Estas reflexiones, siendo importantes para alimentar el recuerdo, han estado guardadas durante algún tiempo. El motivo reside en cierto pudor a la hora de escribir vivencias personales, máxime si la otra persona ya no está aquí porque la parca Átropos la raptó.
Un acto de bondad dio origen a una amistad que fue enraizando en la maceta de nuestras vidas. La regábamos con momentos de generosidad que brotaban desde los veneros del corazón. El abono en sacos llenos de pensamientos e ideas que enriquecíamos con cada encuentro, en cualquier momento que nos permitiera comunicarnos, era esparcido con mimo, con delicadeza para que no dañara las raíces de esa bonita flor que había crecido en el jardín común: la amistad.
Porque la amistad es una flor regenerada día a día por el roce que emana empapado de cariño. La amistad se abre al sol cada mañana y cuando se va de este mundo rebrota desde las cenizas de los recuerdos. Una persona buena hace el bien porque le germina desde lo profundo del corazón, porque desea repartir cariño y sembrar bondad. Marcos era una persona buena. A ambos nos unió el vínculo de la amistad.
Decir "amigo" es derramar sonrisas entretejidas con la dulzura del trato; decir "amigo" es discutir en un alarde de comprensión sobre lo humano y lo divino sin masacrar el pensamiento del otro; decir "amigo" es compartir confidencias que serán guardadas en el cofre del olvido consciente para no traicionar la confianza; decir "amigo" es pedir ayuda en momentos difíciles o simplemente especiales.
¡Qué digo! El amigo sabe cuándo y cómo prestar su persona para que el trance, sea del amargor que sea, pueda compartirse entre ambos. Decir "amigo" es acompañarse en la alegría y en el dolor que mancha la cama de un hospital, abriendo un agujero a la cita con muerte; decir "amigo" es exclamar: "Compañero, ¿dónde estás? Acércame tu mano".
Marcos está en el corazón de muchos de nosotros. Dejó una huella tan profunda que será imposible desterrarlo del recuerdo. Su sonrisa sigue transmitiendo un hálito de esperanza, de amistad, de cariño, de bondad eterna. Si cierro los ojos humanos que son bastante cortos de vista, y miro en el huerto de los recuerdos plantados en todos los momentos felices o tristes, es igual, allí está Marcos, como un eterno jardinero, abonando y regando la flor de la amistad.
Si la muerte llama a mi puerta… Pero la atrevida y descorazonada parca Átropos llamó a su puerta y lo arrastró hasta a sus dominios. Él la esperaba, sabía que no estaba lejos y dolorido, esbozando suaves y a veces raquíticas sonrisas que nos regalaba en un gesto tímido, demasiado fugaz para nuestros corazones que se condolían ante su cuerpo lacerado. El dolor no le permitía derramar la bondad y la generosidad que atesoraba su corazón.
Leo en Wikipedia que “en la mitología griega, las parcas Cloto, Láquesis y Átropos representan el nacimiento, la vida y la muerte. Ellas escribían el destino de los hombres en las paredes de un muro que nadie podía borrar. Eran tres hermana hilanderas también llamadas Nona, Décima y Morta”.
Él sabía que el fin estaba cerca pero, con suaves gestos, sonrisas fugaces, con la presión de manos, descargaba parte del dolor que le laceraba. Presión que nos punzaba en el corazón por la impotencia de nuestras posibilidades ante tanto dolor. En momentos de gran lucidez habíamos hablado sobre lo imposible de materializar el dolor, lo duro de no poderlo compartir, lo miserable de la condición humana ante ese cuchillo que sólo te permite dos opciones: o blasfemar o rezar.
Marcos rezaba a su Dios, confiaba en su sabiduría "porque Él sabrá", decía, "qué es lo que hace y por qué". Y su Dios egoísta se lo llevó en la madrugada de un Domingo de Ramos, antes de empezar la Semana Santa. Lamento no haber podido decirle adiós en ese momento.
¿Dejó de sentir los lacerantes tormentos el Viernes de Dolores? Dolores, su madre, le trajo a la vida y de ella (la vida) partió acribillado de sufrimiento. Quisiera pensar que así fue. Pero sigo sin entender ni aceptar que se lo llevaran. Dolores también se llamaba mi madre, cuyo recuerdo –él no la conoció– nos unía aun más.
¿Por qué se lo llevaron? Personas de su categoría humana y moral son necesarias en este mundo lleno de lágrimas saladas que ni siquiera se pueden recoger para calmar la sed, lamentos que se escurren silenciosos, las más de las veces, camino del vacío que deja la marcha hacia el desierto de la soledad.
El cáncer invadió su jardín irremisiblemente, condenándolo a un barbecho. Pero no se rendía. Signos de dolor. Puños apretados macerando huesos sobrecargados de lacerante sufrimiento y el rostro impertérrito para no dar señales a los que le rodeaban, del acribillante tormento que recorría toda la estructura ósea.
Entereza frente al sufrimiento que se esconde –o, mejor, se camufla– entre los dedos aprisionados en el puño. Y cuando consigues desencajar la rigidez e introduces la mano en su mano, sientes una leve presión que te dice: "¡Hola, amigo!".
Planeando por encima del terror que aprisionaba la amargura que destilaba el cuerpo, se escurría de su rostro un suave lamento. ¡Ay! En un leve rictus esboza una desdibujada sonrisa para comunicarte cuánto agradecía tu proximidad silenciosa.
Poco a poco dejó escapar su alma camino de otras praderas más fértiles en las que había puesto toda su esperanza. Solo una pregunta me quedó colgada de los labios y no se la pude hacer porque fui cobarde, porque sentía el miedo que me invadía al ver cómo estoico, sereno, había cerrado los ojos a este mundo cruel que lo expulsaba de su lecho buscando que se le escapara una queja, un ¡ay! lastimero, suplicante, como signo de que el dolor había podido con su entereza.
No lo consiguió la famélica parca, pese a sus intentos. Pudo más la entereza que mostró día tras día a lo largo de unas semanas que debieron ser eternas para él. Estoy seguro que sus labios sellados atesoraban un “hágase tu voluntad” como oración tímida de la que solo sabía su corazón. Hasta en eso fue elegante, cargado de fortaleza para que nadie viera su sufrir. Pero ¿por qué, amigo, te llevan ahora que más te necesitan aquí?
Desde que despertó la enfermedad no dejamos de compartir profundos pensamientos, ideas volátiles que a nada conducían. Su rostro, pese al dolor, siempre me lo pintaba con una tímida sonrisa llena de cariño, de amistad, de conformidad con lo que le deparaba estos momentos que él sabía eran los finales.
Habíamos hablado de la imposibilidad de medir el dolor, de la imposibilidad de poderlo compartir para hacer menos gravosos los momentos duros, de la necesidad de tomarlo como elemento liberador. Dolor…que anula ilusiones futuras. Su fe era terca y aceptaba estoico el final.
Como recuerdo le dejo estas líneas. La amistad es como una planta generosa en flores que precisa ser regada con frecuencia para que crezca y se desarrolle. Como el amor precisa cuidados diarios. Se nutre del respeto, por eso el buen amigo alimenta la libertad del “amado”. Empleo el vocablo "amar" en su sentido más amplio, ya que la amistad genera amor mutuo del que se nutre.
El amigo nos quiere tal como somos, lo cual no quita que, ante posibles errores, intente ayudarnos a corregirlos partiendo de una aceptación personal. Quien no reconoce sus posibles fallos no los eliminará. “La valía de la amistad reside en valorar al amigo sin sacrificarlo ni por las ideas, ni a las ideas por el amigo”.
Marcos, desde el recuerdo, te saludo con el corazón.
Un acto de bondad dio origen a una amistad que fue enraizando en la maceta de nuestras vidas. La regábamos con momentos de generosidad que brotaban desde los veneros del corazón. El abono en sacos llenos de pensamientos e ideas que enriquecíamos con cada encuentro, en cualquier momento que nos permitiera comunicarnos, era esparcido con mimo, con delicadeza para que no dañara las raíces de esa bonita flor que había crecido en el jardín común: la amistad.
Porque la amistad es una flor regenerada día a día por el roce que emana empapado de cariño. La amistad se abre al sol cada mañana y cuando se va de este mundo rebrota desde las cenizas de los recuerdos. Una persona buena hace el bien porque le germina desde lo profundo del corazón, porque desea repartir cariño y sembrar bondad. Marcos era una persona buena. A ambos nos unió el vínculo de la amistad.
Decir "amigo" es derramar sonrisas entretejidas con la dulzura del trato; decir "amigo" es discutir en un alarde de comprensión sobre lo humano y lo divino sin masacrar el pensamiento del otro; decir "amigo" es compartir confidencias que serán guardadas en el cofre del olvido consciente para no traicionar la confianza; decir "amigo" es pedir ayuda en momentos difíciles o simplemente especiales.
¡Qué digo! El amigo sabe cuándo y cómo prestar su persona para que el trance, sea del amargor que sea, pueda compartirse entre ambos. Decir "amigo" es acompañarse en la alegría y en el dolor que mancha la cama de un hospital, abriendo un agujero a la cita con muerte; decir "amigo" es exclamar: "Compañero, ¿dónde estás? Acércame tu mano".
Marcos está en el corazón de muchos de nosotros. Dejó una huella tan profunda que será imposible desterrarlo del recuerdo. Su sonrisa sigue transmitiendo un hálito de esperanza, de amistad, de cariño, de bondad eterna. Si cierro los ojos humanos que son bastante cortos de vista, y miro en el huerto de los recuerdos plantados en todos los momentos felices o tristes, es igual, allí está Marcos, como un eterno jardinero, abonando y regando la flor de la amistad.
Si la muerte llama a mi puerta… Pero la atrevida y descorazonada parca Átropos llamó a su puerta y lo arrastró hasta a sus dominios. Él la esperaba, sabía que no estaba lejos y dolorido, esbozando suaves y a veces raquíticas sonrisas que nos regalaba en un gesto tímido, demasiado fugaz para nuestros corazones que se condolían ante su cuerpo lacerado. El dolor no le permitía derramar la bondad y la generosidad que atesoraba su corazón.
Leo en Wikipedia que “en la mitología griega, las parcas Cloto, Láquesis y Átropos representan el nacimiento, la vida y la muerte. Ellas escribían el destino de los hombres en las paredes de un muro que nadie podía borrar. Eran tres hermana hilanderas también llamadas Nona, Décima y Morta”.
Él sabía que el fin estaba cerca pero, con suaves gestos, sonrisas fugaces, con la presión de manos, descargaba parte del dolor que le laceraba. Presión que nos punzaba en el corazón por la impotencia de nuestras posibilidades ante tanto dolor. En momentos de gran lucidez habíamos hablado sobre lo imposible de materializar el dolor, lo duro de no poderlo compartir, lo miserable de la condición humana ante ese cuchillo que sólo te permite dos opciones: o blasfemar o rezar.
Marcos rezaba a su Dios, confiaba en su sabiduría "porque Él sabrá", decía, "qué es lo que hace y por qué". Y su Dios egoísta se lo llevó en la madrugada de un Domingo de Ramos, antes de empezar la Semana Santa. Lamento no haber podido decirle adiós en ese momento.
¿Dejó de sentir los lacerantes tormentos el Viernes de Dolores? Dolores, su madre, le trajo a la vida y de ella (la vida) partió acribillado de sufrimiento. Quisiera pensar que así fue. Pero sigo sin entender ni aceptar que se lo llevaran. Dolores también se llamaba mi madre, cuyo recuerdo –él no la conoció– nos unía aun más.
¿Por qué se lo llevaron? Personas de su categoría humana y moral son necesarias en este mundo lleno de lágrimas saladas que ni siquiera se pueden recoger para calmar la sed, lamentos que se escurren silenciosos, las más de las veces, camino del vacío que deja la marcha hacia el desierto de la soledad.
El cáncer invadió su jardín irremisiblemente, condenándolo a un barbecho. Pero no se rendía. Signos de dolor. Puños apretados macerando huesos sobrecargados de lacerante sufrimiento y el rostro impertérrito para no dar señales a los que le rodeaban, del acribillante tormento que recorría toda la estructura ósea.
Entereza frente al sufrimiento que se esconde –o, mejor, se camufla– entre los dedos aprisionados en el puño. Y cuando consigues desencajar la rigidez e introduces la mano en su mano, sientes una leve presión que te dice: "¡Hola, amigo!".
Planeando por encima del terror que aprisionaba la amargura que destilaba el cuerpo, se escurría de su rostro un suave lamento. ¡Ay! En un leve rictus esboza una desdibujada sonrisa para comunicarte cuánto agradecía tu proximidad silenciosa.
Poco a poco dejó escapar su alma camino de otras praderas más fértiles en las que había puesto toda su esperanza. Solo una pregunta me quedó colgada de los labios y no se la pude hacer porque fui cobarde, porque sentía el miedo que me invadía al ver cómo estoico, sereno, había cerrado los ojos a este mundo cruel que lo expulsaba de su lecho buscando que se le escapara una queja, un ¡ay! lastimero, suplicante, como signo de que el dolor había podido con su entereza.
No lo consiguió la famélica parca, pese a sus intentos. Pudo más la entereza que mostró día tras día a lo largo de unas semanas que debieron ser eternas para él. Estoy seguro que sus labios sellados atesoraban un “hágase tu voluntad” como oración tímida de la que solo sabía su corazón. Hasta en eso fue elegante, cargado de fortaleza para que nadie viera su sufrir. Pero ¿por qué, amigo, te llevan ahora que más te necesitan aquí?
Desde que despertó la enfermedad no dejamos de compartir profundos pensamientos, ideas volátiles que a nada conducían. Su rostro, pese al dolor, siempre me lo pintaba con una tímida sonrisa llena de cariño, de amistad, de conformidad con lo que le deparaba estos momentos que él sabía eran los finales.
Habíamos hablado de la imposibilidad de medir el dolor, de la imposibilidad de poderlo compartir para hacer menos gravosos los momentos duros, de la necesidad de tomarlo como elemento liberador. Dolor…que anula ilusiones futuras. Su fe era terca y aceptaba estoico el final.
Como recuerdo le dejo estas líneas. La amistad es como una planta generosa en flores que precisa ser regada con frecuencia para que crezca y se desarrolle. Como el amor precisa cuidados diarios. Se nutre del respeto, por eso el buen amigo alimenta la libertad del “amado”. Empleo el vocablo "amar" en su sentido más amplio, ya que la amistad genera amor mutuo del que se nutre.
El amigo nos quiere tal como somos, lo cual no quita que, ante posibles errores, intente ayudarnos a corregirlos partiendo de una aceptación personal. Quien no reconoce sus posibles fallos no los eliminará. “La valía de la amistad reside en valorar al amigo sin sacrificarlo ni por las ideas, ni a las ideas por el amigo”.
Marcos, desde el recuerdo, te saludo con el corazón.
PEPE CANTILLO