Tenía intención de escribir para esta semana unas líneas menos serias y alejadas del coronavirus, tema que, de tanto oírlo, nos tiene ya aburridos. Pero la situación hace que vuelva a la carga. Incluso he dejado en el tintero material casi terminado sobre la mitomanía y los mitómanos, sobre el narcisismo. En definitiva, sobre valores que es necesario desarrollar para poder convivir dentro de este país cargado de recelos y rencor que, a veces, llega al odio y cuyas llagas reabiertas están supurando un pus maloliente y desde luego peligroso. Poco a poco las heridas se han emponzoñado.
En dicho caldo de cultivo surgen noticias que inquietan –y a la par aterran– relacionadas con la pandemia y el desastre que, día tras día, desde que oficialmente se reconoció como amenaza, está dejando importantes secuelas. A dicha debacle humana hay que añadir una seria caída económica y un descoloque del personal. Me refiero a la confirmación de ciertas actitudes que podemos calificar de peligrosas o tal vez de ¿pérfidas?
Este domingo pasado la sorpresa pudo conmigo. Al entrar en la prensa digital para dar un repaso rápido al panorama, quedo estupefacto por una serie de noticias gravemente negativas. La sorpresa me hace escudriñar más despacio dicha información puesto que, como bien es sabido, los bulos corren desesperadamente por el amplio y extenso prado de las redes sociales –a veces prado, a veces estercolero– y también por determinados digitales. Me refiero a las llamadas noticias falsas (fake news) que enredan al personal y, de paso, desvían la mirada hacia otros horizontes.
Ante la duda y la desconfianza reviso más despacio buscando poder confirmar dicha información. Mi sorpresa queda apabullada al enfrentarme con titulares parecidos en unos y otros digitales. Es más, acudo al Telediario de La 1, en Televisión Española, y ya terminan de machacar dicha sorpresa. Las noticias son ciertas y moralmente siniestras.
Acude a la memoria aquella frase de un amigo que cité en un artículo pasado y me dio cancha para desarrollar un poco el tema. Suave pero tajante, decía que no nos veríamos de momento porque “no quiero contagiarte”. Él, que yo sepa, no estaba contagiado, solo era precavido. Me sonó duro pero dicha dureza está confirmada por la realidad que estamos viviendo.
Los contagios rebrotan por doquier. Las causas son varias y variadas y si observamos el panorama con cierta amplitud de miras, entran dentro de una lógica afectividad robada. Como ejemplo pensemos en bodas, cenas familiares, cumpleaños, celebraciones varias, todas ellas cargadas de buena voluntad, de cariño contenido, de amor profundo en el sentido grande y amplio del término, pero no exentas de posibles contagios. A los hechos me remito.
Frente a ese deseo de compartir tiempo con la familia, de ver a los amigos, de intentar disfrutar, pese al peligro vírico, estando en juego la salud de todos, nos impulsa el estar con la familia, los amigos, a los que la pandemia nos ha condenado a estar separados.
Las normas están encima de la mesa y son para cumplirlas. Mascarillas, desinfectantes, limpieza higiénica de manos, distancia prudencial en playas, bares, evitar el contacto personal por muchas ganas que tengamos de repartir besos y abrazos… Son parte del equipaje de estos momentos que la mayoría de la población hemos aceptado con mejor o peor ánimo, pero son necesarias por nuestro bien.
Entro en la razón de estas líneas y cito algunos titulares: “Las quedadas para difundir el virus”, reza un titular de 20 minutos. ¿Verdad? ¿Mentira? ¿Creación de alarmas? ¿Un bulo más? En ABC aparece: “Las fiestas del Covid: «descerebrados» que tosen en los vasos para contagiar a los demás”. Entran escalofríos.
Otro titular de pánico. “Desalojan una playa de Tenerife donde habían quedado 62 personas para propagar el coronavirus”. “Los asistentes habían sido convocados a través de las redes sociales”. ¿Premeditación y alevosía? Noticia que también apareció en el Telediario de La 1 de TVE. ¿Nos hemos vuelto locos?
Otra perla. Beber a botellón y después espurrear la bebida sobre el público, amén de pasar la botella de boca en boca, es un amago de suicidio. En dicho evento musical había mogollón de gente que pudimos ver a través de varias cadenas televisivas. Recordemos que “no hay juventud sin riesgo”, pero eso es lo que hay.
Paréntesis. El significado de "mogollón" puede ser “gran cantidad o gran número” (de algo); también “holgazán o gorrón”, pero no se refiere para nada a personas. Admito que dicha palabra referida a personas no me cuadra…
¿Qué juventud hemos formado, qué educación han recibido en casa y en la escuela para no respetar y defender la salud propia y del otro? ¿Qué castigo se debe aplicar a quien atenta contra la salud y la vida de otros? Un detalle curioso: es impactante el anuncio publicitario que va desde los grados de una cerveza a los grados del crematorio. Parece ser que cierta juventud tampoco ve la televisión…
Todo esto está desconcertando al resto del personal. Leo en ABC que "somos un país incapaz de controlar la epidemia". Vamos a la deriva y una de las graves consecuencias, además del aumento de contagios, tanto en viejos como personas de mediana edad, es el frenazo de la economía en general. Y, por si éramos pocos, desde el resto de Europa vetan el turismo y se destruye una de las fuentes de riqueza a la que no habíamos prestado atención, porque simplemente estaba ahí.
La realidad de fondo de este socavón es preocupante. “Cataluña aumenta el número de contagios y Andalucía dobla el numero de ingresos en la UCI”. Acercándome a El Confidencial entresaco literalmente el siguiente titular del periodista andaluz Javier Caraballo: “Virus y botellón, ¡prohibamos lo prohibido!… Si esas nuevas formas de relación social estaban prohibidas es porque se las consideraba intolerables para la convivencia ciudadana”.
Noticia reciente en las Noticias de Antena 3: “aumentan los contagios e ingresos de personal menor de 30 años”. La información cuadra con la cita anterior. El asunto no es algo baladí ni por el contenido ni por la forma. A los hechos me remito.
¿Intento de criminalizar a la juventud? No creo, pero sí de llamar a un comportamiento social valedero para todos. Con anterioridad hemos enarbolado la bandera de la solidaridad y una cierta entrega hacia los más desfavorecidos por las circunstancias virales. Muchas personas siguen necesitando del otro. Es el momento de poner en marcha valores como la confianza mutua, el respeto, la asertividad, la empatía…
¿Para qué sirvió el encierro cuando unos meses después de salir del mismo parece que la situación es aun más grave? ¿Tal vez la forma de desescalada no fue la acertada? Estamos ante un obstáculo que solo se aminorará con nuestra ayuda. Provocar al virus es una locura por parte del personal. No nos enfrentamos a un monstruito de Disney que una vez apagado el televisor lo mandamos a dormir. Éste no duerme.
Me hago eco del título de la canción Yo por ti, tú por mí que, además, se ha convertido en un proyecto sin ánimo de lucro para colaborar con los pequeños comercios. No deja de ser interesante. Voy más lejos buscando un espacio abierto a la entrega, a la ayuda, a compartir con el prójimo el pan y la sal para andar juntos el camino que nos ofrece el momento vital en el que estamos. Hay que seguir el camino aunque tenga piedras.
En dicho caldo de cultivo surgen noticias que inquietan –y a la par aterran– relacionadas con la pandemia y el desastre que, día tras día, desde que oficialmente se reconoció como amenaza, está dejando importantes secuelas. A dicha debacle humana hay que añadir una seria caída económica y un descoloque del personal. Me refiero a la confirmación de ciertas actitudes que podemos calificar de peligrosas o tal vez de ¿pérfidas?
Este domingo pasado la sorpresa pudo conmigo. Al entrar en la prensa digital para dar un repaso rápido al panorama, quedo estupefacto por una serie de noticias gravemente negativas. La sorpresa me hace escudriñar más despacio dicha información puesto que, como bien es sabido, los bulos corren desesperadamente por el amplio y extenso prado de las redes sociales –a veces prado, a veces estercolero– y también por determinados digitales. Me refiero a las llamadas noticias falsas (fake news) que enredan al personal y, de paso, desvían la mirada hacia otros horizontes.
Ante la duda y la desconfianza reviso más despacio buscando poder confirmar dicha información. Mi sorpresa queda apabullada al enfrentarme con titulares parecidos en unos y otros digitales. Es más, acudo al Telediario de La 1, en Televisión Española, y ya terminan de machacar dicha sorpresa. Las noticias son ciertas y moralmente siniestras.
Acude a la memoria aquella frase de un amigo que cité en un artículo pasado y me dio cancha para desarrollar un poco el tema. Suave pero tajante, decía que no nos veríamos de momento porque “no quiero contagiarte”. Él, que yo sepa, no estaba contagiado, solo era precavido. Me sonó duro pero dicha dureza está confirmada por la realidad que estamos viviendo.
Los contagios rebrotan por doquier. Las causas son varias y variadas y si observamos el panorama con cierta amplitud de miras, entran dentro de una lógica afectividad robada. Como ejemplo pensemos en bodas, cenas familiares, cumpleaños, celebraciones varias, todas ellas cargadas de buena voluntad, de cariño contenido, de amor profundo en el sentido grande y amplio del término, pero no exentas de posibles contagios. A los hechos me remito.
Frente a ese deseo de compartir tiempo con la familia, de ver a los amigos, de intentar disfrutar, pese al peligro vírico, estando en juego la salud de todos, nos impulsa el estar con la familia, los amigos, a los que la pandemia nos ha condenado a estar separados.
Las normas están encima de la mesa y son para cumplirlas. Mascarillas, desinfectantes, limpieza higiénica de manos, distancia prudencial en playas, bares, evitar el contacto personal por muchas ganas que tengamos de repartir besos y abrazos… Son parte del equipaje de estos momentos que la mayoría de la población hemos aceptado con mejor o peor ánimo, pero son necesarias por nuestro bien.
Entro en la razón de estas líneas y cito algunos titulares: “Las quedadas para difundir el virus”, reza un titular de 20 minutos. ¿Verdad? ¿Mentira? ¿Creación de alarmas? ¿Un bulo más? En ABC aparece: “Las fiestas del Covid: «descerebrados» que tosen en los vasos para contagiar a los demás”. Entran escalofríos.
Otro titular de pánico. “Desalojan una playa de Tenerife donde habían quedado 62 personas para propagar el coronavirus”. “Los asistentes habían sido convocados a través de las redes sociales”. ¿Premeditación y alevosía? Noticia que también apareció en el Telediario de La 1 de TVE. ¿Nos hemos vuelto locos?
Otra perla. Beber a botellón y después espurrear la bebida sobre el público, amén de pasar la botella de boca en boca, es un amago de suicidio. En dicho evento musical había mogollón de gente que pudimos ver a través de varias cadenas televisivas. Recordemos que “no hay juventud sin riesgo”, pero eso es lo que hay.
Paréntesis. El significado de "mogollón" puede ser “gran cantidad o gran número” (de algo); también “holgazán o gorrón”, pero no se refiere para nada a personas. Admito que dicha palabra referida a personas no me cuadra…
¿Qué juventud hemos formado, qué educación han recibido en casa y en la escuela para no respetar y defender la salud propia y del otro? ¿Qué castigo se debe aplicar a quien atenta contra la salud y la vida de otros? Un detalle curioso: es impactante el anuncio publicitario que va desde los grados de una cerveza a los grados del crematorio. Parece ser que cierta juventud tampoco ve la televisión…
Todo esto está desconcertando al resto del personal. Leo en ABC que "somos un país incapaz de controlar la epidemia". Vamos a la deriva y una de las graves consecuencias, además del aumento de contagios, tanto en viejos como personas de mediana edad, es el frenazo de la economía en general. Y, por si éramos pocos, desde el resto de Europa vetan el turismo y se destruye una de las fuentes de riqueza a la que no habíamos prestado atención, porque simplemente estaba ahí.
La realidad de fondo de este socavón es preocupante. “Cataluña aumenta el número de contagios y Andalucía dobla el numero de ingresos en la UCI”. Acercándome a El Confidencial entresaco literalmente el siguiente titular del periodista andaluz Javier Caraballo: “Virus y botellón, ¡prohibamos lo prohibido!… Si esas nuevas formas de relación social estaban prohibidas es porque se las consideraba intolerables para la convivencia ciudadana”.
Noticia reciente en las Noticias de Antena 3: “aumentan los contagios e ingresos de personal menor de 30 años”. La información cuadra con la cita anterior. El asunto no es algo baladí ni por el contenido ni por la forma. A los hechos me remito.
¿Intento de criminalizar a la juventud? No creo, pero sí de llamar a un comportamiento social valedero para todos. Con anterioridad hemos enarbolado la bandera de la solidaridad y una cierta entrega hacia los más desfavorecidos por las circunstancias virales. Muchas personas siguen necesitando del otro. Es el momento de poner en marcha valores como la confianza mutua, el respeto, la asertividad, la empatía…
¿Para qué sirvió el encierro cuando unos meses después de salir del mismo parece que la situación es aun más grave? ¿Tal vez la forma de desescalada no fue la acertada? Estamos ante un obstáculo que solo se aminorará con nuestra ayuda. Provocar al virus es una locura por parte del personal. No nos enfrentamos a un monstruito de Disney que una vez apagado el televisor lo mandamos a dormir. Éste no duerme.
Me hago eco del título de la canción Yo por ti, tú por mí que, además, se ha convertido en un proyecto sin ánimo de lucro para colaborar con los pequeños comercios. No deja de ser interesante. Voy más lejos buscando un espacio abierto a la entrega, a la ayuda, a compartir con el prójimo el pan y la sal para andar juntos el camino que nos ofrece el momento vital en el que estamos. Hay que seguir el camino aunque tenga piedras.
PEPE CANTILLO