Cuando sales de una tormenta desastrosa, caótica y jodida, piensas que la calma se ha olvidado de ti, que tanto huracán ha alejado todo suspiro de paz. Y, de alguna manera, pierdes la esperanza con todo. Desconoces qué es estar bien contigo misma, qué es eso de reír de corazón y no de fuerza. Te olvidas de la magia que tienen los abrazos. Y te propones que, en adelante, nadie vuelva a derrumbarte jamás. De ninguna manera.
Con el tiempo, te das cuenta de que cada vez estás mejor, que te vas conociendo poco a poco, que te estás dando todo aquello que nunca te habías atrevido a regalarte por sentir que sería egoísta. Y llega. Llega ese día en el que mandas todo a tomar viento.
Te sueltas la melena, las garras y las ganas de devorar el mundo con más fuerza que nunca. Te has hecho invencible. Tuya. Disfrutas tanto de ti misma, de la soledad, que ya no le permites a cualquiera entrar y ponerte todo patas arribas. Estás feliz.
Y uno de esos días, en los que piensas que te comes el mundo de un bocado... ¡Boom! El mundo te atrapa y te sorprende. Pero, esta vez, vas segura, sin miedos, confiando, apostando. Esa luz infinita que se cruzó en mi camino, esa luz que me ha hecho más infinita que antes, me está haciendo amar la vida como jamás la había amado.
Y, de verdad, sucedió sin más: sin esperarlo y, mucho menos, sin ser buscado. Cuando alguien está para ti, da igual el tiempo, el sitio y las circunstancias. Todo se alinea y hace que lo imposible sea posible.
Había cambiado y ya estaba dando pasos de gigante, superando cosas que me atrapaban de mi pasado. Me costaba mucho, pero me lo había propuesto. Me tiraba yo sola la torre encima y no me preguntéis por qué, porque no sabría responder al cien por cien. Supongo que seguía teniendo miedo. Al final es enfrentarte a algo que te aterra y que tiene una parte de ti atrapada.
Pues bien, desde que él se cruzó en mi camino, me ha dado impulso y confianza. Me ha hecho sentir como en casa en cualquier lugar. Me abraza y me siento protegida, feliz, en paz. Ha estado a mi lado cuando he luchado contra los monstruos de mi cabeza, contra ese miedo aterrador y esos recuerdos desgarradores.
He vencido y él ha estado ahí en cada caída, en cada "no puedo más", regalándome un suspiro: "sí puedes". Y joder, sí que he podido con eso y con todo lo que se me cruce. Me ha dado la chispa final de la búsqueda de mi esencia. Me ha dado vida y amor incondicionales. Me ha regalado lo mejor que se le puede dar a alguien en la vida: confianza, lealtad y sinceridad.
Con el tiempo, te das cuenta de que cada vez estás mejor, que te vas conociendo poco a poco, que te estás dando todo aquello que nunca te habías atrevido a regalarte por sentir que sería egoísta. Y llega. Llega ese día en el que mandas todo a tomar viento.
Te sueltas la melena, las garras y las ganas de devorar el mundo con más fuerza que nunca. Te has hecho invencible. Tuya. Disfrutas tanto de ti misma, de la soledad, que ya no le permites a cualquiera entrar y ponerte todo patas arribas. Estás feliz.
Y uno de esos días, en los que piensas que te comes el mundo de un bocado... ¡Boom! El mundo te atrapa y te sorprende. Pero, esta vez, vas segura, sin miedos, confiando, apostando. Esa luz infinita que se cruzó en mi camino, esa luz que me ha hecho más infinita que antes, me está haciendo amar la vida como jamás la había amado.
Y, de verdad, sucedió sin más: sin esperarlo y, mucho menos, sin ser buscado. Cuando alguien está para ti, da igual el tiempo, el sitio y las circunstancias. Todo se alinea y hace que lo imposible sea posible.
Había cambiado y ya estaba dando pasos de gigante, superando cosas que me atrapaban de mi pasado. Me costaba mucho, pero me lo había propuesto. Me tiraba yo sola la torre encima y no me preguntéis por qué, porque no sabría responder al cien por cien. Supongo que seguía teniendo miedo. Al final es enfrentarte a algo que te aterra y que tiene una parte de ti atrapada.
Pues bien, desde que él se cruzó en mi camino, me ha dado impulso y confianza. Me ha hecho sentir como en casa en cualquier lugar. Me abraza y me siento protegida, feliz, en paz. Ha estado a mi lado cuando he luchado contra los monstruos de mi cabeza, contra ese miedo aterrador y esos recuerdos desgarradores.
He vencido y él ha estado ahí en cada caída, en cada "no puedo más", regalándome un suspiro: "sí puedes". Y joder, sí que he podido con eso y con todo lo que se me cruce. Me ha dado la chispa final de la búsqueda de mi esencia. Me ha dado vida y amor incondicionales. Me ha regalado lo mejor que se le puede dar a alguien en la vida: confianza, lealtad y sinceridad.
MERCEDES OBIES