En mi artículo anterior hablaba sobre el poderoso instrumento que son las palabras. Imagino que en los primeros tiempos de nuestra especie las palabras tendrían un incalculable valor para designar objetos concretos y acciones, para informar a los otros componentes del grupo sobre intenciones y proyectos, etc. Pero ¿servían para todo tipo de temas o significados?
El ser humano imagina y concibe todo un universo más allá de los límites del contexto concreto en que se desenvuelve. Para expresar, para compartir colectivamente este mundo de visiones, de intuiciones y de emociones, las palabras tienen sus limitaciones. Entonces son necesarias imágenes más amplias de la realidad.
Y es aquí donde surgen los mitos, y con los mitos el desarrollo de las imágenes simbólicas como forma de representación de aquello a lo que no alcanza la palabra. Los símbolos y los mitos surgen como formas de transmitir lo sobrenatural, lo más abstracto de las fuerzas y energías de la Naturaleza, y especialmente aquellos aspectos indescriptibles de las experiencias vitales más densas, más profundamente emocionales y que difícilmente pueden expresarse con palabras sin desvirtuarlas. “El Tao que puede decirse no es el verdadero Tao”.
La conciencia colectiva de los pueblos ha creado, a lo largo de la historia, numerosos mitos que intentan explicar lo invisible mediante un sistema dinámico de símbolos y arquetipos estructurados bajo la forma de relato. Precisamente la existencia de un hilo narrativo supone una cierta racionalización (al menos aparente) del contenido expresado. El mito es la columna vertebral de las creencias religiosas, y origina sistemas filosóficos, narraciones literarias e incluso tiene una gran influencia sobre la historia y las teorías científicas.
Los mitos tienen el carácter de modelo ejemplarizante y aparecen por doquier en todo tipo de sociedades que han existido y que existen en nuestro planeta. Cómo dice Lévi-Strauss: “... las historias de carácter mitológico son, o lo parecen, arbitrarias, sin significado, absurdas, pero a pesar de todo diríase que reaparecen un poco en todas partes”.
Son muy frecuentes los mitos que narran los orígenes del universo, de los seres humanos, de los animales y plantas; por ejemplo, los mitos relacionados con el descubrimiento del maíz con comunes a todas las culturas mesoamericanas. Otro mito frecuente en culturas muy alejadas en el espacio y el tiempo es el del gran diluvio.
Los mitos tienen consecuencias prácticas ya que además de explicaciones más o menos creativas, producen normas de obligado cumplimiento, ritos, prohibiciones, etcétera.
Ante tal profusión de este tipo de relatos y normas podemos encontrar opiniones totalmente contrarias, desde la profunda admiración expresada por Joseph Campbell: “Los mitos son pistas de las potencialidades espirituales de la vida humana (…) Son historias sobre la sabiduría de la vida y lo son de verdad”.
Y en el otro extremo, el sabio escepticismo de Charles Darwin: “Descocemos cómo se han originado tantas absurdas reglas de conducta y también tantos absurdos credos religiosos, y asimismo desconocemos la causa de que en todas las partes del mundo hayan arraigado tan profundamente en las imaginaciones humanas; pero es digno de señalarse el hecho de que una creencia inculcada constantemente durante los primeros años de nuestra vida, cuando el cerebro es impresionable, parece adquirir casi la naturaleza de instinto; y la verdadera esencia del instinto es que se sigue independientemente de toda razón”.
El supuesto triunfo de la razón que trajo la Ilustración parece que no consiguió acabar con las creencias míticas. Parece incluso como sí la Ilustración no hubiera existido realmente y sólo sea un mito más que nos contaban en la escuela. Porque los mitos, especialmente los credos religiosos, siguen ahí con plena vigencia, incluso subvencionados por las instituciones públicas.
Instituciones que no dudan en permitir, incluso fomentar su presencia en los centros escolares donde sólo debía haber sitio para el conocimiento sujeto a los criterios de verdad experimental y no a los de revelación inventada por una clase sacerdotal injustamente privilegiada.
Además, han surgido nuevos y poderosos mitos, tan irracionales y tan asumidos sin el menor cuestionamiento como los de más solera. Quizás porque, en palabras de Lucrecio, “los necios aman y admiran más lo que está envuelto en misteriosos términos; su oreja suavemente puede ser herida y embelesada con gracioso ruido: y el dulce halago a la verdad prefieren”.
El ser humano imagina y concibe todo un universo más allá de los límites del contexto concreto en que se desenvuelve. Para expresar, para compartir colectivamente este mundo de visiones, de intuiciones y de emociones, las palabras tienen sus limitaciones. Entonces son necesarias imágenes más amplias de la realidad.
Y es aquí donde surgen los mitos, y con los mitos el desarrollo de las imágenes simbólicas como forma de representación de aquello a lo que no alcanza la palabra. Los símbolos y los mitos surgen como formas de transmitir lo sobrenatural, lo más abstracto de las fuerzas y energías de la Naturaleza, y especialmente aquellos aspectos indescriptibles de las experiencias vitales más densas, más profundamente emocionales y que difícilmente pueden expresarse con palabras sin desvirtuarlas. “El Tao que puede decirse no es el verdadero Tao”.
La conciencia colectiva de los pueblos ha creado, a lo largo de la historia, numerosos mitos que intentan explicar lo invisible mediante un sistema dinámico de símbolos y arquetipos estructurados bajo la forma de relato. Precisamente la existencia de un hilo narrativo supone una cierta racionalización (al menos aparente) del contenido expresado. El mito es la columna vertebral de las creencias religiosas, y origina sistemas filosóficos, narraciones literarias e incluso tiene una gran influencia sobre la historia y las teorías científicas.
Los mitos tienen el carácter de modelo ejemplarizante y aparecen por doquier en todo tipo de sociedades que han existido y que existen en nuestro planeta. Cómo dice Lévi-Strauss: “... las historias de carácter mitológico son, o lo parecen, arbitrarias, sin significado, absurdas, pero a pesar de todo diríase que reaparecen un poco en todas partes”.
Son muy frecuentes los mitos que narran los orígenes del universo, de los seres humanos, de los animales y plantas; por ejemplo, los mitos relacionados con el descubrimiento del maíz con comunes a todas las culturas mesoamericanas. Otro mito frecuente en culturas muy alejadas en el espacio y el tiempo es el del gran diluvio.
Los mitos tienen consecuencias prácticas ya que además de explicaciones más o menos creativas, producen normas de obligado cumplimiento, ritos, prohibiciones, etcétera.
Ante tal profusión de este tipo de relatos y normas podemos encontrar opiniones totalmente contrarias, desde la profunda admiración expresada por Joseph Campbell: “Los mitos son pistas de las potencialidades espirituales de la vida humana (…) Son historias sobre la sabiduría de la vida y lo son de verdad”.
Y en el otro extremo, el sabio escepticismo de Charles Darwin: “Descocemos cómo se han originado tantas absurdas reglas de conducta y también tantos absurdos credos religiosos, y asimismo desconocemos la causa de que en todas las partes del mundo hayan arraigado tan profundamente en las imaginaciones humanas; pero es digno de señalarse el hecho de que una creencia inculcada constantemente durante los primeros años de nuestra vida, cuando el cerebro es impresionable, parece adquirir casi la naturaleza de instinto; y la verdadera esencia del instinto es que se sigue independientemente de toda razón”.
El supuesto triunfo de la razón que trajo la Ilustración parece que no consiguió acabar con las creencias míticas. Parece incluso como sí la Ilustración no hubiera existido realmente y sólo sea un mito más que nos contaban en la escuela. Porque los mitos, especialmente los credos religiosos, siguen ahí con plena vigencia, incluso subvencionados por las instituciones públicas.
Instituciones que no dudan en permitir, incluso fomentar su presencia en los centros escolares donde sólo debía haber sitio para el conocimiento sujeto a los criterios de verdad experimental y no a los de revelación inventada por una clase sacerdotal injustamente privilegiada.
Además, han surgido nuevos y poderosos mitos, tan irracionales y tan asumidos sin el menor cuestionamiento como los de más solera. Quizás porque, en palabras de Lucrecio, “los necios aman y admiran más lo que está envuelto en misteriosos términos; su oreja suavemente puede ser herida y embelesada con gracioso ruido: y el dulce halago a la verdad prefieren”.
JES JIMÉNEZ