Los audios de Villarejo y Ferreras han venido a echar leña a mi decaimiento, mi desencanto, mi resignación. Algo que achacaba a la falta de vitaminas, de ejercicio físico, de risas cómplices y buena compañía. Una mala racha que siempre pensé que pasaría con un poco de interés por mi parte. Sin embargo, después de demostrarse este ataque sin paliativos a la democracia, creo que mi decepción ya empieza a enraizar en mis músculos, impidiéndome pensar con claridad –si es que alguna vez lo hice– y moverme con agilidad.
Este sentimiento de derrota definitiva, y no como algo pasajero, comencé a visualizarlo hace unas semanas, tras la reposición de la película Noviembre, de Achero Mañas. Cuenta la historia de un grupo de jóvenes que, decepcionados por las escuelas de teatro donde siempre habían soñado estudiar, montan un grupo alternativo para actuar de forma libre, independiente y gratuita, en la calle, improvisando e interactuando con el sorprendido público que se los encontraba.
Artistas dispuestos a hacer el teatro que siempre habían soñado, a cambiar el mundo con sus obras sociales, directas al espectador, sin intermediarios, sin limitaciones, sin pedir nada a cambio. El arte por el arte.
Está grabado como un falso documental en el que sus protagonistas, envejecidos y lastrados por el paso del tiempo y el dolor, cuentan lo que les sucedió: desde cómo se conocieron y decidieron montar el grupo a todos los problemas con los que se enfrentaron; cómo los dividieron con multas y sanciones por actuar en la calle e ir contra sus ideales para poder seguir trabajando; las crisis internas, de relaciones personales, que todo eso provocó en el grupo; el resurgimiento de la ilusión y el trágico final con el que termina todo: su líder, el protagonista de la historia, muerto, vestido de travieso demonio, colgado de un trapecio.
Una historia que, cuando se estrenó, insufló en mí la fuerza, las ganas, la ilusión, la esperanza de que otro mundo era posible. Solo hacía falta encontrar la forma de llegar a la gente, de despertarlos, de zarandearlos para provocar una revolución cultural, social, que impulsase los cambios en el sistema, la caída de los dioses que nos manejan como marionetas a su antojo. Y, para eso, la originalidad, la creatividad, la valentía, la astucia, la comunidad, la resistencia, la constancia son fundamentales.
Ahora, casi veinte años después de la película, me llega el mensaje de los adultos, en los que me reconozco y me avergüenzo por ello, derrotados, con la moral por los suelos, y la mirada y los brazos caídos, lanzando el mensaje de que lo sucedido fue por culpa de su inocencia, de la inconsciencia de la juventud, de creerse invencibles, únicos, de haber intentado asaltar los cielos siendo simples mortales.
Se culpaban de no haber sabido reconducir sus emociones, de no entender lo que les sucedía, de haber dejado que la duda los separase, de que el sistema los domesticase, los individualizase, los globalizase. De haberse dejado robar la identidad, lo que les hacía diferentes, dejarse dominar y sentir que se vive mejor de rodillas, sometidos.
Las marionetas mediáticas de Ferreras e Inda, el comisario de las cloacas, el exmarido de la infanta, el contable de Génova, entre otros, nos recuerdan cada día que la revolución de Noviembre nunca llegará, ya que siempre habrá gente sin escrúpulos que se creerán importantes porque los dejan comerse las sobras de los poderosos; porque son los bufones de sus fiestas; porque están dispuestos a inmolarse por un puñado de euros, por un minuto de gloria. Les da igual si tienen que mentir, robar o matar: ellos quieren sentirse poderosos.
El cese de Ferreras y de Ana Pastor será inmediato: hay que intentar salvar la cadena. Sería la manera de darle credibilidad al periodismo y a la democracia. El verano, el tiempo, cubrirán con un tupido velo nuestras vergüenzas y la vida seguirá igual.
Pasado un tiempo prudencial, su labor será recompensada, porque si en este país a los torturadores como Billy el Niño se les condecora, qué no se le ofrecerá a quien “mató” a El Coletas, desactivó a Podemos, la llegada del comunismo y la esperanza de una generación. Como mínimo, se merecerá el Ministerio de Defensa. Qué menos.
No debería haber visto de nuevo la película. Seguiría pensando en los ideales, la fuerza, la imaginación de aquellos jóvenes actores para cambiar el mundo y que, con un poco de deporte, mi desengaño desaparecería. Sin embargo, ahora conozco la explicación de mi derrota, de la de todos. Una derrota vivida entre noviembres. Confío que un cuento venga a rescatarme de mi aflicción porque, sinceramente, prefiero morir de pie…
Este sentimiento de derrota definitiva, y no como algo pasajero, comencé a visualizarlo hace unas semanas, tras la reposición de la película Noviembre, de Achero Mañas. Cuenta la historia de un grupo de jóvenes que, decepcionados por las escuelas de teatro donde siempre habían soñado estudiar, montan un grupo alternativo para actuar de forma libre, independiente y gratuita, en la calle, improvisando e interactuando con el sorprendido público que se los encontraba.
Artistas dispuestos a hacer el teatro que siempre habían soñado, a cambiar el mundo con sus obras sociales, directas al espectador, sin intermediarios, sin limitaciones, sin pedir nada a cambio. El arte por el arte.
Está grabado como un falso documental en el que sus protagonistas, envejecidos y lastrados por el paso del tiempo y el dolor, cuentan lo que les sucedió: desde cómo se conocieron y decidieron montar el grupo a todos los problemas con los que se enfrentaron; cómo los dividieron con multas y sanciones por actuar en la calle e ir contra sus ideales para poder seguir trabajando; las crisis internas, de relaciones personales, que todo eso provocó en el grupo; el resurgimiento de la ilusión y el trágico final con el que termina todo: su líder, el protagonista de la historia, muerto, vestido de travieso demonio, colgado de un trapecio.
Una historia que, cuando se estrenó, insufló en mí la fuerza, las ganas, la ilusión, la esperanza de que otro mundo era posible. Solo hacía falta encontrar la forma de llegar a la gente, de despertarlos, de zarandearlos para provocar una revolución cultural, social, que impulsase los cambios en el sistema, la caída de los dioses que nos manejan como marionetas a su antojo. Y, para eso, la originalidad, la creatividad, la valentía, la astucia, la comunidad, la resistencia, la constancia son fundamentales.
Ahora, casi veinte años después de la película, me llega el mensaje de los adultos, en los que me reconozco y me avergüenzo por ello, derrotados, con la moral por los suelos, y la mirada y los brazos caídos, lanzando el mensaje de que lo sucedido fue por culpa de su inocencia, de la inconsciencia de la juventud, de creerse invencibles, únicos, de haber intentado asaltar los cielos siendo simples mortales.
Se culpaban de no haber sabido reconducir sus emociones, de no entender lo que les sucedía, de haber dejado que la duda los separase, de que el sistema los domesticase, los individualizase, los globalizase. De haberse dejado robar la identidad, lo que les hacía diferentes, dejarse dominar y sentir que se vive mejor de rodillas, sometidos.
Las marionetas mediáticas de Ferreras e Inda, el comisario de las cloacas, el exmarido de la infanta, el contable de Génova, entre otros, nos recuerdan cada día que la revolución de Noviembre nunca llegará, ya que siempre habrá gente sin escrúpulos que se creerán importantes porque los dejan comerse las sobras de los poderosos; porque son los bufones de sus fiestas; porque están dispuestos a inmolarse por un puñado de euros, por un minuto de gloria. Les da igual si tienen que mentir, robar o matar: ellos quieren sentirse poderosos.
El cese de Ferreras y de Ana Pastor será inmediato: hay que intentar salvar la cadena. Sería la manera de darle credibilidad al periodismo y a la democracia. El verano, el tiempo, cubrirán con un tupido velo nuestras vergüenzas y la vida seguirá igual.
Pasado un tiempo prudencial, su labor será recompensada, porque si en este país a los torturadores como Billy el Niño se les condecora, qué no se le ofrecerá a quien “mató” a El Coletas, desactivó a Podemos, la llegada del comunismo y la esperanza de una generación. Como mínimo, se merecerá el Ministerio de Defensa. Qué menos.
No debería haber visto de nuevo la película. Seguiría pensando en los ideales, la fuerza, la imaginación de aquellos jóvenes actores para cambiar el mundo y que, con un poco de deporte, mi desengaño desaparecería. Sin embargo, ahora conozco la explicación de mi derrota, de la de todos. Una derrota vivida entre noviembres. Confío que un cuento venga a rescatarme de mi aflicción porque, sinceramente, prefiero morir de pie…
MOI PALMERO