Según un principio fundamental de la Pedagogía, los seres animados –y, sobre todo, los humanos– aprendemos imitando a otros que nos sirven de modelos. Imitar, además, es la manera más grata de establecer relación y comunicación con quienes admiramos.
La imitación es, efectivamente, un mecanismo básico en el aprendizaje de los comportamientos individuales, familiares y sociales. Es ahí donde reside, por un lado, el poder de las conductas de las personas que nos sirven de modelos, y, por otro lado, es también donde deben ejercitar la responsabilidad que contraen.
Los influencers no pueden o no deben olvidar que son modelos de identificación no solo en sus comportamientos profesionales sino, también, en sus actitudes y conductas morales y sociales. Esta realidad tan simple posee unas dimensiones desmesuradas en la actualidad debido al poder difusivo de las redes sociales, especialmente cuando las emplean los personajes más admirados de nuestro tiempo.
Ética para influencers (Madrid, Plaza y Valdés, 2021) es una obra rigurosa, crítica y oportuna, escrita por el profesor e investigador Juan Carlos Siurana, coordinador del Programa de Doctorado en “Ética y de Democracia”, de la Universidad de Valencia.
Se trata, a mi juicio, de una herramienta imprescindible para comunicadores, educadores, profesores, agentes sociales y, sobre todo, para padres sensibles a las permanentes influencias que recibimos a través los diferentes medios de comunicación y de las aplicaciones del mundo virtual.
Importante, sin duda alguna, es la advertencia inicial sobre la conexión que se establece entre la tendencia a imitar esos modelos de comportamiento, el ansia de felicidad personal, el deseo del bienestar familiar y la exigencia de justicia social.
Apoyándose en una detallada cuantificación de los seguidores y de los imitadores de los más importantes influencers del deporte, del cine, de la música, de los videos, de la moda, de la belleza, etcétera, nos explica de manera clara cuándo es buena o mala, y nos ofrece unas herramientas prácticas y fáciles de emplear para que cada uno de los lectores extraigamos nuestras propias conclusiones.
Efectivamente, este libro es un manual de ética práctica, una llamada a la responsabilidad de los influencers, de las personas y de las organizaciones que poseen un considerable número de seguidores y que, de hecho, sirven de guías y de referentes a muchos que repiten de manera casi automática sus comportamientos.
Y, sobre todo, es un aviso y una orientación práctica para quienes, de manera ingenua, atraídos por los éxitos de esos seres “ejemplares”, no siempre distinguen entre sus aportaciones realmente beneficiosas y sus comportamientos banales y, quizás, perjudiciales.
Como afirma el autor, junto a la ética para influencers, en el fondo descubrimos una ética para los seguidores. Más que oportuna, su lectura es, sin duda alguna, útil, grata y necesaria. Estoy de acuerdo en que “el beneficio máximo que los influencers pueden aportar a la sociedad es que aquello por lo que se han hecho famosos –sea el deporte, la música, la moda, los videojuegos, o cualquier otro ámbito– lo desarrollen con sentido ético. Es decir, que sepan transmitir los valores que impregnan esas actividades y que hacen que sean beneficiosas para la humanidad”.
La imitación es, efectivamente, un mecanismo básico en el aprendizaje de los comportamientos individuales, familiares y sociales. Es ahí donde reside, por un lado, el poder de las conductas de las personas que nos sirven de modelos, y, por otro lado, es también donde deben ejercitar la responsabilidad que contraen.
Los influencers no pueden o no deben olvidar que son modelos de identificación no solo en sus comportamientos profesionales sino, también, en sus actitudes y conductas morales y sociales. Esta realidad tan simple posee unas dimensiones desmesuradas en la actualidad debido al poder difusivo de las redes sociales, especialmente cuando las emplean los personajes más admirados de nuestro tiempo.
Ética para influencers (Madrid, Plaza y Valdés, 2021) es una obra rigurosa, crítica y oportuna, escrita por el profesor e investigador Juan Carlos Siurana, coordinador del Programa de Doctorado en “Ética y de Democracia”, de la Universidad de Valencia.
Se trata, a mi juicio, de una herramienta imprescindible para comunicadores, educadores, profesores, agentes sociales y, sobre todo, para padres sensibles a las permanentes influencias que recibimos a través los diferentes medios de comunicación y de las aplicaciones del mundo virtual.
Importante, sin duda alguna, es la advertencia inicial sobre la conexión que se establece entre la tendencia a imitar esos modelos de comportamiento, el ansia de felicidad personal, el deseo del bienestar familiar y la exigencia de justicia social.
Apoyándose en una detallada cuantificación de los seguidores y de los imitadores de los más importantes influencers del deporte, del cine, de la música, de los videos, de la moda, de la belleza, etcétera, nos explica de manera clara cuándo es buena o mala, y nos ofrece unas herramientas prácticas y fáciles de emplear para que cada uno de los lectores extraigamos nuestras propias conclusiones.
Efectivamente, este libro es un manual de ética práctica, una llamada a la responsabilidad de los influencers, de las personas y de las organizaciones que poseen un considerable número de seguidores y que, de hecho, sirven de guías y de referentes a muchos que repiten de manera casi automática sus comportamientos.
Y, sobre todo, es un aviso y una orientación práctica para quienes, de manera ingenua, atraídos por los éxitos de esos seres “ejemplares”, no siempre distinguen entre sus aportaciones realmente beneficiosas y sus comportamientos banales y, quizás, perjudiciales.
Como afirma el autor, junto a la ética para influencers, en el fondo descubrimos una ética para los seguidores. Más que oportuna, su lectura es, sin duda alguna, útil, grata y necesaria. Estoy de acuerdo en que “el beneficio máximo que los influencers pueden aportar a la sociedad es que aquello por lo que se han hecho famosos –sea el deporte, la música, la moda, los videojuegos, o cualquier otro ámbito– lo desarrollen con sentido ético. Es decir, que sepan transmitir los valores que impregnan esas actividades y que hacen que sean beneficiosas para la humanidad”.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO