Al leer todas las respuestas que daban los alumnos a la pregunta acerca de los mejores profesores que habían tenido a lo largo de los estudios, me llamó la atención que tanto desde el punto de vista positivo como negativo estuvieran centradas durante las etapas de Secundaria y de Bachillerato. Pareciera como si durante los años de la infancia que estuvieron en las aulas de Primaria la situación era de normalidad, sin que se encontraran con situaciones tan difíciles de docentes como las que manifestaban en sus escritos.
Posiblemente se deba a que en Primaria el trabajo lo ejercen maestros y maestras que se han formado de modo específico para esta función docente, por lo que la Pedagogía es esencial en sus estudios; no así el profesorado de etapas posteriores, dado que en nuestro país, tiempo atrás, en los títulos de licenciaturas no se encontraban la especialidad que encaminara al trabajo de la enseñanza de esa disciplina. Bien es cierto que en la actualidad se exige un máster que capacite para este trabajo en el que las relaciones humanas son fundamentales.
De todos modos, existe una palabra llamada “vocación” que es clave en este trabajo. Podemos entenderla como predisposición para enseñar que se puede tener previamente a los estudios o adquirirlas en ellos, e, incluso, en el trabajo práctico, a pesar de ciertas connotaciones religiosas heredadas de años atrás.
No es de extrañar que en la primera entrada del diccionario de la RAE aparezca lo siguiente: “Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”. Hay que pasar a la cuarta para que nos diga lo siguiente: “Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera”, que es a la que me refiero.
Posiblemente se deba a que en Primaria el trabajo lo ejercen maestros y maestras que se han formado de modo específico para esta función docente, por lo que la Pedagogía es esencial en sus estudios; no así el profesorado de etapas posteriores, dado que en nuestro país, tiempo atrás, en los títulos de licenciaturas no se encontraban la especialidad que encaminara al trabajo de la enseñanza de esa disciplina. Bien es cierto que en la actualidad se exige un máster que capacite para este trabajo en el que las relaciones humanas son fundamentales.
De todos modos, existe una palabra llamada “vocación” que es clave en este trabajo. Podemos entenderla como predisposición para enseñar que se puede tener previamente a los estudios o adquirirlas en ellos, e, incluso, en el trabajo práctico, a pesar de ciertas connotaciones religiosas heredadas de años atrás.
No es de extrañar que en la primera entrada del diccionario de la RAE aparezca lo siguiente: “Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”. Hay que pasar a la cuarta para que nos diga lo siguiente: “Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera”, que es a la que me refiero.
De todos modos, mucho me temo que esas reminiscencias, en una sociedad ya ampliamente secularizada, haya dado lugar a que el término “vocación” ahora apenas se use para la docencia, pues esa “inspiración divina” de la que se nos habla en el diccionario de la RAE tiene un tono místico que no se corresponde con la entrega a un trabajo que camina por otro lado.
Volviendo a la pregunta realizada a los estudiantes, y puesto que en el primer artículo mostraba dos comentarios referidos a profesores de Matemáticas y Lengua, materias que a los estudiantes se les suelen ‘atragantar’, en esta ocasión quisiera traer tres referidos a otras disciplinas, comenzando por la de Historia.
Pero antes de dar paso a estos comentarios, quisiera apuntar que en los distintos campos de las Ciencias, de las Artes y de las Humanidades se conocen los nombres de autores que han alcanzado el reconocimiento social y se los cita con admiración; sin embargo, en una actividad milenaria como es la enseñanza, sus protagonistas quedan en el anonimato.
Es por lo que, al menos, quisiera mostrar una imagen del gran pedagogo brasileño Paulo Freire, el autor de la Pedagogía del oprimido, quien orientaba su trabajo en el sentido de formar a los marginados y olvidados de la sociedad, ya que una buena enseñanza, una buena educación, es un medio de liberación personal y social.
“Nada más oír esta pregunta, se me vino a la mente mi profesor David, que impartía clases de Historia cuando yo cursaba primero de la ESO. He de decir que, antes de tener la suerte de encontrarme con profesores como él, esta asignatura me parecía muy aburrida, no me gustaba nada, lo que hacía que mi interés por atender y aprender en las clases de esta materia hubiese sido relativamente pequeño. Sin embargo, mi opinión cambió radicalmente cuando recibí clases impartidas por este profesor, ya que ponía todas sus ganas en que sus alumnos aprendieran.
David tenía algo que le diferenciaba de muchos profesores: además de asegurarse que sus alumnos saliesen de sus clases con una sonrisa de oreja a oreja, él se preocupaba hacerlas lo más dinámicas y amenas posibles. Tengo que destacar la gran importancia que le daba para evitar el monólogo del profesor, tan frecuente, y se interesaba en que sus alumnos participen en todo momento y captasen todos los conceptos que pretendía transmitir.
Era un profesor que tenía siempre el ansia de buscar medios y métodos nuevos para que una asignatura que, en principio, pudiese parecer algo aburrida llegase a ser amada por sus alumnos. Y fue desde entonces cuando la Historia empezó a interesarme y a no parecerme tan aburrida como siempre para mí lo había sido”.
Evitar el aburrimiento, tan característico de las clases monocordes; hacer amenos los contenidos, planteando nuevos métodos y recursos; manifestar las ganas de enseñar a todos, no solo al reducido grupo de los que tienen el mayor nivel; buscar la amenidad en la exposición, etcétera, son algunas de las expresiones que encontramos en las respuestas.
Por otro lado, hay asignaturas que, a priori, no tiene la relevancia de las citadas, por lo que lograr el interés del alumnado hacia ellas implica redoblar el esfuerzo y la entrega por hacerlas atractivas. Es lo que se manifiesta en este escrito referido a Historia del Arte:
“Antes de acceder a la universidad, he tenido la suerte de encontrarme a varios profesores que han despertado en mí el interés de aprender. Entre ellos, voy a destacar a un profesor que tuve en 2º de bachillerato que me dio Historia del Arte.
En primer lugar, quisiera indicar que utilizaba una metodología muy diferente a lo que estaba acostumbrada: enseñaba a partir de fotos o imágenes, porque la asignatura así lo requería. No hacía uso de libros ni daba apuntes elaborados por él, lo que nos obligaba a tomar apuntes. Esto, creo, que favorecía el aprendizaje puesto que no podías desconectar en ningún momento de la clase.
Asimismo, se notaba que su trabajo le gustaba, no solo porque mostraba interés en que nos enterásemos de las cosas, sino también por el tono de voz y los gestos que utilizaba, ya que juntos expresaban ese sentimiento de pasión hacia la asignatura que tenía y que, desgraciadamente, no la he notado en otros profesores que me han dado clase.
A esta asignatura la considero difícil puesto que son muchos datos y elementos que hay que conocer, lo que, supongo, conduce a que muchos la estudiarían de memoria; sin embargo, su forma de explicar y repasar los contenidos fue tan buena que cuando llegaba el examen ya te lo sabías casi todo. Actualmente, no solo me encanta todo lo que tiene que ver con la Historia del Arte sino que me sigo acordando de muchas cosas sobre lo que me explicó ese profesor”.
Nos podemos imaginar que en la escala de asignaturas, supuestamente poco útiles para el mundo en el que vivimos, estaría encabezada por las lenguas clásicas, como el latín y el griego. Hay que tener un magnetismo especial para ser capaces de seducir al alumnado frente unas materias que pueden imaginar que son verdaderamente inservibles. Conviene, pues, leer lo que esta alumna me respondió:
“A lo largo de mi vida académica han pasado muchos profesores, unos mejores, otros peores, y muy pocos que realmente dejan una huella imborrable (…) Pero, sin duda, si tuviera que elegir a mi profesor o profesora ideal sería mi querida Amparo, mi profesora de Latín y Griego durante los tres últimos años de instituto.
La conocí en 4º de la ESO, cuando todavía no tenía las ideas muy claras sobre mi futuro en Bachillerato. A principio de curso yo me imaginaba pasando al Bachillerato Social, el de Economía; pero tal fue el impacto que tuvo en mí, que acabé en el de Humanidades.
Suerte fue la que tuvimos mis compañeros y compañeras y yo de toparnos con una profesora así, capaz de mantenernos atentos en cada momento, de compartir y transmitirnos cada uno de sus conocimientos y de la pasión por lo que enseñaba, de querernos como si fuéramos parte de su familia y de no haber tirado nunca la toalla con ninguno de nosotros.
No fueron dos asignaturas fáciles debido al inmenso contenido que aportaban, tanto de gramática como de la historia presentes en ambas, pero esta profesora las hacía tan amenas que parecía que realmente estabas viviendo en aquella época, con sus canciones, su cultura y su lengua”.
Para finalizar, conviene reconocer que hay magníficos profesores o profesoras que son capaces de abrir el campo de las expectativas de los adolescentes hacia estudios y profesiones que con anterioridad no habían pensado en ellos, tal como se ha descrito en los párrafos anteriores. Estos son los mejores: los que dejan una huella profunda en aquellos estudiantes que nunca los olvidan. Y merece la pena luchar por encontrarse en ese reducido grupo que permanecerá en la memoria de sus antiguos alumnos.
AURELIANO SÁINZ