Reconozco que el contenido y el lenguaje de Una mente sintética (Barcelona, Paidós, 2023), obra de Howard Gardner, han desbordado las expectativas que me movieron a leerla porque he llegado a la conclusión de que, además de científica, es amena e interesante.
Me decidí a adquirirla impulsado por las importantes conclusiones prácticas que extraje del libro Teoría de las inteligencias múltiples (1983), en el que Howard Gardner nos demostraba que la inteligencia no es un conjunto unitario de diversas capacidades aisladas, sino una red de facultades autónomas e interrelacionadas.
Allí nos explicaba cómo el desarrollo de las diferentes inteligencias depende de la biología, de la vida personal y de los factores culturales e históricos. Como bien reconocen los psicólogos, pedagogos, sociólogos, comunicadores y profesores de las diferentes disciplinas humanistas, esta nueva concepción de la mente humana ha cambiado nuestras forma de evaluarla y, como consecuencia, ha reorientado nuestros métodos de educación.
Confieso que Una mente sintética, además de proporcionarme una manera diferente de explicar las operaciones de “síntesis” y de reconocer lo poco que sabemos sobre nuestras maneras de sintetizar las informaciones y de adaptarlas para que sean útiles a nuestros destinatarios –lectores, alumnos o clientes–, nos proporciona criterios, pautas, procedimientos y ejemplos para orientarnos en la elaboración de unas síntesis útiles.
En mi opinión puede resultar esclarecedora y práctica a los profesores para ayudarles a seleccionar los datos fundamentales; a los jueces para dictar sentencias sobre casos complejos; a los médicos para decidir los tipos de pruebas con el fin de llegar diagnósticos acertados; a los comisarios de exposiciones para seleccionar las obras más relevantes e, incluso, a los empresarios que pretendan crear nuevos negocios.
Howard Gardner nos advierte que vivimos en una época en la que se recompensa a quienes son capaces de sintetizar “versátilmente”, a los que han desarrollado las destrezas para resumir ideas complejas, emitir notas claras en los medios de comunicación e, incluso, para tuitear mensajes estimulantes. Reconoce, sin embargo, que la habilidad estriba en lograr, al mismo tiempo, brevedad y eficacia comunicativa sin caer en la superficialidad y en la simpleza.
Permítanme, sin embargo, que también exprese mi valoración positiva por el acertado empleo del género narrativo y, más concretamente, del estilo autobiográfico con el que, de forma amena e interesante, Howard Gardner nos cuenta su personal desarrollo intelectual y nos dibuja las vías por las que llegó a sus “revolucionarias” aportaciones sobre la mente humana en general y sobre las mentes de los creadores y de los líderes. Estoy de acuerdo en que el cultivo de la “mente sintética” es una labor imprescindible en estos tiempos complejos y difíciles.
Me decidí a adquirirla impulsado por las importantes conclusiones prácticas que extraje del libro Teoría de las inteligencias múltiples (1983), en el que Howard Gardner nos demostraba que la inteligencia no es un conjunto unitario de diversas capacidades aisladas, sino una red de facultades autónomas e interrelacionadas.
Allí nos explicaba cómo el desarrollo de las diferentes inteligencias depende de la biología, de la vida personal y de los factores culturales e históricos. Como bien reconocen los psicólogos, pedagogos, sociólogos, comunicadores y profesores de las diferentes disciplinas humanistas, esta nueva concepción de la mente humana ha cambiado nuestras forma de evaluarla y, como consecuencia, ha reorientado nuestros métodos de educación.
Confieso que Una mente sintética, además de proporcionarme una manera diferente de explicar las operaciones de “síntesis” y de reconocer lo poco que sabemos sobre nuestras maneras de sintetizar las informaciones y de adaptarlas para que sean útiles a nuestros destinatarios –lectores, alumnos o clientes–, nos proporciona criterios, pautas, procedimientos y ejemplos para orientarnos en la elaboración de unas síntesis útiles.
En mi opinión puede resultar esclarecedora y práctica a los profesores para ayudarles a seleccionar los datos fundamentales; a los jueces para dictar sentencias sobre casos complejos; a los médicos para decidir los tipos de pruebas con el fin de llegar diagnósticos acertados; a los comisarios de exposiciones para seleccionar las obras más relevantes e, incluso, a los empresarios que pretendan crear nuevos negocios.
Howard Gardner nos advierte que vivimos en una época en la que se recompensa a quienes son capaces de sintetizar “versátilmente”, a los que han desarrollado las destrezas para resumir ideas complejas, emitir notas claras en los medios de comunicación e, incluso, para tuitear mensajes estimulantes. Reconoce, sin embargo, que la habilidad estriba en lograr, al mismo tiempo, brevedad y eficacia comunicativa sin caer en la superficialidad y en la simpleza.
Permítanme, sin embargo, que también exprese mi valoración positiva por el acertado empleo del género narrativo y, más concretamente, del estilo autobiográfico con el que, de forma amena e interesante, Howard Gardner nos cuenta su personal desarrollo intelectual y nos dibuja las vías por las que llegó a sus “revolucionarias” aportaciones sobre la mente humana en general y sobre las mentes de los creadores y de los líderes. Estoy de acuerdo en que el cultivo de la “mente sintética” es una labor imprescindible en estos tiempos complejos y difíciles.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO