Querido Antonio:
Ya han transcurrido varios días desde que nuestro común amigo, Juan Pablo Bellido, me llamó por teléfono. No son frecuentes estas llamadas, dado que habitualmente nos comunicamos por correo electrónico: una vez, semanalmente, y desde hace doce años, le envío los escritos para ser publicados en lo que ahora es Andalucía Digital; y él, cordialmente, siempre me responde.
Con la prudencia que forma parte de su carácter, en esa llamada me pregunta cómo me encuentro y qué estoy ahora haciendo, pues imagina que siempre me veo inmerso en alguna escritura. Le indico que en ese momento acababa de finalizar un libro que llevará el largo título de Vida y muerte de don Álvaro de Luna. Historia del Castillo de Alburquerque y la lucha por conservarlo. Un texto que, como puedes imaginar, está relacionado con mi pueblo de origen, el mismo que el del escritor Luis Landero, al que bien conoces y del que hemos hablado en más de una ocasión.
Dada mi locuacidad, Juan Pablo esperó; y una vez que le expliqué con entusiasmo este trabajo (pues, como muy bien sabes, cada libro que sacamos a la luz es como una especie de parto de un hijo ‘lleno de palabras escritas’), empieza a decirme que tiene que darme una muy mala noticia.
Ya te puedes imaginar, amigo Antonio, que lo último que se me pasaba por la cabeza en esos instantes es que fuera algo relacionado contigo, puesto que apenas hacía unas semanas que los tres habíamos quedado citados en Córdoba para comer y charlar tranquilamente de todo lo que se nos viniera a la cabeza.
Y ya sabes que los que portamos una mochila cargada de recuerdos y de experiencias por los años que acumulamos, y en la que también se guarda la pasión que compartimos por la lectura y la escritura, esas charlas, como te digo, acaban alargándose y extendiéndose como las ramas de los árboles que brotan libres en la naturaleza.
Fíjate que cuando Juan Pablo finalmente me comentó lo que te había sucedido, no me lo podía creer, no podía entender que te hubieras marchado para siempre. "¡Antonio, no puede ser!", me decía para mis adentros, pues siempre apareces en mi memoria con la mirada trasparente y la voz grave que te caracterizan, al tiempo que veo tu semblante cargado de esa capacidad de entusiasmar a quien se encuentra a tu lado escuchándote.
Recuerda que al poco de este encuentro, os escribí una carta que aquí quiero mostrar, pues hace referencia al último contacto directo que mantuvimos. Decía así:
Queridos Antonio y Juan Pablo:
Quisiera deciros que fue un verdadero placer haber compartido ayer el almuerzo con vosotros. Fue una charla de tres horas en las que hablamos “de lo divino y de lo humano”, tal como le comenté a Flora al regresar a casa, y al preguntarme ella qué tal había sido el encuentro. (Lógicamente, después le desmenucé todos los temas que habían salido a la palestra.)
Espero que en alguna otra ocasión volvamos a encontrarnos. Y como hay que ser equitativos, podría ser en Sevilla, de modo que fuéramos los que residimos en Córdoba los que tuviéramos que montarnos en el coche.
Por cierto, Antonio, he comenzado a leer “Periodismo de inmersión”, aunque, bien es cierto, que me adentré en la parte en la que se habla de Günter Wallraff, ya que, décadas atrás, había leído “Cabeza de turco”. Creo que disfrutaré mucho con el libro que me has regalado…
Este próximo martes, a los amigos de Culturales les hablaré de ti y de la posibilidad de invitarte para que en alguna ocasión nos hables del tema que prefieras; aunque tendría mucho interés hacerlo de estos tiempos digitales.
Un abrazo para los dos.
Aureliano
Tú, como sueles hacer, me respondiste con prontitud.
Fíjate, Antonio, que te estoy hablando de lo último que hemos compartido. Un poco más allá, a finales del año pasado, tendría que volver a decirte que fue un placer para mí estar a tu lado en el Ateneo de Córdoba para presentar ese hermoso libro que compartiste con Jes Jiménez y que tenía el título de Días contados.
Entiende que retroceder más allá en el tiempo, y remitirme a comienzos de los años ochenta en los que nos conocimos en Montilla sería un largo periplo. Lo que sí te puedo decir es que la primera vez que nuestro amigo Manolo Bellido me presentó el primer libro que escribiste de modo compartido sobre la Guardia Civil, fui consciente de que me encontraba no solo ante un excelente periodista sino también ante un magnífico escritor al que siempre he admirado.
Y ahora que te has marchado, creo que fue al escritor italiano Luigi Pirandello al que le leí hace tiempo una frase que cito de memoria y en la que nos decía: “Solo morimos de verdad cuando desaparecemos del recuerdo de aquellos que nos han amado”. En tu caso, estoy seguro que permanecerás en la memoria de muchos de los que te hemos querido como persona y admirado como periodista y escritor.
Espero siempre verte como ese entrañable compañero con el que comparto la sección de Firmas de Andalucía Digital: tú primero, con Agua llovida y yo, siguiéndote los pasos, con Negro sobre blanco. De este modo, sentiré que me acompañas en esa aventura inacabada que es la vida y pensaré que permaneces a nuestro lado en esas tenues páginas que se abren libremente cada día para ser acogidas en cualquier lugar.
Querido amigo, siempre te recordaré. Siempre estarás a mi lado.
Ya han transcurrido varios días desde que nuestro común amigo, Juan Pablo Bellido, me llamó por teléfono. No son frecuentes estas llamadas, dado que habitualmente nos comunicamos por correo electrónico: una vez, semanalmente, y desde hace doce años, le envío los escritos para ser publicados en lo que ahora es Andalucía Digital; y él, cordialmente, siempre me responde.
Con la prudencia que forma parte de su carácter, en esa llamada me pregunta cómo me encuentro y qué estoy ahora haciendo, pues imagina que siempre me veo inmerso en alguna escritura. Le indico que en ese momento acababa de finalizar un libro que llevará el largo título de Vida y muerte de don Álvaro de Luna. Historia del Castillo de Alburquerque y la lucha por conservarlo. Un texto que, como puedes imaginar, está relacionado con mi pueblo de origen, el mismo que el del escritor Luis Landero, al que bien conoces y del que hemos hablado en más de una ocasión.
Dada mi locuacidad, Juan Pablo esperó; y una vez que le expliqué con entusiasmo este trabajo (pues, como muy bien sabes, cada libro que sacamos a la luz es como una especie de parto de un hijo ‘lleno de palabras escritas’), empieza a decirme que tiene que darme una muy mala noticia.
Ya te puedes imaginar, amigo Antonio, que lo último que se me pasaba por la cabeza en esos instantes es que fuera algo relacionado contigo, puesto que apenas hacía unas semanas que los tres habíamos quedado citados en Córdoba para comer y charlar tranquilamente de todo lo que se nos viniera a la cabeza.
Y ya sabes que los que portamos una mochila cargada de recuerdos y de experiencias por los años que acumulamos, y en la que también se guarda la pasión que compartimos por la lectura y la escritura, esas charlas, como te digo, acaban alargándose y extendiéndose como las ramas de los árboles que brotan libres en la naturaleza.
Fíjate que cuando Juan Pablo finalmente me comentó lo que te había sucedido, no me lo podía creer, no podía entender que te hubieras marchado para siempre. "¡Antonio, no puede ser!", me decía para mis adentros, pues siempre apareces en mi memoria con la mirada trasparente y la voz grave que te caracterizan, al tiempo que veo tu semblante cargado de esa capacidad de entusiasmar a quien se encuentra a tu lado escuchándote.
Recuerda que al poco de este encuentro, os escribí una carta que aquí quiero mostrar, pues hace referencia al último contacto directo que mantuvimos. Decía así:
Queridos Antonio y Juan Pablo:
Quisiera deciros que fue un verdadero placer haber compartido ayer el almuerzo con vosotros. Fue una charla de tres horas en las que hablamos “de lo divino y de lo humano”, tal como le comenté a Flora al regresar a casa, y al preguntarme ella qué tal había sido el encuentro. (Lógicamente, después le desmenucé todos los temas que habían salido a la palestra.)
Espero que en alguna otra ocasión volvamos a encontrarnos. Y como hay que ser equitativos, podría ser en Sevilla, de modo que fuéramos los que residimos en Córdoba los que tuviéramos que montarnos en el coche.
Por cierto, Antonio, he comenzado a leer “Periodismo de inmersión”, aunque, bien es cierto, que me adentré en la parte en la que se habla de Günter Wallraff, ya que, décadas atrás, había leído “Cabeza de turco”. Creo que disfrutaré mucho con el libro que me has regalado…
Este próximo martes, a los amigos de Culturales les hablaré de ti y de la posibilidad de invitarte para que en alguna ocasión nos hables del tema que prefieras; aunque tendría mucho interés hacerlo de estos tiempos digitales.
Un abrazo para los dos.
Aureliano
Tú, como sueles hacer, me respondiste con prontitud.
Fíjate, Antonio, que te estoy hablando de lo último que hemos compartido. Un poco más allá, a finales del año pasado, tendría que volver a decirte que fue un placer para mí estar a tu lado en el Ateneo de Córdoba para presentar ese hermoso libro que compartiste con Jes Jiménez y que tenía el título de Días contados.
Entiende que retroceder más allá en el tiempo, y remitirme a comienzos de los años ochenta en los que nos conocimos en Montilla sería un largo periplo. Lo que sí te puedo decir es que la primera vez que nuestro amigo Manolo Bellido me presentó el primer libro que escribiste de modo compartido sobre la Guardia Civil, fui consciente de que me encontraba no solo ante un excelente periodista sino también ante un magnífico escritor al que siempre he admirado.
Y ahora que te has marchado, creo que fue al escritor italiano Luigi Pirandello al que le leí hace tiempo una frase que cito de memoria y en la que nos decía: “Solo morimos de verdad cuando desaparecemos del recuerdo de aquellos que nos han amado”. En tu caso, estoy seguro que permanecerás en la memoria de muchos de los que te hemos querido como persona y admirado como periodista y escritor.
Espero siempre verte como ese entrañable compañero con el que comparto la sección de Firmas de Andalucía Digital: tú primero, con Agua llovida y yo, siguiéndote los pasos, con Negro sobre blanco. De este modo, sentiré que me acompañas en esa aventura inacabada que es la vida y pensaré que permaneces a nuestro lado en esas tenues páginas que se abren libremente cada día para ser acogidas en cualquier lugar.
Querido amigo, siempre te recordaré. Siempre estarás a mi lado.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO