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Aureliano Sáinz | ¿Lava usted con Persil?

Al lado de mi mesa de trabajo tengo colgado un original calendario editado por el Ministerio de Ciencia e Innovación en el que cada día aparecen, no los santos o las vírgenes como tradicionalmente nos habían acostumbrado, sino los nombres de científicos, hombres y mujeres, así como las efemérides o los inventos más significativos, indicando también el año en el que se produjeron.


Lo suelo mirar con frecuencia por las mañanas, así me voy enterando de cosas de algunos personajes y de curiosidades que desconocía. En este ojear cotidiano, resulta que al llegar al pasado día 6 de junio, que caía en domingo, debajo del dibujo de una pequeña caja de cartón de color verde, pude leer: “1907. Se lanzó Persil al mercado. Fue el primer detergente de ropa de acción automática”.

Me quedé un tanto sorprendido, pues no me imaginaba que el nacimiento de Persil estuviera a la altura del descubrimiento de una nueva galaxia, de la creación de un singular telescopio o de la primera demostración de la televisión en España… que, por cierto, fue en 1948, el mismo año en el que a mí se me ocurrió venir a este mundo.

Como he sido (soy aún) profesor de arte, imagen y publicidad en la universidad, recogí con cierto alborozo la noticia. ¡Resulta que el famoso Persil vino a revolucionar el ámbito de la limpieza hace más de un siglo! ¡Esto –pienso para mis adentros– se lo tengo que plantear a mis alumnos que creen que el mundo nació con ellos o que no existió antes de la aparición del WhatsApp!

Y es que, aunque parezca mentira, en el fondo de mi cerebro (no sé en qué parte, pues a mí los cerebros me parecen verdaderos laberintos de cables entrecruzados) todavía resuenan las notas musicales que acompañaban a ese eslogan que escuchábamos en la radio y que decía: “Case su ropa con Persil…”.

Lo cierto es que los directivos de la empresa que lo comercializaban se habían puesto muy finos y habían acudido, nada más y nada menos, que a un fragmento de la obertura El sueño de una noche de verano de Félix Mendelssohn para acompañar la frase que hicieron famosa.


Era, pues, cuestión de enterarse y saber a quién se la había ocurrido la brillante idea de crear y comercializar el jabón en polvo que, como bien dice mi calendario científico, fue una revolución al lograr la limpieza de ‘forma automática’, por lo que la mujer ya no tendría que romperse la cintura con aquellas rústicas tablas de lavar mientras frotaban la ropa con las enormes pastillas de jabón de color verde o anaranjado que desprendían un intenso olor (ojo, que no perfume, pues esto ya vendría después con marcas tipo Mimosín, ya que parece que ahora toda la casa tiene que oler a fragancias primaverales, según nos dice la insistente publicidad).

Como a mí me encanta el diseño gráfico, lo primero que hice fue mirar a los primeros carteles que promocionarían el Persil. Todos estaban en alemán, ese extraño idioma que nos suena tan raro por la cantidad de jotas que pronuncian. Ya me daban la primera pista del país en el que nació este detergente. Pero es que también los encontré en francés, por lo que imaginé que pronto se extendió el producto más allá de las fronteras germánicas.

Eso sí, todos estaban protagonizados por figuras femeninas. ¡De ningún modo podría aparecer algún hombre, ni siquiera un niño ayudando, a pesar de que en las escenas familiares de otros carteles todos se sentían muy contentos contemplando la ropa recién limpia que la sufrida ama de casa, toda orgullosa, mostraba sabiendo cómo se lograba tal perfección!


Sigo averiguando y leo lo siguiente: “La empresa alemana Henkel inventó en 1907 un polvo para lavar que comercializó bajo el nombre de la marca Persil. El nombre proviene de dos de los ingredientes originales: perborato y silicato, pero esto es poco conocido en los mercados internacionales”.

¡Genial! ¡Ya me he enterado de que su nombre procede de las dos primeras sílabas de perborato y silicato! Pero esto yo no se lo diré a mis alumnos; simplemente, les explicaré que el nombre del detergente proviene de esos dos componentes, por lo que quedaré fenomenal, dando la impresión de que sé mucho de química, aunque lo cierto es que desde el bachillerato no he vuelto a abrir ningún libro de esta materia.

Como decía, el nuevo detergente era tan femenino que, incluso, a las niñas desde muy pequeñitas había que acostumbrarlas a esta marca. Aunque la publicidad por aquellos años no estaba tan desarrollada como hoy acontece, intuían que si se las sacaban en los carteles jugando a planchar la ropa tras haber sido lavada con Persil o a imitando a sus mamás, esas imágenes quedarían grabadas en sus pequeños e inocentes cerebros y las acompañarían para el resto de sus vidas. Sin darse cuenta, esos avispados empresarios descubrieron lo que posteriormente se llamaría “fidelidad a la marca”.


Y si hablamos de fidelidad, ¿qué mayor que la que se establece cuando te preguntan, ante el cura o el juez, si quieres casarte con quien tienes al lado? Supongo que a la empresa le pareció genial la frase “Case su ropa con Persil”, como si el detergente fuera el agraciado galán que acudiría presto a ayudar a la joven y futura ama de casa en la ingrata tarea de la limpieza de la colada (y digo "joven" porque en el maravilloso mundo de la publicidad no pueden aparecer verdaderas amas de casa, ni siquiera simuladas, puesto que más allá de los treinta años las mujeres se vuelven invisibles en los anuncios).

Pasados los años, como no podía ser de otro modo en la dura batalla que establecen las numerosas marcas, la de procedencia alemana se ha visto enfrentada a otras muchas que compiten entre sí por ganarse el corazón y el bolsillo de las atribuladas féminas que necesitan estímulos suplementarios para no abandonar a su detergente favorito.

Sabiendo que vivimos en un mundo en el que suena muy bien eso de ‘amores eternos’, pero sospechando que ahora la eternidad ahora dura como mucho dos o tres años, los dueños de Henkel consideraron que viene bien echar una sutil ‘ayudita’, diciéndoles a las fieles seguidoras de que con “Persil pueden ser millonarias”. ¡No está nada mal eso de llegar a ser millonaria simplemente como premio a la fidelidad a la marca alemana!

Y las preguntas que ahora caben hacerse son la siguiente: ¿Compartirá la afortunada los millones con su pareja o lo dejará plantado con un par de narices? ¿Se imaginará en una feliz estancia en el Caribe, tendida al sol en una hamaca, con un daiquiri de limas recién cortadas del árbol y al lado de un solícito camarero, que por fin se ha liberado para siempre de las eternas coladas que no la dejaban ni respirar?

AURELIANO SÁINZ
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