Ahora que vemos la luz en esta travesía varada en mitad del mar me surgen varias dudas acerca de cómo va a sobrevivir la cultura y, en concreto, la música. Sin duda, ha sido uno de los sectores más perjudicados por las restricciones sanitarias. Ahora toca recuperar el espacio que ocupaba en cuanto al ocio y como expresión artística. Incluso debería ocupar entornos nuevos, como método de supervivencia. Debe volver para ser mejor. Pero también debe mejorar para poder volver.
¿Cómo va a sobrevivir el músico amateur?
Durante la pandemia todos hemos encontrado en las redes sociales un espacio de expresión, ya sea de opinión o artística. Esto tiene sus pros y sus contras. Dentro de los pros encontramos una democratización del mercado musical, igualando las posibilidades de expansión y proyección de cada uno de los artistas.
Pero, en relación a esto, encontramos también uno de los contras que más ha maltratado la industria: no hay demanda para tanta oferta. Dicho en otras palabras: no hay público para tanto músico. A pesar de tener las mismas posibilidades de visibilización, el músico amateur se enfrenta al poder de influencia de los músicos consagrados por lo que, ante tal avalancha de nuevos músicos y nuevos contenidos musicales, el público consume aquello que conoce y que sabe que le gusta. El público reduce el porcentaje de nuevas búsquedas y descubrimientos. Se acrecienta así la brecha entre el músico amateur y el músico de renombre.
¿Habrá más canciones propias?
La música ha sido desde que tenemos registros un elemento de expresión. Yo defino la música como "el lenguaje del alma". De este modo, vemos cómo las grandes obras y los grandes artistas han avanzado en la música a través de la expresión de sentimientos colectivos y, “normalmente”, cuando la necesidad ahonda, es cuando necesitamos expresar nuestros sentimientos más tristes y depresivos.
Por poner un ejemplo, encontramos las raíces del flamenco andaluz con la expulsión de los árabes de la Península. O a Elvis Presley y The Beatles, después de una gran depresión tras la Segunda Guerra Mundial. O el punk, como rechazo a las políticas de Margaret Thatcher.
Podemos reconocer que la calidad musical de estos hechos son de gran calibre, representando un antes y un después para la música, tal y como se entendía entonces. Mi hipótesis, no obstante, trata de dilucidar si la calidad musical y los puntos de inflexión están directamente relacionados con el estado del bienestar y con los momentos de crisis.
Esto no significa que, durante los años en los que estamos mas “cómodos”, no haya una calidad musical que merezca la pena transcender sino que, a nivel de masa social, no entendemos la buena música como la predominante –entendiendo como "buena música" aquella que sirva al objetivo primario de ésta (el lenguaje del alma) y no como un elemento comercial a merced de la economía–.
Hemos visto durante todos estos años el auge de estilos musicales y músicas en general de un gusto un tanto dudoso, como el reggeaton en su faceta más comercial y machista o un pop adolescente que derramaba pus de acné en cada acorde –y que conste que no considero estos estilos como algo inferior o peor: sólo me refiero a la utilización de estos estilos como herramienta de capitalización monetaria–.
Hemos tenido unos años de ausencia de referentes musicales a nivel social. ¿Estamos ante las puertas de un nuevo paradigma musical? ¿Estamos ante un nuevo ciclo musical realmente “referente” en la historia de la humanidad como propiciaron en su día Mozart o The Beatles?
¿Habrá una democratización de la música?
Ahora no necesitamos saber solfeo o tocar un instrumento para poder componer. Basta con tener nociones de informática para crear un hit del momento. Al tener acceso de forma igualitaria a los medios de producción musical, cualquier persona puede expresarse a través de la música. Y como ya he dicho varias veces, hay cosas que se pueden decir con palabras pero hay otras que tan solo se pueden decir a través del lenguaje musical.
Dado que hemos pasado una etapa –la del confinamiento– marcada por un exceso de emociones intensas, necesitamos expresarlas. Y, en este caso, la música es de las mejores formas para exteriorizar lo que día a día sentimos.
En definitiva, con las tres cuestiones que he planteado encontramos un escenario musical nuevo, nunca antes visto. Tenemos un acceso ilimitado a los medios de producción, tenemos las ventanas de proyección y una crisis social aún por resolver. ¿Qué música nos encontraremos en el futuro? ¿Será la música la que nos marque el camino? Para saber la respuesta, debemos mantener la mente abierta.
¿Cómo va a sobrevivir el músico amateur?
Durante la pandemia todos hemos encontrado en las redes sociales un espacio de expresión, ya sea de opinión o artística. Esto tiene sus pros y sus contras. Dentro de los pros encontramos una democratización del mercado musical, igualando las posibilidades de expansión y proyección de cada uno de los artistas.
Pero, en relación a esto, encontramos también uno de los contras que más ha maltratado la industria: no hay demanda para tanta oferta. Dicho en otras palabras: no hay público para tanto músico. A pesar de tener las mismas posibilidades de visibilización, el músico amateur se enfrenta al poder de influencia de los músicos consagrados por lo que, ante tal avalancha de nuevos músicos y nuevos contenidos musicales, el público consume aquello que conoce y que sabe que le gusta. El público reduce el porcentaje de nuevas búsquedas y descubrimientos. Se acrecienta así la brecha entre el músico amateur y el músico de renombre.
¿Habrá más canciones propias?
La música ha sido desde que tenemos registros un elemento de expresión. Yo defino la música como "el lenguaje del alma". De este modo, vemos cómo las grandes obras y los grandes artistas han avanzado en la música a través de la expresión de sentimientos colectivos y, “normalmente”, cuando la necesidad ahonda, es cuando necesitamos expresar nuestros sentimientos más tristes y depresivos.
Por poner un ejemplo, encontramos las raíces del flamenco andaluz con la expulsión de los árabes de la Península. O a Elvis Presley y The Beatles, después de una gran depresión tras la Segunda Guerra Mundial. O el punk, como rechazo a las políticas de Margaret Thatcher.
Podemos reconocer que la calidad musical de estos hechos son de gran calibre, representando un antes y un después para la música, tal y como se entendía entonces. Mi hipótesis, no obstante, trata de dilucidar si la calidad musical y los puntos de inflexión están directamente relacionados con el estado del bienestar y con los momentos de crisis.
Esto no significa que, durante los años en los que estamos mas “cómodos”, no haya una calidad musical que merezca la pena transcender sino que, a nivel de masa social, no entendemos la buena música como la predominante –entendiendo como "buena música" aquella que sirva al objetivo primario de ésta (el lenguaje del alma) y no como un elemento comercial a merced de la economía–.
Hemos visto durante todos estos años el auge de estilos musicales y músicas en general de un gusto un tanto dudoso, como el reggeaton en su faceta más comercial y machista o un pop adolescente que derramaba pus de acné en cada acorde –y que conste que no considero estos estilos como algo inferior o peor: sólo me refiero a la utilización de estos estilos como herramienta de capitalización monetaria–.
Hemos tenido unos años de ausencia de referentes musicales a nivel social. ¿Estamos ante las puertas de un nuevo paradigma musical? ¿Estamos ante un nuevo ciclo musical realmente “referente” en la historia de la humanidad como propiciaron en su día Mozart o The Beatles?
¿Habrá una democratización de la música?
Ahora no necesitamos saber solfeo o tocar un instrumento para poder componer. Basta con tener nociones de informática para crear un hit del momento. Al tener acceso de forma igualitaria a los medios de producción musical, cualquier persona puede expresarse a través de la música. Y como ya he dicho varias veces, hay cosas que se pueden decir con palabras pero hay otras que tan solo se pueden decir a través del lenguaje musical.
Dado que hemos pasado una etapa –la del confinamiento– marcada por un exceso de emociones intensas, necesitamos expresarlas. Y, en este caso, la música es de las mejores formas para exteriorizar lo que día a día sentimos.
En definitiva, con las tres cuestiones que he planteado encontramos un escenario musical nuevo, nunca antes visto. Tenemos un acceso ilimitado a los medios de producción, tenemos las ventanas de proyección y una crisis social aún por resolver. ¿Qué música nos encontraremos en el futuro? ¿Será la música la que nos marque el camino? Para saber la respuesta, debemos mantener la mente abierta.
DANY RUZ