En el momento de escribir estas líneas tenía otra columna muy diferente a falta de rematar. En ella, para variar, criticaba al Kennedy español y su extraño concepto del diálogo. Sin embargo, he decidido dejarlo para mejor ocasión. Acabo de enterarme de la muerte de Diego Armando Maradona, y ese hombre me merece bastante más atención.
La Mano de Dios crea fascinación incluso entre sus detractores. Dejando la moralidad en la parroquia, nadie puede negar que es un fenómeno psicológico y sociológico. En este momento, medio mundo periodístico le está dedicando sus más emotivos elogios y sus más agrios reproches.
En este sentido, viene a mi memoria el recuerdo de un libro que me impactó mucho en mi adolescencia: La presentación de la persona en la vida cotidiana, de Erving Goffman. La obra desarrollaba la hipótesis de que la vida cotidiana era asumida por las personas mediante distintos enfoques dramatúrgicos. Diferentes roles para diferentes contextos y situaciones. No hay una identidad estable como tal, ni independiente, pues depende de una serie de interacciones sociales.
¿Cómo juzgar a un personaje como Maradona desde el prisma dramatúrgico? Si aceptamos que no hay una identidad estable y constante, tengo dudas sobre nuestra capacidad de juzgar moralmente a una persona en su conjunto. Como mucho, las acciones de los roles que adopta.
Y pocos ejemplos son tan dados a la perspectiva dramatúrgica como el de La Mano de Dios. En este punto, me atengo a las palabras de un hombre bastante más sabio que yo. El veterano periodista Ernesto Cherquis Bialo, en una entrevista en Televisión Pública Argentina en mayo de 2019, fue preguntado por la figura de Diego Armando Maradona. Su definición es impecable.
Por un lado, Cherquis resalta su naturaleza polifacética:
“¿Usted cree que hay un solo Maradona? Yo creo que hay muchos. Hay por lo menos ocho, nueve Maradonas. Hay un Maradona que jugó al fútbol; hay un Maradona que alcanzó la celebridad; hay un Maradona hijo, que murió cuando murieron sus padres. Hay un Maradona padre, que se reinventa cada día; hay un Maradona amigo, que barre cambiando amistad.
La Mano de Dios crea fascinación incluso entre sus detractores. Dejando la moralidad en la parroquia, nadie puede negar que es un fenómeno psicológico y sociológico. En este momento, medio mundo periodístico le está dedicando sus más emotivos elogios y sus más agrios reproches.
En este sentido, viene a mi memoria el recuerdo de un libro que me impactó mucho en mi adolescencia: La presentación de la persona en la vida cotidiana, de Erving Goffman. La obra desarrollaba la hipótesis de que la vida cotidiana era asumida por las personas mediante distintos enfoques dramatúrgicos. Diferentes roles para diferentes contextos y situaciones. No hay una identidad estable como tal, ni independiente, pues depende de una serie de interacciones sociales.
¿Cómo juzgar a un personaje como Maradona desde el prisma dramatúrgico? Si aceptamos que no hay una identidad estable y constante, tengo dudas sobre nuestra capacidad de juzgar moralmente a una persona en su conjunto. Como mucho, las acciones de los roles que adopta.
Y pocos ejemplos son tan dados a la perspectiva dramatúrgica como el de La Mano de Dios. En este punto, me atengo a las palabras de un hombre bastante más sabio que yo. El veterano periodista Ernesto Cherquis Bialo, en una entrevista en Televisión Pública Argentina en mayo de 2019, fue preguntado por la figura de Diego Armando Maradona. Su definición es impecable.
Por un lado, Cherquis resalta su naturaleza polifacética:
“¿Usted cree que hay un solo Maradona? Yo creo que hay muchos. Hay por lo menos ocho, nueve Maradonas. Hay un Maradona que jugó al fútbol; hay un Maradona que alcanzó la celebridad; hay un Maradona hijo, que murió cuando murieron sus padres. Hay un Maradona padre, que se reinventa cada día; hay un Maradona amigo, que barre cambiando amistad.
Hay un Maradona afectivo, un Maradona sublime, y hay un Maradona abyecto y un Maradona fenomenal. Hay un Maradona de frases inolvidables, y hay un Maradona cuyas frases es mejor no recordar. Es la suma de todo eso, en un solo hombre. Un genio”.
¿Cuál es el verdadero Maradona? ¿El que golpeaba a su pareja borracho o el que defendía las tesis bolivarianas? ¿El analista sublime o el entrenador inconstante? ¿El padre de sus padres o el padre de sus hijos? ¿El dios de la Iglesia Maradoniana o el vil payaso grotesco que nos pintan sus detractores? ¿Hasta qué punto fue influido por su entorno en cada uno de estos roles? “Canillas de oro, y letrina”, insiste el veterano periodista.
Por otro lado, Cherquis nos enseña otra dimensión fascinante de La Mano de Dios. No siguió el orden natural, a diferencia de Leo Messi:
“Messi fue el hijo de su papá, y es el hijo de su mamá. Es el hermano de sus hermanos. Messi es el mejor de sus compañeros. Es el mejor jugador de fútbol en la actualidad. Pero siempre estuvo en el rol lógico, en el que la vida lo puso. Quizá por eso, los periodistas convertimos a Messi en un personaje que no es, y para el cual no está preparado para ser”. En cambio, “Maradona fue el papá de sus padres, el papá de sus hermanos, el superamigo de sus amigos, el protector de su protegido”.
Un hombre hecho a sí mismo. Un genio. Un hombre único que no negó exceso alguno, tomó el placer donde lo halló, y que fue capaz de lo mejor y de lo peor. Maradona no siguió nunca las leyes de la lógica y, hasta cierto punto, este hecho puede ser razonable si asumimos su rol familiar y social. ¿Cuántas personas puede haber fuera de ese rol lógico? ¿Salir de lo previsible te hace un genio? Claro que no.
Soy de la opinión de que todas las personas, y sus acciones, están más allá del bien y del mal. Como mucho, podemos juzgar las acciones realizadas en sus diferentes roles, y ni eso tengo claro. Prefiero dejar la moralidad al rebaño –y a los sanchistas y podemitas, que no dejan de ser otro rebaño–.
¿Cuál es el verdadero Maradona? ¿El que golpeaba a su pareja borracho o el que defendía las tesis bolivarianas? ¿El analista sublime o el entrenador inconstante? ¿El padre de sus padres o el padre de sus hijos? ¿El dios de la Iglesia Maradoniana o el vil payaso grotesco que nos pintan sus detractores? ¿Hasta qué punto fue influido por su entorno en cada uno de estos roles? “Canillas de oro, y letrina”, insiste el veterano periodista.
Por otro lado, Cherquis nos enseña otra dimensión fascinante de La Mano de Dios. No siguió el orden natural, a diferencia de Leo Messi:
“Messi fue el hijo de su papá, y es el hijo de su mamá. Es el hermano de sus hermanos. Messi es el mejor de sus compañeros. Es el mejor jugador de fútbol en la actualidad. Pero siempre estuvo en el rol lógico, en el que la vida lo puso. Quizá por eso, los periodistas convertimos a Messi en un personaje que no es, y para el cual no está preparado para ser”. En cambio, “Maradona fue el papá de sus padres, el papá de sus hermanos, el superamigo de sus amigos, el protector de su protegido”.
Un hombre hecho a sí mismo. Un genio. Un hombre único que no negó exceso alguno, tomó el placer donde lo halló, y que fue capaz de lo mejor y de lo peor. Maradona no siguió nunca las leyes de la lógica y, hasta cierto punto, este hecho puede ser razonable si asumimos su rol familiar y social. ¿Cuántas personas puede haber fuera de ese rol lógico? ¿Salir de lo previsible te hace un genio? Claro que no.
Soy de la opinión de que todas las personas, y sus acciones, están más allá del bien y del mal. Como mucho, podemos juzgar las acciones realizadas en sus diferentes roles, y ni eso tengo claro. Prefiero dejar la moralidad al rebaño –y a los sanchistas y podemitas, que no dejan de ser otro rebaño–.
Que Maradona descanse en paz. El mundo será el mismo sin él. Puede que incluso mejor. Pero, sin duda, mucho más aburrido.
Haereticus dixit.
RAFAEL SOTO