Mi buen amigo Sebastián Martín Recio me reprocha, con razón, que deje de actuar como profesor. Mira que ambos somos admiradores de Anguita (ilustrar, en un sentido gramsciano, enseñando, pedagógicamente), pero lleva razón. Últimamente, no paro de advertir “te lo dije”.
Debería equivocarme, por simple cambio de hábito, o por empatía con quien ha tenido a bien compartir una difícil aventura de mediación para la unidad de la izquierda andaluza. Pero lo cierto es que este país no es diferente. Falso adagio franquista.
Este país es previsible y doctorado en el error persistente. El último episodio ha sido la guerra en el PP, que apenas ha empezado. Un folletín de mal gusto que daría para una serie B dominical. Ya sé que resulta fácil escribirlo a toro pasado, pero desde el minuto uno avisé a amigos del PP que Pablo Casado es Pijus Magnificus, y que acabaría traicionado por su consorte voxera Ayuso, a la sazón Incontinencia Suma.
Lo que nadie alcanzó a imaginar es la forma y virulencia con la que se defenestró al presidente de los conservadores. Más que nada por el rol de la prensa. La perplejidad de la desconfianza de los medios que vivimos es una anomalía democrática en la UE solo equiparable a Polonia y Hungría. Y lo más llamativo es que escurran el bulto, profesionales y cabeceras pagadas con el dinero de todos.
El caso es que hemos traspasado una línea roja en dirección al modelo Fox News desde el clásico modelo de la BBC. Convendría por ello empezar a pensar qué democracia podemos mantener rodeados de adoradores del bulo y el insulto por bandera. Qué cultura cívica se está conformando en la esfera mediática a lo Inda.
Sabemos que en la derecha española tenemos más ajolotes que guajolotes. Nada cabe esperar de una formación que, en lo esencial, es un clon. En otras palabras, para el caso, Núñez Feijóo es tan centrista como el ministro fundador de los simuladores demócratas. Y no hablemos del risitas al frente de la Junta de Andalucía.
Todos ellos comparten con Pablo Casado no solo el actuar cual Pijus Magnificus, sino arruinar nuestro débil Estado del malestar para mayor gloria de los comisionistas de turno, sean de la Casa Real o de empresarios de sí mismos cercanos al poder, sean propietarios de universidades garaje o de hospitales de ocasión, sin contar los proveedores de la nada a lo Florentino Pérez.
Así que habrá que ponerse el mono de trabajo y reconstruir los medios públicos que están hundiendo para que Tele Bendodo pase a ser de verdad la nuestra, para que dejen de contarnos mentiras y poner algo de luz dejando claro que nuestro norte es el sur; para advertir que sin información de calidad no es posible la democracia y que el robo de lo común pasa primero por convertir en moneda común la mentira.
El episodio de la crisis del PP es un síntoma: el cáncer ya saben cuál es. Podemos hacernos los locos y jugar con la ironía, con el principio de inversión de las máscaras que nos ocultan, en medio de la disrupción del carnaval contra las formas escleróticas de la cultura dominante, pero ello no es suficiente.
Hay que empezar a construir democracia democratizando la información, cavar trincheras en los medios públicos y denunciar las conspiraciones de los de siempre contra toda posibilidad de dignidad y verdad. El futuro de Andalucía y de España depende de ello y es un compromiso irrenunciable si somos conscientes de que no estamos solos y sabemos lo que queremos.
Debería equivocarme, por simple cambio de hábito, o por empatía con quien ha tenido a bien compartir una difícil aventura de mediación para la unidad de la izquierda andaluza. Pero lo cierto es que este país no es diferente. Falso adagio franquista.
Este país es previsible y doctorado en el error persistente. El último episodio ha sido la guerra en el PP, que apenas ha empezado. Un folletín de mal gusto que daría para una serie B dominical. Ya sé que resulta fácil escribirlo a toro pasado, pero desde el minuto uno avisé a amigos del PP que Pablo Casado es Pijus Magnificus, y que acabaría traicionado por su consorte voxera Ayuso, a la sazón Incontinencia Suma.
Lo que nadie alcanzó a imaginar es la forma y virulencia con la que se defenestró al presidente de los conservadores. Más que nada por el rol de la prensa. La perplejidad de la desconfianza de los medios que vivimos es una anomalía democrática en la UE solo equiparable a Polonia y Hungría. Y lo más llamativo es que escurran el bulto, profesionales y cabeceras pagadas con el dinero de todos.
El caso es que hemos traspasado una línea roja en dirección al modelo Fox News desde el clásico modelo de la BBC. Convendría por ello empezar a pensar qué democracia podemos mantener rodeados de adoradores del bulo y el insulto por bandera. Qué cultura cívica se está conformando en la esfera mediática a lo Inda.
Sabemos que en la derecha española tenemos más ajolotes que guajolotes. Nada cabe esperar de una formación que, en lo esencial, es un clon. En otras palabras, para el caso, Núñez Feijóo es tan centrista como el ministro fundador de los simuladores demócratas. Y no hablemos del risitas al frente de la Junta de Andalucía.
Todos ellos comparten con Pablo Casado no solo el actuar cual Pijus Magnificus, sino arruinar nuestro débil Estado del malestar para mayor gloria de los comisionistas de turno, sean de la Casa Real o de empresarios de sí mismos cercanos al poder, sean propietarios de universidades garaje o de hospitales de ocasión, sin contar los proveedores de la nada a lo Florentino Pérez.
Así que habrá que ponerse el mono de trabajo y reconstruir los medios públicos que están hundiendo para que Tele Bendodo pase a ser de verdad la nuestra, para que dejen de contarnos mentiras y poner algo de luz dejando claro que nuestro norte es el sur; para advertir que sin información de calidad no es posible la democracia y que el robo de lo común pasa primero por convertir en moneda común la mentira.
El episodio de la crisis del PP es un síntoma: el cáncer ya saben cuál es. Podemos hacernos los locos y jugar con la ironía, con el principio de inversión de las máscaras que nos ocultan, en medio de la disrupción del carnaval contra las formas escleróticas de la cultura dominante, pero ello no es suficiente.
Hay que empezar a construir democracia democratizando la información, cavar trincheras en los medios públicos y denunciar las conspiraciones de los de siempre contra toda posibilidad de dignidad y verdad. El futuro de Andalucía y de España depende de ello y es un compromiso irrenunciable si somos conscientes de que no estamos solos y sabemos lo que queremos.
FRANCISCO SIERRA CABALLERO