Recientemente visité Alburquerque (Badajoz), mi pueblo de origen, ya que la Corporación municipal le había concedido a Luis Landero, último Premio Nacional de las Letras Españolas, el título de Hijo Predilecto de la villa.
De este modo, en el centro cultural que lleva su nombre, tras el homenaje oficial, entre Landero e Isabel Gemio, también nacida en Alburquerque, se escenificó una amena charla, ambos sentados en unas butacas, como si estuvieran en un plató televisivo, que fue seguida con gran interés, ya que, como es obvio, desgranaron recuerdos y anécdotas de sus infancias y adolescencias, puesto que sus familias eran conocidas por los presentes que abarrotaron el centro.
Como suele ser habitual, cada vez que visito mi pueblo me llevo la cámara fotográfica, pues continuamente encuentro motivos para dejar constancia de las bellas imágenes que puedo registrar de las múltiples estampas de su fortaleza que lleva la denominación de Castillo de Luna por quien fuera conde de Alburquerque, título que le fue concedido por el rey Juan II de Castilla.
También es un enorme placer recorrer los extensos campos extremeños que rodean a la localidad. Así, al atardecer del primer día de mi estancia, cuando el sol declinaba y el frío empezaba a apretar con cierta intensidad, caminé por entre las encinas del lado sur de la fortaleza, mientras unas nubes negras se elevaban hacia el cielo, lo que era indicio de que aquella noche podría caer agua en abundancia. Esta bella instantánea es la que muestro en portada.
Mientras contemplaba la majestuosa imagen que se desplegaba ante mis ojos, vino a mi memoria uno de los romances del “Cancionero de don Álvaro de Luna” que, tiempo atrás, se cantaba en la representación de la obra teatral El Águila Blanca, dentro del patio de armas del castillo y en la que participaba la propia gente del pueblo.
Lo curioso es que no hace mucho, casualmente, lo escuché en dos grabaciones distintas que me emocionaron al saber que en países tan dispares como Estados Unidos o Polonia se oían los sonidos y la letra de un romance titulado “Alburquerque, Alburquerque”, y que en él se dice:
Alburquerque, Alburquerque,
bien mereces ser honrado,
en ti están los tres infantes
hijos del rey don Fernando.
Desterrélos de mis reinos,
desterrélos por un año;
Alburquerque era muy fuerte,
con él se me habían alzado.
¡Oh don Álvaro de Luna,
cuán mal que me habías burlado!
dijísteme que Alburquerque
estaba puesto en un llano,
véole yo cavas hondas
y de torres bien cercado;
dentro mucha artillería,
gente de pie y de caballo,
y en aquella torre mocha
tres pendones han alzado:
el uno por don Enrique,
otro por don Juan, su hermano,
el otro era por don Pedro,
infante desheredado.
Álcese luego el real
que excusado era tomarlo.
En este romance se hace referencia al cerco que se produjo en la villa en el año 1430, durante la guerra entablada entre los reinos de Castilla y de Aragón, puesto que tres los Infantes de Aragón –Juan, Enrique y Pedro– se habían hecho fuertes en la fortaleza, por lo que tuvo que ser cercada don Álvaro de Luna, hasta que sus acérrimos enemigos se rindieron sin que hubiera derramamiento de sangre.
Sobre este tema, quisiera hacer referencia al Romancero de don Álvaro de Luna, recopilación que llevó a cabo Antonio Pérez Gómez, en el que recoge todos los romances publicados entre 1540 y 1800. En total son cincuenta y seis que hablan de la vida y la tragedia de quien fuera condestable del rey Juan II de Castilla. Y para que veamos la importancia de su protagonista, solo los romances referidos a la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, superan en número a los que describen los avatares de Álvaro de Luna.
Ya centrándonos en el romance “Alburquerque, Alburquerque”, debo apuntar que también fue musicado, por lo que se encuentra recogido en el Cancionero Musical de Palacio, con el número 10, dentro de los 461 registrados de la música renacentista española.
Llama la atención que, no hace mucho, en el año 2015, haya sido grabado por el grupo estadounidense Los Angeles Guitar Quartet. Así, en el disco titulado New Renaissance, dedicado a la música del Renacimiento español, aparece interpretado con cuatro guitarras clásicas y con una duración de tres minutos.
Pero lo más sorprendente es que hay que acudir a Polonia para encontrar este romance, cantado por el grupo La Morra, dirigido por el laudista Michal Gondko, para escucharlo en un álbum reciente que lleva el título de Luz del Alva (la segunda palabra está con ‘v’, puesto que así se escribía en la Edad Media).
Como nos podemos imaginar, la pronunciación del vocalista se aleja bastante de la nuestra, ya que se expresa con una fuerte ‘ere’ los sonidos de las palabras de nuestro idioma. Aunque creo que esto, a fin de cuentas, tiene poca importancia, sabiendo que han tenido que ser dos grupos de música antigua de fuera de nuestras fronteras los que nos proporcionen, musicado y cantado, el citado romance.
De este modo, en el centro cultural que lleva su nombre, tras el homenaje oficial, entre Landero e Isabel Gemio, también nacida en Alburquerque, se escenificó una amena charla, ambos sentados en unas butacas, como si estuvieran en un plató televisivo, que fue seguida con gran interés, ya que, como es obvio, desgranaron recuerdos y anécdotas de sus infancias y adolescencias, puesto que sus familias eran conocidas por los presentes que abarrotaron el centro.
Como suele ser habitual, cada vez que visito mi pueblo me llevo la cámara fotográfica, pues continuamente encuentro motivos para dejar constancia de las bellas imágenes que puedo registrar de las múltiples estampas de su fortaleza que lleva la denominación de Castillo de Luna por quien fuera conde de Alburquerque, título que le fue concedido por el rey Juan II de Castilla.
También es un enorme placer recorrer los extensos campos extremeños que rodean a la localidad. Así, al atardecer del primer día de mi estancia, cuando el sol declinaba y el frío empezaba a apretar con cierta intensidad, caminé por entre las encinas del lado sur de la fortaleza, mientras unas nubes negras se elevaban hacia el cielo, lo que era indicio de que aquella noche podría caer agua en abundancia. Esta bella instantánea es la que muestro en portada.
Mientras contemplaba la majestuosa imagen que se desplegaba ante mis ojos, vino a mi memoria uno de los romances del “Cancionero de don Álvaro de Luna” que, tiempo atrás, se cantaba en la representación de la obra teatral El Águila Blanca, dentro del patio de armas del castillo y en la que participaba la propia gente del pueblo.
Lo curioso es que no hace mucho, casualmente, lo escuché en dos grabaciones distintas que me emocionaron al saber que en países tan dispares como Estados Unidos o Polonia se oían los sonidos y la letra de un romance titulado “Alburquerque, Alburquerque”, y que en él se dice:
Alburquerque, Alburquerque,
bien mereces ser honrado,
en ti están los tres infantes
hijos del rey don Fernando.
Desterrélos de mis reinos,
desterrélos por un año;
Alburquerque era muy fuerte,
con él se me habían alzado.
¡Oh don Álvaro de Luna,
cuán mal que me habías burlado!
dijísteme que Alburquerque
estaba puesto en un llano,
véole yo cavas hondas
y de torres bien cercado;
dentro mucha artillería,
gente de pie y de caballo,
y en aquella torre mocha
tres pendones han alzado:
el uno por don Enrique,
otro por don Juan, su hermano,
el otro era por don Pedro,
infante desheredado.
Álcese luego el real
que excusado era tomarlo.
En este romance se hace referencia al cerco que se produjo en la villa en el año 1430, durante la guerra entablada entre los reinos de Castilla y de Aragón, puesto que tres los Infantes de Aragón –Juan, Enrique y Pedro– se habían hecho fuertes en la fortaleza, por lo que tuvo que ser cercada don Álvaro de Luna, hasta que sus acérrimos enemigos se rindieron sin que hubiera derramamiento de sangre.
Sobre este tema, quisiera hacer referencia al Romancero de don Álvaro de Luna, recopilación que llevó a cabo Antonio Pérez Gómez, en el que recoge todos los romances publicados entre 1540 y 1800. En total son cincuenta y seis que hablan de la vida y la tragedia de quien fuera condestable del rey Juan II de Castilla. Y para que veamos la importancia de su protagonista, solo los romances referidos a la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, superan en número a los que describen los avatares de Álvaro de Luna.
Ya centrándonos en el romance “Alburquerque, Alburquerque”, debo apuntar que también fue musicado, por lo que se encuentra recogido en el Cancionero Musical de Palacio, con el número 10, dentro de los 461 registrados de la música renacentista española.
Llama la atención que, no hace mucho, en el año 2015, haya sido grabado por el grupo estadounidense Los Angeles Guitar Quartet. Así, en el disco titulado New Renaissance, dedicado a la música del Renacimiento español, aparece interpretado con cuatro guitarras clásicas y con una duración de tres minutos.
Pero lo más sorprendente es que hay que acudir a Polonia para encontrar este romance, cantado por el grupo La Morra, dirigido por el laudista Michal Gondko, para escucharlo en un álbum reciente que lleva el título de Luz del Alva (la segunda palabra está con ‘v’, puesto que así se escribía en la Edad Media).
Como nos podemos imaginar, la pronunciación del vocalista se aleja bastante de la nuestra, ya que se expresa con una fuerte ‘ere’ los sonidos de las palabras de nuestro idioma. Aunque creo que esto, a fin de cuentas, tiene poca importancia, sabiendo que han tenido que ser dos grupos de música antigua de fuera de nuestras fronteras los que nos proporcionen, musicado y cantado, el citado romance.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ