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Aureliano Sáinz | Putin visita al psiquiatra

Buenos días, señor presidente… Pase, por favor, túmbese en el diván, concéntrese y relájese mientras voy echando una ojeada a la charla que mantuvimos en la última consulta... Mientras tanto, y como usted bien sabe, todo el mundo se pregunta qué pasa por su cabeza, cuáles son sus obsesiones o qué piensa de este o de aquel tema; pero, mucho me temo que la gente no tiene la menor idea de los entresijos de una mente tan complicada y enrevesada como la suya.


Bien, bien…, continuemos indagando en la búsqueda de su trauma más peliagudo. Tengo aquí anotado que seguía insistiendo en la pérdida de identidad que había sufrido de un tiempo para acá, a la vez que sentía fuertes impulsos agresivos y de autodestrucción por un conflicto que no le deja dormir y que le está causando tantos desajustes emocionales.

Quedamos en que, a fin de cuentas, no era un inútil ni un desgraciado como empezaba a sentirse, ni que, a pesar de su edad, aún no formaba parte de esa triste tropa de jubilados que no sabe qué es lo que tiene que hacer cuando se levanta por la mañana y es la viva imagen de la decrepitud.

Una pregunta: ¿Todavía siente rabia y deseos de llorar por las mañanas cada vez que se mira al espejo? ¿Sí…? Bueno, bueno…, cálmese. Ya verá como Sigmund Freud vendrá en su ayuda para recomponer su ‘yo’, su ‘ello’ y su ‘superyó’ que los tiene bastante desajustados. No se preocupe, pues últimamente han proliferado estos desequilibrios en la gente más selecta de nuestra amada patria y que, como usted, siente que su brillante estatus se tambalea.

Veamos lo que tengo anotado de su último sueño: “Tras mirarse en el espejo y contar los pelos que le quedan, se ve saliendo de su bonita y elegante dacha todo contento, cuando de pronto se da cuenta que ha dejado atrás a su mujer que está maniatada en una silla, con la boca vendada, intentando desesperadamente decirle algo antes de que se suba al coche blindado, seguido por los agentes que vigilan su seguridad… Usted, desde su coche, intenta decirles que paren; en cambio, le ofrecen una tableta de chocolate suizo…”.

Un análisis detallado de la escena me da a entender, por una parte, que inconscientemente teme que su mujer le reproche que aún no haya arrasado Ucrania; y, por otro lado, que ella lo mire con desinterés porque ya no lo ve tan apuesto cuando sale de casa para montarse en el coche en dirección al Kremlin. Esto segundo puede ser la causa de una profunda angustia, ya que ahora no se siente como el héroe rubio, valiente, triunfador montado a caballo y con el torso desnudo que tanto le gustaba mostrar… En fin, veamos si hay algo de esta segunda posibilidad.

El doctor mira de reojo a su paciente y comprueba que empieza a angustiarse.

Por favor, por favor, señor presidente, tranquilícese, tome esta caja de kleenex y séquese esas lágrimas que están asomando en su rostro… Entienda que la mezcla de complejo de inferioridad y sentimientos de autodestrucción que se han adueñado de su psique forman una auténtica bomba de relojería que es necesario controlar… Bueno, jeje, lo de bomba no se lo tome al pie de la letra… Ya sabe.

Sigamos… En lo que sí parece que estamos de acuerdo es en que hay que encontrar una solución a este problema antes de que las cosas vayan a peor. De entrada, y ya que le resulta imposible dejar de ver compulsivamente la televisión, conviene que no se obsesione con ese chico de abundante cabellera rubia y de ojos azules que con tanta frecuencia sale en la televisión anunciando una nueva marca de chocolates.

Bien… En esta sesión de hoy debemos estar ya preparados para que veamos el anuncio que le ha hundido anímicamente. ¿Está listo…? No cierre los ojos porque debe ser fuerte y afrontar la dura realidad. Piense que tiene que superar el profundo trauma que le ha causado esa campaña de chocolates y que ya voy enlazando con su último sueño.

¿Cómo se siente ahora tras haber visto el anuncio? ¿Sigue con las palpitaciones…? Bueno, bueno…, tranquilícese, tome un vaso de agua, respire hondo, eche la cabeza hacia atrás sobre el respaldo, cierre los ojos y deje fluir la mente unos minutos. Descanse un momento y analicemos las imágenes que han sido la raíz del profundo conflicto que le acompaña. Tenga en cuenta que fue el genial Freud quien, por otro lado, nos habló de la pulsión de muerte que, a mi modo de entender, usted sí la tiene en grandes dosis.

Habíamos llegado a la conclusión de que no le genera ningún sentimiento de culpa machacar a los ucranianos, tal como ahora hace, o que usted pudiera iniciar la tercera guerra mundial, tipo nuclear, pues la llevaría adelante por defender a la santa Rusia, tal como dice como nuestro amado patriarca Kirill.

Entonces, descartando lo anterior, imagino que posiblemente el origen de su problema reside en la atroz envidia que siente por el hermoso cabello de ese joven rubio que tanto se le parece. Veamos si es aquí donde anida el origen de sus fuertes impulsos destructivos; ya que, como no puede acabar con la imagen irreal de un anuncio, ahora desplaza sus impulsos destructivos hacia los pobres ucranianos.

Y ahora, señor presidente, si me lo permite, pasemos a la pregunta crucial. En este caso se la digo de manera directa y sin rodeos: “¿No le ha resultado eficaz el crecepelo que le receté para que recuperara su juvenil cabellera rubia que tanto añora?”.

Un silencio inquietante se abre paso entre Vladimir Putin y el psiquiatra que de manera totalmente secreta lleva tratándole desde hace tiempo.

El presidente, con el rostro pétreo, le dirige una mirada gélida que lo traspasa como si fuera un afilado sable que va de parte a parte. Apenas hay tiempo para medir sus vertiginosas reacciones, ya que su mano derecha se ha dirigido velozmente al interior de la chaqueta de la que extrae una pistola modelo Makárov que siempre le acompaña.

¿Por qué me mira así? ¿Qué le sucede? ¡Por el amor de Dios, señor presidente, guarde esa pistola! ¡¡No!! ¡¡Nooo…!!

* * * * *

En la sala contigua, la secretaria escucha un fuerte sonido, seco y metálico, al tiempo que un alarido se extiende por toda la consulta.

Agitada, entra a toda velocidad en el despacho y horrorizada contempla al doctor, con la cabeza echada sobre la mesa de trabajo y bañada en un charco de sangre.

En la esquina del fondo, encuentra una inquietante figura que porta un revolver en su mano derecha, con la mirada extraviada, el rostro cubierto de lágrimas y repitiendo para sí de modo compulsivo: “¡Esa cabellera…! ¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo…!”.

AURELIANO SÁINZ
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