¿Tiene sentido hablar de la amistad en la sociedad actual en la que las relaciones se basan en una abierta competitividad, sea en el mundo profesional, laboral o político? ¿Ayudan, acaso, los múltiples programas televisivos, tipo Masterchef, en los que se compite ferozmente y en los que se humilla a quienes se les desecha? ¿Queda espacio, en medio de la vorágine digital en la que vivimos, para las relaciones personales basadas en la sinceridad, la lealtad, la confianza y el respeto mutuos?
Podríamos pensar que los mejores sentimientos que se manifiestan en una sincera amistad han quedado relegados a casos minoritarios, puesto que hemos entrado en un mundo hiperindividualista en el que las amistades son de tipo funcional, es decir, se tienen amigos porque nos sirven para alcanzar determinados objetivos; no para compartir vivencias, sentimientos y apoyo mutuo, basados en la sinceridad y la generosidad.
Resulta desolador comprobar, por ejemplo, cómo una gran actriz como fue Verónica Forqué haya acabado en la mayor de las soledades tras su paso por uno de esos programas que acaba triturando a quienes no son capaces de seguir las exigencias que marca la obtención de la máximas audiencias, independientemente del estado anímico en el que se encuentren quienes participan en ellos.
Por mi parte, creo que la amistad, tal como desde hace milenios la defendían algunos de los grandes filósofos, es uno de los grandes valores que tenemos, no solo como antídoto de la soledad, sino como medio para caminar por la compleja y dura vida que es la existencia en este mundo. Así, ya el propio Aristóteles en la antigua Grecia, y dentro de su obra Ética para Nicómaco, nos describía magistralmente en qué consiste la amistad como fuente de virtudes humanas.
Tengo que reconocer que este tema no ha sido excesivamente tratado, por lo que, aunque parezca sorprendente, quisiera traer en esta ocasión lo que pensaba sobre la amistad un pensador tan apasionado y heterodoxo como fue Friedrich Nietzsche, a partir de las ideas que se encuentran repartidas a lo largo de sus obras.
De este modo, me ha parecido oportuno realizar una selección de frases suyas que podemos entenderlas como aforismos o sentencias, indicando los libros en los que se encuentran, al tiempo que hago una breve reflexión de sus contenidos.
“Amigos, nos alegramos los unos a los otros como de plantas frescas de la Naturaleza y nos tenemos consideraciones mutuas: así vamos creciendo como árboles, unos al lado de los otros y, justo por ello, rectos y derechos, pues nos ayudamos recíprocamente a subir” (Fragmentos póstumos).
En la máxima anterior se condensan la sana alegría que proporciona la amistad, el apoyo mutuo, el respeto y la rectitud que se logra siendo un verdadero amigo. Pero la confianza debe construirse a partir de unos determinados valores; no es admisible el engaño, la traición, la ruptura de la certeza que se deposita en el otro, y, por supuesto, no es posible una sólida amistad cuando uno se considera superior a personas amigas.
“Nos resultan muy dolorosos y nos hieren profundamente el corazón los signos de desconsiderada superioridad por parte de personas amigas o ligadas a nosotros por gratitud” (Fragmentos póstumos).
Hay amistades que se forjan en la adolescencia y en la juventud, pero que no sobreviven con el paso de los años. En aquellos lejanos tiempos se creía que ese lazo de unión afectiva permanecería sólido, pero los cambios que se van dando a medida que se avanza pueden dar lugar a que cada cual vaya por caminos distintos. A veces, si se echa una mirada hacia atrás, es posible comprobar que algunos amigos se convierten en el eco de lo que fuimos en tiempos pasados.
“Si nosotros cambiamos mucho, los amigos nuestros que no han cambiado se convierten en fantasmas de nuestro propio pasado: su voz llega hasta nosotros con un sonido horrible, espectral; como si nos oyésemos a nosotros mismos, pero más jóvenes, duros, inmaduros” (Humano, demasiado humano, vol. II).
En las obras de Nietzsche aparece con relativa frecuencia la alusión al distanciamiento, a la separación o, incluso, a la ruptura. Él lo atribuye a que no nos conocemos suficientemente, a que no sabemos bastante de nosotros mismos, por lo que llega un día en el que la unión que se creía sólida se rompe.
“Fueron amigos, pero han dejado de serlo, y por ambos cabos deshicieron al mismo tiempo el nudo de su amistad, el uno porque se creía demasiado desconocido, el otro porque se creía demasiado conocido. ¡Y ambos se engañaban!, pues ninguno de ellos se conocía suficientemente a sí mismo” (Aurora).
En nuestra actual sociedad digital, a través de los buscadores, es fácil localizar a los que fueron amigos en un período determinado. También es habitual que algunos se convoquen para encontrarse y saber qué ha sido de cada cual. Pero, tras los momentos efusivos, empieza a asomar cierta sensación de que la imagen que se ha conservado no se corresponde con la realidad que ahora mismo se contempla.
“Cuando viejos amigos vuelven a verse tras larga separación ocurre a menudo que se fingen interesados ante la mención de cosas que se han vuelto enteramente indiferentes para ellos; y a veces ambos lo notan, pero no se atreven a levantar el velo por una triste duda. Surgen así diálogos como en el reino de los muertos” (La gaya ciencia).
Todos tenemos amistades, todos presumimos de ser personas sociables, todos creemos que contar con amigos nos convierte, de modo inequívoco, en un buen amigo… Pero esto no es necesariamente cierto: ser un buen amigo es una rara cualidad que hay que cultivar, que hay que ejercer de manera activa y de modo constante para que los lazos de unión no acaben enfriándose o soltándose.
“Por cierto, el don de tener buenos amigos es, en no pocas ocasiones, mucho mayor que el don de ser un buen amigo” (Humano, demasiado humano, vol. I).
Si Friedrich Nietzsche pudiera traspasar las barreras del tiempo y pudiera aparecer en nuestros días, y lo viéramos cómodamente sentado en un sofá mirando algunos de esos canales de televisión a los que acuden gente a “despellejarse”, gente que dice conocerse muy bien y cuyas performances son contempladas con deleite morboso por un amplio auditorio, pensaría que se quedó corto cuando creía que respetar la privacidad de los amigos y conocidos era una cualidad necesaria para una sana convivencia humana.
“Pocas personas habrá que, si están apuradas por falta de conversación, no revelen los asuntos más secretos de sus amigos” (Humano, demasiado humano, vol. I).
No solo la lealtad, el respeto a la intimidad, el saber guardar secretos que se conocen, sino también el reconocer y apreciar las cualidades ajenas se muestran como condiciones necesarias para que surja una buena amistad.
“La carencia de amigos permite deducir la existencia de envidia o de petulancia. No pocos deben sus amigos a la feliz circunstancia de no dar ocasión para la envidia” (Humano, demasiado humano, vol. I).
Quisiera cerrar este corto recorrido con una sentencia que se me antoja un tanto enigmática, puesto que parece que la segunda parte contradice a la primera, o, quizás, la matiza.
“Debemos ser un lugar de descanso para nuestros amigos; pero un lecho duro, de campaña” (Fragmentos póstumos).
Quizás Nietzsche, el intenso y apasionado filósofo que estuvo varios años internado en el psiquiátrico de la pequeña ciudad alemana de Jena, echara de menos el descanso, el sosiego y la tranquilidad que proporciona la buena compañía. Ciertamente, la sinceridad, como lecho duro, no la soportan algunas amistades que se resquebrajan cuando asoma la franqueza en esa relación que se creía sólida.
Podríamos pensar que los mejores sentimientos que se manifiestan en una sincera amistad han quedado relegados a casos minoritarios, puesto que hemos entrado en un mundo hiperindividualista en el que las amistades son de tipo funcional, es decir, se tienen amigos porque nos sirven para alcanzar determinados objetivos; no para compartir vivencias, sentimientos y apoyo mutuo, basados en la sinceridad y la generosidad.
Resulta desolador comprobar, por ejemplo, cómo una gran actriz como fue Verónica Forqué haya acabado en la mayor de las soledades tras su paso por uno de esos programas que acaba triturando a quienes no son capaces de seguir las exigencias que marca la obtención de la máximas audiencias, independientemente del estado anímico en el que se encuentren quienes participan en ellos.
Por mi parte, creo que la amistad, tal como desde hace milenios la defendían algunos de los grandes filósofos, es uno de los grandes valores que tenemos, no solo como antídoto de la soledad, sino como medio para caminar por la compleja y dura vida que es la existencia en este mundo. Así, ya el propio Aristóteles en la antigua Grecia, y dentro de su obra Ética para Nicómaco, nos describía magistralmente en qué consiste la amistad como fuente de virtudes humanas.
Tengo que reconocer que este tema no ha sido excesivamente tratado, por lo que, aunque parezca sorprendente, quisiera traer en esta ocasión lo que pensaba sobre la amistad un pensador tan apasionado y heterodoxo como fue Friedrich Nietzsche, a partir de las ideas que se encuentran repartidas a lo largo de sus obras.
De este modo, me ha parecido oportuno realizar una selección de frases suyas que podemos entenderlas como aforismos o sentencias, indicando los libros en los que se encuentran, al tiempo que hago una breve reflexión de sus contenidos.
“Amigos, nos alegramos los unos a los otros como de plantas frescas de la Naturaleza y nos tenemos consideraciones mutuas: así vamos creciendo como árboles, unos al lado de los otros y, justo por ello, rectos y derechos, pues nos ayudamos recíprocamente a subir” (Fragmentos póstumos).
En la máxima anterior se condensan la sana alegría que proporciona la amistad, el apoyo mutuo, el respeto y la rectitud que se logra siendo un verdadero amigo. Pero la confianza debe construirse a partir de unos determinados valores; no es admisible el engaño, la traición, la ruptura de la certeza que se deposita en el otro, y, por supuesto, no es posible una sólida amistad cuando uno se considera superior a personas amigas.
“Nos resultan muy dolorosos y nos hieren profundamente el corazón los signos de desconsiderada superioridad por parte de personas amigas o ligadas a nosotros por gratitud” (Fragmentos póstumos).
Hay amistades que se forjan en la adolescencia y en la juventud, pero que no sobreviven con el paso de los años. En aquellos lejanos tiempos se creía que ese lazo de unión afectiva permanecería sólido, pero los cambios que se van dando a medida que se avanza pueden dar lugar a que cada cual vaya por caminos distintos. A veces, si se echa una mirada hacia atrás, es posible comprobar que algunos amigos se convierten en el eco de lo que fuimos en tiempos pasados.
“Si nosotros cambiamos mucho, los amigos nuestros que no han cambiado se convierten en fantasmas de nuestro propio pasado: su voz llega hasta nosotros con un sonido horrible, espectral; como si nos oyésemos a nosotros mismos, pero más jóvenes, duros, inmaduros” (Humano, demasiado humano, vol. II).
En las obras de Nietzsche aparece con relativa frecuencia la alusión al distanciamiento, a la separación o, incluso, a la ruptura. Él lo atribuye a que no nos conocemos suficientemente, a que no sabemos bastante de nosotros mismos, por lo que llega un día en el que la unión que se creía sólida se rompe.
“Fueron amigos, pero han dejado de serlo, y por ambos cabos deshicieron al mismo tiempo el nudo de su amistad, el uno porque se creía demasiado desconocido, el otro porque se creía demasiado conocido. ¡Y ambos se engañaban!, pues ninguno de ellos se conocía suficientemente a sí mismo” (Aurora).
En nuestra actual sociedad digital, a través de los buscadores, es fácil localizar a los que fueron amigos en un período determinado. También es habitual que algunos se convoquen para encontrarse y saber qué ha sido de cada cual. Pero, tras los momentos efusivos, empieza a asomar cierta sensación de que la imagen que se ha conservado no se corresponde con la realidad que ahora mismo se contempla.
“Cuando viejos amigos vuelven a verse tras larga separación ocurre a menudo que se fingen interesados ante la mención de cosas que se han vuelto enteramente indiferentes para ellos; y a veces ambos lo notan, pero no se atreven a levantar el velo por una triste duda. Surgen así diálogos como en el reino de los muertos” (La gaya ciencia).
Todos tenemos amistades, todos presumimos de ser personas sociables, todos creemos que contar con amigos nos convierte, de modo inequívoco, en un buen amigo… Pero esto no es necesariamente cierto: ser un buen amigo es una rara cualidad que hay que cultivar, que hay que ejercer de manera activa y de modo constante para que los lazos de unión no acaben enfriándose o soltándose.
“Por cierto, el don de tener buenos amigos es, en no pocas ocasiones, mucho mayor que el don de ser un buen amigo” (Humano, demasiado humano, vol. I).
Si Friedrich Nietzsche pudiera traspasar las barreras del tiempo y pudiera aparecer en nuestros días, y lo viéramos cómodamente sentado en un sofá mirando algunos de esos canales de televisión a los que acuden gente a “despellejarse”, gente que dice conocerse muy bien y cuyas performances son contempladas con deleite morboso por un amplio auditorio, pensaría que se quedó corto cuando creía que respetar la privacidad de los amigos y conocidos era una cualidad necesaria para una sana convivencia humana.
“Pocas personas habrá que, si están apuradas por falta de conversación, no revelen los asuntos más secretos de sus amigos” (Humano, demasiado humano, vol. I).
No solo la lealtad, el respeto a la intimidad, el saber guardar secretos que se conocen, sino también el reconocer y apreciar las cualidades ajenas se muestran como condiciones necesarias para que surja una buena amistad.
“La carencia de amigos permite deducir la existencia de envidia o de petulancia. No pocos deben sus amigos a la feliz circunstancia de no dar ocasión para la envidia” (Humano, demasiado humano, vol. I).
Quisiera cerrar este corto recorrido con una sentencia que se me antoja un tanto enigmática, puesto que parece que la segunda parte contradice a la primera, o, quizás, la matiza.
“Debemos ser un lugar de descanso para nuestros amigos; pero un lecho duro, de campaña” (Fragmentos póstumos).
Quizás Nietzsche, el intenso y apasionado filósofo que estuvo varios años internado en el psiquiátrico de la pequeña ciudad alemana de Jena, echara de menos el descanso, el sosiego y la tranquilidad que proporciona la buena compañía. Ciertamente, la sinceridad, como lecho duro, no la soportan algunas amistades que se resquebrajan cuando asoma la franqueza en esa relación que se creía sólida.
AURELIANO SÁINZ