Es la esperanza del ser humano la que nos hace crecer, continuar, no tirar la toalla. No nos queda otra que intentar ser positivos, mirar el vaso medio lleno, confiar en que al final llegará la lluvia; que el sol desplazará a la pesada niebla.
Por eso, en estos días de hacer balance, nos quedamos con lo bueno, olvidando la dureza del camino, las veces que nos vimos incapaces, las lágrimas, el sudor y la sangre que derramamos a diario. Nos refugiamos, añoramos, nos conformamos con los efímeros momentos, las escasas sonrisas, nuestro minuto de gloria.
Entiendo que una de las funciones –diría que la principal– de nuestros dirigentes –los políticos, los religiosos, los económicos– es que no claudiquemos ante la incertidumbre, el miedo, la angustia. Trabajan para que la sensación de derrota, la apatía, la desidia, no se apoderen de nosotros, nos paralicen, nos inviten a abandonarnos.
Para ello, a lo que se dedican es a recomendarnos coraje, fuerza, determinación, lucha, y aprovechan cada ocasión para recordarnos que la esperanza aún sigue aferrándose, a pesar de las brisas, tormentas, y huracanes, al borde de la caja que abrió la curiosa Pandora.
Las medidas del Gobierno del emperador Sánchez de bajar el IVA de los alimentos básicos, como los 20 céntimos de los combustibles, como los impuestos a la banca y a las energéticas, o la subida del Salario Mínimo Interprofesional, entre otras, van encaminadas a que no perdamos la esperanza.
Por eso son paulatinas, espaciadas en el tiempo, a cuentagotas, para alargar sus efectos, para ganar tiempo, para que esa cualidad humana (que según los antropólogos es la clave del éxito del Homo sapiens) de imaginar un futuro, mejor o peor, siga empujándonos hacia delante.
Algo, es evidente, hay que intentar, y algunas de esas medidas nos han levantado el ánimo, nos han aliviado el bolsillo, pero al final, todas quedan en lo mismo: a la larga benefician a las grandes empresas, y debilitan el Estado del bienestar, al ciudadano, a los más débiles.
La bajada del IVA quedará minimizada por el aumento de precios de las cadenas de supermercados, perjudicando al pequeño comerciante y a los productores, a los que seguro se les seguirá cobrando lo mismo por las materias primas.
Sucedió con las gasolineras. Se está investigando, y no llegará a ningún sitio, que varias empresas petrolíferas (CEPSA, REPSOL y BP) pactaron de forma desleal una subida de precios de los carburantes tras el anuncio de las ayudas de los 20 céntimos al litro. Ahora esas mismas empresas anuncian que, pensando en los consumidores, seguirán haciendo el descuento que el Estado ha quitado y nos hacen creer que compiten libremente entre ellas.
El impuesto a las eléctricas, las que en época de sequía acabaron con las reservas de los pantanos, las que están intentando monopolizar el mercado de las renovables, las que vieron cómo sus cuentas de resultados se disparaban cuando peor lo pasábamos el resto, anuncian que llevarán a los juzgados al Estado para recuperar esos 2.600 millones que tanto nos han beneficiado. Al final les darán la razón, porque las leyes están hechas para ellas, porque están esperando que los aspirantes de la oposición alcancen el poder y les vuelvan a dar patente de corso.
Y de los bancos ya mejor no hablar. El dinero y las hipotecas, por las nubes; comisiones hasta por respirar; cierre de oficinas, trabajadores a la calle, trato inhumano a sus clientes, operaciones telemáticas, obligación forzosa a ser siervo de uno de ellos porque se acabó el dinero físico, porque quieren saber hasta las pipas que te comes.
Durante los 22 primeros años de este siglo hemos perdido derechos y libertades. Asustados, hemos aceptado, porque no nos quedaba otra, todo lo que nos han impuesto. Hemos agachado la cabeza, clavado la rodilla, soportado los latigazos, y no se conforman, aún nos quieren más sometidos.
Cuando la única posibilidad de comer, de vestirte, de calentarte, de desplazarte, está en manos de unos pocos ladrones, despiadados, inhumanos, y las soluciones son la caridad, o que trabajes más, por menos jornal, solo tiene un nombre: la esclavitud ha sido lo que ha permitido que los grandes imperios se construyan, permanezcan, y el que nos ha tocado vivir no puede ser menos.
Disculpen, estoy perdiendo las formas. No es momento de decir estas cosas, tengamos las fiestas en paz. Feliz Año Nuevo, y les deseo que mantengan encendida la llama de la esperanza. Por cierto, ¡qué bonito es el traje nuevo del emperador!
Por eso, en estos días de hacer balance, nos quedamos con lo bueno, olvidando la dureza del camino, las veces que nos vimos incapaces, las lágrimas, el sudor y la sangre que derramamos a diario. Nos refugiamos, añoramos, nos conformamos con los efímeros momentos, las escasas sonrisas, nuestro minuto de gloria.
Entiendo que una de las funciones –diría que la principal– de nuestros dirigentes –los políticos, los religiosos, los económicos– es que no claudiquemos ante la incertidumbre, el miedo, la angustia. Trabajan para que la sensación de derrota, la apatía, la desidia, no se apoderen de nosotros, nos paralicen, nos inviten a abandonarnos.
Para ello, a lo que se dedican es a recomendarnos coraje, fuerza, determinación, lucha, y aprovechan cada ocasión para recordarnos que la esperanza aún sigue aferrándose, a pesar de las brisas, tormentas, y huracanes, al borde de la caja que abrió la curiosa Pandora.
Las medidas del Gobierno del emperador Sánchez de bajar el IVA de los alimentos básicos, como los 20 céntimos de los combustibles, como los impuestos a la banca y a las energéticas, o la subida del Salario Mínimo Interprofesional, entre otras, van encaminadas a que no perdamos la esperanza.
Por eso son paulatinas, espaciadas en el tiempo, a cuentagotas, para alargar sus efectos, para ganar tiempo, para que esa cualidad humana (que según los antropólogos es la clave del éxito del Homo sapiens) de imaginar un futuro, mejor o peor, siga empujándonos hacia delante.
Algo, es evidente, hay que intentar, y algunas de esas medidas nos han levantado el ánimo, nos han aliviado el bolsillo, pero al final, todas quedan en lo mismo: a la larga benefician a las grandes empresas, y debilitan el Estado del bienestar, al ciudadano, a los más débiles.
La bajada del IVA quedará minimizada por el aumento de precios de las cadenas de supermercados, perjudicando al pequeño comerciante y a los productores, a los que seguro se les seguirá cobrando lo mismo por las materias primas.
Sucedió con las gasolineras. Se está investigando, y no llegará a ningún sitio, que varias empresas petrolíferas (CEPSA, REPSOL y BP) pactaron de forma desleal una subida de precios de los carburantes tras el anuncio de las ayudas de los 20 céntimos al litro. Ahora esas mismas empresas anuncian que, pensando en los consumidores, seguirán haciendo el descuento que el Estado ha quitado y nos hacen creer que compiten libremente entre ellas.
El impuesto a las eléctricas, las que en época de sequía acabaron con las reservas de los pantanos, las que están intentando monopolizar el mercado de las renovables, las que vieron cómo sus cuentas de resultados se disparaban cuando peor lo pasábamos el resto, anuncian que llevarán a los juzgados al Estado para recuperar esos 2.600 millones que tanto nos han beneficiado. Al final les darán la razón, porque las leyes están hechas para ellas, porque están esperando que los aspirantes de la oposición alcancen el poder y les vuelvan a dar patente de corso.
Y de los bancos ya mejor no hablar. El dinero y las hipotecas, por las nubes; comisiones hasta por respirar; cierre de oficinas, trabajadores a la calle, trato inhumano a sus clientes, operaciones telemáticas, obligación forzosa a ser siervo de uno de ellos porque se acabó el dinero físico, porque quieren saber hasta las pipas que te comes.
Durante los 22 primeros años de este siglo hemos perdido derechos y libertades. Asustados, hemos aceptado, porque no nos quedaba otra, todo lo que nos han impuesto. Hemos agachado la cabeza, clavado la rodilla, soportado los latigazos, y no se conforman, aún nos quieren más sometidos.
Cuando la única posibilidad de comer, de vestirte, de calentarte, de desplazarte, está en manos de unos pocos ladrones, despiadados, inhumanos, y las soluciones son la caridad, o que trabajes más, por menos jornal, solo tiene un nombre: la esclavitud ha sido lo que ha permitido que los grandes imperios se construyan, permanezcan, y el que nos ha tocado vivir no puede ser menos.
Disculpen, estoy perdiendo las formas. No es momento de decir estas cosas, tengamos las fiestas en paz. Feliz Año Nuevo, y les deseo que mantengan encendida la llama de la esperanza. Por cierto, ¡qué bonito es el traje nuevo del emperador!
MOI PALMERO