Ana Marín Guerrero cumplió 100 años el pasado 7 de junio. El nuevo Calendario ‘Agárrate a la vida’ que ha editado recientemente el Ayuntamiento de Dos Hermanas, le ha dedicado el mes de enero como una de las mujeres nazarenas de hoy. Y ella cuenta que lo ha aceptado muy bien, “porque los 100 años tienen mucha fuerza”.
Ana Marín se mueve hoy con su andador por todos lados. Le gusta ir al mercado a comprar su comida y a la farmacia a por sus medicinas. Y todas las mañanas, a eso de las nueve, acude sin falta al Centro de Participación Activa de Mayores de Los Montecillos, donde se distrae “haciendo números” para mantener la memoria y ejercicios de salud y bienestar. Bueno, y a charlar con sus amigas, que las tiene y mucho.
Esta nazarena nacida en Ronda y que llegó a Dos Hermanas con su familia en el año 1934, se echó por lo alto, pese a su juventud, a su familia (madre y seis hermanos) y a la que creó luego con su marido Salvador Marín Villanueva, ya fallecido, y sus cuatro hijos, para sacarlos para adelante, trabajando en la aceituna o donde fuera y revolviéndose ante los abusos laborales y las actitudes machistas de la época.
Una de esas mañanas en las que acudió al Centro de Mayores de Los Montecillos, estuvimos hablando con ella de todo un poco. Y el resultado de lo que dijo, en primera persona, es este:
“Ya tengo muchos años ya. Cien. Tuve cuatro hijos, pero uno se me murió uno hace ya treinta años. Vivo en la calle Cristo de la Vera Cruz desde hace ahora 81 años. Desde que me casé, vamos. Es una casa que heredó mi marido de sus abuelos. Yo siempre he estado muy ágil, pero hay cosas que ya no puedo hacer, como pasar la fregona, por ejemplo. El problema me vino cuando hace unos años, un coche me dio un porrazo. Yo iba con mi carrito a hacer unos mandados y la mujer que conducía, que estaba mal aparcada en la salida de un garaje, dio marcha atrás sin mirar justo cuando yo pasaba, y me rompí la pelvis. Estuve cuarenta y dos días ingresada grave”.
“Mi padre era arriero, y allí donde tenía el trabajo era donde íbamos todos. Se llamaba Salvador Marín Villanueva. Y nos iba bien, hasta que mi padre tuvo un accidente en el año 1934, un 11 de agosto, y murió. Sufrió una hemorragia interna. Y ya esto nos lo cambió todo. Mi madre se llamaba María Guerrero Baladé. En casa éramos seis hermanos, dos de ellos varones. En Ronda vivimos hasta que llegó la República. En esos años yo fui muy feliz allí. Yo era muy juguetona, muy inquieta. Nosotros éramos ocho, pero es que teníamos nueve borricos que también comían [se ríe]. El cura del pueblo le dijo un día a mi padre que tenía amistades en Sevilla y, claro, nos vinimos para acá. El viaje fue en burro. Fue en agosto de 1931. Nos dieron una casa de la Diputación pasando Miraflores. Allí estuvimos dos años. Era una época en la que estábamos muy mal, pasando necesidad. Mi hermano mayor murió en el 36 de una pulmonía, y no teníamos dinero ni para enterrarlo, porque el único sueldo que entraba por entonces en mi casa era el de mi hermana mayor”.
“Mi marido murió hace ya dieciocho años. Se llamaba Antonio González Cardona. Lo conocí cuando yo trabajaba en un almacén de aceitunas, donde era rellenadora, aunque antes teníamos que hacer también el escogío para clasificarlas según su tamaño. Yo tenía 17 años y mi marido era seis años mayor que yo. Cuando él llegó, fue un sinvergüenza [se ríe], porque se echó las mangas para abajo, se me acercó y me dijo que si le hacía el favor de remangárselas para no mancharse con la salmuera. Y yo, tan pepona, se las recogí, y ya ese mismo día me acompañó cuando salimos por la tarde de trabajar. Pero, vamos, el que más se impresionó fue él de mí que yo de él [se ríe]. Nos hicimos novios rápido, y la boda también fue rápida. Yo me casé el 28 de febrero del 42 y mi primer hijo nació en mayo del 44”.
“Mi marido era un hombre de campo. Era buena persona, pero muy bruto. Los Catalino son familia de él. Y los Cardona, que también eran de campo. No era de salir mucho, pero era machista. Yo he sido feminista en mi casa, porque no soportaba que él se acostara aburrido mientras yo tenía que dormir de pie porque me tenía que levantar a las seis de la mañana para ir a la plaza a comprar, porque por entonces no había frigoríficos ni neveras, sino el canasto y ya está. Y luego tenía que trabajar. Yo ganaba más que él, porque siempre he trabajado a destajo. La verdad es que él no me ayudaba porque no le daba la gana. Y por la mañana, cuando sonaba el reloj, la primera que me levantaba era yo, y la que se acostaba la última. Pero tuve mala suerte con él por los males. Le vino una enfermedad que le tuvo mal durante doce años”.
“Yo, hoy en día, hago mi vida sola. Me levanto por la mañana a las ocho. Me aseo, hago la cama y me voy al corral, donde tengo muchas flores, que me encantan. Desayuno en mi cocina, friego los tiestos y me voy para el Centro de Mayores de Los Montecillos a eso de las nueve. Yo vengo por aquí desde que lo abrieron. Aquí hago ejercicios de memoria y de salud y bienestar. Y ya en mi casa, el resto del día, hago todas las labores de encaje, que tengo un premio de Andalucía por las labores que he hecho. Yo tengo aquí muchas amigas. Como para no tenerlas, con el genio que tengo [se ríe]; que lo tengo, pero soy muy sociable. Porque, mire, yo estoy ahora hablando con usted y riéndome, cuando hace veintidós días enterré a una de mis hermanas. La única que me quedaba. En el Centro me lo paso muy bien, porque si yo viera caras largas, me iba para mi casa, que es muy grande. Mi hijo el más chico es el que me ayuda si necesito cosas de otros lugares, como el Catalino, pero la plaza y la farmacia me las deja a mí”.
“La comida me la hago yo todos los días. Como tengo la boca regular [se ríe], me hago sobre todo sopas, arroz, lentejas, pucheros… Y ya por las noches, un pescaíto, una tortillita… y así voy para adelante. Yo nunca he tenido miedo a vivir sola. Verá usted, la soledad es muy mala compañera, pero como estoy siempre contando, pues eso me alivia. Yo, por ejemplo, no pongo el televisor nada más que para ver ‘Pasapalabra’, porque no soy de pasarme diez o doce horas así cruzada de brazos o viendo todo lo que echan en la tele. ¿Qué viene una visita a verme?, pues encantada. ¿Que si soy feliz? ¿Y quién es feliz?”
“El secreto para haber llegado a los cien años no lo sé. La verdad es que no me lo puedo creer, porque la más endeble de mi casa he sido siempre yo, que además era de muy poca comida. Mi madre me cuidó mucho, porque antes no había Seguridad Social y había que pagar al médico. Y mi madre iba a la farmacia, donde por entonces vendían los vinos buenos, Santa Catalina, San Patricio, San no sé qué…, allí había más santos que en la iglesia [se ríe]. ¿Y se cree usted que, con la edad que tengo, yo he bebido sólo una cerveza en mi vida? Y lo hice por una promesa. Así que de alcohol, nada. Y eso que de chica, mi madre, para que hiciéramos ganas de comer, echaba siempre unas uvas en aguardiente y venía luego con una aguja de esas de los calcetines, pinchaba una y nos iba dando a todos”.
“La memoria afortunadamente la tengo también muy bien. Me acuerdo de todo: de las fechas de nacimiento de mis hermanos, de las muertes, de las bodas… He trabajado mucho, mucho, con cuatro hijos varones que he sacado para adelante, y mi marido, cinco”.
“Yo tengo móvil, sí, pero no lo quiero entender. No quiero saber más cosas, porque con lo que ya sé, tengo bastante. Lo tengo de reloj. A mí no me llama ya nadie, porque es que no me entero. Llaman a mis hijos. Y lo de Internet lo veo demasiado adelantado. Internet es el amo del mundo. En cuanto a la sociedad actual, no estamos como entonces, porque yo he vivido una república, una dictadura y ahora una democracia, pero tampoco estamos bien”. “Dinero no tengo. ¿Sabe usted cuál es mi pensión de la Seguridad Social? Yo estoy cobrando ahora lo que cobraba cuando murió mi marido, 448 euros, y porque han entrado los socialistas, porque con Rajoy tenía que vivir cuatro años para que me subiera uno, y estaba cobrando por entonces 394 euros. Y yo tampoco soy de seguros, pero tengo una hucha para lo del entierro. Hay tres entierros, y yo quiero el del medio, ni el más barato ni el más caro”. “Cuando se enterró mi hermano, que yo tenía entonces sólo 13 años, tuve que madurar mucho. Y yo misma me hice la promesa de hacer cosas. Yo he pedido para enterrar, le he dado el pecho a niños raquíticos... Una vez me dijeron que diera el pecho en la casa de los Ybarra, pero yo, que he sido siempre rebelde, dije que la de Ybarra, si no le quería dar el pecho a su niño, que comprara una vaca [no se ríe]”.
“Yo tampoco me he apuntado nunca a nada, nada más que al banco y a la Seguridad Social, y porque es obligatorio, pero no me he apuntado a un partido, ni en la iglesia ni a nada. Pero, sin embargo, he colaborado y he hecho cosas para la iglesia. Mire, yo no tengo balcón en mi casa, pero si lo tuviera no ponía ni un santo ni una bandera. Si acaso, una colgadura de un mantón que yo borde o una colcha que yo haga… Esa es mi manera de ser”.
Ana Marín se mueve hoy con su andador por todos lados. Le gusta ir al mercado a comprar su comida y a la farmacia a por sus medicinas. Y todas las mañanas, a eso de las nueve, acude sin falta al Centro de Participación Activa de Mayores de Los Montecillos, donde se distrae “haciendo números” para mantener la memoria y ejercicios de salud y bienestar. Bueno, y a charlar con sus amigas, que las tiene y mucho.
Esta nazarena nacida en Ronda y que llegó a Dos Hermanas con su familia en el año 1934, se echó por lo alto, pese a su juventud, a su familia (madre y seis hermanos) y a la que creó luego con su marido Salvador Marín Villanueva, ya fallecido, y sus cuatro hijos, para sacarlos para adelante, trabajando en la aceituna o donde fuera y revolviéndose ante los abusos laborales y las actitudes machistas de la época.
Una de esas mañanas en las que acudió al Centro de Mayores de Los Montecillos, estuvimos hablando con ella de todo un poco. Y el resultado de lo que dijo, en primera persona, es este:
“Ya tengo muchos años ya. Cien. Tuve cuatro hijos, pero uno se me murió uno hace ya treinta años. Vivo en la calle Cristo de la Vera Cruz desde hace ahora 81 años. Desde que me casé, vamos. Es una casa que heredó mi marido de sus abuelos. Yo siempre he estado muy ágil, pero hay cosas que ya no puedo hacer, como pasar la fregona, por ejemplo. El problema me vino cuando hace unos años, un coche me dio un porrazo. Yo iba con mi carrito a hacer unos mandados y la mujer que conducía, que estaba mal aparcada en la salida de un garaje, dio marcha atrás sin mirar justo cuando yo pasaba, y me rompí la pelvis. Estuve cuarenta y dos días ingresada grave”.
“Mi padre era arriero, y allí donde tenía el trabajo era donde íbamos todos. Se llamaba Salvador Marín Villanueva. Y nos iba bien, hasta que mi padre tuvo un accidente en el año 1934, un 11 de agosto, y murió. Sufrió una hemorragia interna. Y ya esto nos lo cambió todo. Mi madre se llamaba María Guerrero Baladé. En casa éramos seis hermanos, dos de ellos varones. En Ronda vivimos hasta que llegó la República. En esos años yo fui muy feliz allí. Yo era muy juguetona, muy inquieta. Nosotros éramos ocho, pero es que teníamos nueve borricos que también comían [se ríe]. El cura del pueblo le dijo un día a mi padre que tenía amistades en Sevilla y, claro, nos vinimos para acá. El viaje fue en burro. Fue en agosto de 1931. Nos dieron una casa de la Diputación pasando Miraflores. Allí estuvimos dos años. Era una época en la que estábamos muy mal, pasando necesidad. Mi hermano mayor murió en el 36 de una pulmonía, y no teníamos dinero ni para enterrarlo, porque el único sueldo que entraba por entonces en mi casa era el de mi hermana mayor”.
“Mi marido murió hace ya dieciocho años. Se llamaba Antonio González Cardona. Lo conocí cuando yo trabajaba en un almacén de aceitunas, donde era rellenadora, aunque antes teníamos que hacer también el escogío para clasificarlas según su tamaño. Yo tenía 17 años y mi marido era seis años mayor que yo. Cuando él llegó, fue un sinvergüenza [se ríe], porque se echó las mangas para abajo, se me acercó y me dijo que si le hacía el favor de remangárselas para no mancharse con la salmuera. Y yo, tan pepona, se las recogí, y ya ese mismo día me acompañó cuando salimos por la tarde de trabajar. Pero, vamos, el que más se impresionó fue él de mí que yo de él [se ríe]. Nos hicimos novios rápido, y la boda también fue rápida. Yo me casé el 28 de febrero del 42 y mi primer hijo nació en mayo del 44”.
“Mi marido era un hombre de campo. Era buena persona, pero muy bruto. Los Catalino son familia de él. Y los Cardona, que también eran de campo. No era de salir mucho, pero era machista. Yo he sido feminista en mi casa, porque no soportaba que él se acostara aburrido mientras yo tenía que dormir de pie porque me tenía que levantar a las seis de la mañana para ir a la plaza a comprar, porque por entonces no había frigoríficos ni neveras, sino el canasto y ya está. Y luego tenía que trabajar. Yo ganaba más que él, porque siempre he trabajado a destajo. La verdad es que él no me ayudaba porque no le daba la gana. Y por la mañana, cuando sonaba el reloj, la primera que me levantaba era yo, y la que se acostaba la última. Pero tuve mala suerte con él por los males. Le vino una enfermedad que le tuvo mal durante doce años”.
“Yo, hoy en día, hago mi vida sola. Me levanto por la mañana a las ocho. Me aseo, hago la cama y me voy al corral, donde tengo muchas flores, que me encantan. Desayuno en mi cocina, friego los tiestos y me voy para el Centro de Mayores de Los Montecillos a eso de las nueve. Yo vengo por aquí desde que lo abrieron. Aquí hago ejercicios de memoria y de salud y bienestar. Y ya en mi casa, el resto del día, hago todas las labores de encaje, que tengo un premio de Andalucía por las labores que he hecho. Yo tengo aquí muchas amigas. Como para no tenerlas, con el genio que tengo [se ríe]; que lo tengo, pero soy muy sociable. Porque, mire, yo estoy ahora hablando con usted y riéndome, cuando hace veintidós días enterré a una de mis hermanas. La única que me quedaba. En el Centro me lo paso muy bien, porque si yo viera caras largas, me iba para mi casa, que es muy grande. Mi hijo el más chico es el que me ayuda si necesito cosas de otros lugares, como el Catalino, pero la plaza y la farmacia me las deja a mí”.
“La comida me la hago yo todos los días. Como tengo la boca regular [se ríe], me hago sobre todo sopas, arroz, lentejas, pucheros… Y ya por las noches, un pescaíto, una tortillita… y así voy para adelante. Yo nunca he tenido miedo a vivir sola. Verá usted, la soledad es muy mala compañera, pero como estoy siempre contando, pues eso me alivia. Yo, por ejemplo, no pongo el televisor nada más que para ver ‘Pasapalabra’, porque no soy de pasarme diez o doce horas así cruzada de brazos o viendo todo lo que echan en la tele. ¿Qué viene una visita a verme?, pues encantada. ¿Que si soy feliz? ¿Y quién es feliz?”
“El secreto para haber llegado a los cien años no lo sé. La verdad es que no me lo puedo creer, porque la más endeble de mi casa he sido siempre yo, que además era de muy poca comida. Mi madre me cuidó mucho, porque antes no había Seguridad Social y había que pagar al médico. Y mi madre iba a la farmacia, donde por entonces vendían los vinos buenos, Santa Catalina, San Patricio, San no sé qué…, allí había más santos que en la iglesia [se ríe]. ¿Y se cree usted que, con la edad que tengo, yo he bebido sólo una cerveza en mi vida? Y lo hice por una promesa. Así que de alcohol, nada. Y eso que de chica, mi madre, para que hiciéramos ganas de comer, echaba siempre unas uvas en aguardiente y venía luego con una aguja de esas de los calcetines, pinchaba una y nos iba dando a todos”.
“La memoria afortunadamente la tengo también muy bien. Me acuerdo de todo: de las fechas de nacimiento de mis hermanos, de las muertes, de las bodas… He trabajado mucho, mucho, con cuatro hijos varones que he sacado para adelante, y mi marido, cinco”.
“Yo tengo móvil, sí, pero no lo quiero entender. No quiero saber más cosas, porque con lo que ya sé, tengo bastante. Lo tengo de reloj. A mí no me llama ya nadie, porque es que no me entero. Llaman a mis hijos. Y lo de Internet lo veo demasiado adelantado. Internet es el amo del mundo. En cuanto a la sociedad actual, no estamos como entonces, porque yo he vivido una república, una dictadura y ahora una democracia, pero tampoco estamos bien”. “Dinero no tengo. ¿Sabe usted cuál es mi pensión de la Seguridad Social? Yo estoy cobrando ahora lo que cobraba cuando murió mi marido, 448 euros, y porque han entrado los socialistas, porque con Rajoy tenía que vivir cuatro años para que me subiera uno, y estaba cobrando por entonces 394 euros. Y yo tampoco soy de seguros, pero tengo una hucha para lo del entierro. Hay tres entierros, y yo quiero el del medio, ni el más barato ni el más caro”. “Cuando se enterró mi hermano, que yo tenía entonces sólo 13 años, tuve que madurar mucho. Y yo misma me hice la promesa de hacer cosas. Yo he pedido para enterrar, le he dado el pecho a niños raquíticos... Una vez me dijeron que diera el pecho en la casa de los Ybarra, pero yo, que he sido siempre rebelde, dije que la de Ybarra, si no le quería dar el pecho a su niño, que comprara una vaca [no se ríe]”.
“Yo tampoco me he apuntado nunca a nada, nada más que al banco y a la Seguridad Social, y porque es obligatorio, pero no me he apuntado a un partido, ni en la iglesia ni a nada. Pero, sin embargo, he colaborado y he hecho cosas para la iglesia. Mire, yo no tengo balcón en mi casa, pero si lo tuviera no ponía ni un santo ni una bandera. Si acaso, una colgadura de un mantón que yo borde o una colcha que yo haga… Esa es mi manera de ser”.
FRANCISCO GIL / ANDALUCÍA DIGITAL