Una de las ideas que hemos sacado de la pandemia que sufrimos es que vivimos en un mundo globalizado y del que no nos podemos aislar por mucho que queramos pensar exclusivamente en las cosas cercanas que nos rodean. Somos claramente conscientes de que lo que aconteció en un país lejano, en este caso China, acabó extendiéndose por todo el planeta, pues a la naturaleza no se le pueden poner ni barreras ni fronteras.
Son los propios medios de comunicación los que han ayudado a ampliar la capacidad de conectarnos con los más remotos lugares, por lo que han acortado tanto las distancias que la idea romántica de encontrar una naturaleza o un territorio que no haya sido colonizado, o al menos conocido, por el hombre se hace ya casi imposible.
Pero esta apertura a la globalización o mundialización está teñida de complejidad y de dificultades, dado que nos asomamos a un mundo con muchas culturas y muchas lenguas distintas y que se nos presentan como un desafío ante las dificultades de establecer una red bien articulada de intereses compartidos que nos hagan afrontar de manera coordinada los retos a los que nos enfrentamos.
A mi modo de entender, esta visión de la multiplicidad en la que nos movemos los seres humanos se expresó magníficamente en el siglo XVI cuando diferentes pintores plasmaron en sus lienzos la mítica Torre de Babel, que se cita en el Antiguo Testamento.
Bien es cierto que en 1492, es decir, a finales del siglo XV, el descubrimiento para los europeos de las nuevas tierras que se encontraban en las islas y en el continente que acabó llamándose América conllevó la idea de que existían otras gentes, otras lenguas, otras culturas y tradiciones muy distintas a las ya conocidas en el viejo continente.
Esta diversidad humana fue el origen de algunas interrogantes: ¿Por qué hay tantas lenguas y tan distintas? ¿Cómo se han formado? ¿Por qué los seres humanos no hablamos el mismo idioma?
Estas eran preguntas que ya los antiguos judíos se habían formulado, de modo que la respuesta la encontraron en la religión, como solía hacerse para aquellas cosas que no comprendían. Así pues, la explicación dada es que existían tantas lenguas como resultado de un castigo de Dios, puesto que fue desafiado por la arrogancia de los hombres cuando quisieron construir una enorme torre que llegara hasta el cielo, de modo que sobrevivirían si la ira divina les condenaba a sufrir otro diluvio universal.
Esta interpretación fue magistralmente recogida pictóricamente por Pieter Brueghel en las dos versiones que realizó en 1563. La primera torre, que se encuentra en el Museo de la Historia del Arte de Viena, y que el artista de Flandes imagina, se apoya, por un lado, en la arquitectura romana, ya que evoca a la forma circular del Coliseo de Roma, con los numerosos arcos que circundaban a este edificio, por otro, dada su forma ascendente, recuerda a los zigurats de la época babilónica.
La segunda versión de Brueghel se conserva en el Museo Boymans van Beuningen de Rotterdam. Recibe el título de La pequeña Torre de Babel al ser una réplica del primer lienzo. De nuevo, nos encontramos ante un cuadro verdaderamente impresionante, ejecutado con maestría y un alto nivel de detallismo.
Han transcurrido varios siglos desde que grandes pintores como Brueghel plasmaran en sus lienzos la explicación cargada de mitología a la existencia de la multiplicidad de lenguas y culturas. En la actualidad, por las investigaciones de antropólogos y lingüistas, sabemos las razones de la formación de idiomas que hablan los seres humanos.
La Torre de Babel ya es un lejano recuerdo. A pesar de ello, a comienzos del XXI se ha construido una nueva Torre de Babel. Me refiero al edificio que alberga la sede oficial del Parlamento Europeo en la ciudad francesa de Estrasburgo, y que, para que no haya confusión, debemos recordar que existen otras dos sedes: una de ellas en Bruselas y la otra en Luxemburgo.
En esta nueva Torre de Babel se hablan los idiomas correspondientes a los 27 países que ahora componen la Unión Europea (una vez que el Reino Unido ha dejado de ser miembro). Este amplio número de lenguas da lugar a que los miembros del Parlamento Europeo tengan que acudir al sistema de traducción simultánea para hacerse entender entre unos y otros.
El edificio fue proyectado por el estudio francés Architecture Studio, tras ganarlo en concurso internacional. A mi modo de ver, quienes lo diseñaron pensaron en la imagen que ofrecía la Torre de Babel pintada por Pieter Brueghel, dado que partieron de un volumen también de tipo circular, con reminiscencias en la parte superior a la forma inacabada que creara el pintor de Flandes.
Conviene saber que este edificio lleva el nombre de una profesora: Louise Weiss. Mujer valiente y defensora del sufragio femenino, la misma que durante la ocupación nazi participó activamente en la Resistencia, siendo la redactora de la revista clandestina Nouvelle République. ¡Un acierto dedicárselo a esta gran mujer!
Por otro lado, aparte de los aspectos formales, el hecho de que el edificio acoja a tantos representantes de países con un amplio abanico de lenguas, mentalmente nos conduce a aquellas torres que imaginó Brueghel. Así, dentro de esta Torre de Babel europea, hablan, discuten, se enfrentan y, en ocasiones, llegan a importantes acuerdos como el que se produjo sobre el denominado ‘fondo europeo de recuperación’.
En nuestro país, se ha recibido casi como el maná que viene del cielo. Por nuestra parte le damos la bienvenida. Sin embargo, habrá que ver si las condiciones impuestas no se convierten en auténticos controles para el desarrollo político y económico, dado que, como bien se apunta, cada proyecto presentado será supervisado por los denominados ‘países frugales’ de tradición religiosa luterana o calvinista.
Multiplicidad de lenguas, culturas, religiones o tradiciones de los que vivimos bajo la sombra de la nueva Torre de Babel. Esperemos que en esta ocasión el entendimiento sobre el fondo europeo de recuperación sea real y que ayude a los países, caso de España, que han sufrido duramente la pandemia a recuperarse económica y socialmente del impacto que el covid-19 está produciendo en todo el mundo.
Son los propios medios de comunicación los que han ayudado a ampliar la capacidad de conectarnos con los más remotos lugares, por lo que han acortado tanto las distancias que la idea romántica de encontrar una naturaleza o un territorio que no haya sido colonizado, o al menos conocido, por el hombre se hace ya casi imposible.
Pero esta apertura a la globalización o mundialización está teñida de complejidad y de dificultades, dado que nos asomamos a un mundo con muchas culturas y muchas lenguas distintas y que se nos presentan como un desafío ante las dificultades de establecer una red bien articulada de intereses compartidos que nos hagan afrontar de manera coordinada los retos a los que nos enfrentamos.
A mi modo de entender, esta visión de la multiplicidad en la que nos movemos los seres humanos se expresó magníficamente en el siglo XVI cuando diferentes pintores plasmaron en sus lienzos la mítica Torre de Babel, que se cita en el Antiguo Testamento.
Bien es cierto que en 1492, es decir, a finales del siglo XV, el descubrimiento para los europeos de las nuevas tierras que se encontraban en las islas y en el continente que acabó llamándose América conllevó la idea de que existían otras gentes, otras lenguas, otras culturas y tradiciones muy distintas a las ya conocidas en el viejo continente.
Esta diversidad humana fue el origen de algunas interrogantes: ¿Por qué hay tantas lenguas y tan distintas? ¿Cómo se han formado? ¿Por qué los seres humanos no hablamos el mismo idioma?
Estas eran preguntas que ya los antiguos judíos se habían formulado, de modo que la respuesta la encontraron en la religión, como solía hacerse para aquellas cosas que no comprendían. Así pues, la explicación dada es que existían tantas lenguas como resultado de un castigo de Dios, puesto que fue desafiado por la arrogancia de los hombres cuando quisieron construir una enorme torre que llegara hasta el cielo, de modo que sobrevivirían si la ira divina les condenaba a sufrir otro diluvio universal.
Esta interpretación fue magistralmente recogida pictóricamente por Pieter Brueghel en las dos versiones que realizó en 1563. La primera torre, que se encuentra en el Museo de la Historia del Arte de Viena, y que el artista de Flandes imagina, se apoya, por un lado, en la arquitectura romana, ya que evoca a la forma circular del Coliseo de Roma, con los numerosos arcos que circundaban a este edificio, por otro, dada su forma ascendente, recuerda a los zigurats de la época babilónica.
La segunda versión de Brueghel se conserva en el Museo Boymans van Beuningen de Rotterdam. Recibe el título de La pequeña Torre de Babel al ser una réplica del primer lienzo. De nuevo, nos encontramos ante un cuadro verdaderamente impresionante, ejecutado con maestría y un alto nivel de detallismo.
Han transcurrido varios siglos desde que grandes pintores como Brueghel plasmaran en sus lienzos la explicación cargada de mitología a la existencia de la multiplicidad de lenguas y culturas. En la actualidad, por las investigaciones de antropólogos y lingüistas, sabemos las razones de la formación de idiomas que hablan los seres humanos.
La Torre de Babel ya es un lejano recuerdo. A pesar de ello, a comienzos del XXI se ha construido una nueva Torre de Babel. Me refiero al edificio que alberga la sede oficial del Parlamento Europeo en la ciudad francesa de Estrasburgo, y que, para que no haya confusión, debemos recordar que existen otras dos sedes: una de ellas en Bruselas y la otra en Luxemburgo.
En esta nueva Torre de Babel se hablan los idiomas correspondientes a los 27 países que ahora componen la Unión Europea (una vez que el Reino Unido ha dejado de ser miembro). Este amplio número de lenguas da lugar a que los miembros del Parlamento Europeo tengan que acudir al sistema de traducción simultánea para hacerse entender entre unos y otros.
El edificio fue proyectado por el estudio francés Architecture Studio, tras ganarlo en concurso internacional. A mi modo de ver, quienes lo diseñaron pensaron en la imagen que ofrecía la Torre de Babel pintada por Pieter Brueghel, dado que partieron de un volumen también de tipo circular, con reminiscencias en la parte superior a la forma inacabada que creara el pintor de Flandes.
Conviene saber que este edificio lleva el nombre de una profesora: Louise Weiss. Mujer valiente y defensora del sufragio femenino, la misma que durante la ocupación nazi participó activamente en la Resistencia, siendo la redactora de la revista clandestina Nouvelle République. ¡Un acierto dedicárselo a esta gran mujer!
Por otro lado, aparte de los aspectos formales, el hecho de que el edificio acoja a tantos representantes de países con un amplio abanico de lenguas, mentalmente nos conduce a aquellas torres que imaginó Brueghel. Así, dentro de esta Torre de Babel europea, hablan, discuten, se enfrentan y, en ocasiones, llegan a importantes acuerdos como el que se produjo sobre el denominado ‘fondo europeo de recuperación’.
En nuestro país, se ha recibido casi como el maná que viene del cielo. Por nuestra parte le damos la bienvenida. Sin embargo, habrá que ver si las condiciones impuestas no se convierten en auténticos controles para el desarrollo político y económico, dado que, como bien se apunta, cada proyecto presentado será supervisado por los denominados ‘países frugales’ de tradición religiosa luterana o calvinista.
Multiplicidad de lenguas, culturas, religiones o tradiciones de los que vivimos bajo la sombra de la nueva Torre de Babel. Esperemos que en esta ocasión el entendimiento sobre el fondo europeo de recuperación sea real y que ayude a los países, caso de España, que han sufrido duramente la pandemia a recuperarse económica y socialmente del impacto que el covid-19 está produciendo en todo el mundo.
AURELIANO SÁINZ