Hay historias nacidas de la Historia y para la Historia, aunque en realidad se parecen mucho más a la Literatura. La vida es así de caprichosa. Y basta con que le soples un sueño en el oído a un ciudadano que cruza la calle para que le salga un conejo de la oreja. La fantasía, en cualquier caso, tiene sus propias reglas y no le vale cualquier protagonista para generar una fábula inspirada en un tiempo pretérito o en el devenir.
La imaginación del escritor español siempre encontró en el pícaro uno de sus personajes favoritos, pero nunca desdeñó a la nobleza, incluidos los reyes, porque tampoco estos escapan a la engañifa que tanto engancha al lector. Hay dos reyes en la península ibérica que vivieron escenas de cine. El primero es el emperador de Brasil Pedro I. El segundo, Juan Carlos I, nuestro rey emérito.
En 2011, el escritor Javier Moro ganó el Premio Planeta con una novela titulada El imperio eres tú, una minuciosa crónica de la vida del emperador de Brasil Pedro I, que reinó en la primera mitad del siglo XIX, un hombre, que encarna, dijo entonces su autor, "la larga historia de la lucha del hombre por la libertad, en concreto el hombre que forjó la independencia de la primera nación latinoamericana" y que define como una de las personas "más sorprendentes, pintorescas y originales".
Moro también dijo entonces a Felipe VI, en el acto de entrega del premio, que Pedro I fue "español, nieto de Carlos IV, digno y glorioso antepasado vuestro, que estuvo siempre del lado de la Historia, en una época de monarquías absolutas".
Para quien no lo sepa o no lo recuerde, la Independencia de Brasil comprende una serie de eventos políticos ocurridos entre 1821 y 1824, que incluyeron conflictos entre Brasil y Portugal. La proclamación de independencia presentada por el Imperio de Brasil tuvo lugar el 7 de septiembre de 1822.
A diferencia del resto de guerras de independencia hispanoamericanas, la de Brasil fue un proceso independentista pacífico y además fue dirigido por un miembro de la familia real, el príncipe heredero Pedro I, que se convertiría en emperador.
El régimen resultante fue el Imperio de Brasil, una monarquía constitucional que perduró hasta 1889, el régimen monárquico independiente más duradero de América. Es decir, el príncipe heredero apostó a favor de la colonia portuguesa contra la propia metrópolis. Es la razón por la que Brasil es un solo país y no se diseminó como ocurrió con la independencia de las colonias españolas. Aún hoy, Brasil es el país más extenso de América Latina, con 8.514.877 kilómetros cuadrados. Le sigue Argentina, con 2.794.600.
Pedro I fue un marido desleal. Se le atribuyen 120 hijos y reconoció a una docena. No se olvide que por sus venas corría sangre borbónica. La familia de Pedro I se vio obligada a huir a América huyendo de Napoleón, y así aconteció, dijo entonces Moro, cómo “la primera vez que una monarquía europea se fue a las colonias y con ella el 10% de la población de Portugal, que trasladó la capital del reino desde Lisboa a Río de Janeiro". Lo que vino después ya es Historia y Literatura.
La segunda historia, protagonizada por Juan Carlos I, todavía es tiempo presente, pero ya comienza a ser leyenda. Es decir, Literatura. Vivió 58 años en La Zarzuela. Así que, una vez que decide salir de aquel palacete, extrañará su zona de confort.
El comunicado con el que la Casa Real anunció la marcha del Rey emérito, en la tarde del 3 agosto, tiene los cabos bien atados. Miguel González ha escrito en El País que cada palabra del texto estaba cuidadosamente medida, sobre todo siete de ellas: “Trasladarme, en estos momentos, fuera de España”.
Como apostilla González, para funcionarios y militares, trasladarse es cambiar de destino a otro lugar, ya sea de modo voluntario o forzoso. En este caso, el rey emérito abandona el que fue su reino –y lo sigue siendo de algún modo– obviando algunas obligaciones. Como dice el proverbio, el capitán nunca abandona el barco y, en caso de naufragio, siempre es el último en saltar al vacío.
Pedro Cruz Villalón, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente emérito del Tribunal Constitucional, nos ha aclarado estos días si el actual lugar de residencia de don Juan Carlos ha sido o es una cuestión puramente privada: “Este padre del Rey, como es frecuentemente el caso, forma parte de la dinastía histórica en cuya virtud la Constitución, con su nombre y apellidos, lo reconoció como Rey de España y cabeza del vigente orden sucesorio. En esa condición, don Juan Carlos en encuentra indefectiblemente incorporado al orden de sucesión en la Corona y, en su caso, a la provisión de la Regencia”.
Por esta razón, el rey emérito es hoy el tercero, como dice la Constitución, “más próximo a suceder en la Corona”. Salvado el supuesto, añade Cruz Villalón, “de que se hiciera efectiva una hipotética renuncia acompañada de la preceptiva ley orgánica”.
En cualquier caso, este catedrático emérito advierte: “Las Cortes Generales no pueden sustraerse a la inmensa responsabilidad de poner orden con sentido auténticamente político en un descomunal desaguisado constitucional del que como comunidad política debemos ser capaces de salir con la dignidad requerida”.
Mientras, tanto el Gobierno como la Casa Real eluden informar del paradero de Juan Carlos I. La razón que esgrimen es una boutade: se trata de un viaje privado. Pero, como recuerda Miguel González, no se trata de un ciudadano cualquiera: sigue formando parte de la Familia Real, viaja custodiado por escolta policial que pagan todos los españoles, está aforado al Tribunal Supremo y, como antes se ha dicho, no ha renunciado a sus derechos dinásticos sobre la Corona.
El príncipe portugués Pedro I se proclamó emperador de Brasil. La corona de Portugal se le antojaba que no le encajaba en la cabeza. Vivió como un rey sentado en el trono de un emperador. Juan Carlos I anda en paradero desconocido. También ha vivido como un rey siendo también monarca. Pero la vida, al final, reserva sus propias paradojas para quienes quisieron escribir en la Historia su propia Literatura.
Así que a nadie escapa que este trance nacional tenga final de novela. O, como ha escrito Manuel Cruz, recordándonos el cuento clásico y sin hacer referencia alguna a nuestro rey emérito: “No es que el rey esté desnudo: es que se ha quedado sin reino. Y lo que es peor: no lo sabe”.
La imaginación del escritor español siempre encontró en el pícaro uno de sus personajes favoritos, pero nunca desdeñó a la nobleza, incluidos los reyes, porque tampoco estos escapan a la engañifa que tanto engancha al lector. Hay dos reyes en la península ibérica que vivieron escenas de cine. El primero es el emperador de Brasil Pedro I. El segundo, Juan Carlos I, nuestro rey emérito.
En 2011, el escritor Javier Moro ganó el Premio Planeta con una novela titulada El imperio eres tú, una minuciosa crónica de la vida del emperador de Brasil Pedro I, que reinó en la primera mitad del siglo XIX, un hombre, que encarna, dijo entonces su autor, "la larga historia de la lucha del hombre por la libertad, en concreto el hombre que forjó la independencia de la primera nación latinoamericana" y que define como una de las personas "más sorprendentes, pintorescas y originales".
Moro también dijo entonces a Felipe VI, en el acto de entrega del premio, que Pedro I fue "español, nieto de Carlos IV, digno y glorioso antepasado vuestro, que estuvo siempre del lado de la Historia, en una época de monarquías absolutas".
Para quien no lo sepa o no lo recuerde, la Independencia de Brasil comprende una serie de eventos políticos ocurridos entre 1821 y 1824, que incluyeron conflictos entre Brasil y Portugal. La proclamación de independencia presentada por el Imperio de Brasil tuvo lugar el 7 de septiembre de 1822.
A diferencia del resto de guerras de independencia hispanoamericanas, la de Brasil fue un proceso independentista pacífico y además fue dirigido por un miembro de la familia real, el príncipe heredero Pedro I, que se convertiría en emperador.
El régimen resultante fue el Imperio de Brasil, una monarquía constitucional que perduró hasta 1889, el régimen monárquico independiente más duradero de América. Es decir, el príncipe heredero apostó a favor de la colonia portuguesa contra la propia metrópolis. Es la razón por la que Brasil es un solo país y no se diseminó como ocurrió con la independencia de las colonias españolas. Aún hoy, Brasil es el país más extenso de América Latina, con 8.514.877 kilómetros cuadrados. Le sigue Argentina, con 2.794.600.
Pedro I fue un marido desleal. Se le atribuyen 120 hijos y reconoció a una docena. No se olvide que por sus venas corría sangre borbónica. La familia de Pedro I se vio obligada a huir a América huyendo de Napoleón, y así aconteció, dijo entonces Moro, cómo “la primera vez que una monarquía europea se fue a las colonias y con ella el 10% de la población de Portugal, que trasladó la capital del reino desde Lisboa a Río de Janeiro". Lo que vino después ya es Historia y Literatura.
La segunda historia, protagonizada por Juan Carlos I, todavía es tiempo presente, pero ya comienza a ser leyenda. Es decir, Literatura. Vivió 58 años en La Zarzuela. Así que, una vez que decide salir de aquel palacete, extrañará su zona de confort.
El comunicado con el que la Casa Real anunció la marcha del Rey emérito, en la tarde del 3 agosto, tiene los cabos bien atados. Miguel González ha escrito en El País que cada palabra del texto estaba cuidadosamente medida, sobre todo siete de ellas: “Trasladarme, en estos momentos, fuera de España”.
Como apostilla González, para funcionarios y militares, trasladarse es cambiar de destino a otro lugar, ya sea de modo voluntario o forzoso. En este caso, el rey emérito abandona el que fue su reino –y lo sigue siendo de algún modo– obviando algunas obligaciones. Como dice el proverbio, el capitán nunca abandona el barco y, en caso de naufragio, siempre es el último en saltar al vacío.
Pedro Cruz Villalón, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente emérito del Tribunal Constitucional, nos ha aclarado estos días si el actual lugar de residencia de don Juan Carlos ha sido o es una cuestión puramente privada: “Este padre del Rey, como es frecuentemente el caso, forma parte de la dinastía histórica en cuya virtud la Constitución, con su nombre y apellidos, lo reconoció como Rey de España y cabeza del vigente orden sucesorio. En esa condición, don Juan Carlos en encuentra indefectiblemente incorporado al orden de sucesión en la Corona y, en su caso, a la provisión de la Regencia”.
Por esta razón, el rey emérito es hoy el tercero, como dice la Constitución, “más próximo a suceder en la Corona”. Salvado el supuesto, añade Cruz Villalón, “de que se hiciera efectiva una hipotética renuncia acompañada de la preceptiva ley orgánica”.
En cualquier caso, este catedrático emérito advierte: “Las Cortes Generales no pueden sustraerse a la inmensa responsabilidad de poner orden con sentido auténticamente político en un descomunal desaguisado constitucional del que como comunidad política debemos ser capaces de salir con la dignidad requerida”.
Mientras, tanto el Gobierno como la Casa Real eluden informar del paradero de Juan Carlos I. La razón que esgrimen es una boutade: se trata de un viaje privado. Pero, como recuerda Miguel González, no se trata de un ciudadano cualquiera: sigue formando parte de la Familia Real, viaja custodiado por escolta policial que pagan todos los españoles, está aforado al Tribunal Supremo y, como antes se ha dicho, no ha renunciado a sus derechos dinásticos sobre la Corona.
El príncipe portugués Pedro I se proclamó emperador de Brasil. La corona de Portugal se le antojaba que no le encajaba en la cabeza. Vivió como un rey sentado en el trono de un emperador. Juan Carlos I anda en paradero desconocido. También ha vivido como un rey siendo también monarca. Pero la vida, al final, reserva sus propias paradojas para quienes quisieron escribir en la Historia su propia Literatura.
Así que a nadie escapa que este trance nacional tenga final de novela. O, como ha escrito Manuel Cruz, recordándonos el cuento clásico y sin hacer referencia alguna a nuestro rey emérito: “No es que el rey esté desnudo: es que se ha quedado sin reino. Y lo que es peor: no lo sabe”.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO