Me resulta inevitable no querer arriesgarme una vez más. Que sí, que lo sé. Que aún siento ese pellizco cuando pienso en lo que nos pasó. Que me rompiste en mil pedazos y aún sigo recuperándome. Que sigue habiendo noches en las que me quedo pensando y, sin darme cuanta, me paso las horas enteras recordando. Porque sí. Porque así es el ser humano.
Nos lanzamos al precipicio del amor. Incluso siendo conscientes de que nos vamos a estrellar, aceleramos. Y reconozco que eso fue lo que hice contigo. Tan fuerte, que acabé en mil pedazos. Porque no quise frenar lo que sentía por un mal pasado. Por eso no salió como esperaba.
Aferrándome a esa frase que tanto decimos, “todo saldrá bien”, y olvidando que del caos sale arte, aprendizaje, amor propio, valor, coraje... Que irónico decir que ahora, estando rota, que me quiero más que nunca. Porque he aprendido a recoger esos trocitos y cuidarlos. Con tiempo, sin prisas. Conociendo cada “aquí duele” cuando recuerdo. Y me paro. Pienso. Cuido y protejo.
Y me hago infinita. Porque una vez que aprendes a quererte con todas tus imperfecciones, con tus prontos, con tus “no más”, entonces entiendes la vida. Entiendes que perder es aprender; es ganar, es saber cuidar de ti en momentos delicados. Y valoras, valoras muchísimo más los detalles, las personas que están porque quieren y no por interés.
La brisa de una tarde de verano. La adrenalina de lo nuevo, lo deseado. El besar despacio o rápido. Cuando ponen tu canción favorita en la radio. Las primeras veces. Las ganas. Los encuentros, los abrazos. Y es que, cuando te encuentras, ni el cielo es capaz de limitarte. Porque vas más allá de lo imposible. Porque siendo tuya, tan libre, tan rota, tan tú... Eres infinita(mente) deseada.
Y cuando consigues eso, ningún cabrón podrá arrebatártelo. Se llevará un trocito de ti, porque cuando te rompen te conviertes en mil pedazos y siempre alguno se queda por el camino. Y eso que entregas es parte de tu esencia. Y tienes bien claro que jamás verá tanto como tú diste. Y eso, querida mía, sí que es jodido.
Así que, gracias. Porque ahora me estoy recuperando y me estoy moldeando con las experiencias que me han enseñado. Estoy rota, no lo niego: me duele y no lo oculto. Pero, ¿podrás decir tú lo mismo cuando veas que sin ti he encontrado mi paraíso?
Nos lanzamos al precipicio del amor. Incluso siendo conscientes de que nos vamos a estrellar, aceleramos. Y reconozco que eso fue lo que hice contigo. Tan fuerte, que acabé en mil pedazos. Porque no quise frenar lo que sentía por un mal pasado. Por eso no salió como esperaba.
Aferrándome a esa frase que tanto decimos, “todo saldrá bien”, y olvidando que del caos sale arte, aprendizaje, amor propio, valor, coraje... Que irónico decir que ahora, estando rota, que me quiero más que nunca. Porque he aprendido a recoger esos trocitos y cuidarlos. Con tiempo, sin prisas. Conociendo cada “aquí duele” cuando recuerdo. Y me paro. Pienso. Cuido y protejo.
Y me hago infinita. Porque una vez que aprendes a quererte con todas tus imperfecciones, con tus prontos, con tus “no más”, entonces entiendes la vida. Entiendes que perder es aprender; es ganar, es saber cuidar de ti en momentos delicados. Y valoras, valoras muchísimo más los detalles, las personas que están porque quieren y no por interés.
La brisa de una tarde de verano. La adrenalina de lo nuevo, lo deseado. El besar despacio o rápido. Cuando ponen tu canción favorita en la radio. Las primeras veces. Las ganas. Los encuentros, los abrazos. Y es que, cuando te encuentras, ni el cielo es capaz de limitarte. Porque vas más allá de lo imposible. Porque siendo tuya, tan libre, tan rota, tan tú... Eres infinita(mente) deseada.
Y cuando consigues eso, ningún cabrón podrá arrebatártelo. Se llevará un trocito de ti, porque cuando te rompen te conviertes en mil pedazos y siempre alguno se queda por el camino. Y eso que entregas es parte de tu esencia. Y tienes bien claro que jamás verá tanto como tú diste. Y eso, querida mía, sí que es jodido.
Así que, gracias. Porque ahora me estoy recuperando y me estoy moldeando con las experiencias que me han enseñado. Estoy rota, no lo niego: me duele y no lo oculto. Pero, ¿podrás decir tú lo mismo cuando veas que sin ti he encontrado mi paraíso?
MERCEDES OBIES