Matar a alguien parece que no tiene importancia, que ni tan siquiera cabe nominarlo como un crimen. Si acaso, podríamos “pensarlo como algo posible pero no natural”. Tú me haces una charranada (en el caso que quiero entrar, más bien parece un accidente por culpa de un berrinche) y yo te la devuelvo de otra manera.
Así da la impresión que podríamos aludir a la muerte a tiros (palabras mayores) ocurrida en Elche o el asesinato en Alcalá la Real de una chavala de 14 años. Para no cansar con el tema, cito el ataque a un profesor acuchillado por la espalada por un chaval de 13 años mientras explicaba en clase cara a la pizarra.
¿Motivos? La niña deducimos que es un crimen de los tantos que, por desgracia, se dan últimamente. ¿Mondo y lirondo? El agente, en este caso, tiene ya 22 años y puede haber algunas razones más potentes que arrastren la vida de un niña. El caso está aún caliente.
En relación al triple asesinato llevado a término en Elche, el tema desata un sinfín de comentarios, dado que no es normal que un muchacho de 15 años dispare primero contra su madre; a continuación nos dice “a mi hermano lo cacé antes que se escapara”. La expresión “cacé” no es muy utilizable: encierra en su contenido una aceptación del hecho como algo normal en las circunstancias de este caso. Posteriormente matará a su padre.
Cuenta que a su madre le disparó dos veces por detrás, uno de los disparos fue para rematarla. Otra nota a tener en cuenta es la suplantación que hace en WhatsApp de su madre durante los tres días posteriores a la matanza y hasta que le cuenta a su tía el asunto. Está claro que responder a la información que llega al móvil de la madre requiere solo acoplar las respuestas lo mejor posible en la información recibida y/o insertar algún dato nuevo. El asunto es que nadie eche de menos a la madre.
Dicho ocultamiento nos dice que el muchacho sabía lo que quería hacer y el resultado que había obtenido. ¿Remordimiento, tristeza,…? Que se sepa, entre los distintos datos que han salido y las diversas explicaciones que se han dado por doquier por parte de personal bien documentado, no aparecen el remordimiento o la culpabilidad como justificación de su proceder.
¿Qué ha pasado para que un chaval en perfecto estado mental y consciente de sus actos pueda llegar a matar no solo a la persona culpable del bloqueo de internet, en este caso su madre, sino que culmina su “frustración” (la causa de su actuación) declarando sin mayor trauma: “He matado al papá, a la mamá y a mi hermano con la escopeta”? Dicha declaración se complementa con “la fotografía de los cadáveres de su familia”.
A posteriori se sabe que, además de suplantar a su madre durante tres días y para dejar constancia del hecho, fotografió los cadáveres de su familia ya muerta. Según los criminólogos: “La adicción al móvil pudo ser el detonante pero no la causa”.
¿Cuál puede ser la causa de tan atroz comportamiento? “El menor estaba enganchado al “Fornite”, un videojuego que tiene un gran realismo en escenas cotidianas de los personajes. De videojuegos no tengo ni idea. Solo sé que algunos se convierten en carceleros del tiempo y de las obligaciones de los usuarios que quedan atrapados en sus redes (estudiantiles, familiares, diarias o nocturnas).
Entro a buscar datos y me atrae lo siguiente: “Guía de Fortnite para padres: “Estamos ante un videojuego cargado de violencia descafeinada”. Me ha sorprendido el aviso que, además, añade: “no hay sangre, pero sí consiste todo su desarrollo en matar”. Según las normativas internacionales, es un juego para mayores de 12 años en adelante. El chaval del caso tiene 15 años.
El sujeto de este suceso sigue jugando en la vida real solo que con un arma de verdad. El chico disparó y mató a tres personas y habría disparado a más gente si se hubieran puesto a tiro. El detonante del crimen fue una “discusión con la madre porque le había cortado el acceso al wifi tras sus malas calificaciones escolares”.
La respuesta del sujeto es moralmente fuerte al arremeter primero contra la madre, “culpable directa” de su malestar. El padre no aparece como culpable pero sí podemos pensar que es consentidor de dicho bloqueo y, por tanto, también lo mata. ¿Qué culpa tiene el hermano pequeño? Digamos que es un testigo incómodo de su fechoría y también debe morir. No estoy planteando una película de terror: simplemente intento meterme en la piel del parricida.
Mata a su familia y, al parecer, no siente remordimiento, ni se arrepiente del hecho. En la declaración que efectúa cuenta con total naturalidad el crimen cometido, el daño ocasionado y añade el detalle de que a su madre le dispara por la espalda y en el segundo disparo “la remata”. En relación al hermano dice: “…a mi hermano lo cacé antes de que se escapara”. Rematar y cazar son palabras corrientes entre cazadores, pero no creo que sean de uso habitual entre chavales.
Según los psicólogos que han comentado el asunto, “la adicción al móvil pudo ser el detonante pero no la causa”. El sujeto no da señales de arrepentimiento como se puede percibir en las frases citadas, las cuales son de una frialdad pasmosa que dejan como en suspenso la razón y el discurso.
El menor estaba enganchado al Fornite, un videojuego con un gran realismo en escenas cotidianas de los personajes. En el barullo de figuras que aparecen en el desarrollo del juego hay que matar a todo el que se ponga por delante. Eso es lo que he entendido después de buscar información sobre tal juego. Si no es así, lamento mi interpretación: no soy entendido en juegos de ordenador.
Ante un caso de esta envergadura, con tres muertos y un autor menor de edad, ¿qué se puede hacer desde la ley? Relata el crimen con la mayor naturalidad. Sin señales de arrepentimiento, las frases citadas son de una frialdad acojonante: “he matado al papá, a la mamá y a mi hermano con la escopeta”.
Esta adicción llamada “nomofobia” consiste en el miedo irracional a no tener el móvil o a estar incomunicado a Internet. Ha ido en aumento en los últimos años debido a la mayor facilidad de adquisición de smartphones y al auge de las redes sociales. Estar conectados constantemente puede predisponer a situaciones de dependencia y adicción.
Nos están indicando que, a esa edad, aun no tienen claro y maduro los conceptos ético-morales que delimitarían un campo de responsabilidad y culpabilidad. La pena es que no tienen reparo en jugar a matar porque el mandato materno, en este caso, le lleva a liquidar a tiros, primero a la madre causante de su frustración al impedirle jugar y, de paso, elimina al hermano pequeño. ¿Causa? Puede suponerle un estorbo. Y después matará al padre que, sin lugar a dudas, le planteará más problemas.
Estoy intentando buscar salidas para un parricidio grave y frío. Jugar virtualmente a matar es ¿bonito? Puede satisfacer porque cada juego tendrá un final o, más bien, un paso siguiente con premio. En este caso, el arma está en casa y a mano.
Una cuestión tengo algo clara frente a esta barbaridad. Podremos afirmar que el juego no es la causa final directa, pero sí es el posible instigador, máxime si, además, no puedo seguir jugando por mandato externo y por bloqueo de la conexión.
No puedo ni pretendo denegar las opiniones de los especialistas, pero los 15 años de un chaval de estos momentos no son los mismos que los de otro similar hace veinte. ¿Carecen de conciencia clara de sus hecho? ¿No calibran aun su responsabilidad y la posible culpabilidad de los mismos? Temo que sí. Se trata solo de una reacción explosiva por la cual mato y me quedo tan fresco.
Bien es cierto que en la explosión hormonal puede estallar por múltiples razones pero ¿después de los hechos solo queda frialdad emocional? No lo creo. Digo esto porque insisto en que las explicaciones que da el sujeto son frías, contundentes y carentes de emotividad afectiva. Son los padres y un hermano los quitados de en medio. Solo hay un culpable directo incitado por un supuesto provocador indirecto, en este caso la madre.
Comentario sobre el comportamiento del chico en el centro educativo, extraído de prensa: “Santi era tímido y nunca le vimos cabreado ni discutir con nadie”. Razones que desconciertan aun más.
Así da la impresión que podríamos aludir a la muerte a tiros (palabras mayores) ocurrida en Elche o el asesinato en Alcalá la Real de una chavala de 14 años. Para no cansar con el tema, cito el ataque a un profesor acuchillado por la espalada por un chaval de 13 años mientras explicaba en clase cara a la pizarra.
¿Motivos? La niña deducimos que es un crimen de los tantos que, por desgracia, se dan últimamente. ¿Mondo y lirondo? El agente, en este caso, tiene ya 22 años y puede haber algunas razones más potentes que arrastren la vida de un niña. El caso está aún caliente.
En relación al triple asesinato llevado a término en Elche, el tema desata un sinfín de comentarios, dado que no es normal que un muchacho de 15 años dispare primero contra su madre; a continuación nos dice “a mi hermano lo cacé antes que se escapara”. La expresión “cacé” no es muy utilizable: encierra en su contenido una aceptación del hecho como algo normal en las circunstancias de este caso. Posteriormente matará a su padre.
Cuenta que a su madre le disparó dos veces por detrás, uno de los disparos fue para rematarla. Otra nota a tener en cuenta es la suplantación que hace en WhatsApp de su madre durante los tres días posteriores a la matanza y hasta que le cuenta a su tía el asunto. Está claro que responder a la información que llega al móvil de la madre requiere solo acoplar las respuestas lo mejor posible en la información recibida y/o insertar algún dato nuevo. El asunto es que nadie eche de menos a la madre.
Dicho ocultamiento nos dice que el muchacho sabía lo que quería hacer y el resultado que había obtenido. ¿Remordimiento, tristeza,…? Que se sepa, entre los distintos datos que han salido y las diversas explicaciones que se han dado por doquier por parte de personal bien documentado, no aparecen el remordimiento o la culpabilidad como justificación de su proceder.
¿Qué ha pasado para que un chaval en perfecto estado mental y consciente de sus actos pueda llegar a matar no solo a la persona culpable del bloqueo de internet, en este caso su madre, sino que culmina su “frustración” (la causa de su actuación) declarando sin mayor trauma: “He matado al papá, a la mamá y a mi hermano con la escopeta”? Dicha declaración se complementa con “la fotografía de los cadáveres de su familia”.
A posteriori se sabe que, además de suplantar a su madre durante tres días y para dejar constancia del hecho, fotografió los cadáveres de su familia ya muerta. Según los criminólogos: “La adicción al móvil pudo ser el detonante pero no la causa”.
¿Cuál puede ser la causa de tan atroz comportamiento? “El menor estaba enganchado al “Fornite”, un videojuego que tiene un gran realismo en escenas cotidianas de los personajes. De videojuegos no tengo ni idea. Solo sé que algunos se convierten en carceleros del tiempo y de las obligaciones de los usuarios que quedan atrapados en sus redes (estudiantiles, familiares, diarias o nocturnas).
Entro a buscar datos y me atrae lo siguiente: “Guía de Fortnite para padres: “Estamos ante un videojuego cargado de violencia descafeinada”. Me ha sorprendido el aviso que, además, añade: “no hay sangre, pero sí consiste todo su desarrollo en matar”. Según las normativas internacionales, es un juego para mayores de 12 años en adelante. El chaval del caso tiene 15 años.
El sujeto de este suceso sigue jugando en la vida real solo que con un arma de verdad. El chico disparó y mató a tres personas y habría disparado a más gente si se hubieran puesto a tiro. El detonante del crimen fue una “discusión con la madre porque le había cortado el acceso al wifi tras sus malas calificaciones escolares”.
La respuesta del sujeto es moralmente fuerte al arremeter primero contra la madre, “culpable directa” de su malestar. El padre no aparece como culpable pero sí podemos pensar que es consentidor de dicho bloqueo y, por tanto, también lo mata. ¿Qué culpa tiene el hermano pequeño? Digamos que es un testigo incómodo de su fechoría y también debe morir. No estoy planteando una película de terror: simplemente intento meterme en la piel del parricida.
Mata a su familia y, al parecer, no siente remordimiento, ni se arrepiente del hecho. En la declaración que efectúa cuenta con total naturalidad el crimen cometido, el daño ocasionado y añade el detalle de que a su madre le dispara por la espalda y en el segundo disparo “la remata”. En relación al hermano dice: “…a mi hermano lo cacé antes de que se escapara”. Rematar y cazar son palabras corrientes entre cazadores, pero no creo que sean de uso habitual entre chavales.
Según los psicólogos que han comentado el asunto, “la adicción al móvil pudo ser el detonante pero no la causa”. El sujeto no da señales de arrepentimiento como se puede percibir en las frases citadas, las cuales son de una frialdad pasmosa que dejan como en suspenso la razón y el discurso.
El menor estaba enganchado al Fornite, un videojuego con un gran realismo en escenas cotidianas de los personajes. En el barullo de figuras que aparecen en el desarrollo del juego hay que matar a todo el que se ponga por delante. Eso es lo que he entendido después de buscar información sobre tal juego. Si no es así, lamento mi interpretación: no soy entendido en juegos de ordenador.
Ante un caso de esta envergadura, con tres muertos y un autor menor de edad, ¿qué se puede hacer desde la ley? Relata el crimen con la mayor naturalidad. Sin señales de arrepentimiento, las frases citadas son de una frialdad acojonante: “he matado al papá, a la mamá y a mi hermano con la escopeta”.
Esta adicción llamada “nomofobia” consiste en el miedo irracional a no tener el móvil o a estar incomunicado a Internet. Ha ido en aumento en los últimos años debido a la mayor facilidad de adquisición de smartphones y al auge de las redes sociales. Estar conectados constantemente puede predisponer a situaciones de dependencia y adicción.
Nos están indicando que, a esa edad, aun no tienen claro y maduro los conceptos ético-morales que delimitarían un campo de responsabilidad y culpabilidad. La pena es que no tienen reparo en jugar a matar porque el mandato materno, en este caso, le lleva a liquidar a tiros, primero a la madre causante de su frustración al impedirle jugar y, de paso, elimina al hermano pequeño. ¿Causa? Puede suponerle un estorbo. Y después matará al padre que, sin lugar a dudas, le planteará más problemas.
Estoy intentando buscar salidas para un parricidio grave y frío. Jugar virtualmente a matar es ¿bonito? Puede satisfacer porque cada juego tendrá un final o, más bien, un paso siguiente con premio. En este caso, el arma está en casa y a mano.
Una cuestión tengo algo clara frente a esta barbaridad. Podremos afirmar que el juego no es la causa final directa, pero sí es el posible instigador, máxime si, además, no puedo seguir jugando por mandato externo y por bloqueo de la conexión.
No puedo ni pretendo denegar las opiniones de los especialistas, pero los 15 años de un chaval de estos momentos no son los mismos que los de otro similar hace veinte. ¿Carecen de conciencia clara de sus hecho? ¿No calibran aun su responsabilidad y la posible culpabilidad de los mismos? Temo que sí. Se trata solo de una reacción explosiva por la cual mato y me quedo tan fresco.
Bien es cierto que en la explosión hormonal puede estallar por múltiples razones pero ¿después de los hechos solo queda frialdad emocional? No lo creo. Digo esto porque insisto en que las explicaciones que da el sujeto son frías, contundentes y carentes de emotividad afectiva. Son los padres y un hermano los quitados de en medio. Solo hay un culpable directo incitado por un supuesto provocador indirecto, en este caso la madre.
Comentario sobre el comportamiento del chico en el centro educativo, extraído de prensa: “Santi era tímido y nunca le vimos cabreado ni discutir con nadie”. Razones que desconciertan aun más.
PEPE CANTILLO