Tuvo prisa en salir: ella quería respirar ya y ser libre. Su pobre madre no pudo tener el alivio de la epidural. Abrió su bonitos ojos bordeados de pestañas rizadas el Día de la Constitución, así que nació como una mujer con sus derechos y obligaciones, en un país democrático, lejos de la oscuridad de la cueva.
Desde el principio se vio que sus ojos eran de su padre y su fuerza de su abuela materna que, como decía aquel, “podía trabajar de estibadora en un puerto”. Su abuela era de la época del hambre, de la del trabajo infantil duro, en la que la infancia era cosa de ricos y adeptos al régimen dictatorial. Le tocó cargar desde casi que pudo caminar. Una gran inteligencia perdida, que sí pudo transmitir a sus tres hijos y, por ende, a sus nietos.
Desde el principio se vio que sus ojos eran de su padre y su fuerza de su abuela materna que, como decía aquel, “podía trabajar de estibadora en un puerto”. Su abuela era de la época del hambre, de la del trabajo infantil duro, en la que la infancia era cosa de ricos y adeptos al régimen dictatorial. Le tocó cargar desde casi que pudo caminar. Una gran inteligencia perdida, que sí pudo transmitir a sus tres hijos y, por ende, a sus nietos.
Araceli cumple 18 maravillosos años en el año de la pandemia. Su fiesta de cumpleaños espera el permiso de un virus que no admite las celebraciones familiares. Pero su eterna sonrisa, esa que hace que le brillen los ojos, siempre sigue ahí, disfrutando de todo el amor que la rodea.
Sus padres, ambos feministas, siempre le dieron alas. Nunca le dijeron aquello de “eso es cosa de chicos”. Al contrario, potenciaron sus capacidades.
Desde muy niña se veía su pasión por el deporte y probó varios hasta que encontró su sitio en el rugby. Allí es feliz, jugando con su largo pelo lleno de rizos oscuros y con amigos que comparten su pasión.
Ya es mayor de edad aquella niña que nunca se cayó con los patines; aquella que batalló con el dolor con One Direction; aquella que estudió sin dejar el deporte y sacó una notas excelentes que la han llevado por la senda de su madre.
Ella también quiere ser ingeniera industrial.
De madre inteligente y trabajadora, y padre renacentista al que todo le interesa, Araceli es hermana de un casi físico y de una linda niña que sabe que lo importante es “ser lista y trabajadora” y que disfruta pintando.
Araceli es ya una mujer de pleno derecho, dueña de su vida y libre de corsés externos.
Felicidades “angelita”, pues siempre supiste que tú no eras un angelito, sino una verdadera angelita.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ