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El hombre que recogía caramelos un día después

Era la misma calle que veinticuatro horas antes se mostró repleta de niños y adultos que aguardaban entre inquietos e ilusionados a que los Reyes Magos les obsequiaran de forma anticipada con un pequeño detalle, seguramente con un caramelo. Allí mismo, junto al antiguo Colegio del Ave María, hoy casa de la Hermandad de Valme, un hombre solitario recogía esta tarde caramelos, que metía en una bolsa verde.


Este hombre solitario debe tener nombre y apellidos de familia, pero en esta breve historia real es ahora lo de menos. Caminaba muy despacio, fijándose casi en cada palmo del suelo para distinguir entre la suciedad un caramelo, o más bien el resto de uno de ellos. Pero de vez en cuando, como quien busca setas en el campo, se agachaba, cogía algo y lo metía con cuidado en una bolsa de plástico de color verde.

La tarde se mostraba plácida, pero algo apagada. En la calle, casi ni un alma, tan sólo otro hombre que paseaba tranquilamente a sus dos perros, y casi ni pasaban coches. Una estampa que se oponía radicalmente a la que ofrecía ayer a esa misma hora cuando las carrozas que integran la Cabalgata de los Reyes Magos de Dos Hermanas salió a la calle para repartir, sobre todo, ilusión… y miles y miles de caramelos, que todos los allí presentes se afanaron en recoger. Pero, claro, de tantos, los de la ida y los de la vuelta, algunos se quedaban allá donde habían caído sin que nadie les hiciera el más mínimo caso.

Pero ni aún así podían garantizar esos caramelos ignorados que fueran a permanecer mucho tiempo más allí, por cuanto los servicios de limpieza municipales se mostraron implacables poco después del paso de las carrozas para llevarse por delante con distintos medios los restos de la batalla. Quien camina por las aceras o calzadas del recorrido, pisan sin cuidado papeles, trozos machacados de caramelos, serpentinas y hasta pequeñas estrellitas de papel brillante, como esas que todos nos quitamos con mucho trabajo de las suelas de nuestros zapatos, pero a conciencia que era casi imposible ver aún un caramelo intacto sobre el suelo. Y menos 24 horas después.

Por eso me sorprendió ver a este hombre solitario, vestido de negro, que caminaba muy despacio por la acera de enfrente a la calle Arroz recogiendo unos restos que buscaba bien en aquellos espacios o rincones a los que ni las máquinas ni los barrenderos pudieron llegar. Y buena cosecha que llevaba, porque su bolsa verde acumulaba ya tal volumen como la que mi hijo soltó anoche mismo sobre la mesa de la cocina después de varias horas de seguir a la Cabalgata.

En una distracción mía por recoger del suelo con una pequeña bolsa los excrementos de uno de mis perros y soltarla luego en una papelera, mi vista comenzó a recorrer a la velocidad de la luz el enorme espacio de la avenida que se mostraba solitario ante mí, pero este hombre ya no estaba. Tal vez se había metido por el callejón que hay junto a la Parroquia del Ave María. Tal vez este hombre que caminaba solitario y que recogía restos de caramelos de la Cabalgata de ayer se dio ya por satisfecho con la mercancía que llevaba hasta entonces, que buena que aparentaba. El caso es que la calle se quedó sin él aún más vacía.

De regreso a casa con mis perros, crucé la calle y paseé por la misma acera por donde este buen hombre solitario buscaba y cogía cosas del suelo para meterlas en una bolsa de color verde. Y digo yo que caramelos, que otra cosa no entendía a la vista del paisaje que contemplaba.

FRANCISCO GIL / ANDALUCÍA DIGITAL
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