La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) reúne todas las características del teatro del esperpento que popularizó Valle-Inclán: deformación de la realidad, con una gran carga de crítica y sátira, y degradación de los personajes, destacando sus rasgos más grotescos, con la presencia de la muerte como parte fundamental de la obra.
Quizás los ambientes donde se reúnen pueden llevarnos a engaño: todo engalanado con sus alfombras rojas, sus pantallas de plasma y sus stands con millones de LED. Pero no dejan de ser esos escenarios decadentes que predominaban en las obras del dramaturgo gallego como prostíbulos, antros de juego o calles inseguras por las que transitaban, vivían y se relacionaban borrachos, prostitutas, pícaros y mendigos a los que representaba como gente sin alma, residuos sociales de la peor calaña.
Historias, personajes, lugares llevados al extremo del absurdo, de la caricatura, para hacernos reflexionar sobre si lo representado es una imagen deformada de la realidad, como en los espejos cóncavos y convexos de la época que Don Ramón María utilizó como metáfora; o si, por el contrario, es una imagen fiel de una realidad deforme.
La COP26 –al igual que todas las anteriores– es un gran photocall donde líderes mundiales posan antes de mercadear con los bonos de carbono, de prometer lo que no pueden cumplir, de firmar acuerdos con tinta invisible que anunciarán a bombo y platillo, pero que no tienen intención de pensar cómo llevarlos a cabo.
Nadie cree que de allí vayan a salir las soluciones, los acuerdos, para intentar ir todos a una. Confiamos en la Cumbre de Río de Janeiro, en el Protocolo de Kioto, en el Acuerdo de París, pero ya sabemos que no harán nada, que para ellos lo firmado, lo prometido, lo anunciado, no tiene ningún valor.
Y volverán a marcarse plazos, objetivos y a convocar nuevas reuniones, mientras el tiempo corre, mientras la gente está muriendo, migrando, enfermando o pasando hambre y sed por las consecuencias del aumento de la temperatura en el planeta.
La mejor banda sonora a este esperpento es la canción de Kortatu titulada Don Vito y la revuelta en el frenopático. Ya sé que mezclar en el mismo texto a Valle–Inclán con los abertzales hermanos Muguruza puede ser de mal gusto para algunos, pero sus obras, salvando enormes distancias, tenían el mismo objetivo: hacernos despertar, uno desde el teatro, la novela y el relato y, los otros, desde el punk, el ska y el rock.
La letra, de 1985, parece que está escrita expresamente para la COP26. En un frenopático decidieron jugar al Telediario y como el hombre de El Tiempo anunció “granizos, rayos, truenos y tiempo huracanado”, la asamblea de majaras decidió ahorcarlo para, minutos después, tras muchas reuniones, anunciar “sol y buen tiempo”.
Ese es el mejor resumen de las Cumbres de la Tierra porque, desde la primera (Estocolmo, 1972), nos hemos dedicado a eliminar, desprestigiar y fustigar a los científicos que ponían datos concretos encima de la mesa, que se atrevían a plantarse ante la asamblea de políticos, dirigentes, empresarios que negaban la evidencia y que anunciaban, y prometían, el buen tiempo. Porque sí, sin más, porque ellos lo valen.
Podemos llamarlas de muchas maneras, pero "asamblea de majaras" es la mejor de todas. Porque hay que ser majara para aplaudir a Putin y Bolsonaro cuando anuncian que van a trabajar por reforestar sus países, cuando llevan años cargándose los bosques siberianos y la Amazonia brasileña.
Hay que ser majaras para presumir de que 103 países firman un acuerdo para frenar y revertir la deforestación en la próxima década y reducir un 30 por ciento las emisiones de metano, pero solo 20 países (entre los que no está España) se han adherido a la declaración para el fin de la financiación a los combustibles fósiles en el extranjero.
Hay que ser majara para permitirle a Jeff Bezos, uno de los grandes capitalistas y contaminantes por excelencia, avisarnos de que la Tierra se ve muy frágil desde el espacio. Hay que ser majara para incluir en una misma frase, como ha hecho la ministra Teresa Ribera, que la transición verde tiene que construir un capitalismo inclusivo.
Hay que ser majaras para cruzar el planeta en jet privado y desplazar 23 coches oficiales para, luego, como hizo Biden, dormirte en el plenario porque lo que se esté hablando allí poco interesa. Hay que estar majara para hablar de "punto de inflexión" cuando los países más contaminantes –India, Rusia y China– ni siquiera se dignan a presentarse en Glasgow.
Pero no hay que preocuparse. Porque la asamblea de majaras ya ha decidido que, mañana, “sol y buen tiempo”. Estamos salvados.
Quizás los ambientes donde se reúnen pueden llevarnos a engaño: todo engalanado con sus alfombras rojas, sus pantallas de plasma y sus stands con millones de LED. Pero no dejan de ser esos escenarios decadentes que predominaban en las obras del dramaturgo gallego como prostíbulos, antros de juego o calles inseguras por las que transitaban, vivían y se relacionaban borrachos, prostitutas, pícaros y mendigos a los que representaba como gente sin alma, residuos sociales de la peor calaña.
Historias, personajes, lugares llevados al extremo del absurdo, de la caricatura, para hacernos reflexionar sobre si lo representado es una imagen deformada de la realidad, como en los espejos cóncavos y convexos de la época que Don Ramón María utilizó como metáfora; o si, por el contrario, es una imagen fiel de una realidad deforme.
La COP26 –al igual que todas las anteriores– es un gran photocall donde líderes mundiales posan antes de mercadear con los bonos de carbono, de prometer lo que no pueden cumplir, de firmar acuerdos con tinta invisible que anunciarán a bombo y platillo, pero que no tienen intención de pensar cómo llevarlos a cabo.
Nadie cree que de allí vayan a salir las soluciones, los acuerdos, para intentar ir todos a una. Confiamos en la Cumbre de Río de Janeiro, en el Protocolo de Kioto, en el Acuerdo de París, pero ya sabemos que no harán nada, que para ellos lo firmado, lo prometido, lo anunciado, no tiene ningún valor.
Y volverán a marcarse plazos, objetivos y a convocar nuevas reuniones, mientras el tiempo corre, mientras la gente está muriendo, migrando, enfermando o pasando hambre y sed por las consecuencias del aumento de la temperatura en el planeta.
La mejor banda sonora a este esperpento es la canción de Kortatu titulada Don Vito y la revuelta en el frenopático. Ya sé que mezclar en el mismo texto a Valle–Inclán con los abertzales hermanos Muguruza puede ser de mal gusto para algunos, pero sus obras, salvando enormes distancias, tenían el mismo objetivo: hacernos despertar, uno desde el teatro, la novela y el relato y, los otros, desde el punk, el ska y el rock.
La letra, de 1985, parece que está escrita expresamente para la COP26. En un frenopático decidieron jugar al Telediario y como el hombre de El Tiempo anunció “granizos, rayos, truenos y tiempo huracanado”, la asamblea de majaras decidió ahorcarlo para, minutos después, tras muchas reuniones, anunciar “sol y buen tiempo”.
Ese es el mejor resumen de las Cumbres de la Tierra porque, desde la primera (Estocolmo, 1972), nos hemos dedicado a eliminar, desprestigiar y fustigar a los científicos que ponían datos concretos encima de la mesa, que se atrevían a plantarse ante la asamblea de políticos, dirigentes, empresarios que negaban la evidencia y que anunciaban, y prometían, el buen tiempo. Porque sí, sin más, porque ellos lo valen.
Podemos llamarlas de muchas maneras, pero "asamblea de majaras" es la mejor de todas. Porque hay que ser majara para aplaudir a Putin y Bolsonaro cuando anuncian que van a trabajar por reforestar sus países, cuando llevan años cargándose los bosques siberianos y la Amazonia brasileña.
Hay que ser majaras para presumir de que 103 países firman un acuerdo para frenar y revertir la deforestación en la próxima década y reducir un 30 por ciento las emisiones de metano, pero solo 20 países (entre los que no está España) se han adherido a la declaración para el fin de la financiación a los combustibles fósiles en el extranjero.
Hay que ser majara para permitirle a Jeff Bezos, uno de los grandes capitalistas y contaminantes por excelencia, avisarnos de que la Tierra se ve muy frágil desde el espacio. Hay que ser majara para incluir en una misma frase, como ha hecho la ministra Teresa Ribera, que la transición verde tiene que construir un capitalismo inclusivo.
Hay que ser majaras para cruzar el planeta en jet privado y desplazar 23 coches oficiales para, luego, como hizo Biden, dormirte en el plenario porque lo que se esté hablando allí poco interesa. Hay que estar majara para hablar de "punto de inflexión" cuando los países más contaminantes –India, Rusia y China– ni siquiera se dignan a presentarse en Glasgow.
Pero no hay que preocuparse. Porque la asamblea de majaras ya ha decidido que, mañana, “sol y buen tiempo”. Estamos salvados.
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