Supongo que en esta primera columna toca presentarme. Ya habrá ocasión de hablar de trenes y autobuses. Cuando Andalucía Digital me pidió escribir regularmente sobre el transporte público andaluz, acepté con gran ilusión. Pero antes toca conocernos un poco.
Al ver mi nombre habrán pensado que no soy precisamente del pueblo de al lado. ¡Gran equivocación! Sí lo soy, aunque ciertamente no nací en uno de los hospitales Materno-Infantiles que ustedes solían frecuentar, sino en el de Kiel, Alemania.
Pero llevo ya tantos años en Andalucía que me dio tiempo a tener categoría especial de familia numerosa y volverla a perder (los hijos vuelan…) con mi adorable mujer de pueblo de Granada, quien estudió Bachillerato y COU (¿se acuerdan?) en Córdoba por circunstancias de la vida, no siempre fáciles en aquellos años.
Soy nieto, hermano, primo, yerno y cuñado de agricultores e hijo de científico (que ni de profesor universitario perdió su condición de hombre de campo) y de ama de casa (Alemania no era diferente en eso) que me transmitieron su amor por la música, por el arte y por la literatura.
Me crie en medio de un paisaje-cliché de riachuelos (de los que extraía y llenaba acuarios enteros de pececitos espinosos y otros bichos que parecían monstruos marinos en miniatura), lagos (lo único que echo de menos es mi barquito, ejem, naranja), bosques y verdes praderas pobladas de vacas pintadas de blanco y negro.
Esa tierra lleva el impronunciable nombre de Schleswig-Holstein (no lo intenten, que es peor). Es famosa solo por dos cosas: su raza “Holstein” de vacas lecheras y porque ahí trincaron y soltaron a cierto señor español apellidado Puigdemont.
Sucedió irónicamente en una tierra, bañada por dos mares, el del Norte y el Báltico (menos fieros que sus nombres sugieren), llamada por algunos "Alemania del Norte", por otros, "Dinamarca del Sur", en la que se hablan cuatro idiomas, sin que cada uno reivindique su propio estado o “normalización". El alemán y el danés son oficiales, el friso y el bajo alemán (la versión alemana del holandés) se habla en algunas zonas e islas.
Aprendí español viviendo unos años en Bolivia, en una parroquia de barrios pobres (ricos en personas maravillosas) de La Paz. Cuando volví a Europa, decidí cambiar praderas por olivares y almendrales, quedándome en Granada y estudiar “pa’ cura”.
Pero la vida tenía otros planes para mí. El caso es que ahora soy profesional y modesto empresario de la movilidad con mufmi.com, tan comprometido con reinventar el transporte público rural que nos dieron el año pasado el Premio Nacional de Movilidad, lo cual nos motiva enormemente para trabajar por mejorar el transporte público rural.
Prometo tomarme en serio la oportunidad de poder dialogar con ustedes a través de este espacio: los trenes, los autobuses y los servicios a la demanda en el mundo rural solo mejorarán con un esfuerzo común. Pensemos juntos en qué necesidades de movilidad se deben atender en su comarca. Así podremos hacer propuestas razonables pero ambiciosas, y a exigir que se implementen. Eso sí, con el compromiso de todos de, una vez conseguido, ¡usar el nuevo servicio!
Un reto podría ser: ¿por qué Montilla y Aguilar de la Frontera, al igual que otros municipios del interior de Andalucía, a pesar de tener estación, no tienen tren de Cercanías o Media Distancia que conecte con Córdoba o con sus respectivas capitales de provincia? ¿No se usaría? ¿Qué sería necesario para conseguirlo?
Ojalá recibamos muchas propuestas e ideas en la asociación Alianza por la Movilidad Sostenible y la Innovación Rural (AMSIR), que tengo el honor de presidir. Pueden dirigir sus propuestas y comentarios al email info@amsir.org o, por WhatsApp, al teléfono 628 388 873 (no se contestan llamadas). Por supuesto, me alegraré de cada uno que decida seguirme en Twitter o buscarme en LinkedIn. Y no, no estoy en el “Insta”.
Al ver mi nombre habrán pensado que no soy precisamente del pueblo de al lado. ¡Gran equivocación! Sí lo soy, aunque ciertamente no nací en uno de los hospitales Materno-Infantiles que ustedes solían frecuentar, sino en el de Kiel, Alemania.
Pero llevo ya tantos años en Andalucía que me dio tiempo a tener categoría especial de familia numerosa y volverla a perder (los hijos vuelan…) con mi adorable mujer de pueblo de Granada, quien estudió Bachillerato y COU (¿se acuerdan?) en Córdoba por circunstancias de la vida, no siempre fáciles en aquellos años.
Soy nieto, hermano, primo, yerno y cuñado de agricultores e hijo de científico (que ni de profesor universitario perdió su condición de hombre de campo) y de ama de casa (Alemania no era diferente en eso) que me transmitieron su amor por la música, por el arte y por la literatura.
Me crie en medio de un paisaje-cliché de riachuelos (de los que extraía y llenaba acuarios enteros de pececitos espinosos y otros bichos que parecían monstruos marinos en miniatura), lagos (lo único que echo de menos es mi barquito, ejem, naranja), bosques y verdes praderas pobladas de vacas pintadas de blanco y negro.
Esa tierra lleva el impronunciable nombre de Schleswig-Holstein (no lo intenten, que es peor). Es famosa solo por dos cosas: su raza “Holstein” de vacas lecheras y porque ahí trincaron y soltaron a cierto señor español apellidado Puigdemont.
Sucedió irónicamente en una tierra, bañada por dos mares, el del Norte y el Báltico (menos fieros que sus nombres sugieren), llamada por algunos "Alemania del Norte", por otros, "Dinamarca del Sur", en la que se hablan cuatro idiomas, sin que cada uno reivindique su propio estado o “normalización". El alemán y el danés son oficiales, el friso y el bajo alemán (la versión alemana del holandés) se habla en algunas zonas e islas.
Aprendí español viviendo unos años en Bolivia, en una parroquia de barrios pobres (ricos en personas maravillosas) de La Paz. Cuando volví a Europa, decidí cambiar praderas por olivares y almendrales, quedándome en Granada y estudiar “pa’ cura”.
Pero la vida tenía otros planes para mí. El caso es que ahora soy profesional y modesto empresario de la movilidad con mufmi.com, tan comprometido con reinventar el transporte público rural que nos dieron el año pasado el Premio Nacional de Movilidad, lo cual nos motiva enormemente para trabajar por mejorar el transporte público rural.
Prometo tomarme en serio la oportunidad de poder dialogar con ustedes a través de este espacio: los trenes, los autobuses y los servicios a la demanda en el mundo rural solo mejorarán con un esfuerzo común. Pensemos juntos en qué necesidades de movilidad se deben atender en su comarca. Así podremos hacer propuestas razonables pero ambiciosas, y a exigir que se implementen. Eso sí, con el compromiso de todos de, una vez conseguido, ¡usar el nuevo servicio!
Un reto podría ser: ¿por qué Montilla y Aguilar de la Frontera, al igual que otros municipios del interior de Andalucía, a pesar de tener estación, no tienen tren de Cercanías o Media Distancia que conecte con Córdoba o con sus respectivas capitales de provincia? ¿No se usaría? ¿Qué sería necesario para conseguirlo?
Ojalá recibamos muchas propuestas e ideas en la asociación Alianza por la Movilidad Sostenible y la Innovación Rural (AMSIR), que tengo el honor de presidir. Pueden dirigir sus propuestas y comentarios al email info@amsir.org o, por WhatsApp, al teléfono 628 388 873 (no se contestan llamadas). Por supuesto, me alegraré de cada uno que decida seguirme en Twitter o buscarme en LinkedIn. Y no, no estoy en el “Insta”.
RAINER UPHOFF