Veo a la gente en la calle y les invento vidas, personalidades y anhelos. Cuando era más joven jugaba a homogeneizar a la gente, a estudiar cómo la cambiaría estéticamente para que se viera más atractiva. Como si "gente" fuera un sustantivo neutro que igualara, que te convirtiera en una masa uniforme y sin alma.
Para mis amigas siempre deseo vidas de novelas románticas, en las que encuentran a maravillosos hombres que son capaces de verlas, de descubrir sus miles de tesoros que yo veo brillar, pero que algunas de sus parejas no han llegado ni a percibir.
Yo misma, en un ataque de adolescencia, le envíe a mi exenamorado la siguiente rima de Bécquer: "¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día me admiró tu cariño mucho más, porque lo que hay en mí que vale algo, eso... ni lo pudiste sospechar". Elegí una postal con una flor para el envío y la guardé en un sobre que deposité en Correos. Yo fui la heroína de mi propia novela.
También imagino desenlaces fatales para las malas personas y justicia para los oprobios. Y me gusta vivir en ese mundo, un mundo diseñado por mí y por mi forma de ver la vida. Por eso me gustan los libros donde el malo recibe un castigo y donde el bueno tiene un final feliz. Si no existe la justicia divina, por lo menos podemos inventarla.
Me enfada que el cine haya cambiado el final de El conde de Montecristo. Me encanta que Dumas impartiera justicia a través de Dantés en sus páginas. Final feliz sí, pero justo. Mi abuela siempre me preguntaba: "¿Acaba bien la película?". Si le decía que no, no la veía. Bastante tenía ella con la realidad.
A mi abuelita le habría regalado una vida de mujer libre, que va a la universidad, que elige qué quiere hacer con su vida. El salto ha sido grande para las mujeres y para la sociedad en general. Por lo menos, en este lado del mundo.
Cada vez que paso por la plaza donde la Inquisición quemaba y torturaba a la gente, sonrío y me digo: "Sí que hemos mejorado; ya no nos gusta esa clase de espectáculo macabro". Por lo menos, a la mayoría, no. Seguimos avanzando, poco a poco. Y lo importante es seguir el camino sin echar a andar atrás. Si me dejaran a mí dibujar el futuro...
Para mis amigas siempre deseo vidas de novelas románticas, en las que encuentran a maravillosos hombres que son capaces de verlas, de descubrir sus miles de tesoros que yo veo brillar, pero que algunas de sus parejas no han llegado ni a percibir.
Yo misma, en un ataque de adolescencia, le envíe a mi exenamorado la siguiente rima de Bécquer: "¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día me admiró tu cariño mucho más, porque lo que hay en mí que vale algo, eso... ni lo pudiste sospechar". Elegí una postal con una flor para el envío y la guardé en un sobre que deposité en Correos. Yo fui la heroína de mi propia novela.
También imagino desenlaces fatales para las malas personas y justicia para los oprobios. Y me gusta vivir en ese mundo, un mundo diseñado por mí y por mi forma de ver la vida. Por eso me gustan los libros donde el malo recibe un castigo y donde el bueno tiene un final feliz. Si no existe la justicia divina, por lo menos podemos inventarla.
Me enfada que el cine haya cambiado el final de El conde de Montecristo. Me encanta que Dumas impartiera justicia a través de Dantés en sus páginas. Final feliz sí, pero justo. Mi abuela siempre me preguntaba: "¿Acaba bien la película?". Si le decía que no, no la veía. Bastante tenía ella con la realidad.
A mi abuelita le habría regalado una vida de mujer libre, que va a la universidad, que elige qué quiere hacer con su vida. El salto ha sido grande para las mujeres y para la sociedad en general. Por lo menos, en este lado del mundo.
Cada vez que paso por la plaza donde la Inquisición quemaba y torturaba a la gente, sonrío y me digo: "Sí que hemos mejorado; ya no nos gusta esa clase de espectáculo macabro". Por lo menos, a la mayoría, no. Seguimos avanzando, poco a poco. Y lo importante es seguir el camino sin echar a andar atrás. Si me dejaran a mí dibujar el futuro...
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ