Cuando he tenido estudiantes extranjeros en mis clases he podido comprobar que el mayor problema que se les presentaba a la hora de escribir correctamente en español era el uso de las tildes, ya que para ellos era un auténtico galimatías en algunas de las palabras, pues no les bastaba conocer las normas básicas de la acentuación, o el uso de las tildes, ya que la complejidad de las reglas asusta incluso a quienes solemos escribir habitualmente.
Bien es cierto que en nuestro idioma, a diferencia de otros –por ejemplo, el inglés–, los sonidos de las vocales y las consonantes son únicos y no sufren alteraciones según la unión o enlaces con otras de las letras del alfabeto, lo que facilita de modo rápido el aprendizaje de la pronunciación.
Estas reflexiones que acabo de realizar vienen a cuento del debate que se originó recientemente entre los miembros de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) sobre si la palabra ‘solo’ había que volver a escribirla con tilde cuando era un adverbio (equivalente a ‘solamente’. Por ejemplo: “Sólo comeré carne”) y no hacerlo si era un adjetivo (“Estoy más solo que la una”).
Recordemos que en el año 2010, la RAE aprobó que tanto ‘solo’ como los pronombres demostrativos no llevaran tildes o acentos ortográficos, ya que se comprendían por el contexto de la frase en la que se encontraban. Admitían que ‘solo’ se tildara cuando se podía generar confusión. Por ejemplo, si uno va a ir únicamente a casa de la madre habría que escribir: “Yo iré sólo a casa de mi madre”. En cambio, si uno no va acompañado en esa visita sería: “Yo iré solo a casa de mi madre”.
Pues bien, la reciente disputa entre ‘escritores’ de la RAE, caso de Arturo Pérez-Reverte o Mario Vargas Llosa, que defendían que se mantuviera la tilde (y que ellos lo hacían siempre que esta palabra es adverbio), y los ‘gramáticos’ que optaban por su supresión, no terminó de resolverse, dado que, a fin de cuentas, se mantuvo el criterio de 2010. En lo único que se pusieron de acuerdo es que se redactara mejor la explicación de su uso.
En mi caso, como no tengo, ni mucho menos, la categoría de esos dos egregios miembros de la RAE, he sido muy ‘obediente’ a la norma de 2010. De todos modos, el grupo de los ‘escritores’ tiene bastante razón en que estos cambios dan lugar a que provoquen confusiones, pues todos los libros que se publicaron antes de ese año es posible ver el ‘solo’ adverbial con tilde.
Esto es lo que me sucede a mí, ya que, paradójicamente, con el libro El arte infantil. Conocer al niño a través de sus dibujos, en la primera y segunda ediciones, de 2003 y 2006, aparecen con tilde y, sin embargo, en la tercera edición, de 2011, ‘solo’ ya no la tiene en ningún caso.
En mi caso, me he acostumbrado a escribir esa palabra sin tilde; no obstante, tengo el problema de que constantemente debo aclarar esta cuestión a los alumnos que utilizan una u otra de las ediciones, ya que la ven de distinta manera –con tilde o sin tilde– según el libro que utilicen para realizar sus trabajos de redacción sobre el dibujo de los escolares.
Me imagino que lo mismo les puede pasar a los escritores que han sido ‘obedientes’ con las directrices de los gramáticos, cuyos textos pueden aparecer con dos modalidades de escritura; aunque solo sea con esta dichosa palabra.
Otra polémica, que personalmente me afecta, resulta ser el que los miembros de la RAE no acaban de entender que la evolución de los nombres propios y apellidos tienen, en gran medida, su propia historia al margen del sector de los ‘gramáticos’ que insisten en decirnos cómo tenemos que escribirlos.
Digo esto porque yo heredé el apellido paterno con acento: Sáinz. Así consta en todos los documentos que tengo desde que nací. Sin embargo, ellos se empeñan en que quitemos la tilde, cuando la mayor parte de quienes lo llevamos la mantenemos (esto puedo decirlo ya que al consultar digitalmente en las bibliotecas universitarias compruebo que somos mayoría los autores que teniendo este apellido continuamos poniendo el acento gramatical).
¿Acaso no saben que saben, por ejemplo, que quienes tienen el nombre de Francisco, pueden llamarse a sí mismos Paco, o Curro, o Quico, o Fran, o Pancho, o Chico, o…? En fin, no quiero alargarme, pues esto de las tildes o acentos gráficos en nuestro idioma no deja de ser un auténtico laberinto para que yo ahora venga a quebrarles a cabeza a quienes me están leyendo, ya que, a buen seguro, tienen otras cosas más importantes en las que pensar.
Bien es cierto que en nuestro idioma, a diferencia de otros –por ejemplo, el inglés–, los sonidos de las vocales y las consonantes son únicos y no sufren alteraciones según la unión o enlaces con otras de las letras del alfabeto, lo que facilita de modo rápido el aprendizaje de la pronunciación.
Estas reflexiones que acabo de realizar vienen a cuento del debate que se originó recientemente entre los miembros de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) sobre si la palabra ‘solo’ había que volver a escribirla con tilde cuando era un adverbio (equivalente a ‘solamente’. Por ejemplo: “Sólo comeré carne”) y no hacerlo si era un adjetivo (“Estoy más solo que la una”).
Recordemos que en el año 2010, la RAE aprobó que tanto ‘solo’ como los pronombres demostrativos no llevaran tildes o acentos ortográficos, ya que se comprendían por el contexto de la frase en la que se encontraban. Admitían que ‘solo’ se tildara cuando se podía generar confusión. Por ejemplo, si uno va a ir únicamente a casa de la madre habría que escribir: “Yo iré sólo a casa de mi madre”. En cambio, si uno no va acompañado en esa visita sería: “Yo iré solo a casa de mi madre”.
Pues bien, la reciente disputa entre ‘escritores’ de la RAE, caso de Arturo Pérez-Reverte o Mario Vargas Llosa, que defendían que se mantuviera la tilde (y que ellos lo hacían siempre que esta palabra es adverbio), y los ‘gramáticos’ que optaban por su supresión, no terminó de resolverse, dado que, a fin de cuentas, se mantuvo el criterio de 2010. En lo único que se pusieron de acuerdo es que se redactara mejor la explicación de su uso.
En mi caso, como no tengo, ni mucho menos, la categoría de esos dos egregios miembros de la RAE, he sido muy ‘obediente’ a la norma de 2010. De todos modos, el grupo de los ‘escritores’ tiene bastante razón en que estos cambios dan lugar a que provoquen confusiones, pues todos los libros que se publicaron antes de ese año es posible ver el ‘solo’ adverbial con tilde.
Esto es lo que me sucede a mí, ya que, paradójicamente, con el libro El arte infantil. Conocer al niño a través de sus dibujos, en la primera y segunda ediciones, de 2003 y 2006, aparecen con tilde y, sin embargo, en la tercera edición, de 2011, ‘solo’ ya no la tiene en ningún caso.
En mi caso, me he acostumbrado a escribir esa palabra sin tilde; no obstante, tengo el problema de que constantemente debo aclarar esta cuestión a los alumnos que utilizan una u otra de las ediciones, ya que la ven de distinta manera –con tilde o sin tilde– según el libro que utilicen para realizar sus trabajos de redacción sobre el dibujo de los escolares.
Me imagino que lo mismo les puede pasar a los escritores que han sido ‘obedientes’ con las directrices de los gramáticos, cuyos textos pueden aparecer con dos modalidades de escritura; aunque solo sea con esta dichosa palabra.
Otra polémica, que personalmente me afecta, resulta ser el que los miembros de la RAE no acaban de entender que la evolución de los nombres propios y apellidos tienen, en gran medida, su propia historia al margen del sector de los ‘gramáticos’ que insisten en decirnos cómo tenemos que escribirlos.
Digo esto porque yo heredé el apellido paterno con acento: Sáinz. Así consta en todos los documentos que tengo desde que nací. Sin embargo, ellos se empeñan en que quitemos la tilde, cuando la mayor parte de quienes lo llevamos la mantenemos (esto puedo decirlo ya que al consultar digitalmente en las bibliotecas universitarias compruebo que somos mayoría los autores que teniendo este apellido continuamos poniendo el acento gramatical).
¿Acaso no saben que saben, por ejemplo, que quienes tienen el nombre de Francisco, pueden llamarse a sí mismos Paco, o Curro, o Quico, o Fran, o Pancho, o Chico, o…? En fin, no quiero alargarme, pues esto de las tildes o acentos gráficos en nuestro idioma no deja de ser un auténtico laberinto para que yo ahora venga a quebrarles a cabeza a quienes me están leyendo, ya que, a buen seguro, tienen otras cosas más importantes en las que pensar.
AURELIANO SÁINZ