Le contaron que una vez al año venían los Reyes Magos y, si era buena, le traían todos los regalos que su mente infantil pudiese imaginar; le dijeron que si estudiaba y se esforzaba en hacer una carrera podía hacer de su vocación su vida, que sería una buena vida, trabajando en lo que le gustaba. Y que como era una niña, tenía que jugar a cosas de niñas y no de niños: “Tú no puedes subirte a los árboles ni jugar con los niños. Debes jugar con muñecas y cocinitas”.
Más tarde, le grabaron en su imaginación de preadolescente que existía un príncipe azul que vendría a salvarla de todas sus dificultades mundanas, le haría la persona más feliz del mundo, se lo daría todo, sería para toda la vida, tendrían hijos y comerían perdices.
Ella descubrió que sus padres, a medianoche, le ponían los regalos que con su exiguo sueldo podían colocarle bajo ese árbol de Navidad. No podía creérselo, no quería aceptarlo: era tanta la ilusión y la felicidad que sentía el Día de Reyes... Además, era la primera en levantarse, con lo dormilona que era. Sus padres siguieron poniéndole los regalos bajo el árbol.
Terminó su carrera e incluso hizo un Doctorado. Pero fue inútil –bueno, hasta cierto punto–, ya que no trabajó en lo que quería porque tenía demasiada competencia y no había trabajo. Pero esta experiencia la enseñó a ser crítica con la vida y eso es lo mejor que le pudo pasar.
Pero lo más cruel fue lo del príncipe azul: porque no era un príncipe, era una princesa o una rana, vaya usted a saber... Después de toda una vida, se entera de que la rana era un simple sapo que prefirió su charca llena de lodo y miseria. Así que ella tiene que seguir viviendo y preguntándose qué le ha hecho al universo para que se comporte de esa manera con la princesa que le dijeron que era.
El patriarcado toda la vida ha funcionado así: la "media naranja"; el "no estás completa si no encuentras a tu príncipe, que es la otra media"; el amor romántico, que es para toda la vida. Y resulta que todo es una falaz mentira, una consecuencia atroz del machismo que imperó y sigue mandando aunque, gracias a quien sea, cada vez menos.
No somos princesas, somos seres humanos; no tenemos medias naranjas, somos personas enteras; y no queremos príncipes, sino personas que nos acompañen, nos hagan felices y no nos engañen. Pero ahí está ella, con su lucha diaria, encontrando consuelo en sus “seres de luz”, que son muchos.
Ella dice que son sus niños, pero son adultos: son personas con Síndrome de Down o autismo. Va cada día a estar con ellos, con “sus niños”. Le abrazan con ese amor tan de verdad que no se puede explicar porque no tiene dobleces, porque sale del alma. Y, verdaderamente, es lo más grande y lo más puro que le ha pasado en su vida. Así que no está sola: tiene a “sus niños” y a su perrita, que cuando llega a su casa, le da todo el amor del mundo. Y, ciertamente, hoy día no necesita nada más.
Más tarde, le grabaron en su imaginación de preadolescente que existía un príncipe azul que vendría a salvarla de todas sus dificultades mundanas, le haría la persona más feliz del mundo, se lo daría todo, sería para toda la vida, tendrían hijos y comerían perdices.
Ella descubrió que sus padres, a medianoche, le ponían los regalos que con su exiguo sueldo podían colocarle bajo ese árbol de Navidad. No podía creérselo, no quería aceptarlo: era tanta la ilusión y la felicidad que sentía el Día de Reyes... Además, era la primera en levantarse, con lo dormilona que era. Sus padres siguieron poniéndole los regalos bajo el árbol.
Terminó su carrera e incluso hizo un Doctorado. Pero fue inútil –bueno, hasta cierto punto–, ya que no trabajó en lo que quería porque tenía demasiada competencia y no había trabajo. Pero esta experiencia la enseñó a ser crítica con la vida y eso es lo mejor que le pudo pasar.
Pero lo más cruel fue lo del príncipe azul: porque no era un príncipe, era una princesa o una rana, vaya usted a saber... Después de toda una vida, se entera de que la rana era un simple sapo que prefirió su charca llena de lodo y miseria. Así que ella tiene que seguir viviendo y preguntándose qué le ha hecho al universo para que se comporte de esa manera con la princesa que le dijeron que era.
El patriarcado toda la vida ha funcionado así: la "media naranja"; el "no estás completa si no encuentras a tu príncipe, que es la otra media"; el amor romántico, que es para toda la vida. Y resulta que todo es una falaz mentira, una consecuencia atroz del machismo que imperó y sigue mandando aunque, gracias a quien sea, cada vez menos.
No somos princesas, somos seres humanos; no tenemos medias naranjas, somos personas enteras; y no queremos príncipes, sino personas que nos acompañen, nos hagan felices y no nos engañen. Pero ahí está ella, con su lucha diaria, encontrando consuelo en sus “seres de luz”, que son muchos.
Ella dice que son sus niños, pero son adultos: son personas con Síndrome de Down o autismo. Va cada día a estar con ellos, con “sus niños”. Le abrazan con ese amor tan de verdad que no se puede explicar porque no tiene dobleces, porque sale del alma. Y, verdaderamente, es lo más grande y lo más puro que le ha pasado en su vida. Así que no está sola: tiene a “sus niños” y a su perrita, que cuando llega a su casa, le da todo el amor del mundo. Y, ciertamente, hoy día no necesita nada más.
REMEDIOS FARIÑAS