la saciedad desde distintas posturas y perspectivas, por lo que parece que ya se ha dicho todo y que no ha quedado ningún resquicio sin debatir.


Se ha hablado de embarazos subrogados, por parte de quienes consideran éticamente admisible que una mujer puede ofrecerse para llevar adelante la gestación, bajo pago de una cantidad, y con agencia contratante de por medio, de una criatura que posteriormente entregará a la ‘madre’, para que esta satisfaga el deseo de maternidad.

Ya sabemos que hay países en los que esto está penado; pero no en el nuestro, en el que existía la brecha legal de que podía llevarse a cabo en alguno de esos países y registrar en el Consulado español al niño o niña que venía a este mundo y, de este modo, obtener la nacionalidad española.

También se han expuesto las razones de que quienes se oponen a los vientres de alquiler, dado que se utiliza el cuerpo de la mujer gestante como si fuera una especie de incubadora que se contrata por un alto precio, lo que implicaría una degradación humana, especialmente de quien se ofrece a esta humillante actuación. Aunque, otra revista, Lecturas, que contrató la exclusiva con la mujer gestante, nos informó que ya había utilizado este medio para ganar una cantidad importante de dinero.

Cierto que las mujeres que aceptan llevar adelante el embarazo en sus vientres son mujeres pobres o necesitadas de recursos, por lo que acuden a este tipo de acto. De todos modos, conviene indicar que quien lo acepta tiene un margen de libertad para negarse a esta situación degradante, porque no todas las mujeres, incluso en situaciones de extrema pobreza, se ofrecen y, menos aún, si ya tienen hijos, como aconteció con este caso.

Me llamó, por otro lado, la atención que en este apasionado debate no se hablara de la criatura que venía a este mundo en unas condiciones que, a buen seguro, la marcará psicológicamente de manera profunda.

No es necesario que indique que, en este caso, la niña, a la que se le ha puesto el nombre de Ana Sandra, no tuvo la libertad para decidir si quería o no nacer en esas condiciones. Claro que esta es una pregunta ‘metafísica’, dado que todos venimos a este mundo sin que se nos consulte.

Tiempo atrás, lo normal es que la gente no se hiciera tales reflexiones y se acudiera a expresiones consoladoras del tipo “los niños vienen con un pan bajo del brazo”, frase que se ajusta a una época en la que las necesidades familiares eran importantes, dado que “una boca más en la familia” suponía una carga.

En la actualidad, en la que los niños ya “no vienen de París” ni los “trae la cigüeña”, bien podríamos decir que cada criatura que naciera “debería venir con el amor de sus progenitores arropándola”, puesto que nada mejor que un hijo o una hija fuera el resultado de un proyecto deseado y compartido por los futuros padres. Y si digo "proyecto" pienso en que todo ser humano es una vida que no se acaba cuando se es bebé o niño de corta edad: todos crecemos y nos desarrollamos, no terminándose la existencia en la infancia.


Pensemos, pues, que esa niña, pasados unos años, comenzará a compartir su vida con los compañeros de clase. Y seguro que en algún momento le preguntarán dónde está su papá y por qué su ‘mamá’ es tan mayor. Esto si no se da la circunstancia de que ella misma se ha informado de todo un proceso que horrorizaría a cualquiera que imaginara ser el resultado de esa operación tan tétrica, ya que “su papá era a la vez su ‘hermano’ que estaba muerto”.

Basta tener un poco de conocimiento de psicología del desarrollo infantil para entender que situaciones menos traumatizantes como la que estamos contando inciden de forma intensa en el equilibrio psicológico y afectivo de los pequeños.

Como contraste, con el fin de que pueda comprenderse lo que indico, he seleccionado para la portada de este trabajo el dibujo de una niña de 6 años, en el que podemos comprobar el estado de felicidad con el que se muestra al lado de su madre y de su padre saludando, como si se les estuviera contemplando. Sin embargo, el dibujo del interior corresponde a un niño de también 6 años. El pequeño autor tenía importantes problemas nacidos de las conductas y los desequilibrios de su madre.

Así, cuando lo inició, comenzó por la figura de su padre, que parece un muñeco articulado; iba a trazar la de su madre, pero inmediatamente la borró, por el rechazo que le provoca pensar en ella. Y acabó dibujándose a sí mismo, de modo similar al de su padre, pero sin manos, ya que estas, aparte de sus funciones, simbolizan el afecto o cariño que es incapaz de expresar, ya que con las manos podemos acariciarnos.

No quiero extenderme en la descripción familiar de este segundo caso. Basta con saber que hay vidas que vienen respaldadas desde el comienzo por el cariño de unos padres que son conscientes de que la felicidad de sus hijos, en gran medida y en los primeros años, depende de ellos; y, sin embargo, hay otros cuyas existencias, desde bien pronto, se convierten en un infierno.

AURELIANO SÁINZ
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