Cuando nos acercábamos al nuevo milenio, es decir al año 2000 (aunque desde un punto de vista preciso habría que decir que el nuevo siglo comenzaba en el 2001), sentíamos que ante nosotros se habría un horizonte abierto y de esperanza, de modo que creíamos que muchos los grandes problemas que acuciaban a la humanidad empezaban a quedarse atrás y que los que nos esperaban eran de menor magnitud. Sin embargo, pronto se produciría un hecho que conmovería a la opinión pública mundial: el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, precisamente el 11 de septiembre de 2001.
Era la primera vez que Estados Unidos aparecía atacado en su propio territorio por medio de una acción terrorista inimaginable. El gigante se tambaleaba. La gente incrédula asistía en directo por medios televisivos al desplome de uno de los símbolos de la mayor potencia mundial. La inseguridad se extendía por todos lados, incluso en aquellos países que se consideraban invulnerables.
Pero aún quedaban por conocer otras noticias que nos harían sentir nuestra fragilidad en distintos órdenes como son el económico y el sanitario.
Así, la crisis económica que se inicia en 2008 con la caída bursátil de Lehman Brothers, por su apuesta por los bonos basura, se extiende como un reguero de pólvora por la mayor parte del planeta, conllevando paro y precariedad, que acaban convirtiéndose en males crónicos que sufren los sectores más débiles de la sociedad.
Entre ellos se encuentran las nuevas generaciones que se convierten en las víctimas propiciatorias y que se hacen conscientes de ello cuando comprueban que de ningún modo llegarán a alcanzar las condiciones económicas y laborales de sus padres. Ser joven ya no es una ganga. Ya no hay cantos ni alabanzas a la despreocupada y alegre juventud. No había más que ver con detenimiento cómo las campañas publicitarias abandonan a la juventud como sector al que dirigirse porque los jóvenes ya no tienen la capacidad de consumo de tiempos anteriores.
Se comenzaba a salir de los años más oscuros de esa crisis económica cuando he aquí que el 2020 nos reservaba una terrible noticia que todavía estamos asimilando: la aparición de una epidemia que no se conocía desde hacía más de un siglo, es decir, que habría que remontarse a 1918 para referirnos a la mal llamada ‘gripe española’, una pandemia que mató en solo un año entre 20 y 40 millones de personas, según los cálculos estimados.
Y he dicho "mal llamada" porque se le ‘endosó el muerto’ a nuestro país, cuando se sabe que se tuvieron noticias de esta gripe por primera vez en 1917, al detectarse en un campamento militar de Kansas (Estados Unidos) dentro de las tropas preparadas para desplazarse e intervenir en Europa durante la Primera Guerra Mundial.
Nos encontramos, pues, en un tiempo en el que nos vemos afectados no solo por problemas económicos y de tipo sanitario, sino también de tipo psicológico, porque en esta supuesta ‘nueva normalidad’ (expresión que ya se ha dejado de utilizar) han aparecido sentimientos profundos en la población como son los de fragilidad y de impotencia, tanto individual como colectiva.
Y es que nuestras vidas las vemos supeditadas a un virus que las ha cercado, lo que impide desarrollarlas tal como acontecía antes de que apareciera en nuestras existencias. Nos sentimos asediados por un organismo que solamente podemos verlo de modo directo, sino con un microscopio, por lo que en nuestras vidas cotidianas tenemos que protegernos, sin tener total seguridad de que no vamos a ser contagiados.
Este sentimiento de cerco o asedio ha dado lugar a que mentalmente me desplace a otros asedios de las poblaciones y que se han dado a lo largo de la historia.
Esta es la razón por la cual he elegido para la portada del artículo el lienzo del pintor Alejo Vera que representa el asedio y la caída de la ciudad celtíbera de Numancia a manos de las tropas romanas comandadas por Escipión Emiliano en el año 133 a.C. Cuadro de grandes dimensiones, como suelen ser todos los de carácter historicista, que pertenece al Museo del Prado, pero que está cedido al Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, donde puede contemplarse actualmente.
La comparación del cerco sanitario en el que nos encontramos por la pandemia con el acontecido en el poblado de Numancia, evidentemente, es una metáfora o, mejor aún, una hipérbole, pues comparar la heroica gesta de un pueblo que sufrió un largo asedio, y que finalmente decide inmolarse antes de caer sometido a un poder extranjero, no deja de ser una clara exageración.
Son numerosos los casos de cerco o asedio de poblaciones cuyos desenlaces determinan el devenir de los pueblos. Históricamente, las poblaciones cercadas se preparaban para resistir deseando que las condiciones cambiaran y, habitualmente, a la espera de fuerzas externas que vinieran en su ayuda para impedir el asalto.
Puesto que los grandes hechos históricos también han sido plasmados pictóricamente por grandes artistas, quisiera citar el cerco de la fortaleza gala de Alesia en el año 52 a.C., y que el pintor francés Lionel Royer plasmó en el lienzo que lleva por título Vircingétorix arroja sus armas a los pies de César, y del que muestro su parte central.
Este hecho marcó el final de la Guerra de las Galias, y para desencanto de los seguidores de los cuentos de Astérix, lo cierto es que el talento militar de Julio César acabó con uno de sus enemigos más enconados: los galos, a pesar de que las fuerzas dirigidas por Vircingétorix eran muy superiores a las romanas.
Siglos después de los acontecimientos descritos, el vernos asediados y amenazados por un virus que ya conocemos como la pandemia de la covid-19 nos crea un sentimiento de indefensión y angustia que no conocíamos con anterioridad.
Es por lo que esperamos con impaciencia no que vengan unas fuerzas armadas para derrotar a un poderoso enemigo que ni siquiera vemos. No, en nuestra ayuda vendrá la vacuna o las vacunas que puedan romper el asedio al que estamos sometidos. Será entonces cuando de verdad podamos hablar de una posible nueva normalidad, es decir, cuando sintamos que las medidas que actualmente llevamos sean un tema del pasado y queden confinadas para los comentarios de familia o entre los amigos.
Era la primera vez que Estados Unidos aparecía atacado en su propio territorio por medio de una acción terrorista inimaginable. El gigante se tambaleaba. La gente incrédula asistía en directo por medios televisivos al desplome de uno de los símbolos de la mayor potencia mundial. La inseguridad se extendía por todos lados, incluso en aquellos países que se consideraban invulnerables.
Pero aún quedaban por conocer otras noticias que nos harían sentir nuestra fragilidad en distintos órdenes como son el económico y el sanitario.
Así, la crisis económica que se inicia en 2008 con la caída bursátil de Lehman Brothers, por su apuesta por los bonos basura, se extiende como un reguero de pólvora por la mayor parte del planeta, conllevando paro y precariedad, que acaban convirtiéndose en males crónicos que sufren los sectores más débiles de la sociedad.
Entre ellos se encuentran las nuevas generaciones que se convierten en las víctimas propiciatorias y que se hacen conscientes de ello cuando comprueban que de ningún modo llegarán a alcanzar las condiciones económicas y laborales de sus padres. Ser joven ya no es una ganga. Ya no hay cantos ni alabanzas a la despreocupada y alegre juventud. No había más que ver con detenimiento cómo las campañas publicitarias abandonan a la juventud como sector al que dirigirse porque los jóvenes ya no tienen la capacidad de consumo de tiempos anteriores.
Se comenzaba a salir de los años más oscuros de esa crisis económica cuando he aquí que el 2020 nos reservaba una terrible noticia que todavía estamos asimilando: la aparición de una epidemia que no se conocía desde hacía más de un siglo, es decir, que habría que remontarse a 1918 para referirnos a la mal llamada ‘gripe española’, una pandemia que mató en solo un año entre 20 y 40 millones de personas, según los cálculos estimados.
Y he dicho "mal llamada" porque se le ‘endosó el muerto’ a nuestro país, cuando se sabe que se tuvieron noticias de esta gripe por primera vez en 1917, al detectarse en un campamento militar de Kansas (Estados Unidos) dentro de las tropas preparadas para desplazarse e intervenir en Europa durante la Primera Guerra Mundial.
Nos encontramos, pues, en un tiempo en el que nos vemos afectados no solo por problemas económicos y de tipo sanitario, sino también de tipo psicológico, porque en esta supuesta ‘nueva normalidad’ (expresión que ya se ha dejado de utilizar) han aparecido sentimientos profundos en la población como son los de fragilidad y de impotencia, tanto individual como colectiva.
Y es que nuestras vidas las vemos supeditadas a un virus que las ha cercado, lo que impide desarrollarlas tal como acontecía antes de que apareciera en nuestras existencias. Nos sentimos asediados por un organismo que solamente podemos verlo de modo directo, sino con un microscopio, por lo que en nuestras vidas cotidianas tenemos que protegernos, sin tener total seguridad de que no vamos a ser contagiados.
Este sentimiento de cerco o asedio ha dado lugar a que mentalmente me desplace a otros asedios de las poblaciones y que se han dado a lo largo de la historia.
Esta es la razón por la cual he elegido para la portada del artículo el lienzo del pintor Alejo Vera que representa el asedio y la caída de la ciudad celtíbera de Numancia a manos de las tropas romanas comandadas por Escipión Emiliano en el año 133 a.C. Cuadro de grandes dimensiones, como suelen ser todos los de carácter historicista, que pertenece al Museo del Prado, pero que está cedido al Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, donde puede contemplarse actualmente.
La comparación del cerco sanitario en el que nos encontramos por la pandemia con el acontecido en el poblado de Numancia, evidentemente, es una metáfora o, mejor aún, una hipérbole, pues comparar la heroica gesta de un pueblo que sufrió un largo asedio, y que finalmente decide inmolarse antes de caer sometido a un poder extranjero, no deja de ser una clara exageración.
Son numerosos los casos de cerco o asedio de poblaciones cuyos desenlaces determinan el devenir de los pueblos. Históricamente, las poblaciones cercadas se preparaban para resistir deseando que las condiciones cambiaran y, habitualmente, a la espera de fuerzas externas que vinieran en su ayuda para impedir el asalto.
Puesto que los grandes hechos históricos también han sido plasmados pictóricamente por grandes artistas, quisiera citar el cerco de la fortaleza gala de Alesia en el año 52 a.C., y que el pintor francés Lionel Royer plasmó en el lienzo que lleva por título Vircingétorix arroja sus armas a los pies de César, y del que muestro su parte central.
Este hecho marcó el final de la Guerra de las Galias, y para desencanto de los seguidores de los cuentos de Astérix, lo cierto es que el talento militar de Julio César acabó con uno de sus enemigos más enconados: los galos, a pesar de que las fuerzas dirigidas por Vircingétorix eran muy superiores a las romanas.
Siglos después de los acontecimientos descritos, el vernos asediados y amenazados por un virus que ya conocemos como la pandemia de la covid-19 nos crea un sentimiento de indefensión y angustia que no conocíamos con anterioridad.
Es por lo que esperamos con impaciencia no que vengan unas fuerzas armadas para derrotar a un poderoso enemigo que ni siquiera vemos. No, en nuestra ayuda vendrá la vacuna o las vacunas que puedan romper el asedio al que estamos sometidos. Será entonces cuando de verdad podamos hablar de una posible nueva normalidad, es decir, cuando sintamos que las medidas que actualmente llevamos sean un tema del pasado y queden confinadas para los comentarios de familia o entre los amigos.
AURELIANO SÁINZ