Regresamos a Córdoba después de haber permanecido un tiempo en Barcelona con nuestro nieto Abel y sus padres. La estancia es un verdadero disfrute, pues pasarla con un crío cargado de imaginación y de unas enormes ganas de jugar supone una especial alegría, en la que se mezclan la experiencia de los mayores y la curiosidad por todo en los inicios de una vida que se asoma a un mundo lleno de sorpresas a la mirada infantil. Bien es cierto que al final de la jornada acabamos agotados, aunque todavía estamos en condiciones de seguir el ritmo de un niño de cuatro años, al que parece no cansar tanto movimiento y ajetreo.
Una vez vueltos e instalados en casa, como suele suceder tras los viajes, hay que reorganizar lo que se dejó pendiente atrás cuando salimos para reencontrarnos, otra vez, con ese orden cotidiano en el que nos movemos casi automáticamente. Veo que necesito bajar y acercarme a la farmacia que se encuentra en la acera de enfrente para pedir unos medicamentos que nos faltan.
Entro y compruebo que no hay nadie esperando. Como nos conocemos desde hace años, saludo a Sonia, una chica joven, de carácter alegre y que comparte con Marisa la atención a los clientes.
“¿Qué tal, Sonia? ¿Cómo has pasado estos días de calor?”, le pregunto, al tiempo que miro al nuevo compañero que tiene a su lado.
“Bien, bien… Ya sabes que yo soy de Córdoba y desde pequeña estoy acostumbrada a estos veranos, aunque en el de este año se ha desbordado el calor… Por cierto, ¿conoces a Antonio, mi nuevo compañero?”.
Le digo mi nombre y le extiendo la mano, mientras ella le dice: “Es el profesor de quien te comenté que, durante el confinamiento y tras acabar con los aplausos que se daban a partir de las ocho de la tarde, nos ponía muchas canciones, por lo que se nos hicieron más llevaderos esos días en los que la gente no podía salir de sus casas”.
Me alegra mucho que Sonia recuerde aquellas fechas en las que me convertí en una especie de ‘DJ de barrio’, pues era necesario echar un poco de imaginación para aliviar la sensación de enclaustramiento en la que los españoles nos encontrábamos.
“Por cierto, ¿qué canciones te gustaron de las que puse?”, le pregunto, esperando que me nombrara algunas de ellas.
“La verdad es que casi todo lo que ponías me gustaba, aunque había una de amor, que yo no conocía, que me encantaba. Recuerdo que estaba cantada a dúo en italiano. ¿Cómo se llamaba?”. “¡Ah, sí! Se llama ‘Tango’. Es la del italiano Angelo Branduardi que canta con Pietra Montecorvino, una mujer que tiene una voz maravillosa… Resulta curioso porque es una de las canciones favoritas de Flora. Yo se la suelo poner de vez en cuando”.
Tras la breve charla con Sonia y Antonio, me despido de ambos y regreso a casa.
Una vez que cierro la puerta, no se me ocurre otra cosa que colocar el cedé en el lector de discos para oír de nuevo esta hermosa canción que aparece en la película que también tiene el título de Tango y que dirigió Carlos Saura.
Arranca la música y comienzo a escuchar las primeras notas que son el prólogo de la voz de Angelo Branduardi que canta en ese idioma que parece hecho para declaraciones de amor. Estos son sus primeros versos: “Come arance rosse / assaporo i gioni / ora che ho incontrato te / Dolce e profumata ora è la mia vita / E per questo, grazie a te…”.
Una traducción del italiano podría ser: “Como naranjas sanguinas / saboreo los días / Ahora que te he conocido / Dulce y fragante ahora es mi vida / Y todo ello, gracias a ti…”.
La música poco a poco se extiende por toda la casa, impregnando las paredes del aroma romántico de sus notas y versos. Oigo caminar por el pasillo hacia el lugar en el que me encuentro. Al momento, Flora abre la puerta y entra el salón. Me ve siguiendo la canción. Me mira y, con gesto de complicidad, me sonríe.
Una vez vueltos e instalados en casa, como suele suceder tras los viajes, hay que reorganizar lo que se dejó pendiente atrás cuando salimos para reencontrarnos, otra vez, con ese orden cotidiano en el que nos movemos casi automáticamente. Veo que necesito bajar y acercarme a la farmacia que se encuentra en la acera de enfrente para pedir unos medicamentos que nos faltan.
Entro y compruebo que no hay nadie esperando. Como nos conocemos desde hace años, saludo a Sonia, una chica joven, de carácter alegre y que comparte con Marisa la atención a los clientes.
“¿Qué tal, Sonia? ¿Cómo has pasado estos días de calor?”, le pregunto, al tiempo que miro al nuevo compañero que tiene a su lado.
“Bien, bien… Ya sabes que yo soy de Córdoba y desde pequeña estoy acostumbrada a estos veranos, aunque en el de este año se ha desbordado el calor… Por cierto, ¿conoces a Antonio, mi nuevo compañero?”.
Le digo mi nombre y le extiendo la mano, mientras ella le dice: “Es el profesor de quien te comenté que, durante el confinamiento y tras acabar con los aplausos que se daban a partir de las ocho de la tarde, nos ponía muchas canciones, por lo que se nos hicieron más llevaderos esos días en los que la gente no podía salir de sus casas”.
Me alegra mucho que Sonia recuerde aquellas fechas en las que me convertí en una especie de ‘DJ de barrio’, pues era necesario echar un poco de imaginación para aliviar la sensación de enclaustramiento en la que los españoles nos encontrábamos.
“Por cierto, ¿qué canciones te gustaron de las que puse?”, le pregunto, esperando que me nombrara algunas de ellas.
“La verdad es que casi todo lo que ponías me gustaba, aunque había una de amor, que yo no conocía, que me encantaba. Recuerdo que estaba cantada a dúo en italiano. ¿Cómo se llamaba?”. “¡Ah, sí! Se llama ‘Tango’. Es la del italiano Angelo Branduardi que canta con Pietra Montecorvino, una mujer que tiene una voz maravillosa… Resulta curioso porque es una de las canciones favoritas de Flora. Yo se la suelo poner de vez en cuando”.
Tras la breve charla con Sonia y Antonio, me despido de ambos y regreso a casa.
Una vez que cierro la puerta, no se me ocurre otra cosa que colocar el cedé en el lector de discos para oír de nuevo esta hermosa canción que aparece en la película que también tiene el título de Tango y que dirigió Carlos Saura.
Arranca la música y comienzo a escuchar las primeras notas que son el prólogo de la voz de Angelo Branduardi que canta en ese idioma que parece hecho para declaraciones de amor. Estos son sus primeros versos: “Come arance rosse / assaporo i gioni / ora che ho incontrato te / Dolce e profumata ora è la mia vita / E per questo, grazie a te…”.
Una traducción del italiano podría ser: “Como naranjas sanguinas / saboreo los días / Ahora que te he conocido / Dulce y fragante ahora es mi vida / Y todo ello, gracias a ti…”.
La música poco a poco se extiende por toda la casa, impregnando las paredes del aroma romántico de sus notas y versos. Oigo caminar por el pasillo hacia el lugar en el que me encuentro. Al momento, Flora abre la puerta y entra el salón. Me ve siguiendo la canción. Me mira y, con gesto de complicidad, me sonríe.
AURELIANO SÁINZ